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Diario

La relatividad tropical

Salen en libro las inéditas anotaciones de Albert Einstein escritas durante su visita a América del Sur (incluido Brasil) en 1925

Pues bien, todo es relativo. “Es uno de esos superhombres que, para nosotros, los salvajes y analfabetos habitantes de estos Brasiles, solamente existen en las monografías y en los diccionarios, uno de esos predestinados que no se encuentran entre la fauna indígena y de cuya existencia llegamos a dudar. Yo quería un sabio a la antigua, un sabihondo de carne y hueso en cuyo abdomen pudiera dar papirotes íntimos, para estar seguro de su erudita realidad”, escribió en 1925 el periodista Jorge Santos, describiendo el efecto de la entrevista que le hiciera a Albert Einstein, por entonces en visita a Brasil. “Poco entendimiento de ciencia. Soy una especie de elefante blanco y para mí ellos son unos tontos”, anotó el científico en el diario de ése, su viaje a Sudamérica (además de Brasil, Einstein visitó Argentina y Uruguay), compuesto de comentarios sucintos como ése, pero muy sabrosos por su acidez.

Todo esto puede verificarse en Einstein, o viajante da relatividade na América do Sul [Einstein, el viajero de la relatividad en América del Sur], de Alfredo Tiomno Tolmasquim (un lanzamiento de Vieira&Lent), que muestra la historia del periplo tropical del físico y su diario hasta ahora inédito, cuyos manuscritos están guardados en la Universidad Hebraica de Jerusalén. El autor es profesor del Museo de Astronomía y Ciencias Afines de Río de Janeiro, e investigador visitante del Max Planck Institute for the History of Science de Berlín. “Estas anotaciones constituyen una íntima expresión de sus pensamientos y sus sentimientos, y retratan su estado de espíritu en cada momento. Nos ayudan a conocer un poco más el lado humano de aquél que muchos creían que tenía algo de divino”, explica Tolmasquim.

La invitación a Einstein -quien por ese entonces ya era una celebridad internacional debido a su Teoría de la Relatividad- para hacer una visita a América del Sur partió en principio de la Universidad de Buenos Aires en 1923, pero el viaje recién se concretó dos años después. Al enterarse leyendo los periódicos porteños sobre la llegada del físico, el rabino Raffalovich, líder de la comunidad judía en Río de Janeiro, entendió enseguida que la posibilidad de extender la visita a Brasil sería una chance de oro para mejorar la imagen de los judíos entre los brasileños. Con la ayuda de académicos cariocas, logró que Einstein aceptase pasar por el país. Para el científico, la ocasión era valiosa: siendo un admirador de culturas exóticas, Einstein también era un defensor empedernido de la creación de una Universidad Hebrea y del sionismo. La oportunidad de ayudar a la colonia local le pareció ideal y el 21 de marzo de 1925 arribó a Río a bordo del Cap. Polonio. En medio a una breve entrevista, advirtió a los más entusiastas que la relatividad no había ensanchado los horizontes de la ciencia sino al contrario, que los había restringido, aclarando que la idea errónea de infinito había sido reemplazada por la de un universo limitado.

Brasil también tenía para Einstein otro motivo de fascinación: al fin de cuentas, había sido la observación de un eclipse solar en Sobral (más allá de Isla Príncipe, en el Golfo de Guinea), Ceará, realizada en 1919 por una expedición de la Royal Astronomical Society, que ayudara a comprobar su nueva y polémica teoría. En realidad, el físico no se había entusiasmado mucho con la observación llevada a cabo en Brasil, pues la misma se había hecho en forma inadecuada, pero aun así, elegantemente, escribió a pedido de Assis Chateaubriand una nota: “La pregunta que mi mente formuló fue respondida por el soleado cielo de Brasil”. Por el firmamento pues, puede ser, ya que, si del estado de las ciencias en el país a la época se tratase, éste dejaba mucho que desear. Había únicamente una incipiente universidad en Brasil: la de Río de Janeiro, de 1920, y las pocas investigaciones hechas por estas tierras tenían fines absolutamente prácticos. Lo que no hace sino aumentar el mérito de hombres como Amoroso Costa, capaz de escribir, seis días después del anuncio de la teoría en Londres, un artículo sobre ésta en O Jornal, explicando el descubrimiento de Einstein.

Con todo, lo que en general impresionó al científico fue más precisamente la naturaleza local. “Deliciosa mezcla étnica en las calles. Portugueses, indios y negros en todas las esquinas. Espontáneos como plantas, subyugados por el calor.” “La visita al Jardín Botánico fue para mí uno de los mayores acontecimientos que he tenido mediante impresiones visuales”. Pero no todo eran flores: “El europeo necesita mayores estímulos metabólicos que los que esta eterna atmósfera cálida y húmeda ofrece. ¿De qué vale la belleza natural y la riqueza? Yo pienso que la vida de un esclavo del trabajo europeo es aún más rica, y sobre todo menos utópica y nebulosa. Una adaptación que probablemente sólo sea posible con renuncia a la agilidad”, escribe en su diario.

En el medio, va a Argentina y Uruguay, pero retorna a Brasil en mayo para quedarse una semana más. Dicta conferencias (en general apiñadas de curiosos y pocos sabios) y visita como buen turista Copacabana y el Pan de Azúcar (“un viaje vertiginoso sobre la selva salvaje en cable de acero; en lo alto, un magnífico juego y alternancia de neblina y sol”). En la prensa, el dicho de que “todo es relativo” empieza a servir para explicar desde el costo de vida hasta el fútbol, pasando por la propaganda de las loterías. Al final del viaje, la confesión del genio: “Finalmente libre, pero más muerto que vivo”. No es preciso ser sabio para entenderlo. (C. Haag)

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