GUILHERME LEPCAEn Historia do Brasil (1932), el poeta Murilo Mendes definió al Homo brasiliensis de manera enfática: “El hombre es el único animal que juega al animal”. Curiosamente, tal como sostiene el antropólogo Roberto DaMatta, autor de Águias, burros e borboletas: um estudo antropológico do jogo do bicho, “las instituciones capitales para entender Brasil, tales como el carnaval, el fútbol y el jogo do bicho [nota del traductor: juego de los animales o quiniela de animales, una especie de lotería clandestina en la actualidad y desde hace varias décadas] están prácticamente desterradas de la reflexión intelectual, y son vistas como pruebas de ignorancia, de atraso cultural y expresión de nuestra perenne tendencia a la corrupción y al delito”. En el Legislativo se arrastran desde hace décadas debates sobre la legalización o no de la “fezinha” [algo así como la apuestita] infructuosamente, aunque el año pasado se “descubrió” un local de apuestas del juego que funcionaba desde hace 15 años dentro del Congreso Nacional. También están los que sindican a los bicheiros [los dueños del negocio] como “patronos” iniciales del narcotráfico y creadores de una versión tropical de la mafia en Brasil. Pese a ello, en los Carnavales siempre es posible ver, en diarios y revistas, fotos de presidentes de escolas de samba, la mayoría supuestos bicheiros, que estarían presentes también en la cúpula de la oficializada Liga de Escolas de Samba, la Liesa.
¿Cómo es posible entender que un juego inocente, cuyo fundador, en 1892, fue un noble, el barón de Drummond, e ideado como forma de mantener en funcionamiento un símbolo de la civilización que llegaba a los trópicos, el Jardín Zoológico de Vila Isabel, se haya transformado en una polémica contravención en tan poco tiempo? “La cohibición de la quiniela de animales nunca fue una cuestión moral o legal. Más bien representó, desde el vamos, el deseo del Estado de regular el comportamiento de las clases populares brasileñas. El estudio de la historia de la lotería de animales apunta a entender la creciente criminalización de la vida cotidiana a comienzos del siglo XX, producto de los cambios aparejados a la transición de la sociedad brasileña de una sociedad esclavista a otra capitalista, de consumo, cuya versión urbana se fundó en el cercenamiento de la vida de las personas comunes, en el ámbito privado y también en el ámbito público”, explica la historiadora Amy Chazkel, de la City of New York University, cuyo estudio Laws of chance: Brazil’s clandestine lottery and the making of urban public life (Duke University Press) sale este mes. “La institución ‘jogo do bicho’ no fue una creación de un barón emprendedor, sino que nació como producto de la interacción entre el Estado y la población. Desafió a las loterías legales, que le redituaban dinero al gobierno, y representó a las tendencias liberales que las asociaciones comerciales y el Legislativo intentaron erradicar, y parecía confirmar los miedos de las elites con relación a las tendencias entrópicas de la clase trabajadora, su deseo de ganar dinero sin trabajar y el desprecio que tenía por las leyes”. O en las palabras de DaMatta: “El juego de los animales le hace justicia a la inmensa creatividad de los brasileños por lo que destila de utopía y generosidad, lo que explica por qué tiene siete vidas, como el gato, pese a las persecuciones policiales de los gobernantes burros y de una elite rapaz, que siempre fue más vil que noble”.
