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TEORÍA POLÍTICA

La permanencia de Hannah Arendt

A 110 años de su nacimiento, los fundamentos formulados por la pensadora siguen siendo fértiles

YouTube Reproducción de escenas del documental Hannah Arendt – Ein portrait (2006), del alemán Jochen Kölsch: sus escritos conservan actualidadYouTube

A 110 años de su nacimiento, que se cumplieron el 14 de octubre, y a 41 años de su muerte, la pensadora alemana Hannah Arendt adquirió el estatus de autora clásica y disfruta de consenso en torno a la importancia de su obra, según Celso Lafer, profesor emérito de la Universidad de São Paulo (USP). Lafer fue alumno de Hannah Arendt en 1965 en la Universidad Cornell (Estados Unidos), época en que, según sostiene, la pensadora era conocida, pero controvertida, entre otros motivos, por su diagnóstico de la actuación de Adolf Eichmann, jerarca de la Alemania nazi encargado de la deportación masiva de judíos a los campos de concentración. Para Arendt, el militar era como un engranaje de un mecanismo mayor, y actuaba sin los beneficios de la razón y el pensamiento, un hombre común, lo que la llevó a acuñar la expresión por la cual es más conocida: “la banalidad del mal”.

Su reflexión sobre el juicio a Eichmann en Israel (1961) salió publicada primero como artículo de la revista New Yorker y posteriormente en el libro Eichmann en Jerusalén (1963). Arendt fue acusada de minimizar o relativizar la crueldad del nazismo, sin que se percibiese la coherencia de una obra que tuvo su hito fundador en el libro Los orígenes del totalitarismo (1951), en el cual describió a los regímenes nazista y estalinista como orientados hacia una dominación absoluta y que no podría estudiárselos con referencias del pasado, dadas sus características inéditas.

Es en esa coherencia, de acuerdo con Lafer, que hoy en día se reconoce y se permite que su obra produzca reflexiones en artículos y libros publicados anualmente. El exalumno de Arendt recurre a las condiciones reunidas por el politólogo italiano Norberto Bobbio (1909-2004): su obra es una interpretación esclarecedora del siglo XX, instiga constante lecturas y relecturas, y sus conceptos se mantienen válidos para entender el mundo actual. “Lo que ella escribió sigue reverberando sobre los problemas con los cuales nos deparamos”, afirma Lafer, expresidente de la FAPESP.

Los escritos de Arendt no se restringen hoy en día a los estudios exclusivos sobre teoría política –a la que la pensadora reivindicaba como su área de actuación, al rechazar el calificativo de filósofa–, sino que se convierten en herramientas para pensar la educación (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 247), la condición de la mujer, las relaciones internacionales o las instituciones estadounidenses (la pensadora vivió en Estados Unidos desde 1941 hasta su muerte en 1975). “El desafío que Hannah Arendt se impuso fue el de encarar un mundo que había perdido el andamiaje conceptual de la tradición, sin por ello recurrir al pasamano de conceptos corroídos por la realidad”, dice Lafer. “De allí la importancia de la actividad del juzgar, en toda su complejidad, prestándole atención a las singularidades de cada caso, sin subsumirlos a categorías universales.”

En lugar de conceptos utilizados de antemano, Hannah Arendt propuso la experiencia. En ese aspecto, fue una autora privilegiada para el abordaje de los derechos humanos. La pensadora vivió la situación de apátrida desde que, por ser judía, fue perseguida, detenida y desposeída de la nacionalidad alemana por el régimen nazi en 1937, hasta obtener la nacionalidad estadounidense en 1951. No es por otro motivo que el Centro de Estudios Hannah Arendt, vinculado a la Facultad de Derecho de la USP, eligió como tema del coloquio destinado a la celebración de los 110 años del nacimiento de la pensadora, La cuestión de las migraciones y los derechos humanos.

“Era sumamente crítica con relación a los derechos humanos establecidos por la Revolución Francesa”, dice Laura Mascaro, investigadora y coordinadora del centro, al lado de Claudia Perrone-Moisés, docente de la Facultad de Derecho de la USP. “Para ella, ese concepto estaría vinculado a la pertenencia a un Estado y cesaría en la medida en que los extranjeros no fuesen más útiles al país en el que se encontraban, lo que llevaría a recibir a los inmigrantes sólo en forma precaria”. Surge de allí el concepto del “derecho a tener derechos”, propio de toda la humanidad y que debería constituir el fundamento de todo el derecho internacional.

