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Virología

La muerte anticipada

Virólogos descubren cómo el agente etiológico de la fiebre amarilla destruye las células de hígado

En el interior de la Selva Amazónica, un mosquito azul oscuro de cuatro milímetros mantiene en circulación a un virus bastante letal: el de la fiebre amarilla, una enfermedad infecciosa que afecta anualmente a alrededor de 200 mil personas en los países tropicales, y mata en un 10% de los casos. Inofensivo para el insecto, el Haemagogus janthinomys, tal el nombre de dicho virus, es capaz de matar en pocos días a los seres humanos que se internan en la jungla.

Desde hace tiempo se sabe que este virus daña gravemente al hígado, que deja de funcionar. Pero un hallazgo reciente abre el camino a terapias capaces de evitar tal situación. Al analizar muestras de hígados de 53 personas que murieron como consecuencia de la fiebre amarilla, investigadores de los estados de Pará y de São Paulo identificaron y contabilizaron el tipo de daño que el virus causante de esa enfermedad ocasiona en las células del hígado. Se creía hasta ahora que sufrían necrosis, que es un proceso violento, por el cual la célula se rompe y libera compuestos tóxicos que matan a sus vecinas, en una reacción que se amplía en cadena. Pero un equipo de la Universidad Federal de Pará (UFPA), del Instituto Evandro Chagas (IEC) y de la Universidad de São Paulo (USP) ha demostrado que la necrosis no es el fenómeno más importante. El virus de la fiebre amarilla produce efectivamente una necrosis en el hígado, pero escasamente.

Puede parecer un exceso de detalle, pero entre las células también hay muertes y muertes. Exámenes bioquímicos y el análisis en el microscopio electrónico revelaron que el virus libera señalizadores químicos que ocasionan la muerte por apoptosis, según describen Juarez Quaresma, de la UFPA, y Maria Irma Seixas Duarte, de la USP, en dos estudios recientes, uno de ellos publicado en mayo  en Acta Tropica. La apoptosis o muerte celular programada es un proceso natural de eliminación de células viejas o enfermas. En lugar de provocar un desequilibrio químico que hace que las células se hinchen hasta estallar, la apoptosis hace que las células se marchiten sin liberar su contenido, antes de ser digeridas por las células del sistema de defensa. El problema en el caso da fiebre amarilla es que la apoptosis se da en una proporción exagerada; es como si el virus hiciera que las agujas del reloj avanzasen rápidamente, anticipando la muerte de las células del hígado.

Bloqueos
Con estos descubrimientos, surge la posibilidad de testear compuestos capaces de frenar la apoptosis y proteger el hígado en los casos graves de fiebre amarilla, cuya tasa de mortalidad asciende al 50%. Ahora se puede pensar en mecanismos que protejan el hígado, dice Maria Irma, quien coordinó este estudio, realizado en colaboración con Pedro da Costa Vasconcelos y Vera Barros, ambos del Instituto Evandro Chagas, con sede en la ciudad de Belém (Pará).

La importancia de este resultado es mayor de lo que se pueda suponer. Desde 1942 la fiebre amarilla ha quedado restringida a las áreas de selva de los 11 estados de las zonas norte y centro-oeste de Brasil, además de Maranhão, donde viven en total 30 millones de personas. De cualquier modo, no se puede descartar el riesgo de que la infección vuelva a propagarse en el país. En los últimos diez años ha crecido la cifra de casos registrados en seres humanos, alcanzando un pico de 85 casos solamente en 2000. El virus de la fiebre amarilla empezó a aparecer también en parte de los estados de Piauí, Bahía, Minas Gerais, São Paulo y de los estados de la región sur. De seguir propagándose en dirección a los estados ubicados más al este, puede cubrir un área habitada por 120 millones de personas, donde el índice de vacunación contra la fiebre amarilla es prácticamente nulo.

Y existe también otro motivo de preocupación. En las áreas urbanas, el virus de la fiebre amarilla no es transmitido por los mosquitos del género Haemagogus, de hábitos silvestres, y sí por el Aedes aegypti, el mosquito urbano que también transmite el virus del dengue y aparece de norte a sur del país. Con un agravante: muchos casos de fiebre amarilla solamente se confirman luego de la muerte del enfermo. Como los síntomas fiebre, dolores musculares, sangrado, vómitos y piel amarillenta son comunes a otras enfermedades virales que afectan al hígado, muchas veces la fiebre amarilla pasa desapercibida, incluso  en áreas donde la infección es endémica. Como el organismo se encarga de combatir el virus en la forma benigna de la enfermedad, existe el riesgo de que la diseminación sea solapada, con la ayuda del propio ser humano. Es probable que las formas benignas sean más comunes de lo que se imagina y pasen desapercibidas, tanto para los médicos como para las autoridades sanitarias, dice Vasconcelos.

Recientemente, el investigador estudió cómo evolucionó en Brasil y en América Latina ese virus originario de África. Comparó 117 muestras extraídas en siete países latinoamericanos con 19 de países africanos. Los resultados aparecieron en marzo este año en el Journal of Virology, y muestran que el virus de la fiebre amarilla ha evolucionado desde su llegada a América hace casi cuatro siglos. Pero no  se ha vuelto más agresivo ni ha perdido la capacidad de infectar mosquitos y causar la enfermedad, de acuerdo con este estudio, financiado por Lancet International Fellowship Award.

En el marco de otro trabajo, Vasconcelos evaluó las características genéticas de 79 muestras del virus, extraídas en 12 estados entre 1935 y 2001. La conclusión: el virus en circulación en el país pertenece a un único tipo, el América del Sur I, integrado por cinco grupos (A, B, C, D y Velho Pará). Los virus detectados en los últimos siete años son del grupo D, que ha venido propagándose en dirección al sur: en 1998 se los encontró en Pará; en 1999 y en 2000, en Bahía, en Tocantins y en Goiás, y en 2001, en Minas Gerais. Vasconcelos adjudica esa diseminación en parte a la migración de portadores asintomáticos del virus hacia el sudeste y el sur del país. Pero el científico sospecha también de otro factor: el tráfico de animales silvestres, en especial de monos.

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