eduardo cesarLa Convención Latinoamericana del Proyecto Global Sustainable Bioenergy (GSB), realizada en la FAPESP entre los días 23 y 25 de marzo, aprobó una resolución en la que se afirma enfáticamente el potencial de expansión de la producción de bioenergía en Latinoamérica, sin que esto comprometa la producción de alimentos, el medio ambiente y la biodiversidad. En dicha resolución se sostiene que el continente desempeña un importante papel en la oferta de biocombustibles, y abre la perspectiva de dar cuenta de la demanda tanto a nivel regional como mundial. Posee tierras, un clima favorable, variadas opciones de materias primas y tecnologías que pueden expandirse por todo su territorio de manera sostenible. La resolución hace mención a la producción de etanol en Brasil y de biodiesel en Argentina como ejemplos de éxito en el continente en el reemplazo de la energía fósil por energías renovables.
El GSB, una articulación internacional de científicos del sector energético, ya había organizado en febrero una convención en Europa, en la Universidad de Delft, Holanda, y otra en África, en la Universidad de Stellenbosch, Sudáfrica, entre los días 17 y 20 de marzo. Este mismo año se realizarán nuevos encuentros, en Asia, en la ciudad de Skudai, Malasia, y en Norteamérica, en Minneapolis, Estados Unidos. Luego de esas cinco convenciones, el Proyecto GSB cumplirá otras dos etapas. Primeramente apuntará a responder si es posible dar cuenta de una fracción sustancial de la demanda energética con base en la producción de biomasa, sin por ello comprometer la provisión de alimentos, la preservación de hábitats naturales y la calidad del medio ambiente. Posteriormente procurará proponer estrategias factibles y sostenibles para la transición de la actual matriz energética hacia una nueva matriz, más equilibrada y renovable.
Las resoluciones aprobadas en el marco de la convención europea y en la africana sugieren que las perspectivas del proyecto son favorables. Si bien muestran preocupación con los cambios en el uso de la tierra, los europeos afirmaron, en el documento que aprobaron, que tienen capacidad de dar cuenta de partes sustanciales de sus exigencias energéticas en el futuro con base en bioenergía sostenible. Los africanos vislumbran en la bioenergía una ventana de oportunidades para el desarrollo económico de sus países, pero declararon que su visión sobre la bioenergía tendrá en cuenta un abanico de desafíos que van desde el enfrentamiento de la pobreza hasta la seguridad alimentaria, la seguridad energética y la salud. La resolución latinoamericana es la más afirmativa de las tres hasta ahora.
El coordinador del Proyecto GSB, Lee Lynd, de la Thayer School of Engineering, Dartmouth College, Estados Unidos, hizo elogios a la disposición de los investigadores brasileños en el sentido de buscar formas sostenibles de producción de biocombustibles, un comportamiento que, según él, no es fácil de encontrarse. Otros países deberían enfrentar el problema como lo está haciendo Brasil. Estados Unidos, por ejemplo, es más defensivo con relación a los mecanismos de sostenibilidad, pese a que lidera en lo que hace a la producción de etanol, afirmó. Según Lynd, las indicaciones reunidas hasta ahora sugieren una respuesta positiva a la cuestión que se estableció en el marco del Proyecto GSB. El objetivo del proyecto es demostrar qué es posible, con foco en lo que es deseable. Sólo así será posible movilizar a los responsables de las políticas públicas, dijo.
Las dificultades, según Lynd, son producto de evaluaciones negativas arraigadas en ciertos medios y países con respecto al potencial de la matriz bioenergética, como por ejemplo la posibilidad de que falten alimentos. Existen expectativas distintas con relación con la capacidad de innovación y de cambio de hábitos. Por eso hay conclusiones divergentes basadas en un mismo conjunto de informaciones, afirmó. La cuestión de la seguridad alimentaria, según él, no puede descartarse, pues aun sin la variable de los biocombustibles, no se descartan problemas en el futuro con respecto a la oferta de alimentos. Sin embargo, Lynd recordó que es necesario apuntar hacia una convergencia con relación a los biocombustibles, pues los estándares actuales de consumo de energía son claramente insostenibles.
