Desde el año 1999, cuando comenzó a circular Pesquisa FAPESP, el perfil de la ciencia brasileña ha pasado por una gran transformación. La producción científica nacional creció más de cinco veces: la cantidad de artículos publicados por investigadores de Brasil en revistas indexadas en la base Scopus, que sumaba unos 13.500 a finales de la década de 1990, llegó a 74 mil en 2018, catapultando al país del 18º al 13º puesto entre las naciones que generan más conocimiento en el formato de papers. Si bien es cierto que la base Scopus incorporó muchos periódicos brasileños durante los últimos años, lo que dificulta la comparación entre ambos contextos, también existen otros parámetros que confirman la expansión. El contingente de científicos en actividad es uno de ellos, tal como lo revelan los censos del Directorio de Grupos de Investigación, un inventario de los equipos de investigadores en actividad en el país elaborado por el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq). La cantidad de grupos registrados trepó de 11.700 en el año 2000 a 37.600 en 2016, que es el último dato disponible. El número de investigadores con doctorado creció de 27 mil a 130 mil, el equivalente a un 380%, cuando la población brasileña, como parámetro de comparación, aumentó un 21% durante los últimos 20 años.
Y este cambio no solo ha sido cuantitativo. En la actualidad, los científicos se reparten en fracciones similares en cuanto al género, mientras que hace 20 años, los varones constituían el 56% y las mujeres, el 44%. Hubo un impulso en cuanto a la formación de nuevos talentos. La cantidad de doctores titulados evolucionó de 4.900 en 1999 a casi 22.900 en 2018, un avance de un 370%; y la de magísteres creció a un ritmo similar, de 15 mil a 51 mil por año. “Esta expansión demuestra el éxito del modelo de posgrado adoptado en Brasil a partir de la década de 1960, enfocado en la capacitación interna de los recursos humanos necesarios para la investigación científica, la docencia en las universidades y otras demandas de la sociedad”, dice el politólogo Abílio Baeta Neves, expresidente de la Coordinación de Perfeccionamiento del Personal de Nivel Superior (Capes). Tal desempeño no habría sido factible sin la expansión de la educación superior, donde hoy en día egresan más de 900 mil graduados por año, en comparación con los 350 mil que lo hacían al comenzar el nuevo milenio.
Los indicadores relacionados con la calidad investigativa también mejoraron. Un buen ejemplo de ello son los programas de posgrado con notas 6 y 7, las más altas en la evaluación periódica que realiza la Capes, calificaciones que se les confieren a programas con un alto grado de interacción con grupos de investigación internacionales. El número de programas con notas 6 y 7 creció un 178%: se contabilizaron 479 en la evaluación divulgada en 2017 y 172 en la de 2001. El incremento es proporcional al de la cantidad de programas en actividad, que subió de 1.545 a 4.175 en idéntico período.
Baeta Neves, quien presidió la Capes al final de la década de 1990 y volvió a conducirla entre 2016 y 2018, hace hincapié en una transformación importante en el concepto de un programa de posgrado de calidad. Hasta mediados de la década de 1990, la agencia clasificaba a los programas con letras, de la A hasta la E. “El agotamiento de ese modelo era evidente, ya que más de la mitad de los programas se ubicaba en el estrato más alto, cuyas notas eran A y B”, recuerda. En la evaluación divulgada en 2001, referente a los tres años anteriores, se introdujo una nueva escala, reservando las notas 6 y 7 para los programas más competitivos a escala mundial. “En aquel momento, a partir de la oferta de nuevos indicadores bibliométricos, comenzó a quedar claro que la internacionalización constituía un parámetro fundamental, dado que la producción científica en colaboración con instituciones del exterior generaba un impacto, medido en citas, cuatro veces mayor que la realizada internamente”. Para Elizabeth Balbachevsky, del Departamento de Ciencia Política de la facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de São Paulo (FFLCH-USP), la expansión de las universidades públicas y de sus programas de posgrado no rompió con el modelo que divide el sistema en dos categorías. “Disponemos de un conjunto de universidades de investigación, con un cuerpo docente internacionalizado y activo en redes de producción del conocimiento, y un grupo de universidades regionales, en las cuales los docentes están mayormente abocados a la enseñanza y tienen una articulación con redes más tenue”. Balbachevsky señala que los mejores programas de posgrado se concentran en las universidades consolidadas, mientras que en las más recientes el énfasis recae en la creación de programas interdisciplinarios, que tienen escaso historial y afrontan dificultades para ser evaluados en forma adecuada por la Capes. “Esa división en dos pelotones es habitual en muchos países. Lo complicado es imponer un modelo único para todas las universidades públicas. Eso impide que las universidades regionales saquen provecho de lo que mejor pueden hacer, que es brindar respuestas a los desafíos locales”.
La consistencia de un grupo de investigación científica puede analizarse de acuerdo con su capacidad para trabajar junto a equipos de otros países. Por eso Brasil amplió entonces su inserción internacional: al comienzo de la década de 2000, menos del 30% de la producción científica nacional se hacía en colaboración con científicos de otros países, en tanto que, en 2017, las publicaciones de autores brasileños junto a colegas del exterior superaban el 35% del total. El desempeño de los investigadores del estado de São Paulo tuvo una evolución peculiar. Al comienzo de la década, se ubicaba por debajo del promedio nacional en coautoría con extranjeros y actualmente se sitúa por encima, con un promedio del 40% de los papers en colaboración internacional.
En 2017, de las 9.500 publicaciones de científicos paulistas en coautoría con extranjeros, la mayoría (3.984) eran el resultado de colaboraciones con estadounidenses, seguidas por los trabajos conjuntos con investigadores del Reino Unido (1.683), España (1.356) y Alemania (1.318). “La FAPESP estimuló las colaboraciones en forma activa y amplió la cantidad de acuerdos con agencias e instituciones del exterior, pero las universidades paulistas se movieron hacia la producción de una ciencia más internacionalizada y con mayor impacto”, dice el físico Carlos Henrique de Brito Cruz, director científico de la FAPESP. “La difusión de rankings internacionales que comparan el rendimiento de las universidades parece haber estimulado esa tendencia”. El impacto de la investigación científica brasileña, medido en citas, también aumentó, aunque a una velocidad inferior a la del crecimiento de la cantidad de artículos. Al comienzo de la década, el impacto relativo normalizado se ubicaba en un valor de 0,8 y subió a alrededor de 0,9, por debajo del promedio mundial, cuyo valor es 1. Los científicos de São Paulo también partieron de ese 0,8, pero lograron equipararse al promedio mundial.