Hace 10.500 años, prácticamente la totalidad del territorio que más tarde se convertiría en Brasil ya estaba habitado por poblaciones significativas de cazadores-recolectores. Desde la Amazonia hasta la Pampa sureña, pasando por las áreas que hoy ocupan el Cerrado –la sabana del país−, la Caatinga –chaparral semiárido− y el Pantanal, los principales biomas brasileños exhiben vestigios de la presencia humana que se remontan al menos a 10 milenios. La única excepción parece ser la costa atlántica, donde los registros más antiguos y confiables sugieren que el Homo sapiens quizá haya necesitado otros 500 ó 1.000 años para alcanzar la costa este del continente. De cualquier manera, hace unos 10 mil años, tres grandes tradiciones culturales asociadas a la fabricación de artefactos de piedra, tales como raspadores, lascas o fragmentos y puntas de flechas, se habían establecido en la mitad oriental de América del Sur. La cultura Umbu se hacía presente en el sur; Lagoa Santa se ubicaba en el actual territorio de Minas Gerais, e Itaparica ocupaba parte de los actuales nordeste y centro-oeste. Pese a ser esquemático y simplificado, este escenario sobre la colonización inicial de Brasil condensa informaciones e interpretaciones que surgen de buena parte de los hallazgos arqueológicos efectuados durante las últimas tres décadas.
Este panorama sugiere que la llegada de los humanos modernos a las más diversas latitudes del territorio brasileño habría constituido un proceso antiguo y complejo, tal vez por medio de múltiples rutas. La ocupación de un área continental como la de Brasil y el posterior desarrollo de tres tipos de culturas materiales distintas requiere tiempo, probablemente algunos miles de años. “Deben haberse producido múltiples migraciones hacia el territorio del actual Brasil, la más remota de ellas previa al episodio del último máximo glacial [la Edad del Hielo más reciente, cuyo pico fue hace aproximadamente unos 20 mil años]”, dice el arqueólogo Astolfo Araujo, del Museo de Arqueología y Etnología de la Universidad de São Paulo (MAE-USP), quien publicó un artículo científico sobre el tema en abril de 2015, en el periódico Anais da Academia Brasileira de Ciências.
Hace algunas décadas, la datación de sitios arqueológicos con edades cercanas o superiores a los 13 mil años pertenecientes a la denominada cultura de Clovis, un sitio en el estado de Nuevo México (EE.UU.), era vista con extrema desconfianza. Allí se encontraron las famosas puntas de flechas bifaciales asociadas a cazadores-recolectores. Durante la mayor parte del siglo pasado, la cultura de Clovis fue considerada la más antigua que había ocupado América. Hoy en día, esa barrera de los 13 mil años ha sido igualada o sobrepasada por otros sitios arqueológicos del continente, tanto arriba como por debajo de la línea del ecuador. Tales son los casos de Monte Verde, en Chile; de Huaca Prieta, en Perú; las cavernas Paisley, en el estado de Oregon (EE.UU.), y la isla Triquet, en Columbia Británica (Canadá), además de algunos sitios en Brasil. “No se trata de hacer hincapié solamente en el momento en que se produjo la ocupación inicial del territorio brasileño por el hombre, sino en cómo se llevó a cabo el mismo sobre un área tan enorme, con biomas tan distintos”, comenta la arqueóloga Adriana Schmidt Dias, de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS).
A través de los ríos
Si en su trayecto por el continente americano el Homo sapiens migró del hemisferio Norte hacia el hemisferio Sur, ha de haber pasado y probablemente ha de haberse asentado también en algún punto de América Central, antes de arribar a la Amazonia o a los Andes. “El problema reside en que aún no hemos hallado vestigios de ello en sitios arqueológicos más antiguos que los de América del Sur en Panamá, que habría formado parte de esa ruta interna de poblamiento”, dice el arqueólogo Eduardo Góes Neves, quien también trabaja en el MAE-USP. Es más, una vez que puso el pie en Sudamérica, el hombre probablemente siguió su recorrido por aguas fluviales hasta llegar al Brasil profundo. Esta última hipótesis se ve corroborada por la significativa cantidad de sitios arqueológicos registrados en áreas vecinas a los grandes ríos que surcan el territorio brasileño, tales como el Amazonas y el Solimões, en la Amazonia, el São Francisco, en el nordeste, y el Paraná y el Uruguay, en el sur. “Las rutas colonizadoras por ríos son las que siempre se recuerdan”, analiza el arqueólogo y antropólogo Walter Neves, del Instituto de Biociencias de la USP.
