Un esmilodonte, o tigre dientes de sable, en su acepción más popular (Smilodon populator), que vivió hace 100.000 años, debió haber pasado sus últimos días cojeando por las llanuras del norte de lo que actualmente es Argentina. Esta es la conclusión a la que arribó el paleontólogo Fernando Henrique de Souza Barbosa a partir de una investigación realizada en la Universidad del Estado de Río de Janeiro (Uerj), publicada en mayo en la revista Paleoworld. Para ello examinó un hueso fósil de una pata delantera llamado metacarpo, de unos 8 centímetros (cm) de largo, la única pieza del esqueleto del mayor depredador terrestre que habitó el continente hallada en unas excavaciones.
El fósil presentaba una serie de alteraciones que, en su opinión, son típicas de la osteomielitis, una enfermedad generalmente causada por la bacteria Staphylococcus aureus, que provoca una inflamación en el interior del hueso, inutilizando la pata del animal. Para hallar vestigios del microorganismo responsable de la infección habría que destruir parte del fósil, algo que no se ha hecho. El patógeno, que también causa infecciones en humanos, fue responsable de casi 200.000 internaciones en Brasil entre 2009 y 2019. La infección se inicia en la piel y, de no tratársela, puede llegar a la médula ósea y causar deformidades, como debió haber ocurrido con el tigre dientes de sable.
De Souza Barbosa fue invitado por colegas argentinos para que evaluara el hueso desenterrado en 2010 debido a que él es un experto en paleopatología. Esta disciplina estudia cualquier tipo de alteración en huesos fósiles, causada o no por enfermedades, tales como fracturas, caries y protuberancias. “El estudio de las patologías hace que la paleontología sea aún más interesante, porque aporta detalles sobre los hábitos de vida del animal y cómo murió”, subraya el paleontólogo Jorge Ferigolo, de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS) y pionero en este campo en Brasil.
Ferigolo refiere que ha encontrado pocos casos de este tipo, porque la enfermedad debilita los huesos, “que se fragmentan y desaparecen del registro fósil”, explica. Según él, la mayoría de los casos humanos se producen luego de accidentes que dejan como saldo fracturas expuestas o después de cirugías de reconstrucción ósea.
La infección, según sostiene, también puede iniciarse en la piel y llegar al esqueleto a través del torrente sanguíneo, al cabo de tres o cuatro semanas. Posteriormente se extiende y provoca la necrosis del tejido, que se desprende en pedazos. “En estos casos, el tratamiento con antibióticos suele evitar daños mayores”, afirma. Ello depende de un diagnóstico eficaz, lo que a menudo no ocurre.
“Este es un hallazgo raro, especialmente en América del Sur, donde se han encontrado pocos huesos de esmilodontes”, opina la paleontóloga Ana Maria Ribeiro, también de la UFRGS, quien no fue parte del trabajo. Estudios realizados con otros ejemplares fósiles de S. populator detectaron fracturas en el fémur, deformidades espinales, lesiones en el cráneo y cálculos urinarios. Este tipo de infección aún no se había registrado.
Los fósiles de su homólogo norteamericano S. fatalis son mucho más comunes. En un único yacimiento arqueológico de Los Ángeles (EE. UU.), los paleontólogos desenterraron más de 2.000 esqueletos fósiles e identificaron enfermedades tales como deformaciones en la cadera causadas por una multiplicación celular desordenada, displasia ósea y varios tipos de alteraciones en la columna vertebral, aunque no osteomielitis.
De Souza Barbosa ya había estudiado otros casos de infección parecidos en perezosos gigantes (Eremotherium laurillardi) y en un ejemplar de mastodonte (Notiomastodon platensis). En el municipio de Ibirá (São Paulo), se halló un caso de la enfermedad en un fósil de dinosaurio, tal como se describe en un artículo del paleontólogo Tito Aureliano, de la Universidad de Campinas (Unicamp), publicado en 2021 en la revista Cretaceous Research. El espécimen también contenía parásitos en sus vasos sanguíneos.
