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Política C&T

La red de la vida

Un software hace posible la integración de bancos de datos con informaciones sobre plantas, animales y microorganismos

MIGUAL BOYAYANEn un futuro próximo, los usuarios de Internet tendrán acceso a una red integrada de bancos de datos, con informaciones sobre el nombre, la clasificación y la distribución de miles de especies de plantas, animales y microorganismos autóctonos del estado de São Paulo -un conocimiento esencial para definir estrategias de preservación de la biodiversidad local.

Aún sin nombre definido, esa red integrará los datos del proyecto Flora Fanerogámica del Estado de São Paulo, que desde hace nueve años cataloga 7.500 especies de plantas con flores (fanerógamas), con los de la red Species Link, que reúne informaciones sobre 12 colecciones de herbarios y museos paulistas, además de datos de plantas, animales y microorganismos registrados en el SinBiota, el Sistema de Información del Programa Biota-FAPESP, que se encarga del relevamiento de la biodiversidad y de los recursos naturales paulistas. Será también el paso inicial que permitirá la participación brasileña en una red mucho más amplia, dedicada a la conservación de la diversidad biológica del planeta.

Técnicamente, la concreción de esta iniciativa, pionera en Brasil, y en ciertos algunos aspectos en el mundo, está siendo posible gracias a un protocolo de comunicación llamado DiGIR (Distributed Generic Information Retrieval), que permite rastrear informaciones en bancos de datos distintos y muestra los resultados al usuario como si las informaciones tuvieran origen en una base de datos única. El equipo internacional que desarrolla el software desde hace un año más o menos, presentó la versión de pruebas más reciente, la última antes del DiGIR 1.0, a finales de octubre, en Indaiatuba, interior de São Paulo, durante el Foro Tendencias y Desarrollo en Informática para la Biodiversidad – un rubro de la informática abocado a la creación de herramientas aplicables al estudio de distribución y al análisis de las especies.

El equipo congrega a investigadores del Centro de Referencia en Información Ambiental (Cria), institución encargada del mantenimiento del SinBiota, y a especialistas australianos, alemanes y de las universidades de Kansas y California, Estados Unidos. La idea de desarrollar un programa que permita integrar datos de diferentes sistemas de información – la llamada interoperabilidad, esencial para permitir el acceso por parte del mayor número de investigadores a la mayor cantidad posible de informaciones sobre la biodiversidad – surgió en una reunión del Grupo de Trabajo de Bancos de Datos Taxonómicos, realizada en 2000 en Francfort, Alemania. “Hasta ese momento, cada red había desarrollado un software propio para el intercambio de informaciones.

Estábamos en vías de desarrollar el Species Link, y probablemente crearíamos otro programa diferente, sin capacidad de comunicarse con las otras redes”, cuenta el analista de sistemas Ricardo Scachetti Pereira, del Cria. “Durante la reunión, fue presentada la idea del DiGIR, que permitía ese intercambio de informaciones. Decidimos entonces participar del desarrollo de ese protocolo de comunicación.”

Precisamente debido a que permite el intercambio de informaciones entre bancos de datos diferentes, la influencia del DiGIR no se restringirá a la red paulista. Será también la herramienta utilizada para la integración virtual de esa red con otras redes de bancos de datos sobre biodiversidad existentes en América del Norte (Species Analyst), en Europa (European Natural History Specimen Information Network) y en Australia (Australia’s Virtual Herbarium). Y según el investigador Vanderlei Perez Canhos, director presidente del Cria, el DiGIR es incluso un fuerte candidato a convertirse en el protocolo para la integración de los sistemas de información de una iniciativa multinacional mucho más ambiciosa: la Global Biodiversity Information Facility (GBIF).

El catálogo de la vida
La GBIF, establecida en 2001 en el ámbito del Foro de Megaciencia de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), es una iniciativa internacional que se encarga de coordinar una red que pretende integrar y colocar en Internet informaciones no solamente de colecciones biológicas de todo el mundo – se calcula que museos, herbarios y otras colecciones almacenan 3 mil millones de ejemplares de todos los organismos extinguidos o vivos actualmente -, sino también una lista electrónica con el nombre y la clasificación taxonómica de 1,75 millones de especies de plantas, animales y microorganismos descritos científicamente, el llamado catálogo de la vida.

