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Nutrigenómica

La salud a la mesa

Consorcios internacionales dan cuerpo a investigaciones sobre la relación entre genes y nutrición

NANA LAHOZUna dieta personalizada puede equilibrar el funcionamiento de los genes y disminuir la propensión natural a contraer ciertas enfermedades de base genética, como la diabetes. A decir verdad no, aún no puede, pero algunos investigadores presumen que, con una financiación adecuada y esfuerzos coordinados, al cabo de una    década, la nutrigenómica será una realidad. Y para tomar parte en este esfuerzo concertado, alrededor de 600 investigadores se reúnen en Guarujá, en el litoral paulista, entre los días 26 y 29 de este mes, en el marco de la Conferencia Internacional de Nutrigenómica.

Una vertiente de la nutrigenómica investiga de qué manera los nutrientes tienen efecto directo sobre la acción de los genes. Tal es el caso de la acción de grasas, los ácidos grasos, sobre los genes que controlan las células del sistema inmunológico, estudiada por la farmacéutica Renata Gorjão, de la Universidad Cruzeiro do Sul, en  colaboración con el grupo coordinado por Rui Curi, del Instituto de Ciencias Biomédicas de la Universidad de São Paulo (ICB-USP). Ambos investigadores descubrieron que el DHA y el EPA, los dos tipos más comunes de omega-3 – una  grasa común del aceite de pescados provenientes de aguas frías – reducen la actividad de genes involucrados en la proliferación de los linfocitos, las células que hacen las veces de memoria del sistema inmunológico. “Si esas células se multiplican demasiado, el resultado de ello es una enfermedad inflamatoria”, explica Renata. Por eso la necesidad de dosificar el consumo de omega-3 de acuerdo con las necesidades individuales.

El efecto de las grasas parece estar bastante diseminado. La alemana Hannelore Daniel, de la Universidad Técnica de Munich, una de las invitadas destacadas del congreso, ha demostrado en ratones comunes que dietas con distintos tenores de carbohidratos y grasas afectan la expresión de genes en diversos órganos y tejidos.

La nutricionista Sophie Deram, de la Facultad de Medicina de la USP, avanza por otra vertiente de la nutrigenómica: la nutrigenética, que examina de qué manera la composición genética de cada persona interactúa con los alimentos en la propensión a contraer en enfermedades. La investigadora de origen francés, pero que ya se considera brasileña, estudia a niños que llegan al ambulatorio de obesidad infantil del Hospital de Clínicas. Y descubrió que variaciones del gen de la perilipina (Plin), una proteína de las células de grasa, tienen efecto sobre la tendencia a la obesidad. Niños con la variante Plin-4 exhiben mayores riesgos de desarrollar, en caso de estar encima de su peso, el síndrome metabólico: resistencia a la insulina, presión arterial en aumento y bajos tenores de colesterol HDL, el que le aporta más beneficios al organismo.

“Lo curioso”, explica Sophie, “es que el Plin-4 acelera la rotura de grasas, y por eso es considerado un protector contra la obesidad”. Es un recordatorio elocuente de que los genes actúan junto con el ambiente: los niños portadores del Plin-4 que tienen una dieta muy inadecuada terminan padeciendo problemas precisamente debido a la gran cantidad de fragmentos de grasa libres presentes en la sangre, con efectos tóxicos. Sophie verificó también que niños portadores de la variante Plin-6 responden muy bien al tratamiento con dieta y ejercicios.

