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Alberto Dines

Alberto Dines: Lecciones de periodismo

Léo RamosAlberto Dines, uno de los más respetados y polémicos periodistas brasileños, cumplió 80 años el domingo de Carnaval, el 19 de febrero. Festejó ese día en un almuerzo íntimo con su esposa, la también periodista Norma Couri. Pero un festejo tan discreto para un maestro de varias generaciones de profesionales de los medios, en actividad desde los albores de la década de 1950, era en efecto producto solamente de la algarabía que cunde en todo el país durante el Carnaval. Pasado ese período, encantado y somnoliento, según el punto de vista, los agasajos a Dines se multiplicaron, entre festejos y acalorados debates, incluyendo el seminario organizado por la FAPESP el 22 de marzo: “El conocimiento científico del periodismo en Brasil: el aporte de Alberto Dines”.

Un considerable aporte, agréguese. Desde aquellos Cadernos de Jornalismo e Comunicação editados por el Jornal do Brasil en las décadas de 1960 y 1970, hasta el clásico O papel do jornal, un libro de 1974, del análisis minucioso al que sometió a los medios de comunicación brasileños en la columna Jornal dos jornais en el Folha de São Paulo, durante la segunda mitad de los años 1970, al contemporáneo Observatório da Imprensa, iniciado al final de los años 1990, Dines ha realizado y simultáneamente pensado con rigurosidad al periodismo brasileño, casi ininterrumpidamente, desde hace seis décadas. Todo ello, en simultáneo a toda su experiencia para organizar redacciones y su capacidad para inventar medios. Y, por supuesto, en breves intervalos, escribir soberbios libros tales como Morte no paraíso, en 1981, y Vínculos do fogo, en 1992, biografías de Stefan Zweig y Antônio José da Silva, el Judío, respectivamente.

Todas esas realizaciones que revelan el espíritu pionero de Dines, su inclinación a crear nuevos conocimientos, capaces de alumbrar la práctica del periodismo o su capacidad de investigación periodística para la recreación de aspectos oscuros de grandes personajes, fueron motivo de conferencias  en el seminario organizado por la FAPESP (vea en www.agencia.fapesp.br). Y el propio Dines cuenta algo de eso en la siguiente entrevista, concedida a Pesquisa FAPESP.

Nuestro propósito consiste en investigar su aporte al conocimiento teórico y la experiencia práctica del periodismo. Comencemos por los Cadernos de Jornalismo, que usted organizó en la época del Jornal do Brasil.
Así es, en 1965. Para entonces ya contaba con 10 años de profesión y dos años de experiencia académica, porque comencé a ejercer como docente en la PUC en 1963. Tenía un cierto enfoque, no digo teórico, sino reflexivo, Cuando me invitó la PUC, constaté que tenía experiencia en varias actividades periodísticas y acepté. Había trabajado en los turnos matutino y vespertino, que en la época eran dos periodismos diferentes, también en radio, cine, que era algo soñado, había realizado una experiencia en televisión, en fin, contaba con experiencia en varias plataformas, tal como se dice ahora, y creía que debía intentar sistematizar todo eso. Intuitivamente, me percaté entonces que la asignatura que me gustaría enseñar era la de periodismo comparado.

Entonces, en 1963 usted inventó la disciplina de periodismo comparado en Brasil.
Que yo sepa, no existía. La idea surgió del derecho comparativo. A partir de la comparación uno logra establecer diferencias y paradigmas. El hecho es que la experiencia del Jornal dos jornais es, en cierto modo, consecuencia de ese primer curso. Pero entre la PUC y la edición de la primera revista de periodismo, hubo una experiencia que considero un corte epistemológico en mi vida profesional, en todos los sentidos: hice un curso de extensión de tres meses en la Universidad Columbia, en Nueva York, en septiembre de 1964. Asociada con un organismo que ya no existe, el World Press Institute, la Columbia invitaba a editores de periódicos de un continente y montaba el programa de un curso especial. El mío era para editores de periódicos latinoamericanos.