Uno de los enclaves prehistóricos más antiguos de Brasil, cuya primera ocupación se estima en alrededor de 25 mil años atrás, y otra posterior hace entre 12 mil y 2 mil años, es el refugio Santa Elina, en el estado de Mato Grosso, que está ubicado a 30 kilómetros del río Cuiabá, un importante afluente de la cuenca del Paraná-Paraguay. Los sitios arqueológicos de Serra da Capivara, en el estado de Piauí, en donde la presencia humana posiblemente se remonte a 20 mil años atrás, se encuentran a unos 100 kilómetros del río São Francisco. En Uruguayana, en el extremo occidental del estado de Rio Grande do Sul, justo en la frontera con Argentina, el asentamiento arqueológico Laranjito, que exhibe industria lítica con una edad establecida en aproximadamente 12 mil años, se ubica en las costas del lado brasileño del río Uruguay.
En un artículo publicado a comienzos de 2015 en la Revista de Estudos Avançados, de la USP, Adriana Schmidt Dias y el arqueólogo Lucas Bueno, de la Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC), postularon la existencia de tres grandes rutas fluviales que podrían haber sido utilizadas por los pueblos prehistóricos para adentrarse en el actual territorio brasileño. Una de ellas sería a través de la cuenca amazónica, otra por el río São Francisco y una tercera explorando las aguas de la cuenca del Plata. Este trabajo en gran parte deriva de los datos recopilados y de las interpretaciones presentadas en un estudio anterior, publicado a mediados de 2013 en la revista científica Quaternary International por el mismo dúo brasileño junto al arqueólogo inglés James Steele, del University College London (UCL).
En ese artículo de revisión, el trío de investigadores analizó los resultados de las dataciones efectuadas con base en vestigios arqueológicos provenientes de 90 enclaves prehistóricos de Brasil, cuyas informaciones fueron dadas a conocer en artículos científicos que se publicaron a partir de la segunda mitad de los años 1980. Las edades se obtuvieron empleando el método del carbono 14 sobre un conjunto diverso de vestigios arqueológicos compuesto por huesos, dientes y cabellos humanos, artefactos de piedra, puntas de lanza y cuantiosos restos de hogueras (aparentemente de origen humano). En el artículo se verificó la confiabilidad de 277 dataciones que habían arrojado edades entre 15.500 y 8.900 años (véase el mapa). “Desestimamos 63 dataciones que, por algún motivo, ofrecían un grado de incertidumbre mayor acerca de su cronología”, explica Schmidt Dias. Y también los resultados de las dataciones con más de 15 mil años de antigüedad, que suelen ser objeto de controversias y polémicas –tales como algunas registradas para determinados sitios de Serra da Capivara o en Santa Elina–, que tampoco se tuvieron en cuenta.
El Bosque Atlántico, cercano a la costa, habría sido la última región del país colonizada por el hombre
Entre las dataciones analizadas en ese trabajo, nueve arrojaron resultados entre 15.500 y 12.800 años. Ésas fueron las más antiguas de la muestra, y se obtuvieron a partir del material de cinco sitios arqueológicos. Dos de esos enclaves, Toca do Sítio do Meio y Toca do Gordo de Garrincho se encuentran en la zona de Serra de Capivara. Otros dos están localizados en el norte del estado de Minas Gerais: Lapa do Boquete, un sitio ubicado en el valle del río Peruaçu, que actualmente es un área de transición entre los biomas del Cerrado y la Caatinga, y Lapa do Dragão, en el límite con el estado de Bahía. El quinto sitio es la caverna de Pedra Pintada, en Monte Alegre, en los alrededores de localidad de Santarém, en el norte del estado de Pará, desde el cual se avista el río Amazonas.
