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Ciencia

Las playas que se pierden

La erosión y el retroceso del mar dan nuevos contornos a las costas brasileñas

JOSÉ LANDIM DOMINGUEZ / UFBA

Una alternativa poco eficaz: una barrera de piedras en Praia de Atalaia, Sergipe, erigida para proteger al hotel del impacto de las olasJOSÉ LANDIM DOMINGUEZ / UFBA

En julio de 1993, el Faro da Conceição cedió ante la acción del mar y se derrumbó en una de las playas de São José do Norte, en el sur de Rio Grande do Sul. La caída de dicho faro fue unos de los resultados de una pugna silenciosa que se traba desde hace años en ese municipio ‘gaúcho’ de 27 mil habitantes, situado a 350 kilómetros de Porto Alegre, que fuera escenario de las batallas de la Revolución Farroupilha en el siglo XIX. Allí, las aguas del océano Atlántico se disputan el terreno con la arena y avanzan disimuladamente sobre una franja de 30 kilómetros de playas desiertas de arena firme y oscura.

Construido a comienzos del siglo pasado en una estrecha franja de tierra ubicada entre el mar y Lagoa dos Patos – la mayor laguna de Brasil -, el Faro da Conceição quedaba hasta los años 40 a ochenta metros del mar, y guiaba a las embarcaciones que llegaban al puerto de Río Grande. Se cayó a causa solamente del proceso de erosión natural, ocasionado por las vigorosas olas que consumen 3 metros de arena cada año. Su puesto es ahora ocupado por otro faro, construido en aluminio y emplazado en lo alto de una duna.

Ejemplos como el de São José do Norte son más comunes de lo que se imagina. Alrededor de las tres cuartas partes de la costa brasileña se encuentran bajo la acción de un proceso de permanente transformación, que hace de la aparente estabilidad de la silueta de los 8.000 kilómetros de litoral del país apenas una mera referencia de los mapas escolares. Actualmente, el 40% de las playas es fustigado por algún proceso erosivo y pierde terreno ante al mar, mientras que en el 10% de la costa brasileña se registra el proceso inverso – la arena avanza sobre el océano, un fenómeno denominado progradación -, de acuerdo con las conclusiones del primer relevamiento nacional de alteraciones del perfil costero. De acuerdo con este estudio, la erosión corroe también una cuarta parte de los paredones naturales de roca (acantilados) e invade la desembocadura del 15% de los ríos que vierten sus aguas en el océano.

En otro 15% de los casos la desembocadura de los ríos gana espacio sobre el mar. El recientemente concluido Diagnóstico de Erosión y Progradación Costera es producto de un esfuerzo colectivo de 16 grupos de investigación, y muestra que la desaparición de las playas en algunos puntos y el crecimiento de las franjas de arena en otros sucede con mayor o menor intensidad en los 17 estados brasileños bañados por el Atlántico, dependiendo de la geografía local.

Este estudio apunta no solamente los tramos más afectados y los puntos más susceptibles de sufrir debido a la fuerza de las olas, como es el caso de la región nordeste, en la cual las playas presentan una suave inclinación que facilita la invasión del mar. El diagnóstico efectuó también un mapeamiento detallado de las áreas en las que la ocupación humana corroyó el paisaje y de aquéllas en la cuales la transformación del litoral es obra de la naturaleza. Por esta razón, debe orientar la creación de una red permanente de monitoreo de los tramos de mayor riesgo y auxiliar en la elaboración de normas que pongan límites más rigurosos a la construcción de viviendas y edificios de consorcios o condominios a orillas del mar.

“La fijación de estos límites depende de la velocidad de retroceso de la costa y del monitoreo de las áreas de riesgo”, comenta el geógrafo Dieter Muehe, investigador de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) y coordinador general del trabajo, financiado por la Secretaría de la Comisión Interministerial para Recursos del Mar (Secirm). De acuerdo con Muehe, la implementación de las recomendaciones adoptadas por el Ministerio del Medio Ambiente, como la de no construir a menos de 50 metros de la playa en áreas urbanas y a distancias inferiores a los 200 metros en las zonas aún no ocupadas – algo que no se ha cumplido hasta hoy en buena parte de las localidades costeras -, evitaría problemas como los que enfrentó en 2001 la población de Barra de Maricá, en la costa norte de Río de Janeiro, donde una tempestad derribó un conjunto de casas construidas en la franja de arena.