¡Muy bueno!
¡Maravilloso! Fue mi primer curso en una universidad. Con excelentes profesores, grandes profesionales. Todavía conservo todos los apuntes, además de las notas que tomaba pensando en el Jornal do Brasil. Más allá del curso en sí mismo y de la camaradería consecuente, algo interesante era que podíamos elegir, en grupos de tres, periódicos para realizar una extensa visita. Entonces me agrupé con un argentino de Córdoba, Jorge Remonda, cuya familia poseía un periódico muy bueno de allá, La Voz del Interior, y Uribe, cuyo nombre ya no recuerdo, que era miembro de una de las familias importantes de Colombia, relacionado con el periódico actualmente más importante de Bogotá. Formamos un grupo –había recursos para trasladarse– y elegimos dirigirnos hacia la costa del Pacífico. Visitamos Los Angeles Times. Luego seguimos en automóvil hasta Seattle. Ahí abordamos un avión hasta Nueva York y luego nos separamos. Yo quería visitar el New York Times, obvio, y un periódico para mí importantísimo en ese entonces, el New York Herald Tribune. En aquella época era independiente y fascinante. Un periódico revista. Eso me interesaba sobremanera, ya que mi formación inicial había sido en revistas: Visão, luego Manchete, Fatos & Fotos… Mientras que en periódico había trabajado en Última Hora, Diário da Noite, etc. Y estaba pensando en una forma simbiótica aunando periódico y revista. O sea, un periódico bien escrito, completo, por eso me fascinaba el Herald Tribune, incluso por su modus faciendi, el de un periódico realizado mediante el trabajo conjunto, a lo largo del día, por un equipo de grandes reporteros gráficos, fotógrafos y también diseñadores.

Y regresó de Estados Unidos al Jornal do Brasil inspirado tanto por el New York Times como por el Herald.
En el New York Times, un periódico clásico, al que incluso llamaría ortodoxo, observé algo que me marcó: en la antigua redacción, todavía cercana a Broadway, en la calle 43, había un periódico mural enorme construido por la redacción, denominado Winners and Sinners. Vencedores y pecadores. Contenía comentarios sobre algún tema, retos, chistes, burlas, de todo. Yo quería hacer algo así. No podía ser un mural, que me gusta mucho. Incluso, cuando fui militante del movimiento sionista socialista, hice un pequeño curso de periódicos murales. Pero en el antiguo Jornal do Brasil no se podía, la redacción estaba dividida en salas, entonces se me ocurrió algo parecido, pero en otro formato.

Usted había ingresado al JB en 1962. Después de sus experiencias en la PUC y en Estados Unidos, regresaba al periódico con nuevos poderes y un enfoque bastante abierto.
Había ingresado el 8 de enero de 1962. No ostentaba un cargo definido. El nombre en el staff recién comenzó a figurar después de 1964. Manifestaron que necesitaban tener un staff, yo estuve de acuerdo y sugerí ser editor jefe, ya que había organizado la redacción en secciones, algo que no era usual. Dicho en inglés, yo sería un managing editor. Y si poseo algún mérito en el JB, éste es haber organizado la redacción del periódico. Creo que heredé de mi padre cierta capacidad para la organización. Aún en Rusia, él había hecho un curso de secretariado previo a la Primera Guerra, que, en concreto, era de administración. Entonces, al verlo trabajar, fui aprendiendo. Él, pronto se relacionó con las grandes organizaciones judías internacionales de apoyo a la inmigración. Había grandes filántropos judíos y el siglo XX estuvo signado por grandes movimientos de masas a causa de las guerras, los pogroms, luego por la inflación, en los años 20… Y esas organizaciones necesitaban gente que dominase varios idiomas y contara con capacidad organizativa. Había que sacar a los judíos de las aldeas donde vivían de la caridad y brindarles una profesión que les permitiera transformarse. Y yo no comprendía muy bien la finalidad del trabajo de mi padre. Pero siempre había carpetas en su escritorio tan organizado, y eso lo incorporé.

Usted habla de su padre ya en Brasil.
Claro. Hubo un intervalo en que trabajó como comerciante en Curitiba, después viajó a Río de Janeiro, contratado, y permaneció 25 años en una gran organización que sería la precursora del hospital Albert Einstein. El hecho es que creo que fui un buen organizador de redacciones, con la preocupación por crear secciones de edición definidas.