Este último sitio prehistórico fue noticia en todo el mundo a comienzos de la década de 1990, cuando la arqueóloga estadounidense Anna Roosevelt, bisnieta del expresidente de Estados Unidos, Theodore Roosevelt, dató por primera vez sus pinturas rupestres en alrededor de 11 mil años. En la actualidad, Pedra Pintada, cuyo material acopiado por la investigadora no quedó en Brasil, está siendo estudiada nuevamente por el arqueólogo Claide Moraes, de la Universidad Federal del Oeste de Pará (Ufopa), en Santarem. “Tenemos cinco dataciones nuevas de carbones y semillas carbonizadas provenientes de hogueras probablemente encendidas por humanos prehistóricos cuya fecha se determinó en 12 mil años”, dice Moraes.
A continuación de esos cinco sitios arqueológicos más antiguos que se consignan en la muestra, el trabajo publicado en Quaternary International destaca a las ubicaciones con edades entre 12.800 y 11.400 años. En ese período de la prehistoria brasileña, la distribución geográfica de la presencia humana empieza a expandirse. Además de incluir al norte de Minas Gerais, el estado de Piauí y la Amazonia, los sitios de este período incluyen localidades situadas en el extremo sur del país, en el límite con Uruguay, y del centro-oeste, tal como es el caso de Santa Elina, en el estado de Mato Grosso. Para este intervalo de tiempo, la cantidad de dataciones asciende a 56 y los sitios arqueológicos suman 29.
Hace entre 11.400 y 10.200 años, en el estudio se computaron 65 dataciones relacionadas con 46 sitios, ya diseminadas literalmente de norte a sur por todo el actual territorio brasileño. “Alrededor de 10.500 años atrás, la cantidad de sitios arqueológicos crece en todas las regiones”, comenta Scmidt Dias. En la región de Serranópolis, en el sudeste del estado de Goiás, por ejemplo, se conocen más de 40 yacimientos con material lítico asociado a la cultura Itaparica. Los mismos exhiben pinturas rupestres y están ubicados en refugios rocosos a orillas del río Verde, un afluente del río Paranaíba. Sus edades varían entre 10.700 y 8.400 años. Incluso el estado de São Paulo, al cual se lo consideró vacío de vestigios arqueológicos durante un buen tiempo, aportó dos yacimientos de este último período: Batatal 1 y Capelinha, ambos situados en la zona conocida como Vale do Ribeira, en áreas donde los pobladores prehistóricos construyeron una especie de cementerio a orillas de los ríos, constituido por las formaciones de montículos de conchas que se conocen con el nombre de sambaquíes o concheros fluviales. A mediados de la década de 2000, se encontró en Capelinha un cráneo humano con casi 10 mil años que recibió el apodo de Luzio. Este yacimiento arqueológico está considerado como el más antiguo en la zona del Bosque Atlántico con registros de la presencia humana en la región. El hallazgo de sitios arqueológicos en áreas cercanas o vecinas al litoral atlán-tico siempre constituye un reto. En el transcurso del tiempo hubo variaciones en el nivel del mar y puede ser que existan antiguos asentamientos que hoy en día se encuentren en zonas sumergidas.
Puntas de flechas
Las puntas de flechas relatan una historia similar al respecto de la ocupación humana primigenia del territorio brasileño. Aquí, este tipo de vestigio de la cultura material de los pueblos prehistóricos se considera algo relativamente raro. Al menos tres sitios arqueológicos asociados a dos culturas distintas dejaron ejemplares de esos artefactos líticos con edades superiores a los 10 mil años. En el sitio de Garivaldino, en el centro de Rio Grande do Sul, y en Tunas, en el estado de Paraná, se encontraron puntas de proyectiles pertenecientes a la cultura Umbu. En la Gruta do Marinheiro, en Minas Gerais, también se hallaron artefactos líticos de ese tipo, igualmente antiguos, pero cuya filiación cultural es objeto de debate.