Zoológico
Amigo y socio del barón de Mauá, João Batista Vianna Drummond (1825-1897) compró en 1872 una vasta chacra ubicada en la ladera de Serra do Engenho Novo, donde al año siguiente fundó la Companhia Arquitetônica, cuyo objetivo era la creación de un barrio amplio con bulevares, en los moldes franceses, en oposición al urbanismo lusitano de Río, con sus callejuelas. Abolicionista, Drummond le puso a la región el nombre de Vila Isabel en homenaje a la princesa. El barrio, un proyecto moderno, brindaba opciones de esparcimiento y una conexión de tranvía con el centro de la ciudad. Imbuido del espíritu científico y civilizador de la época, el barón reservó 300 mil metros cuadrados a la instalación de un zoológico, que sería una referencia para los estudiosos brasileños. Apelando a sus contactos en el Estado, Drummond solicitó y obtuvo una subvención para el funcionamiento del parque, abierto en 1888 y que le redituó el título de barón, recibido de manos del emperador. Dos años más tarde, bajo la alegación de insuficiencia en la ayuda municipal, volvió a solicitarla, en esta ocasión sugiriendo que podría obtener recursos sin gravar a las arcas públicas si se le permitiese explotar juegos lícitos (el Código Penal de 1890 prohibía los juegos de azar) en el interior del zoológico. Entre ellos, el juego de los animales: el visitante recibía un billete con la figura de un animal impresa; al finalizar el día, se abría una caja que quedaba colgada cerca del portal de entrada del parque, en la cual había un cuadro con el retrato del animal del día, que el barón eligiera previamente entre una lista de 25 animales. El primer sorteo, en el que salió “el avestruz”, se realizó en julio de 1892 y el ganador se hizo acreedor a un premio de 20 mil-réis, 20 veces el precio de la entrada. En dos semanas, salió “el perro” y el suertudo embolsó 2 contos de réis [un conto: un millón de réis], una prueba del rápido crecimiento de público, en razón del sorteo. Los periódicos comentaban acerca de la falta de espacio en los tranvías que iban a Vila Isabel y se crearon nuevas líneas para dar cuenta de la demanda. El barón, astuto, en poco tiempo más empezó a ofrecer la venta de billetes para el zoológico en establecimientos ubicados en el centro de la ciudad, lo que hacía posible la participación a distancia. El paso definitivo hacia el éxito de esta quiniela se dio cuando el parque empezó a permitir que se pudiese elegir, con la compra de las entradas, un animal en particular. El sorteo se convirtió en juego de azar.
GUILHERME LEPCAY el juego se transformó en “furor”: “Actualmente, en Río, el juego lo es todo. No hay criados, porque todos se pasan el día comprando billetes de la quiniela de animales. ¡Nadie trabaja! Todo el mundo juega y nada más”, se quejó, parnasiano, el poeta Olavo Bilac. “La institucionalización del ideal de igualdad política y el fin del orden imperial, en una sociedad en que el trabajo era la marca de la esclavitud, hicieron surgir la fiebre especulativa y consolidaron un juego barato, fácil y sin pretensiones. Un juego con un sesgo mitológico y totémico familiar que estudiaba y relacionaba animales, números y dinero y que así reunía simbólicamente a los pobres con los ricos y a los inferiores con los poderosos”, sostiene DaMatta. Pero la República había llegado dispuesta a regular un país que, según afirmaban, la lasitud de la monarquía condenaba al atraso. “El Estado vigilaba tanto a los capitalistas poderosos como a los pequeños negocios y a los vendedores callejeros, se cernía sobre todo lo que operase fuera de los límites legales de su regulación. En ese movimiento se creó una ‘zona gris’ de emprendimientos incontrolables que signó la transición del Imperio a la República. El juego de los animales se volvió cada vez más popular y se ramificó en el pequeño comercio, y la persecución más propagandística que otra cosa contra los juegos de azar hasta entonces adquirió un nuevo objetivo: las preocupaciones morales sobre el juego de los animales no surgieron porque era una forma de jugar, sino porque era un tipo de comercio”, analiza Amy Chazkel. Al fin y al cabo, añade la historiadora, el gobierno tenía más por ganar al suscribir contratos con las grandes compañías que al permitir que los pequeños comerciantes, interesados en vender billetes de la quiniela junto a sus negocios habituales, ocupasen las calles de la ciudad libremente. “De allí la gritería general de las elites y de los altos concesionarios contra el juego, en peticiones y debates infinitos en el Legislativo, lo que revela a su vez que siempre que una multitud se reúne y el dinero circula, la gente encuentra una forma de burlar las reglas”, sostiene la investigadora.