¿Qué secciones de edición manejaba en ese primer momento? Política, información general…
La política en ese entonces se hallaba prácticamente confinada en Brasilia. En Río, contábamos con un colaborador, Heráclito Sales, que era columnista, y los reporteros de la ciudad que cubrían la Legislatura. Creamos una sección de economía, que hasta entonces no existía. Los periódicos reproducían lo que llegaba de las bolsas de Nueva York, Chicago y Río, lo que llegaba de las bolsas de mercaderías. Cuando había una decisión gubernamental, ésta iba a la página de Brasilia. Empezamos a preocuparnos por los comentarios, en resumen, comenzamos a planificar el periódico.

¿La primera reunión ocurría por la mañana?
No, por la tarde. Los periódicos comenzaban a funcionar muy tarde, porque todo el mundo tenía dos empleos, yo también. Por la mañana, trabajaba en la revista Manchete, en ese caso, en la sección Hechos & Fotos, luego almorzaba y me dirigía al Jornal do Brasil. Durante varios años tuve dos empleos, como todos los periodistas. Más tarde se creó, y nosotros lo propiciamos bastante, el tiempo completo, el reportero de siete horas, no de cinco. Una vez creadas las secciones de edición, hubo una nueva metodología de trabajo, comenzamos a reunirnos dos veces al día. Por cierto, una de las primeras secciones que fundé también fue la de investigación. El periódico no archivaba ni siquiera sus fotografías. No había ni diccionarios. Propuse que creáramos una biblioteca básica, con libros de referencia y que archivásemos los negativos. Fuimos adquiriendo libros, conformamos una base de datos –no había internet–, todo en carpetas, y creamos el departamento de investigación. Con esa base, el reportero, antes de hacer su nota, consultaba datos en el departamento de investigación. Eso se convirtió en algo usual. En 1965 tomé la decisión de hacer del departamento un productor de contenidos, tal como lo llamamos hoy.

Y eso fue, de hecho, algo innovador para el periodismo brasileño.
Desde luego, incluso porque contratamos a un equipo extraordinario de periodistas: Fernando Gabeira, Murilo Felisberto, Moacyr Japiassu, más adelante Raul Ryff, quien había sido secretario del [presidente] Jânio [Quadros], en definitiva, grandes periodistas, jóvenes y de más edad, para redactar buenas notas, utilizadas para brindar refuerzo a los hechos del día. Y contratábamos servicios. En aquella época ya existían agencias que preparaban y proveían material de background para periódicos. El JB autorizaba ese gasto porque era para mejorar el contenido del periódico, nos preocupábamos por la calidad de la información. Y cuando apareció la TV Globo, en 1965, redacté una circular de unas 10 cuartillas para todas las secciones y jefaturas informando lo que debíamos hacer a partir de ese momento en que surgía una competencia. Porque la TV Tupi, precursora, pionera, era un rejunte de los Asociados. Cuando la Globo salió al aire, asociada con la Time-Life, pensé, “ahora realmente vamos a tener competencia”. Instalé un televisor en la redacción y comenzamos a trabajar observando al enemigo.