Percepciones peculiares
Cada región del planeta tiene hoy en día una percepción peculiar sobre el futuro de la bioenergía. Mientras Latinoamérica confía en la posibilidad de ampliar las áreas plantadas de caña de azúcar y reemplazar parte de la gasolina consumida en el planeta por etanol, Estados Unidos apuesta con más énfasis al desarrollo de tecnologías para la producción de etanol de celulosa, una tecnología que aún no es factible económicamente, y que podría suministrar cantidades de combustible sustanciales sin ocupar demasiado espacio de áreas cultivables. Para Europa, donde hay relativamente poca tierra disponible, el tema de la seguridad alimentaria es especialmente sensible, y las autoridades de varios países ven con más simpatía las inversiones en energía solar y eólica. En tanto, África, Asia y Oceanía, más allá de los problemas reales de seguridad alimentaria del primero, tienden a ver a los biocombustibles como una oportunidad de desarrollo.
eduardo cesarUna mesa redonda que forma parte de la programación de la Convención Latinoamericana del GSB puso en evidencia tales diferencias. Patricia Osseweijer, docente de la Universidad Tecnológica de Delft, Holanda, abordó los temores de la opinión pública europea en el sentido de que la producción de etanol y de biodiesel comprometa la oferta de alimentos en el mundo, e hizo hincapié en la necesidad de avanzar en la investigación de biocombustibles sostenibles y en la comunicación pública de las evidencias científicas recabadas a fin de superar las resistencias. Según ella, aunque la sostenibilidad es un concepto que cuenta con una amplia aceptación, las agendas del gobierno, las industrias, las universidades, las organizaciones no gubernamentales y la opinión pública en relación con el tema son divergentes. Es una tarea urgente aclarar el concepto de sostenibilidad, que para parte significativa de la población europea tiene más bien relación con el reciclado de basura que con el uso de combustibles renovables. Este desencuentro lleva a la inacción. Cuando los políticos tienen miedo, no toman decisiones, dijo. Para los europeos, según Patricia, una salida más plausible para alterar el paquete actual de matrices energéticas sería el etanol de segunda generación, extraído de la celulosa. La resolución de la Convención Europea del Proyecto GSB pone de relieve la necesidad de integrar la política de bioenergía con la de la agricultura, de manera tal de asegurar una producción sostenible y sinérgica de alimentos, celulosa, productos químicos y bioenergía.
Emile van Zyl, docente de la Universidad de Stellenbosch, Sudáfrica, envió por video su conferencia, en la cual subrayó que la bioenergía puede aportar muchos beneficios al continente africano: puede crear nuevas fuentes de divisas, impulsar la agricultura, generar empleos, disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero y mitigar la inseguridad política de la región. Pero, para alcanzar tales objetivos, hay una serie de retos que han de superarse. Experiencias que funcionaron en otros países no necesariamente funcionarán en África, dijo. Según él, hay que tener en cuenta la experiencia y la cultura local y tener en mente que el continente carece de infraestructura y servicios de apoyo, que deben crearse con el objetivo de permitir la explotación de la bioenergía, además de las inversiones, por supuesto.
Ramlan Abd Aziz, profesor de la Universidad Tecnológica de Malasia, realizó un balance del desarrollo de la bioenergía en Asia y Oceanía. Según él, buena parte de los países dispone de políticas a fin aumentar la producción de biocombustibles. Tailandia, por ejemplo, tiene nueve plantas de etanol y nueve de biodiesel, e incentiva el consumo de gasolina mezclada con etanol. Lo propio sucede en China, donde existen sin embargo conflictos con relación al impacto del avance de la producción de etanol sobre la seguridad alimentaria para sus 1.350 millones de habitantes. En Myanmar se destaca el biocombustible extraído del piñón Jatropha curcas L. (conocido en Brasil como pinhão-manso). El país tiene el 90% de las plantaciones del planeta de este cultivo. Según Aziz, el Sudeste Asiático tiene potencial para producir 14 mil barriles diarios de combustibles renovables, más que los 11 mil barriles de petróleo que produce Arabia Saudita. Tenemos clima tropical, disponibilidad de agua y de tierra y mano de obra barata. Por eso el Sudeste Asiático puede convertirse en una potencia en biocombustibles, afirmó. Para seguir adelante, subrayó, sería necesario bajar las barreras impuestas a la importación de biocombustibles en Europa y Estados Unidos y avanzar en tecnologías que mejoren la productividad.
