Durante sus primeros 13 años como docente del Departamento de Botánica del Museo Nacional, Andrea Costa cambió del lugar el herbario tres veces. “Necesitábamos trasladar la colección de una sala a otra siempre que teníamos que hacer espacio para la realización de obras en el piso o en el techo”, comenta. La construcción reunía buenas características para la preservación de las plantas deshidratadas, las llamadas exsicatas: salas amplias y aireadas, con grandes ventanas. Pero con frecuentes goteras. “Desde 1995, el palacio fue siempre un obrador”. En 2008, el departamento fue trasladado a un edificio nuevo en el Huerto Botánico, manteniendo a salvo tanto la colección como las actividades de investigación y del programa de posgrado.
Fundado en 1831, el herbario del Museo Nacional es el más antiguo de Brasil y uno de los más significativos, detrás únicamente del Jardín Botánico de Río de Janeiro. Son alrededor de 600 mil ejemplares, 8 mil tipos (holotipos y paratipos, lea el reportaje en la página 64) y algunas colecciones históricas que fueron resultado de expediciones de naturalistas. Posee incluso exsicatas con el sello de Pedro II y de la princesa Isabel, ambos entusiastas de la ciencia. En 1872, la joven princesa participó en una expedición a las montañas de Itatiaia encabezada por el botánico francés Auguste Glaziou (1828-1906). “Era el paisajista del Emperador”, comenta Costa: “sus proyectos incluían dibujos sinuosos que imitaban a la naturaleza”. Fue el responsable de proyecto paisajístico de la Quinta da Boa Vista, en donde está el Museo Nacional.
Parte del material que él recolectó formó parte de una exposición, desmontada y guardada en forma segura a comienzos de este año. Por eso el incendio casi no destruyó material botánico. Casi. “Descubrimos que 10 semillas estaban prestadas en un laboratorio que realizaba tomografías para un estudio de tridimensionalidad”, comenta el botánico Ruy José Valka Alves, curador del herbario. “Una de ellas era de un coco muy raro de las islas Seychelles, obtenido en carácter de trueque en el siglo XIX”. Aparte de ser una especie amenazada, vale miles de dólares en el mercado chino de medicina alternativa, según el investigador.
Varios naturalistas que anduvieron por Brasil hicieron aportes a este patrimonio, incluso el alemán Karl Friedrich Philipp von Martius (1794-1868), quien empleó material depositado en el Museo Nacional en la elaboración de la Flora brasiliensis, uno de los principales hitos de la taxonomía de plantas del país. Esas empresas normalmente resultaban en recolecciones de las cuales sus duplicados quedaban depositados en el Museo Nacional, y el resto se llevaba a herbarios europeos. “No había botánicos acá, entonces todo se estudiaba y se describía allá”, dice Costa.
Las colecciones del Museo Nacional no están compuestas solo por objetos: cada muestra posee una historia
Durante los últimos años, la digitalización de especímenes vegetales en imágenes de alta definición apunta a rescatar ese material depositado en herbarios del exterior en el marco del proyecto Reflora. La parte de la colección de Glaziou depositada en el Museo de Historia Natural de París está en esa colección digital. La parte que quedó en el Museo Nacional ya se ha digitalizado parcialmente y entrará en el banco de datos disponible para su consulta en el todo el mundo. Es uno de los proyectos que amplían el alcance de la colección constantemente visitado por investigadores del mundo. Aún queda mucho trabajo por hacerse: tan solo un 20% de los datos herbario aproximadamente ha sido informatizado.
Los últimos 40 años constituyen un período importante en término de agregados al herbario, gracias a las recolecciones realizadas por los alumnos del posgrado en botánica, actualmente coordinado por Costa. Son 30 estudiantes de maestría y 37 doctorandos, dirigidos por 14 profesores, que ocupan el edificio del Huerto Botánico. “Contamos con cuatro puertas cortafuego, escaleras de emergencia y otras tecnologías de protección contra incendios.”
Cuando un botánico sale al campo, recoge ramas representativas de especies nativas del lugar, con flores y frutos siempre que es posible. Las muestras de las plantas se prensan en papel de diario y se secan en calentadores, para luego –en el caso del Museo Nacional– guardárselas en cajas de plástico acomodadas en armarios compactadores, material obtenido merced a una financiación de la Fundación Vitae. “Antes usábamos cajas de metal.”
“No siempre es posible identificar las muestras hasta el nivel de la especie, por eso algunas exsicatas se catalogan únicamente con el nombre del género o el de la familia”, comenta Costa. Este conocimiento se va perfeccionando a la medida que los investigadores profundizan los estudios sobre cada grupo y las identificaciones van ganando en precisión. “Muchas otras informaciones están vinculadas a un nombre, tal como es el caso de la distribución geográfica”. La genética también puede ayudar en el proceso de identificación, aunque no resulta fácil extraer ADN de las plantas secas.
Algunas plantas revisten desafíos especiales, como las bromeliáceas estudiadas por el grupo de Andrea. Pueden ser muy grandes y difíciles de prensar. Un artículo publicado este año en la revista Phytotaxa describe una especie de bromeliácea llamada Vriesea mourae, de Serra da Bocaina, en la región serrana ubicada en los municipios de Bananal en São Paulo, y Angra dos Reis, en Río de Janeiro. Con una distribución acotada, esta planta es considerada actualmente amenazada. Especímenes tipo fueron depositados en distintos herbarios. “¡Imagínese una palmera en un herbario, o un cactus!”, exclama Costa.