¿Volvemos a los Cadernos de periodismo?
Al regresar de Estados Unidos, uno de mis objetivos era cómo hacer algo parecido al mural. La dirección del JB no se mostró muy interesada en mi sueño. No lo negó, pero me dijeron, “Dines, invente algo y hágalo”. Empecé a insistirles a varias personas con ello, y Gabeira, que dirigía el departamento de investigación, un think tank, digamos, fue el primero. Murilo Felisberto y él, ambos de Minas Gerais, amaban conversar sobre periodismo. A propósito, en el libro de discursos de Gabriel García Márquez, una obra maestra que ya se editó en portugués [Eu não vim fazer um discurso, editora Record, 2011], él comenta cómo, en su generación, la gente trabajaba alocadamente en una redacción y, por la madrugada, salía para charlar sobre el periódico en algún cafetín o restaurante. Aquí también teníamos a nuestros especialistas en eso. En resumen, acordé con Gabeira quien, como editor de investigación, estaría encargado de los fascículos. La empresa JB poseía una pequeña imprenta para elaborar formularios y cuartillas y yo acordé con el gerente de la imprenta la impresión de los fascículos, con un tiraje pequeño, un papel de cierta calidad y tapa de cartulina en colores. Era para circulación interna, distribución en las agencias de propaganda y para los amigos. Más adelante acordamos con una red de librerías, Entrelivros, que también comenzó a venderlos. Todo ello, un poco en rebeldía con la dirección. En fin, tuvo éxito e hicimos no sé cuántas ediciones, entre cuatro y cinco por año. Tendría que haber sido bimestral, pero nunca logramos cumplir esa periodicidad. Yo lo animaba bastante a un editor deportivo, un personaje sencillo y periodista de primera, Oldemário  Touguinhó [1934-2003], a escribir para el fascículo. Él tenía tan arraigado el periodismo que acababa su página, se iba a cenar, tomaba una cerveza, y no se iba a dormir sin pasar por el periódico para ver su edición. Y, muchas veces, descubría algún error. Era una figura de una grandeza increíble, que falleció prematuramente. Él viajaba a cubrir un Mundial de Fútbol y, si ocurría algo diferente, tal como sucedió en México, en 1970, con la revuelta de los estudiantes, enviaba material. Y luego escribió acerca de ello en los fascículos. Era lo que queríamos.

Mientras usted dirigía este proceso, en realidad, el periódico se convertía en una referencia, un modelo para todo el país.
El título, Jornal do Brasil, ayudó mucho en ese sentido. Y Río de Janeiro, como capital que fuera, era una ciudad con vocación nacional. El carácter del carioca se contagiaba a todo Brasil. Se complementaba bien con São Paulo, más circunspecto, con Minas Gerais, gente más reservada, con el nordestino, en definitiva, el periódico lograba esa síntesis. Y otra cosa muy importante fue el desarrollo de una fabulosa red de corresponsales y de grandes sucursales. La red de sucursales del JB era una inversión con retorno. Le granjeaba gran influencia política al periódico y réditos económicos, ya que la pauta publicitaria de cada sucursal era muy buena.

Pero, además, Dines, yo diría que la influencia del modelo JB ocurría también por las pasantías de profesionales de otros lugares en Río.
Ectivamente, eso lo promocionábamos bastante, y lo hacíamos porque yo había notado lo que era visitar el New York Times, por ejemplo. Debíamos funcionar como una escuela. Hay algo de esa época de lo que se ha hablado poco y que considero muy importante, y es que creamos una agencia distribuidora de material periodístico, la AJB [Agência Jornal do Brasil]. El único antecesor nacional de ese servicio era la Agência Meridional, del [periodista Assis] Chateaubriand. Como yo tenía inquietudes, llamémosle, sociales, los ingresos relativos a cada artículo publicado por otro periódico se dividían en tres: para el reportero, la agencia y el periódico.

Estaba instituyendo un modelo de copyright.
Era un modelo de cooperativa que se remontaba a mi pasado de militante del movimiento sionista socialista. Y con esos periódicos colaborábamos en todo sentido. Siempre que podía, organizaba una charla para la redacción. O sea, si bien el periódico en sí ya constituía un modelo, porque la revolución gráfica del JB fue la más influyente que hubo en el país, desarrollamos un excelente sistema de irradiación. La reforma, bajo el liderazgo de Odylo Costa Filho, ocurrió en 1956. Brito quería neutralizarla y el día que asumí me dijo, “quiero otro periódico”. Le respondí que no iba a hacer eso, al contrario, bastaba con arreglar algunas cosas.

Brito es…
Manuel Francisco do Nascimento Brito, yerno de la condesa Pereira Carneiro. La condesa tenía una única hija de su primer matrimonio, Leda. Como contrajo matrimonio tardíamente con el conde Pereira Carneiro, no tuvieron hijos. Y Leda se casó con un muchacho joven, atractivo, carioca, cuyo sueño de ser diplomático quedó trunco, aunque realizó cosas importantes. Como empresario, apoyó la reforma de la radio JB, por ejemplo, y para ello convocó a gente excelente, en especial, Reynaldo Jardim, una figura extraordinaria. Desgraciadamente, falleció el año pasado [el 1º de febrero de 2011]. Eximio poeta, un idealista, era un creador permanente. Él fue quien inventó el Suplemento B.