Huesos comparados
Para identificar la especie del tigre dientes de sable argentino basándose únicamente en el hueso de la pata, De Souza Barbosa, actualmente en la Universidad del Estado de Amazonas (UEA), comparó la muestra con fósiles similares de otros felinos que habitan la región, tales como el puma (Puma concolor), el jaguar (Pantera onca) y ejemplares sanos de S. populator. Al comparar el hueso enfermo con uno sano de la misma especie, notó que el primero era más grueso y presentaba una protuberancia de alrededor de 1 cm. En las imágenes radiográficas, identificó áreas destruidas y otras más densas, típicas de una infección grave.
“La observación de las fotografías del artículo permite efectuar un diagnóstico seguro de osteomielitis crónica”, dice Ferigolo, quien se formó como médico y luego se interesó por los huesos y sus enfermedades mientras trabajaba como radiólogo en el interior de Rio Grande do Sul.
Ribeiro destaca que el hueso presenta orificios que van de la médula a la superficie, por donde se eliminaba el pus, debilitando el tejido. “Es un animal que sufrió, no podía mover más la pata y le debe haber sido muy difícil desplazarse y cazar”, comenta la investigadora.
En 2012, un grupo internacional de investigadores halló el bacilo de la tuberculosis (Mycobacterium tuberculosis) en un bisonte que vivió hace 17.000 años en el estado de Wyoming (EE. UU.). Los análisis de laboratorio identificaron moléculas lipídicas típicas de estas bacterias; una técnica, explica De Souza Barbosa, aún más precisa para este fin que los análisis de ADN.
Un festival de patologías
Los tres paleontólogos coinciden en que la alteración de los huesos es mucho más frecuente en los herbívoros, por ser animales más abundantes en la naturaleza y, en consecuencia, en los registros fósiles, que incluyen a perezosos y armadillos gigantes, por ejemplo. “Los herbívoros de la megafauna eran grandes, de 5 o 6 metros de altura, y su peso hacía que los discos cartilaginosos intervertebrales se redujeran de espesor hasta que los huesos se fusionaban, comprimiendo la sección nerviosa central”, explica Ribeiro, quien ha estudiado casos como éste.
La investigadora encontró muchas perforaciones en los caparazones de gliptodontes, señal de infecciones con hongos, sarna o un insecto parecido a una pulga que atravesaba la piel y roía los huesos del animal. Las fracturas en el caparazón y en la cola también eran habituales, probablemente como resultado de peleas en las que los armadillos gigantes se asestaban golpes con un hueso parecido a una porra situado en el extremo de sus colas.
“Las enfermedades articulares, como la artritis y la artrosis, eran muy frecuentes en estos armadillos, que hacían esfuerzos repetitivos para cavar o luchar”, dice Barbosa. En los perezosos gigantes, observó que el problema era más frecuente en los individuos más longevos.
Las patologías de los fósiles también pueden ser fuente de confusiones a la hora de identificar a las especies. Un caso clásico fue el del espécimen de un hombre de Neandertal desenterrado en La Chapelle-aux-Saints (Francia), en 1908. El paleontólogo francés Marcellin Boule (1861-1942) reconstruyó el esqueleto, cuya columna vertebral se hallaba inclinada hacia adelante, como si fuera un cuadrúpedo, y concluyó que se trataba de un eslabón entre los grandes simios y el hombre moderno. Sin embargo, estudios posteriores revelaron que se trataba de un ejemplar senil, con artrosis de columna y discopatía aguda, una enfermedad que degenera los cartílagos intervertebrales.
Artículos científicos
LUNA, C. A. et al. Osteomyelitis in the manus of Smilodon populator (Felidae, Machairodontinae) from the Late Pleistocene of South America. Paleoworld. Online. 22 may. 2023.
AURELIANO, T. et al. Blood parasites and acute osteomyelitis in a non-avian dinosaur (Sauropoda, Titanosauria) from the Upper Cretaceous Adamantina Formation, Bauru Basin, Southeast Brazil. Cretaceous Research. v. 118. feb. 2021.