Ese tramo de la costa del estado se encuentra en un área en la que el estrechamiento de la franja de arena es cíclico – un año las aguas se adueñan de la playa, y ésta a su vez se recupera al año siguiente. Sin respetar los límites impuestos por el océano, los propietarios reconstruyeron sus casas y erigieron muros de defensa en la arena, mutilando el paisaje de esa forma. Dividido en 16 capítulos, el relevamiento será publicado este mismo año en forma de atlas, con mapas de los tramos analizados en cada estado. Río Grande do Sul, con un litoral de fácil acceso para los investigadores, es el estado que mejor escudriñó su orla marina y reunió informaciones recabadas durante los últimos 80 años sobre sus 640 kilómetros de costa.

En tanto, Maranhão, estado de la región nordeste, y Pará, región norte, disponen únicamente de informaciones más recientes sobre las condiciones de las playas, carencia que dificulta la comprensión acerca de cómo estos fenómenos evolucionan a través del tiempo. Este juego de avances y retrocesos del océano remodela la costa brasileña desde que Sudamérica empezó a separarse de África, hace 130 millones de años. Es un fenómeno natural determinado por la energía de las olas y las características geológicas de las playas, que orientan las corrientes marinas y el transporte de arena, a ejemplo de lo que se observa en São José do Norte.

También es así en la costa norte de Río de Janeiro, en un tramo de 50 kilómetros ubicado entre Cabo Frío y Saquarema, en la restinga de Massambaba. Allí, un Atlántico de aguas de un azul intenso – y también heladas, aun bajo un fuerte sol – consumió 6 metros de playas y dunas de arena fina y blanca entre abril de 1996 y agosto de 2002. Debido a que la región es prácticamente desierta, la erosión solamente fue identificada porque los investigadores de la UFRJ ya estaban monitoreando la región durante ese período.

Una intervención perjudicial
Este estudio detalla el impacto de la intervención humana y es motivo de alerta. En diversos puntos de la costa, la erosión y su reverso, la progradación, surgen o se ven agravadas por la intervención en la naturaleza. La construcción de un muelle o de un canal para la navegación altera el ciclo de transporte de sedimentos y lleva a que la arena se acumule de un lado de esa barrera artificial y falte del otro. En el puerto ‘gaúcho’ de Río Grande, dos paredones de piedras (escolleras) de 3,5 kilómetros de longitud, erguidos dentro del mar para proteger la navegación, alteraron el perfil de Praia do Cassino. Considerada la más extensa playa del planeta, con sus 245 kilómetros de extensión, Praia do Cassino ha crecido más aún: engordó 450 metros desde 1947.

Más al norte de esa barrera artificial, Praia do Mar Grosso ha tenido el destino opuesto y se ha encogido a un ritmo anual de 1,4 m en un trecho de cuatro kilómetros. Es algo similar a lo que sucede en Ilhéus, en el sur del estado de Bahía, donde la construcción de un puerto provocó una severa erosión en las playas ubicadas al norte y una acumulación de arena en las del sur. Así y todo, esta situación de alerta no significa que toda la costa se encuentre amenazada. Las playas soleadas – y cercadas por cocoteros en las regiones norte y nordeste o rodeadas por cerros en el sur y el sudeste – no desaparecerán, pero se transforman debido a la acción del mar. Por ahora, los efectos de la erosión son más graves en tramos circunscritos, ubicados fundamentalmente en áreas urbanizadas, que son objeto de especulación inmobiliaria reciente, como es el caso de Matinhos, un balneario situado 111 kilómetros al sur de Curitiba, Paraná.