Nuestra impresión era que usted poseía un cariño especial por el Suplemento B, en su trabajo de editor en jefe.
Y así era. El B se creó durante la reforma de Odylo y su intención era aprovechar las sobras del día siguiente. Porque el periódico producía muchas fotografías, había muchas fotos buenas que no se aprovechaban en la edición del día, la normal. Por ejemplo, aquella famosa foto de Jânio Quadros con los pies torcidos tomada por Erno Schneider, un gran fotógrafo gaúcho.

Que Pesquisa FAPESP, por cierto, republicó exactamente hace un año, en la edición nº 182.
La foto apareció en el B dos días después del acontecimiento [el encuentro de los presidentes Jânio Quadros y Arturo Frondizi, de Argentina, en el puente de Uruguaiana, el 21 de abril de 1961. Se produjo un tumulto detrás del presidente brasileño, cuando éste caminaba hacia el encuentro, lo cual lo hizo volverse hacia atrás, según Schneider]. En general se trataba de eso, el reaprovechamiento de una noticia reciente. Y el B aparecía cuatro veces por semana, mientras que el periódico únicamente no circulaba los lunes, que era lo acostumbrado entonces para todo matutino. Amplié la circulación del B al resto de los días, y el sábado aparecía el B literario, con mayor cantidad de material de literatura y reseñas. De a poco lo fui alejando de la condición de depósito de reciclados y otorgándole producción propia, grandes entrevistas, etc. Y eso marcó al JB como un periódico con ideas. Contábamos con un gran staff de críticos y hacíamos una famosa lista, con todos ellos votando. Eso abría el diario al debate. Poseíamos críticos de teatro, de artes plásticas. El periódico realizaba la cobertura cultural y con ello brillaba.

Usted permaneció en el JB hasta 1973. Afrontó problemas dramáticos luego del AI-5 [Acto Institucional Número 5]. Y entonces, Dines, en términos de su producción intelectual en periodismo, usted permaneció un lapso entre 1974 y 1975 esperando que algo sucediera. Y aparecieron Folha de S. Paulo y el Jornal dos jornais.
Cuando me despidieron en el JB, realmente se me cerraron las puertas. La gente que seis meses antes me invitaba, me dijo, “ya no puedo hacerlo, el gobierno a usted no lo quiere”. Armando Nogueira, un gran amigo personal, me dijo, “no puedo contratarte ahora. Si viajas, cuando regreses vemos”. Editorial Abril me convocó para un alto cargo de jefatura en São Paulo, pero luego se retractó. Roberto Civita era amigo mío y me decía, “tómate un tiempo en alguna universidad, pensando. Escribe un libro”. Yo le dije que ya estaba escribiendo el libro, O papel do jornal, y viajar no era mala idea. Pronto surgió la invitación de la Columbia. Estoy seguro de que él fue quien articuló eso, aunque lo negara, porque la invitación provino del Tinker Institute y yo, por cierto, acepté. Permanecí allá entre 1974 y 1975.

¿Y en ese período se editó O papel do jornal?
No, salió en marzo o abril de 1974. Yo comencé a escribirlo dos semanas después de mi despido. En el último número de los Cadernos, que no se editó, el artículo principal era mío, titulado “La crisis del papel y el papel del periódico”. Desgraciadamente no lo conservé. Y en función de él escribí el libro. Porque la crisis del papel era una realidad, los periódicos querían reducir páginas, suprimir servicios, manifestaban el mismo instinto suicida que cunde ahora. Ya he visto la película de la prensa impresa que quiere suicidarse cuando descubre que tiene un competidor. En aquél momento la competencia era la televisión.

¿Y ahora el impulso suicida es producto de la presencia de internet?
Por supuesto. Si tomamos el libro, cuyo texto es prácticamente el mismo del artículo, lo que ahí digo es: “necesitamos mejores periódicos, no peores. Incluso periódicos más caros”. El lector inteligente incluso pagaría algo más por el papel, que se había encarecido a causa de la crisis del petróleo, para tener un buen periódico.

El libro fue un éxito en medio del mutismo de la sociedad brasileña de entonces…
Así es. No había muchos libros sobre periodismo, Danton Jobim había publicado Espírito do jornalismo, en 1960, pero no había mucho más.