La República igualmente se abocó con ahínco a consolidar el concepto de contravención, de los pequeños delitos. “Había una crítica fuerte contra el depuesto régimen debido a su forma de reprimir actividades que atentarían contra la moral y el orden público, como el vagabundeo, la pereza, la ebriedad, los juegos de azar y la capoeira. Para el nuevo gobierno republicano, la lasitud imperial ante esas afrentas a ‘la moral y las buenas costumbres’ revelaba la decadencia de la monarquía”, sostiene Amy Chazkel. El “pequeño delito” pasa a ser una obsesión para la policía, ya que alcanzaba a una cantidad mayor de personas y estaba directamente ligado a la burocracia policial, no tanto a la Justicia. Los jueces y la policía pasan a disputarse el espacio relativo a la forma de lidiar con la contravención, con lo cual se crea un conflicto de intereses: la Justicia tenía la última palabra en la legalidad de la acción de la policía en las calles, pero esa autoridad en muchas ocasiones excedía a la del magistrado al absolver a un preso. Esto explica por qué casi ningún vendedor de quiniela detenido por la policía fue condenado hasta 1917, por “falta de pruebas”. “Las clases menos protegidas sufrieron los efectos colaterales de esta disputa, exacerbada por la transformación del jogo do bicho en contravención, ya que la policía luchaba por la preeminencia en las calles, al ejercer su poder de detener y reprimir. En ese movimiento, la policía carioca no era leal ni al Estado, ni a la gente del pueblo, de la cual sus miembros provenían. Existía una tendencia, en lo que hace a la contravención, a lidiar con los sospechosos con base únicamente en sus valores e identidades: alguien ‘conocido por ser bicheiro‘ podía ser detenido aunque no estuviese vendiendo billetes”, dice Amy. “Y lo más importante, la experiencia de este modus operandi contra el juego se trasladó más tarde al campo de la política. La policía usó las armas desarrolladas en el combate contra los juegos y otras pequeñas contravenciones y para reprimir a los disidentes políticos surgidos de la agitación obrera. Jurídicamente, el quinielero y el delincuente político eran lo mismo. Se podía ir preso por ‘ser un conocido líder comunista’.”
GUILHERME LEPCAPor más que fue perseguida, la quiniela de animales no fue erradicada. “Se puede entender a absolución de los involucrados como una reacción de los jueces a los excesos de la policía y como la conciencia de que la policía estaba implicada en la contravención. El juego sobrevivió también porque se transformó en una parte extralegal de la labor policial. Por eso todos los implicados, desde los jueces hasta los policías, ayudaron a crear un submundo urbano de contravención”, sostiene la investigadora. “A medida que la represión fue aumentando, los dueños del juego se organizaron para obtener el efecto opuesto. La represión terminó siendo responsable por la organización del juego, al unir a los bicheiros y provocar una expulsión de los ‘amateurs’ o los que constituían una banca eventual. Es una situación típicamente brasileña: la persecución al juego genera una aprobación popular, lo que le otorgaba legitimidad social contra una prohibición legal elitista y malintencionada. El gobierno se convierte en el enemigo común y la policía se convierte en presa fácil de los banqueros del juego, que la sobornan”, coincide DaMatta. Para quienes vendían los billetes, el trabajo en este comercio significaba algo mucho más tentador que trabajar en una fábrica. El juego se transforma en un aspecto totalmente normal del cotidiano, más aún en una época en que, como sostiene el historiador José Murilo de Carvalho, en Os bestializados, “la creencia en la suerte como medio de enriquecimiento rápido y sin esfuerzo era difundida en toda la sociedad carioca durante los primeros años de la República”, en razón de la intensa especulación financiera y bursátil llamada Encilhamento, que puso grandes cantidades de dinero en circulación sin respaldo, una expresión característica de ese “capitalismo sin ética protestante”. “No sin razón, la intelectualidad carioca usó al juego como metáfora de la especulación financiera del Estado”, recuerda Amy. “Si un banquero puede hablar seriamente de inversiones, si un político presenta un proyecto de ley inspirado en el liberalismo, el juego es una versión popular y barata de esas cosas. Si imaginamos que el jugador de la quiniela de animales es un humilde especulador ubicado en el polo opuesto, se puede decir que actúa inspirado en ese mismo modelo, pero que cambia al Estado por el sueño, al liberalismo por la cosmología de los animales y al apadrinamiento por las corazonadas”, evalúa DaMatta.