Todo con el objetivo de procurar resolver una cuestión tan antigua como importante: la pérdida de la biodiversidad del planeta. “Ésta es una crisis global, en la que todos pierden. Solamente se desacelerará si se toman medidas concretas de preservación ambiental, para las cuales es necesario un gran aporte de conocimiento científico y tecnológico”, comenta Canhos.

Pese a que la degradación ambiental se discute desde la década de 70, las perspectivas de reversión de la pérdida de la biodiversidad no son halagüeñas. El propio autor del término biodiversidad, el biólogo estadounidense Edward Wilson, de la Universidad Harvard, advierte en su libro más reciente: El Futuro de la Vida, sobre la necesidad de no solamente poner a disposición informaciones sobre las especies descritas, sino también de completar, en un plazo de 25 años, ese inventario de las especies vivas con las de alrededor de 8 millones aún no descritas.

Y por un motivo preocupante: durante el último siglo, la actividad humana desencadenó una extinción en masa jamás vista desde la era Mesozoica, que puede llevar a la eliminación o a poner en riesgo de extinción un cuarto de las plantas y animales en los próximos 30 años. En un artículo publicado en 2000 en la revista Science, Wilson estima que serían necesarios unos 20 años, y una inversión de 5 mil millones de dólares para completar ese mapeo, un hecho comparable con el Proyecto Genoma Humano, que demandó 13 años para secuenciar el material genético del hombre.

La cuestión de poner a disposición las informaciones existentes, y completar el relevamiento de las especies y los análisis de esos datos con herramientas de la informática es una tarea imposible de llevar cabo por un puñado de instituciones. Es un esfuerzo que requiere la colaboración de investigadores de diversas áreas, y la implicación del mayor número posible de países, que trabajan en forma cooperativa e integrada – una característica de los proyectos de megaciencia, inaugurados en la biología con el Genoma.

“Ningún país es capaz de hacer eso por sí solo”, comenta Dora Ann Lange Canhos, directora de proyectos del Cria. Por tal motivo, en el encuentro de 1996 de la OCDE, se recomendó la creación de una megaestructura (la GBIF) capaz de fomentar la participación de investigadores e instituciones de diversos países – principalmente, de aquéllos que poseen una gran diversidad biológica.

Falta de consenso
Pese a poseer la mayor biodiversidad del planeta, Brasil aún no se ha adherido oficialmente a la GBIF – de la cual forman parte alrededor de 30 naciones – y participa de ésta sólo informalmente, a través del desarrollo de herramientas de informática para la biodiversidad. Y no por una cuestión de fondos – la adhesión le costaría al país unos 50 mil dólares por año, el equivalente al mantenimiento de dos alumnos de doctorado en el exterior durante igual período -, sino por falta de consenso. Mientras que los técnicos del Ministerio de Ciencia y Tecnología (MCT) y una parte importante de la comunidad científica son favorables a la adhesión, el Ministerio de Relaciones Exteriores cree que Brasil estaría en desventaja, pues cedería más informaciones al exterior que la que recibiría a cambio – y, de esa manera, la decisión quedará en manos del próximo gobierno.

“Si integrara oficialmente la GBIF, Brasil únicamente tendría a ganar”, afirma el director del Cria. “Lograríamos una participación más activa en la definición del programa de trabajo de la GBIF, además del financiamiento para desarrollar proyectos nacionales vinculados con la repatriación de datos sobre la biodiversidad”. En la opinión de Ione Egler, de la Secretaría de Políticas y Programas del MCT, la adhesión del país a la GBIF sería importante, principalmente en esa etapa inicial, en la cual los miembros de la iniciativa están definiendo las prioridades de acción. Durante el foro de Indaiatuba, organizado por el Cria con el apoyo de la FAPESP y de otras instituciones, se fijaron los criterios para la selección de los proyectos de digitalización de datos de colecciones biológicas, que serán contratados durante el primer semestre de 2003.