Antes imperceptible para a población, la erosión que afecta 6 kilómetros de playa ha empezado a generar incidentes, producto del avance de la especulación inmobiliaria en la costa durante los últimos años. En mayo de 2001, una corriente de resaca destruyó 19 viviendas edificadas en la arena de la playa en loteos irregulares, y dejó a 50 familias sin techo. La solución más eficaz – y obvia – es respetar la acción de la naturaleza y construir a una distancia segura del nivel de la marea alta. Pero, en cambio, se echa mano de paliativos, como lo es la construcción de muros, que pueden tener un resultado desastroso. “Los muros trasladan la erosión al terreno contiguo, destruyendo el paisaje y desvalorizando los inmuebles”, comenta el geólogo Rodolfo José Angulo, del Laboratorio de Estudios Costeros de la Universidad Federal de Paraná, que monitorea la erosión en Matinhos, un ciudad que es llamada ‘Namorada do Paraná’ [La Novia de Paraná].

En ese balneario paranaense, el problema se agravó debido a una urbanización mal planificada, que removió las dunas de la playa, una protección natural contra las resacas – una playa tiene tres partes fundamentales: la zona de rompiente de las olas, la playa seca y una acumulación de arena conocida como duna frontal. En Saquarema, costa norte de Río de Janeiro, la remoción de las dunas para la construcción de una carretera trajo consigo el castigo del mar. La ruta fue destruida tras dos décadas de continua erosión. Muehe comenta que la municipalidad local, “en un acto de insistencia posiblemente inocua”, rellenó nuevamente el local y reconstruyó la carretera a orillas del mar. De una manera general, la falta de planificación urbana induce o incluso acentúa los daños de la erosión.

Los efectos de la interferencia humana sobre el comportamiento del mar no son producto únicamente de obras realizadas en las playas o cerca del litoral. Represas erigidas a centenas de kilómetros de la costa, en ríos que desembocan en el mar, interrumpen el proceso natural de transporte de sedimentos hacia las playas. Con la escasez repentina de arena de los ríos, las olas del mar dejan de enfrentarse a esas barreras naturales e invaden las playas con mayor facilidad. Un ejemplo extremo de este fenómeno se registró en el pueblo de Vila do Cabeço, situado 140 kilómetros al sur de Aracajú, la capital de Sergipe, en la desembocadura del río São Francisco. En 1998, las olas barrieron ese poblado de 50 familias. El faro de la Marina, antes ubicado en tierra seca, construido al final del siglo XIX, se encuentra actualmente dentro del agua, como consecuencia del proceso de erosión asociado a la escasez de sedimentos.

Se sabe también que las desembocaduras de los grandes ríos son regiones naturalmente inestables. De acuerdo con Muehe, dichos ecosistemas padecen la erosión y la progradación en proporciones equivalentes (un 15% de ellas evidencia un desgaste y un 15% crecimiento), en especial en la costa de los estados de Paraná y Santa Catarina. Ambos fenómenos pueden también convivir en una misma desembocadura. Es lo que se ve, por ejemplo, en Ilha Comprida, costa sur de São Paulo, donde la desembocadura del río Ribeira de Iguapé se desplaza lentamente hacia el sur debido a la fuerza de las arenas.

“Es común que el embate entre la energía de las olas y la fuerza de los ríos modifique lentamente la configuración de las playas”, dice José Maria Landim Dominguez, del Instituto de Geociencias de la Universidad Federal de Bahía (UFBA), encargado de los capítulos de este estudio referentes a los estados de Bahía, Sergipe y Paraíba. Pero, la acción del océano, amenazadora en una buena parte de la costa, no siempre ocasiona daños. En algunos casos, el capricho de las olas produce situaciones curiosas. En la costa norte de São Paulo, tres playas vecinas a la localidad de Ubatuba presentan características completamente diferentes.