Este enfoque también ha sido prometedor en la lucha contra el cáncer, tema de la Conferencia Internacional sobre Mecanismos de Antimutagénesis y Anticarcinogénesis, que se realiza en simultáneo al de nutrigenómica. El farmacéutico bioquímico Thomas Ong, de la Facultad de Ciencias Farmacéuticas de la USP, ha venido demostrando, en el marco de un trabajo coordinado por el médico Fernando Moreno, del mismo laboratorio, que una molécula común en la miel y en derivados de la leche “la tributirina” puede ayudar a prevenir el cáncer hepático. En experimentos con ratones, el grupo demostró que el tratamiento con tributirina reduce lesiones precancerígenas del hígado. La sustancia modifica la cromatina, la estructura que empaqueta el ADN, y así activa genes ligados a la muerte celular. Por eso los ratones tratados desarrollaron menos lesiones en el hígado, y las que surgieron, eran menores que en los no tratados. “Estos estudios muestran de qué manera los procesos epigenéticos, que modulan la expresión de los genes sin modificar la secuencia de ADN, pueden convertirse en instrumentos importantes contra el cáncer”, subraya Ong.

Un esfuerzo conjunto
Investigaciones como éstas constituyen iniciativas importantes, pero, para que se pongan en práctica, hay que aunar esfuerzos. “La ciencia está volviéndose tan compleja que sencillamente ya no podemos más hacerla solos”, comenta Chris Evelo, jefe del Departamento de Bioinformática de la Universidad de Maastricht, Holanda. “Buena parte de la genómica y de la genética en gran escala son a decir verdad muy recientes y estamos aprendiendo a aplicar esas herramientas”, añade, lo que ubica a la bioinformática en un lugar central en el actual estadio de las investigaciones. Por eso resulta imprescindible la iniciativa de redes internacionales, como la Red Europea de Nutrigenómica, coordinada por el holandés Ben van Ommen, que establece colaboraciones con varios países de fuera de Europa, incluso Brasil.

La mayor parte de los investigadores al frente de la nutrigenómica hace hincapié en que el conocimiento no es aún suficiente como para generar aplicaciones prácticas. Como la nutrigenómica exige un conocimiento de la variación genética de la población entera, un grupo brasileño liderado por el biólogo Carlos Menck, del ICB-USP, pretende ahora sentar las bases de un proyecto varioma humano.

“Las recomendaciones nutricionales que figuran en los envases de los alimentos y suplementos se basan en estudios estadounidenses y europeos”, advierte la bióloga Lucia Ribeiro, de la Universidad Estadual Paulista (Unesp) de la localidad de Botucatú. Ribeiro es coordinadora de la Red Brasileña y de la Red Latinoamericana de Nutrigenómica y preside la comisión organizadora de la Conferencia Internacional de Nutrigenómica. A su vez, encabeza los estudios sobre la vitamina D y se apresta a iniciar un trabajo sobre la vitamina A, importante para el crecimiento, la vista y el desarrollo embrionario. “Algunas personas son capaces de transformar el betacaroteno de la dieta en vitamina A, en tanto que otras necesitan suplementos directamente”, explica. Y eso depende de los genes, de allí la necesidad de entender las características genéticas de la población brasileña para llegar a las recomendaciones adecuadas.

El trabajo se encuentra recién en el comienzo. “En mi opinión, la nutrición personalizada está aún lejos y no se empleará ampliamente por un buen tiempo”, relativiza John Hesketh, coordinador del Proyecto Internacional de Genómica de Micronutrientes, del cual Lucia forma parte. Hesketh estudia entre otras cosas de qué modo el consumo de selenio afecta a genes que pueden interferir en el desarrollo del cáncer colorrectal.

Para Jim Kaput, director de la División de Nutrición y Medicina Personalizada, de la Food and Drug Administration (FDA), de Estados Unidos, el gran logro de la nutrigenómica hasta ahora ha consistido en enfatizar la importancia de analizar los genes y la ingestión de nutrientes en un mismo experimento. Kaput dice que este campo, impulsado por los resultados del Proyecto Genoma Humano, tiene a decir verdad raíces antiguas. “Cuántas veces citamos a Hipócrates, quien hace 2.500 años dijo: ‘Que tu alimento sea tu medicina, y que tu medicina sea tu alimento’.”

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