La activa participación de Brasil en la implementación de la GBIF contribuiría para sanar una de las principales dificultades de la investigación nacional en el área: la falta de acceso a informaciones sobre especies brasileñas que se encuentran en el exterior, principalmente en instituciones norteamericanas y europeas, en las cuales están depositados ejemplares y tipos brasileños (un tipo es un ejemplar utilizado para describir una especie) recolectados por expediciones exploratorias históricas, como las de Hans Langsdorff y Karl Friedrich Philipp von Martius.

Quedando afuera de la GBIF, Brasil pierde, por ejemplo, la oportunidad de proponer acciones prioritarias, tales como la digitalización de las informaciones de interés nacional, lo que permitiría acelerar la repatriación de los datos existentes en instituciones en el exterior. Para graficar la necesidad de acceso a esas informaciones, Ione menciona el caso de la Flora Fanerogámica de São Paulo: “Existen 7.500 especies identificadas de la flora de São Paulo, peromenos de 500 tipos se encuentran en colecciones nacionales. El resto está en el exterior. Con ese material digitalizado, cederíamos informaciones sobre 500 especies, en cuanto que recibiríamos datos sobre 7 mil”.

Flora Brasiliensis
Otro ejemplo de esa dificultad de acceso es lo que ocurre con la obra Flora Brasiliensis, una colección de 40 volúmenes editada por Von Martius, con informaciones sobre alrededor de la mitad de la flora nacional, estimada actualmente en 56 mil especies. La mayoría de las copias de la obra, principalmente las completas y bien conservadas, se encuentra en el exterior. Como consecuencia de ello, este recurso es subutilizado por los investigadores brasileños, de acuerdo con el botánico George Shepherd, de la Universidad Estadual de Campinas. Pero esta situación puede comenzar a cambiar en breve: Shepherd coordina un proyecto, aún en fase inicial, que pretende digitalizar una copia completa de esa obra, una iniciativa que puede servir de base para la producción de una nueva flora brasileña – digital y actualizada.

De manera independiente, instituciones extranjeras suministran este tipo de acceso a otros países. Un ejemplo de ello es el Jardín Botánico de Nueva York, que pone a disposición online datos sobre 600 mil ejemplares de plantas – sobre una colección de 7 millones. Pero todavía no es insuficiente. Para conocer mejor la biodiversidad nacional, es necesario el acceso a informaciones del mayor número posible de colecciones.

En ese sentido, Ione Egler, del MCT, es enfática: “Sin información sobre sus especies, el país no consigue conocer su biodiversidad y no pone en práctica los lineamientos de la Convención de Diversidad Biológica (tendiente a promover la conservación, el uso sostenible de los recursos biológicos y la redistribución equitativa de los beneficios derivados del uso de recursos genéticos de esa biodiversidad)”. En caso de que no integre la iniciativa, el país deja también de beneficiarse con las posibilidades de incrementar la capacitación del personal que la GBIF proporciona, y deja de tener un rol activo en la definición del sistema de información adoptado por ésta.

Una duda frecuente, cuando se trata del acceso a información sobre la biodiversidad nacional en Internet, reside en saber si ello facilitaría la biopiratería. “Pero eso un engaño. En el caso de la GBIF, no se trata de una salida de material, sino de un intercambio de informaciones desde hace mucho tiempo disponibles en las revistas científicas”, explica Ione. De la manera en que está planteado, el sistema permite también que los investigadores controlen la información que pretenden poner en la red.

Pero la mayor dificultad que el equipo de Campinas vislumbra para la implementación efectiva de la red paulista es la de cambiar la mentalidad de los investigadores, para que empiecen a compartir los datos y a trabajar de manera cooperativa, tal como exige el proyecto. “La gente debe darse cuenta de que la información científica es esencial para la formulación de políticas y la toma de decisiones”, dice Dora.

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