Una de éstas, la de Sununga, es acometida por olas violentas provenientes del sur, y es blanco de un proceso conocido como rotación playal, en el cual hay alternancia de erosión y deposición en los extremos de las playas, de acuerdo con un estudio llevado adelante por Michel Michaelovitch de Mahiques, investigador del Instituto Oceanográfico de la Universidad de São Paulo (USP), y la doctoranda Cristina Célia Martins. El grupo del Instituto Oceanográfico, integrado por Moysés Gonsalez Tessler, autor del capítulo paulista del estudio, que contó con el apoyo de la FAPESP, procura comprender con precisión los procesos de erosión y reconstitución natural de las playas del estado de São Paulo.

“Lo importante no es detectar únicamente la erosión, sino evaluar el balance de sedimentos que entran y salen de la playa”. Pegada a Sununga – playa de arena gruesa y mar bravo – se encuentra Praia do Lázaro, que es mucho más calma, y protegida del impacto directo de las olas por una bahía y un costado rocoso. Luego viene Praia de Domingas Dias, que es plácida y con arena fina.

El impacto del puerto
De toda la costa brasileña, las áreas más susceptibles a la erosión se encuentran en la región nordeste, donde las playas ya de por sí padecen la escasez de arena ocasionada por la falta de ríos capaces de abastecer al mar con sus sedimentos. En Pernambuco, uno de los estados más afectados por este problema, alrededor de seis de cada diez playas de los 187 kilómetros de costa ceden terreno al mar. En la capital del estado, el Puerto de Recife, de 3,4 kilómetros de extensión, desplazó los efectos de la erosión hacia Olinda, una ciudad vecina situada 8 kilómetros al norte. Es una interferencia que agrava la situación del ya históricamente vulnerable litoral pernambucano, afectado por la escasez de sedimentos y carente de dunas naturales que detengan el avance del mar.

Los primeros registros de erosión en el estado se remontan a 1914; un fenómeno que se vio agravado principalmente por las obras del puerto, que alteraron las corrientes costeras que llegan a Olinda. En 1953, se encomendaron estudios al Laboratoire Dauphinois d’Hydraulique Neyrpic de Grenoble, Francia, que recomendó la construcción de escolleras cerca del puerto, en un área en la que no existen los arrecifes naturales comunes en la región. De esta manera, las franjas de arena de la ciudad prácticamente desaparecieron, sustituidas por murallas de piedras erguidas para hacer frente a la fuerza de las olas.

Pero lo único que se logró fue trasladar la erosión a la costa ubicada al norte, y de allí a su vez llegó hasta la ciudad de Paulista, a 16 kilómetros de Recife, donde la contaminada Praia de Janga se estrechó 100 metros en los últimos diez años. Es una situación parecida a la que se observa desde los años 80 en Fortaleza, Ceará, luego de que la construcción de una escollera bloqueara el flujo de sedimentos y causara una erosión de las playas situadas en la zona oeste de la ciudad.

Durante las últimas décadas, la erosión del litoral de Pernambuco no ha hecho sino incrementarse con la construcción de edificios, carreteras y diques sobre las playas. En Praia de Boa Viagem, una de las más conocidas playas de Recife, el mar devoró cinco metros de la franja de arena en 20 años. “Y la tendencia indica que la cosa va a empeorar”, advierte el geólogo Valdir Manso, del Laboratorio de Geología y Geofísica Marina de la Universidad Federal de Pernambuco (UFPE), que monitorea en forma permanente 15 puntos de la costa pernambucana. La intervención humana en el paisaje, con la construcción del puerto de Suape en la localidad de Ipojuca, 40 kilómetros al sur de Recife, interrumpió el flujo de sedimentos y magnificó el problema.

Como consecuencia de ello, el mar avanzó sobre áreas urbanizadas, como Praia de Toquinho, donde los propietarios de mansiones situadas a orillas del mar optaron por erigir murallas de rocas en la arena en un intento por mantener al mar distante. Con la consultoría de la UFPE, la municipalidad de Ipojuca elaboró un proyecto presupuestado en 5 millones de reales destinado a proteger la orla con la construcción de un dique de protección situado 200 metros mar adentro.