Nathanael Greene, director de políticas energéticas del Consejo de Defensa de los Recursos Naturales de Estados Unidos, mostró la trayectoria de los biocombustibles en Estados Unidos: el avance de la producción de etanol de maíz fue una respuesta a la crisis del petróleo de la década de 1970, tal como sucedió con el alcohol de caña de azúcar en Brasil. Greene abordó las dificultades políticas que traen aparejados los cambios de hábitos y la alteración de la matriz energética norteamericana, y enfatizó que Estados Unidos requiere soluciones de gran impacto, capaces de disminuir sustancialmente sus emisiones de gases de efecto invernadero sin privarlo de energía. Por eso, sostiene que el etanol de segunda generación extraído de celulosa suena como una alternativa más atractiva que el de primera generación, que requeriría mucha tierra para cultivar, pese a las incertidumbres que aún rodean a esta nueva tecnología.
El director científico de la FAPESP, Carlos Henrique de Brito Cruz llevó al debate la perspectiva brasileña. Según él, existen señales que indican que la hipótesis que se plantea en el Proyecto GSB, que consiste en saber si es posible utilizar de manera sostenible la bioenergía para suplir el 25% de la demanda internacional de energía durante los próximos 50 años, puede plasmarse. Brito Cruz demostró que con tan sólo un 10% de las áreas agrícolas actualmente disponibles en América Latina y África, descontándose los bosques y las áreas de otros cultivos, sería posible abastecer con etanol un 15% de las necesidades mundiales. La meta del 25% no es absurda, dijo. Pero subrayó que existen otras cuestiones pendientes, como la disposición de los países desarrollados para comprarles etanol a ambos continentes. Según Brito, Europa y Estados Unidos, para preservar su seguridad energética, pueden optar por no depender de los biocombustibles, como dependen actualmente del petróleo de Medio Oriente.
eduardo cesarPara demostrar que el reemplazo del petróleo por el etanol es plausible, el director científico de la FAPESP expuso la experiencia del estado de São Paulo, que entre 1980 y 2008 redujo del 59,8% al 33% la participación del petróleo entre sus fuentes de energía, y aumentó del 17,4% al 38% en idéntico período la participación de los combustibles derivados de la caña de azúcar. Y subrayó que tal transformación se llevó a cabo de manera sostenible. La caña avanzó principalmente sobre áreas de pastoreo y no tuvo impacto sobre la ganadería, que compensó la pérdida de espacio con el incremento de la productividad. Y el área de Bosque Atlántico se mantuvo en equilibrio durante dicho período.
El potencial latinoamericano
Durante la convención, el potencial de Latinoamérica fue abordado en conferencias de diversos investigadores. Luís Augusto Barbosa Cortez, docente de la Facultad de Ingeniería Agrícola (Feagri) de la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp) y organizador de la convención, expuso la génesis y las características del modelo brasileño de producción de etanol extraído de la caña de azúcar y sostuvo que es factible dar cuenta desde Brasil del 5% de la demanda mundial de gasolina hasta el año 2025, siempre y cuando la expansión se dé sobre áreas de pastoreo y se estimule una reorganización de las actividades agrícolas de manera tal de no comprometer la producción de alimentos. Citó el ejemplo de Usina Vale do Rosário, de la localidad de Orlândia, interior paulista, una central desde hace dos décadas desarrolla un proyecto de integración de las pasturas y la caña. Estructuró un confinamiento de ganado a los efectos de aprovechar los subproductos de la industria (el bagazo, la levadura y la melaza) para engordar vacas. Actualmente engorda 20 mil cabezas y vende alimento balanceado producido con el subproducto del azúcar y el alcohol para el engorde de otras 20 mil cabezas de las propiedades rurales de sus proveedores de caña. Es un negocio rentable. Y actualmente, alrededor del 70% de los proveedores de caña de la central tienen actividades ganaderas, dijo. No obstante, subrayó que el desarrollo de las nuevas tecnologías será esencial para mejorar los indicadores de sostenibilidad del etanol brasileño.