En 1917, la represión se intensificó con la llamada “campaña matabichos”, pero la lotería clandestina, más que sobrevivir, salió más fuerte, concentrada, profesionalizada, con un código de ética que, para la población, era “más confiable” que el que emanaba del Estado. “No hay que olvidarse que, en esa lógica capitalista, el bicheiro era capaz de igualar prácticas legales, al transformar un pedazo de papel en un pagaré. La legendaria confianza en los operadores del juego nació del contraste implícito con los operadores no confiables del Estado. Para la mayoría de los brasileños que no eran de la elite, el Estado era sinónimo de un sistema judicial criminal y punto”, dice la historiadora. “Los banqueros accesibles y populares mantienen con los apostadores un nexo transitorio, pero definido por la lealtad y la confianza, porque ambos comparten el mismo sistema de creencias. Todos son tratados con respeto. Y el ciudadano desea tanto de sus derechos políticos como respeto. Por eso no se trata de una sociedad defectuosa porque valora la ganancia fácil, como pretenden algunos críticos, sino de un sistema que ve el valor del dinero como un instrumento privilegiado para la construcción de la ‘persona'”, sostiene DaMatta. Por eso, sigue, el juego hace suya la promesa capitalista de éxito monetario y auspicia un cambio de posición social; pero, a diferencia del capitalismo ortodoxo, no transige ante la indiferencia social instituida con la reducción individualista y mercadológica.
Un factor notable de la quiniela de animales desde sus albores fue su vinculación con la cultura popular, ya que muchos de sus primeros banqueros fueron emprendedores pioneros del entretenimiento nacional, como Paschoal Segreto, uno de los introductores del cine en el país. Antes de las proyecciones de las películas, Segreto exhibía 26 anuncios, siempre retirando, adrede, uno de ellos, transformando al cinematógrafo en un juego de azar como la quiniela. “La quiniela de animales fue para muchos cariocas el primer contacto con la diversión pública comercializada. Nuevas invenciones se convertían en un subterfugio de emprendedores en busca de los réditos de la quiniela. Al mismo tiempo, las ganancias del submundo permitían que esos mismos emprendedores pudiesen invertir en el show business o, en el caso de Segreto, en el cine”, nota Amy.
GUILHERME LEPCAEl próximo paso será el Carnaval. “Desde los comienzos, cuando las escolas de samba recolectaban sus contribuciones para el desfile, los quinieleros se encontraban entre los colaboradores. A medida que la ciudad fue creciendo, la lotería de animales siguió el ritmo de la expansión de sus áreas periféricas, en especial a partir de la prohibición de los juegos de azar durante el gobierno de Dutra, en 1946. En dichas zonas el patronato ocupó durante muchos años los inmensos vacíos administrativos dejados por el poder público en áreas de escasos recursos”, sostiene la antropóloga Laura Viveiros de Castro, del Departamento de Antropología Cultural de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) y autora de Carnaval carioca: dos bastidores ao desfile. “Los desfiles de las escolas permitieron la integración positiva de los bicheiros a la sociedad metropolitana. Escolas hasta ese entonces poco competitivas, como Mocidade o Beija-Flor, pasaron a pelear efectivamente por el campeonato del Carnaval en razón del patrocinio de los bicheiros. Esa ‘modernización’ refuerza el control de la red del juego sobre sus territorios, revela una jerarquía de la clandestinidad en la ciudad, y no retira el móvil no económico e interesado del mecenazgo del juego en el Carnaval: el dinero del patrono es también una ‘inversión social’ cuya devolución es el prestigio y la simpatía de la población.” “Al comprometerse con las escolas, los banqueros del juego (los bicheiros son los ‘funcionarios’, los empleados) adquirían lo que necesitaban para desarrollar sus negocios en paz. Considero posible también que la ligazón con las escolas puede haber sido una vía de lavado de dinero del juego”, añade el historiador Luiz Antonio Machado Silva, del Instituto Universitario de Investigaciones de Río de Janeiro (Iuperj) y autor, junto con Fillipina Chineli, del estudio El vacío del orden: relaciones y políticas entre las