Mascaro es, junto a los investigadores Luciana Garcia de Oliveira y Thiago Dias da Silva, la responsable de la traducción en portugués de los artículos reunidos en Escritos judaicos, libro publicado este año por primera vez en Brasil por la editorial Manole. Son ensayos al respecto de “una de las pocas causas en que ella se comprometió: la construcción de Palestina como un Estado federado binacional”, y relacionados con la obtención de derechos del pueblo judío, desposeído de patria a lo largo de los siglos.

Según Mascaro, entre otros intereses actuales del texto, Hannah Arendt preveía que, sin diálogos y acuerdos entre judíos y palestinos, además de los países vecinos, Israel estaría destinado a convertirse en un país en permanente estado de guerra. Su propuesta era la creación de un Estado binacional judío-palestino estructuralmente distinto a los estados nacionales europeos. Sería una democracia fundada sobre gobiernos locales autónomos formados por judíos y árabes. Las dos partes se organizarían para discutir los problemas comunes en una federación vertical de diversos niveles de consejos.

Un mundo compartido
La idea de la organización política por medio de un mundo compartido era cara para Hannah Arendt y formaba parte de su preocupación por la necesidad de ampliar la democracia en los Estados modernos. El principal factor a tal fin sería la acción política de todo ser humano. “La acción política excede la idea de democracia representativa porque no se restringe al campo de las instancias definidas por el derecho”, aclara André Duarte, docente del Departamento de Filosofía de la Universidad Federal de Paraná (UFPR), estudioso de la obra de la alemana.

De acuerdo con el investigador, el estudio de la pensadora sobre el modus operandi del totalitarismo la llevó a detectar el establecimiento de la lógica de una idea: en el caso del nazismo, la superioridad aria. Esa lógica pasa a tener la condición de premisa, lo cual lleva al Estado a prescindir de otros fundamentos, y esto produce la soledad individualista y la desconfianza general en la sociedad. “Un Estado no vinculado a los fundamentos morales demandaría espacios compartidos, en donde la acción política constituiría su propia esencia”, afirma Duarte. Ni siquiera la libertad sería una finalidad en sí misma, sino una condición para la acción política.

Adriano Correia, docente de ética y filosofía política de la Universidad Federal de Goiás (UFG), recuerda que, para Arendt, la acción política sólo la ejerce quien ama el mundo. “Una política que no es amada por los individuos no abre espacio a la participación”, explica. Correia es autor de la revisión técnica de la nueva edición en portugués (la 13ª) de La condición humana (1958), publicada en octubre por editorial Forense Universitaria, del Grupo Editorial Nacional (Gen), con introducción de la politóloga inglesa Margaret Canovan, actualmente jubilada. Según Correia, uno de los aspectos fundamentales de este libro es la presentación de la crítica de la autora a las democracias modernas por haber promovido el primado de la economía sobre el campo de la política. Si bien Hannah Arendt  escribió el libro en el período de la Guerra Fría, sostiene Correia, el mismo ha venido siendo más discutido después la caída del Muro de Berlín (1989), en gran medida debido al poder que alcanzó el capital internacional.

La filósofa Yara Frateschi, del Instituto de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad de Campinas  (IFCH-Unicamp), considera que el pensamiento político de Arendt es continuamente fértil “porque es sumamente crítico con relación al funcionamiento de la sociedad, pero al mismo tiempo interesado en sus potenciales”. De acuerdo con la investigadora, la pensadora sostiene que es necesario contrabalancear los conceptos universalistas con las diversidades, los contextos y las especificidades. “Para ella, el universalismo por sí solo podría convertirse en un fantasma que perpetuaría las injusticias”, comenta.

Según Frateschi, Arendt era una entusiasta de la desobediencia civil y veía los períodos revolucionarios como propicios para las experiencias políticas interesantes, pero rechazaba absolutamente la violencia política por concretar “la destrucción de puentes que propician la construcción de acuerdos y leyes para una vida común; toda violencia conllevaría el peligro de la disolución absoluta del individuo, como en el totalitarismo”.

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