Algunos arqueólogos consideran que las puntas del sitio arqueológico mineiro pertenecen a la cultura Umbu, al tiempo que otros todavía no saben cómo catalogarlas. “Las puntas de la Gruta do Marinheiro son totalmente distintas a las del sur. No pertenecen a la tradición de Lagoa Santa ni a Umbu. Y mucho menos a la cultura de Itaparica, la cual, por cierto, no elaboraba puntas”, sostiene la arqueóloga Mercedes Okumura, del Museo Nacional de la Universidad Federal de Río de Janeiro (MN-UFRJ), una de las pocas investigadoras de Brasil que estudian estos tipos de artefactos líticos. “La teoría nos dice que para que surja esa diversidad en el modo de elaborar las puntas se necesita, entre otros factores, un tiempo suficiente como para que la misma se desarrolle. Dicho de manera simplificada, se trata de un proceso similar al de la evolución biológica”.
No puede descartarse la posibilidad de que un grupo prehistórico presente en esa región, y que ya sabía fabricar puntas de flechas con ciertas características, haya emigrado hacia un área en donde no existía ese tipo de conocimiento. En teoría, dicha migración reduciría el tiempo requerido para que un grupo aprendiese a elaborar puntas de un determinado estilo. Sin embargo, las puntas de flechas halladas en Brasil no se asemejan a las de la cultura de Clovis, de América del Norte, ni a las del tipo cola de pescado, presentes en Argentina y en Uruguay, cuyas edades llegan a 11 mil años. “En Brasil hay algunas de éstas, pero aún no se han datado”, comenta Okumura.
Edad calibrada
Las dataciones de los sitios arqueológicos siempre conllevan alguna discordancia, y a veces incluso polémicas, cuando los resultados obtenidos apuntan edades inesperadas. Uno de los motivos subyacentes de ello es que en América la cantidad de osamentas humanas antiguas halladas preservadas es pequeña y, entre los pocos casos que resistieron al paso del tiempo, resulta raro que los arqueólogos logren extraer tejido biológico (colágeno) que pueda convertirse en objeto directo de una datación con carbono 14. La datación directa de material humano siempre es más difícil de cuestionar. Mediante el método del carbono 14, se puede fechar material de hasta 50 mil años. Cuando no se puede determinar una cronología de la ocupación de un área a partir del tejido biológico de esqueletos humanos, el recurso siguiente consiste en procurar obtener datos indirectos: la datación la capa geológica en donde se hallaron los esqueletos o vestigios humanos. De no hallarse huesos de Homo sapiens, otra opción es buscar objetos fabricados por la mano del hombre o restos de hogueras encendidas por el hombre que puedan datarse. Cuando esto tampoco fuera posible, lo que queda es nuevamente recurrir a la datación de la capa geológica en donde se halló el objeto asociado a la presencia humana.
Varios sitios de América del Sur son tanto o más antiguos que los de la cultura de Clovis, en Estados Unidos, que surgió hace 13 mil años
Para complicar aún más las cosas, las edades registradas mediante el método del carbono 14 pueden presentarse en dos formas, calibradas o no calibradas. Esto genera discrepancias y confusiones. Al público lego no siempre le queda claro cuándo los arqueólogos o los medios de comunicación están usando un tipo de dato u otro. Las edades obtenidas con la técnica del carbono 14 deben afrontar un tipo de corrección para ser equivalentes a los años del calendario humano. De este modo, 10 mil años registrados según la técnica del carbono 14 representan, una vez calibrados, alrededor de 12 mil años. Existe otra forma de efectuar esta corrección y, dependiendo de la técnica empleada y del margen de error, los resultados corregidos pueden variar ostensiblemente. Por eso algunos arqueólogos prefieren trabajar con las dataciones del carbono 14 sin haber pasado por ese proceso de corrección. “Prefiero usar fechas no calibradas”, comenta Walter Neves. Un detalle: en este reportaje se emplearon dataciones calibradas.
Artículos científicos
BBUENO, L. y DIAS, A. Povoamento inicial da América do Sul: Contribuições do contexto brasileiro. Estudos Avançados. v. 29, n.83, ene./ abr. 2015.
ARAUJO, A. G. M. On vastness and variability: Cultural transmission, historicity, and the paleoindian record in eastern South America. Anais da Academia Brasileira de Ciências. v. 87, n. 2, p. 1239-58. 2015.
BUENO, L. et al. The late Pleistocene/ early Holocene archaeological record in Brazil: A geo-referenced database. Quaternary International. v. 301, p. 74-93. 8 jul. 2013.