escolas de samba y el juego clandestino. Según ellos, a partir de la década de 1960 se consolida el “patronato” en las escuelas, lo que coincide con el momento en que la municipalidad y el gobierno en sus niveles federal y estadual transfieren la responsabilidad económica del Carnaval de la esfera pública a la privada, al tiempo que la fiesta cambia su estética que pasa de la “fiesta” al “show“, lo que hace que los costos de producción crezcan enormemente. Los banqueros entran entonces en escena, y el auge de la relación se da con la creación de la Liesa en 1985, que ratifica el dominio de los banqueros del juego sobre las escuelas y las relaciona con los órganos públicos. “De alguna manera el poder público ‘permitiu’ que las escolas fuesen siendo progresivamente controladas por los banqueros del juego. Los estratos populares no salen ganando con eso, pues siguen ocupando una posición subalterna, sometidos política y ideológicamente”, sostiene Silva. “Las escolas aceptan ese apoyo de forma pacífica y sin cuestionar su legitimidad debido a la inserción sociocultural del juego. Al fin y al cabo, incluso el samba tuvo que legitimarse y volverse ‘legal’, al organizarse en las escolas de samba, para pasar de la ‘transgresión’ al ‘orden’. Al mismo tiempo, el samba y el juego siempre fueron actividades relacionadas entre sí, pues eran comunes al mismo estrato social”, analiza el investigador.
Samba
La relación se “profesionaliza” con la Liesa, que, al ser controlada por los banqueros del juego, pasa a intermediar las relaciones entre el Estado, el mercado y la comunidad. Las escolas pasan a autofinanciarse con las ganancias de las transmisiones televisivas, los discos, etc., pero los “dueños de las escolas” siguen sopesando los dividendos sociales y políticos del “patronato” de los desfiles y el trabajo asistencial, sin por ello hacerse cargo con su dinero. En tiempos electorales, el acceso al juego y a las escolas es fundamental y los banqueros lograron hacerse con ambos beneficios. “Debido a su red social, su capacidad de dominación y su expresión política, los banqueros del juego se transformaron durante mucho tiempo en una organización un tanto similar a la mafia norteamericana del juego, aunque en proporciones mucho menores”, afirma el sociólogo Michel Misse, docente del Departamento de Sociología de la UFRJ y autor del estudio Mercados ilegales: Las redes de protección y la organización local del delito en Río de Janeiro. “Hasta la llegada del narcotráfico a las favelas, el jogo do bicho fue el mercado ilícito más importante, tradicional y poderoso. Su capacidad para atraer a la fuerza de trabajo del submundo criminal siempre fue grande, en especial al ofrecer empleo y protección a ex presidiarios.”
Algunos sostienen también la existencia de una conexión entre el juego clandestino y los narcos cariocas, aunque la dimensión de esa unión es objeto de controversia entre los expertos. “A finales de la década de 1970, la prensa revelaba ya la articulación entre el juego y el tráfico de drogas. Es posible que esa vinculación entre el juego y el narcotráfico exista, pero se puede notar que a lo largo de los años 1990 el juego ha emitido claras señales de decadencia, en tanto que el narcotráfico ha dado señales claras de crecimiento. Esto no quiere decir que gente del juego no haya migrado hacia el tráfico de drogas, pero éste último no tiene más en el juego la base de sus operaciones, como al principio. Parece haberse producido una absorción por parte de los narcotraficantes en cuanto al ‘camino de las piedras’ que les enseño la contravención, en términos de corrupción de policías y autoridades, de formas de actuación destinadas a obtener apoyo (tales como el apoyo a la comunidad, clubes, etc.), de las maneras de invertir el dinero, etc.”, evalúa el geógrafo Helio de Araujo Evangelista, docente de la Universidad Federal Fluminense (UFF) y autor de Rio de Janeiro: violência, jogo do bicho e narcotráfico. Los banqueros del juego están cambiando de neopcio. “Los herederos de los banqueros reemplazaron a la quiniela de animales por el control de la distribución de tragamonedas en bares y bingos clandestinos de las ciudades, con el apoyo de la policía”, estima Misse.
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