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Filosofía

La pasión por la libertad

Un centro de estudios revela la actualidad de las reflexiones de Hannah Arendt sobre la responsabilidad del pensar

Hannah Arendt, en 1944

Fred Stein Archive/ Archive Photos/ Getty ImagesHannah Arendt, en 1944Fred Stein Archive/ Archive Photos/ Getty Images

En una era de extremos, Hannah Arendt (1906-1975) fue lo suficientemente sabia y valiente como para tomar al mundo clásico como base para la verificación de postulados morales y políticos. Actualmente reconocida, era hasta hace pocas décadas un nombre controvertido por izquierda y por derecha; pero fue a partir de sus obras que el totalitarismo, la condición humana y “la banalidad del mal” se transformaron en conceptos claves para entender la modernidad. De allí la importancia constante de divulgar su obra, siempre actual. Ésta es una de las funciones más importantes del recientemente inaugurado Centro de Estudios Hannah Arendt (www.hannaharendt.org.br), dependiente del Instituto Norberto Bobbio, ambos presididos por Raymundo Magliano Filho, ex presidente de la BM&FBovespa, y coordinados por Cláudia Perrone-Moisés, docente de la Facultad de Derecho de la Universidad de São Paulo (USP).

“Es clásica en el sentido preconizado por Bobbio: es una autora cuyos conceptos, aunque fueron elaborados en el pasado, todavía nos aportan algo para entender el mundo actual”, afirma Celso Lafer, presidente de la FAPESP, quien fuera alumno de Arendt durante la década de 1960 en la Cornell University, en Estados Unidos. “Toda su obra es de una intensa actualidad. En la década de 1950 ella ya abordaba la sociedad de consumidores y analizaba en su obra el tema actualmente vital de la responsabilidad de la relación entre el pensar y el juzgar”, coincide Cláudia Perrone-Moisés. El centro nació de un Centro de Investigación, Innovación y Difusión (Cepid) de la FAPESP, el Núcleo de Estudios de la Violencia (NEV-USP), que entre 2004 y 2010 albergó al Grupo de Estudios y Archivo Hannah Arendt. “Este mes comenzará sus actividades el primer grupo de estudios sobre Responsabilidad y juicio, con ensayos, cursos y conferencias reunidos, producidos durante los años 1960 y 1970”, comenta Perrone-Moisés. En ellos, Hannah Arendt plantea una ética de visibilidad en el dominio público de la acción y la política, evocando una vez más el rol decisivo de la reflexión y la crítica en la determinación de la práctica.

“Es una escritora sugestiva, que siempre engendra nuevas lecturas. Cada generación siente la necesidad de formular su interpretación”, sostiene Lafer. En Los orígenes del totalitarismo (1951), Arendt describe el proceso mediante el cual, luego de los tratados de paz que pusieron fin a la Primera Guerra Mundial, los derechos del hombre heredados de la tradición de las revoluciones pasaron por una prueba de fuego. “Considerados inexistentes para una categoría de personas tenidas como ‘sin derechos’ por ser apátridas, los derechos del hombre demostraron su ineficacia cuando se desvincularon de la ciudadanía”, explica Perrone-Moisés.

Según la investigadora, la crítica que Arendt efectúa con respecto al tema de los derechos del hombre se refiere a su abstracción, que se tornaría manifiesta en el momento en que no tuviesen más apoyo en la ciudadanía. Al fin y al cabo, los derechos del hombre habían sido definidos como inalienables, pues se suponía que eran independientes de todos los gobiernos, pero en el momento en que seres humanos dejaban de tener un gobierno propio, no restaba ninguna autoridad para protegerlos y ninguna institución dispuesta a asegurarlos. “La emergencia del totalitarismo sólo fue posible, según Arendt, pues vino precedida por un proceso, entre las guerras, al cual denominó destitución de lo humano”, concluye Perrone-Moisés.

En La condición humana, de 1958, Arendt apunta la destrucción de las condiciones de existencia del ser humano en el mundo moderno, operada por la sociedad de masas. En 1961, un acontecimiento sería determinante en el derrotero intelectual de Arendt.: su ida a Jerusalén para asistir y cubrir para la revista New Yorker el juicio del criminal nazi Adolf Eichmann, que se transformaría posteriormente en el libro Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal. Esta experiencia resultó en su retorno a la filosofía. La expresión “banalidad del mal”, que desarrolló en este trabajo, fue otro foco de discordia, pues fue vista como una trivialización de lo ocurrido. “Para algunos, Arendt había traicionado la idea del ‘mal radical’ esgrimida anteriormente, pasando a considerarlo solamente como banal. Sucede que Arendt nunca abandonó la idea del ‘mal radical’, sino que lo que presenció en Jerusalén no se encuadraba en esa definición. La banalidad del mal estaba vinculada a la incapacidad de pensar y a la ejecución automática de tareas del burócrata moderno”, analiza Perrone-Moisés. Nada puede ser más del siglo XXI que esto.

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