La cuestión de entender por qué una playa pierde o gana arena no es fácil, ni siquiera para los investigadores. Pero al menos están claros los efectos de tales fenómenos. En la costa de Río Grande do Norte, el desgaste amenaza a los pozos de petróleo que, en la década del 80, habían sido instalados a 800 metros de la playa en el campo petrolífero de Macau-Serra, cerca de Ponta do Tubarão. Estos pozos a orillas del mar fueron preventivamente circundados por muros de contención. Con la marea alta el agua llega hasta ellos. En Guamaré, ciudad productora de petróleo y gas natural que se encuentra a poco más de dos horas en automóvil desde Natal, cañerías y emisarios submarinos instalados a 1,5 m de profundidad se encuentran hoy en día a flor de tierra.

En un estudio financiado por la Coordinación de Perfeccionamiento del Personal de Nivel Superior (Capes), el Fondo Sectorial de Petróleo y Gas Natural (CTPetro) y Petrobras, el equipo de la geóloga Helenice Vital, del Laboratorio de Geología y Geofísica Marina y Monitoreo Ambiental de la Universidad Federal de Río Grande do Norte, descubrió que una convergencia de factores provoca erosión en esta parte del estado. Por una parte los ríos que drenan la región son de pequeño porte y no aportan sedimentos en cantidades significativas, y, para empeorar más aún la situación, sobre algunos de éstos se han construido represas. Por otra, las características tectónicas de la plataforma producen áreas con rebajamiento de terreno, creando el mismo efecto que una elevación del nivel del mar. En las localidades de São Bento y Caiçara do Norte, las playas retrocedieron 250 metros en los últimos 30 años.

Entretanto, el misterio de la destrucción del Faro da Conceição, en Río Grande do Sul, solamente fue develado mediante un análisis del movimiento de las olas. Se constató que éstas son más fuertes y cargan más energía que en las playas aledañas. El fondo del océano funciona como una lente que aumenta la energía de las olas en el punto erosionado. A este síndrome se lo conoce como efecto foco. “Como no había urbanización, la causa solamente podía ser natural”, dice Lauro Calliari, investigador del Laboratorio de Oceanografía Geológica de la Fundación Universidad Federal de Río Grande.

Proyecciones internacionales apuntan que el nivel del mar puede subir entre 40 y 50 centímetros durante los próximos cien años. “Nadie sabe aún si eso realmente sucederá, pero conviene tratar el tema con seriedad, toda vez que el fondo del mar cercano a la costa tiene poco declive”, dice Muehe. Una elevación de 50 centímetros en el nivel del Atlántico podría consumir 100 metros de playa en regiones como el norte y el nordeste de Brasil. También la costa sur de São Paulo podría verse afectada, pese a estar resguardada por una planicie de hasta 25 kilómetros de extensión entre el mar y la sierra.

Quienes ignoran esta posibilidad soslayan la dinámica del mar. Es sabido que en los últimos 120 mil años el nivel del mar osciló muchas veces, como consecuencia de los fenómenos climáticos. Hace 17 mil años el océano volvió a subir, luego de haber bajado más de 100 metros debido al período glacial, que hizo que la línea de la costa se ubicase a decenas de kilómetros más adelante de la línea de la costa actual. Hace 5.100 años, el mar subió y su nivel se ubicó 4 metros por encima del nivel actual. Nadie apuesta a una nueva glaciación capaz de afectar al nivel del mar en las próximas generaciones, pero seguramente es menos caro monitorear el comportamiento de las costas y estipular franjas de protección que esperar lo peor para después reconstruir los bordes de las ciudades costeras.

Los Proyectos
Atlas de la Erosión y Progradación Costera del Litoral Brasileño
Modalidad
Programa de Geología y Geofísica Marina
Coordinador
Dieter Muehe – UFRJ
Inversión
R$ 47.000,00 (Secirm)

Evaluación Multitemática del Transporte de Sedimentos en un Ambiente de Playa: Praia da Sununga, Ubatuba, Estado de São Paulo
Modalidad
Línea Regular de Auxilio a la Investigación
Coordinador
Michel Michaelovitch de Mahiques – Instituto Oceanográfico/ USP
Inversión
R$ 163.920,67 (FAPESP)

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