Un problema en el mantenimiento de un herbario lo constituye un pequeño coleóptero, el mismo que invade despensas en busca de harinas y cereales. “Se hace un festín en las colecciones botánicas”, dice Costa. Por eso el edificio huele a naftalina, que hasta recientemente era la única arma disponible para combatirlo. Una práctica menos agresiva a la nariz consiste en pasar periódicamente las exsicatas por un calentamiento a 70 grados Celsius (°C), que mata a las larvas y a los adultos, toda vez que algo entra en la colección o vuelve a ella tras haber salido para la realización de estudios.
Un producto de las exploraciones
“Esta siempre ha sido una institución de grandes expediciones botánicas”, afirma Costa. Un ejemplo de ello fue la carretera BR-364 en la Amazonia, en la década de 1960. “A medida que era abierta la ruta, los investigadores del Museo Nacional realizaban recolecciones”. El resultado de ello fue una enorme colección para el herbario. Está también el material reunido por el etnólogo ítalo-brasileño Adolpho Ducke (1876-1959), compartido con el Museo Paraense Emílio Goeldi, que enriqueció la representación de plantas amazónicas en el Museo Nacional.
Costa también destaca el trabajo del ecólogo Fernando Segadas-Vianna, especialista en ecología de la vegetación costera –la llamada restinga– que fue investigador del Museo Nacional hasta su muerte a mediados de la década de 1990, y dejó una colección representativa. “Es posible reconstruir una flora que ya no existe más, como la de la restinga de Copacabana”. Actualmente, en el barrio completamente construido y ensanchado mediante un relleno, con la playa y el paseo adyacente frecuentados por multitudes, no quedan vestigios de la vegetación que alguna vez creció sobre la arena. Entre 1965 y 1979, Segadas-Vianna encabezó la producción de 23 tomos con el título de Flora ecológica das restingas do Sudeste do Brasil.
El año pasado, Ruy José Valka Alves pasó 15 días manejando a través de 6 mil kilómetros (km) por el estado de Tocantins. Encontró siete especies nuevas, y la descripción de seis de ellas ya ha sido remitida para su publicación. Pero él no trabaja únicamente con ramas deshidratadas: el Departamento de Botánica también posee una colección de polen en láminas para microscopía, una xiloteca (una colección de madera) y algas, hongos y líquenes preservados en medio líquido.
Valka Alves es experto en plantas de altura y en la flora de la isla de Trindade, parte de un archipiélago volcánico situado a 1.200 km de la costa del estado de Espírito Santo que hace un siglo (1916) recibió a la primera expedición del Museo Nacional. En un artículo publicado este año en la revista IAWA Journal, él y otros colegas analizaron la madera de un bosque misteriosamente muerto. “Los viajeros del siglo XVII describían una selva, los del siglo XVIII hacían referencia de árboles muertos en pie y los del siglo XIX los vieron caídos”. Analizando la madera, fue posible arribar a la conclusión de que había al menos dos especies, y no tan solo una como se imaginaba. Él también dispuso botellas de boca ancha con un líquido dentro para capturar y preservar granos de polen y descubrió –en colaboración con una palinóloga de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul y otros colegas– que esas pequeñas partículas viajan a través de las corrientes atmosféricas y pueden llegar desde América, de acuerdo con un artículo también de 2018 publicado en la revista Brazilian Journal of Botany. “Encontramos hasta pelos de murciélagos, y no hay murciélagos en el archipiélago.”
Las historias de Valka Alves, un entusiasta escalador de montañas y explorador de lugares desconocidos, muestran que las colecciones del Museo Nacional no están compuestas únicamente por objetos. “Cada muestra de aquellas es sangre de un investigador que escaló una montaña. No se perdieron tan solo cosas: cada una de ellas tenía una historia.”
El llamado arboreto –un área con alrededor de 2.500 mil especies de todo el mundo, colecciones de plantas, lagos con vitorias regias e invernaderos con orquídeas y bromeliáceas–, visitado por alrededor de 650 mil personas por año, constituye el área más visible y conocida del Jardín Botánico de Río de Janeiro (JBRJ), una de las más antiguas instituciones científicas del país creada en junio de 1808. En las edificaciones que rodean al arboreto, el JBRJ alberga el herbario, con alrededor de 850 mil plantas deshidratadas, que sirven de referencia para estudios en botánica, y colecciones de frutos secos y muestras de maderas.
Trabajan allí 42 investigadores. Uno de los proyectos en marcha es el Herbario Virtual Reflora, actualmente con 3,2 millones de imágenes y descripciones de plantas autóctonas (lea en Pesquisa FAPESP, ediciones nº 229 y 241). Otro ejemplo es el Jabot, un sistema de gestión de colecciones científicas de herbarios, habilitado para uso de otras instituciones en 2016 y actualmente adoptado por 42 herbarios de universidades y centros de investigación brasileños.
La biblioteca, creada en 1890 con base en las obras de Pedro II, reúne actualmente 43 mil ejemplares, incluidas 1.680 obras raras. En el JBRJ se dictan carreras de maestría y doctorado, en la Escuela Nacional de Botánica Tropical, actualmente con alrededor de 70 estudiantes. Al igual que otras instituciones, se aboca en la búsqueda de alianzas con empresas públicas o privadas para reforzar y complementar los fondos de investigación.
Carlos Fioravanti