Rodolfo Quintero, docente de la Universidad Autónoma Metropolitana (México), dijo que el etanol de caña brasileño tiene cualidades superiores al etanol de maíz estadounidense, cuando se evalúan el potencial de reducción de los gases de efecto invernadero y la cuestión de la escasez de alimentos. Solamente el etanol de maíz constituye una amenaza a la agricultura y a la seguridad alimentaria, afirmó. Estados Unidos es el mayor exportador de maíz del mundo: se lo vende a más de 90 países. Esos países importadores pueden sufrir las consecuencias si la producción de etanol de maíz apunta suplir la demanda mundial de etanol, dijo. México, según Quintero, importa desde Estados Unidos 10 millones de toneladas anuales de maíz, el equivalente a una tercera parte del consumo mexicano del cereal. En 2009, Estados Unidos produjeron 10.600 millones de galones de etanol, lo que exigió 18 millones de acres de plantío de maíz, alrededor del 21% del área total dedicada al cultivo, afirmó.
André Meloni Nassar, director general del Instituto de Estudios del Comercio y Negociaciones Internacionales (Icone), abordó un nuevo modelo econométrico que tiene en cuenta la realidad brasileña en lo que hace a la modificación del uso de la tierra debido al incremento de la demanda de producción de etanol. Este modelo demostró que el etanol brasileño reduce las emisiones de gases de efecto invernadero en un 61% y no en un 26%, como establecían los cálculos anteriores, y así convenció a la Agencia Norteamericana de Protección Ambiental (EPA, sigla en inglés) a reconsiderar su evaluación sobre el etanol de caña de azúcar, al caratular al producto brasileño como un biocombustible avanzado. Márcia Azanha Ferraz Dias de Moraes, profesora de la Escuela Superior de Agricultura Luiz de Queiroz de la Universidad de São Paulo (Esalq-USP), presentó un estudio según el cual el aumento de la mecanización del cultivo de la caña ocasionará pérdidas de puestos de trabajo: cada máquina adquirida hace desaparecer en promedio ocho plazas. La mecanización puede significar el recorte de 50 mil a 100 mil puestos de trabajo, dijo Márcia. De cualquier modo, el aumento del 15% en la producción de etanol durante los próximos años compensaría dichas pérdidas, generando 170 mil puestos de trabajo en el país.
Los debates con miras a elaborar la resolución final de la Convención Latinoamericana trajeron a la luz cuestiones sensibles. Terminó en equilibrio la discusión sobre cuál sería la razón prioritaria para que América Latina invierta en biocombustibles, si sería el desarrollo económico y social que esa actividad productiva generaría o la capacidad de reducir la emisión de gases de efecto invernadero. Ambos factores fueron considerados prioritarios. No por casualidad, la resolución final no hizo mención a las tecnologías de segunda generación, que tienen un gran potencial, pero que aún no exhiben factibilidad económica. No importa si es de primera o de segunda generación; lo que importa es que la tecnología es buena, dijo Carlos Henrique de Brito Cruz, de la FAPESP. El éxito de Brasil con el etanol extraído de la caña muestra que las tecnologías de primera generación tienen potencial para crecer, coincidieron los participantes. En una muestra de la confianza en el potencial de los biocombustibles, se incluyó en el texto de las recomendaciones una referencia a la capacidad de la bioenergía para suplir más del 30% de la demanda internacional de energía durante los próximos 50 años. El Proyecto GSB contiene un porcentaje menor, del 25%, e incluso dicho índice se encuentra en reevaluación, según afirmó el coordinador del proyecto, Lee Lynd. Sucede que las sugerencias planteadas en las convenciones anteriores consideraron que un índice más modesto no iría en desmedro del proyecto.
De acuerdo con Brito Cruz, la convención realizada en São Paulo tuvo éxito al llevarle a la comunidad científica internacional implicada en el Proyecto GSB la visión de los brasileños y de los latinoamericanos sobre las grandes oportunidades que los biocombustibles pueden representar. Brasil tiene una postura muy especial, tanto en el grupo involucrado con el Proyecto GSB como en el mundo en el debate internacional sobre biocombustibles, ya que es el único país que ha llevado a cabo el reemplazo en gran escala de la gasolina por los biocombustibles. Por otro lado, el GSB crea una caja de resonancia para las ideas brasileñas en el área, afirmó.
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