Nuestro clásico de estudio todavía era la Historia de la prensa en Brasil, de Nelson Werneck Sodré, de 1966.
Lo único. Y algunos libros traducidos, con publicación financiada por la embajada estadounidense, sobre periodismo en general. Entonces, cuando me percaté que se coartaba mi permanencia en la profesión, pensé en, al menos, dejar un relato de mis ideas, mis experiencias y de lo que el Jornal do Brasil hizo en varios momentos. Fue imbuido de ese espíritu con el que elaboré O papel do jornal.

¿Cómo repercutió su segunda estadía en Nueva York en lo que hizo después?
La influencia del tiempo que viví allá fue extraordinaria. Porque era 1974, luego de Watergate, y la prensa se discutía acaloradamente. Todo el concepto de media watching, media criticism, estaba en el candelero de los debates diarios. Tuve el ejemplo de un procurador de Justicia que siguió el caso Watergate, realizó parte de las investigaciones y luego, una vez finalizado el trabajo, lo vendió en una serie de artículos para el periódico. Desde entonces comenzó a discutirse lo que se conoció como checkbook journalism, cuando se paga por la declaración de alguien, aunque su trabajo haya sido público. Eso se transformó en un debate ético y, en mi opinión, esa discusión constituyó un shock positivo [lea en: www.cjr.org/essay/checkbook_journalism_revisited.php, por ejemplo].

¿En qué trabajó durante este período?
Me hospedaba en la calle 119, en un hotel para profesores que la Columbia poseía cerca del campus. Y tenía tareas, seminarios, aunque siempre comprendía que no tenía nada que enseñar allá, y si que aprender. A los alumnos que manifestaran interés, podía relatarles cómo era la prensa en América Latina y, sobre todo, las relaciones entre el gobierno y la prensa. Tanto es así, que el tema de las dos conferencias que tenía que realizar, una en cada semestre activo, fue la relación entre el gobierno y la prensa en Brasil. Y entonces fue que hice una inmersión en la historia de la prensa. Yo no había llevado el Werneck y la biblioteca de Columbia no lo tenía, entonces se lo pedí a Otto Lara y él me envió un ejemplar. Los alumnos eran periodistas y estudiantes de la escuela de periodismo. El curso era a nivel de posgrado y bastante intensivo. En la reunión de docentes yo anotaba todo, fue un aprendizaje extraordinario.

Y allá comenzó a surgir nuevamente su deseo de realizar un mural. Estados Unidos parece provocarle eso.
Fue más o menos así. En marzo de 1975, creo, Cláudio Abramo viajó a Nueva York para almorzar conmigo. Él ya había sido autorizado por [Octavio] Frias para realizar una reforma. Me dijo, “creo que usted nunca leyó Folha”, y era cierto. Nadie leía Folha. Era un periódico decididamente malo. Él me dijo que querían hacer un periódico con un buen contenido y le agradaría que le prometiera que Folha sería el primer lugar al que iría al regresar a Brasil. Y así lo hice. Frias me propuso que dirigiera la sucursal y escribiera un artículo político. Yo había escrito muy poco durante mi período en el Jornal do Brasil. Cuando se me ocurría una idea, se la transmitía a la redacción. Creo que esa es la función de quien dirige la batuta. Pero Frias provocó en mí la voluntad de escribir y aprovechamos eso para hacer a dúo la página de opinión que el periódico no poseía. Ruy Lopes, de Brasilia, al comienzo de la página, yo en el medio y, debajo, los columnistas se alternaban. Cláudio Abramo, que era un genio para el dibujo, hizo eso, le transmití mis sugerencias y la cosa funcionó. También le dije a Frias que, sin que él me pagara nada, más allá de lo que acordamos, yo quería escribir en el segundo suplemento, los lunes, cuando era el peor periódico de la semana. Él me preguntó sobre qué, y yo le expliqué que quería comentar el trabajo de los periódicos y del resto de los medios. Me dijo que lo único que haría era ganarme enemigos.

¡Y tenía razón!
¡Claro! Me los gané incluso en la propia Folha. Frias y Cláudio trabajaban en conjunto y ellos fueron quienes decidieron publicar la primera columna que envié en la página seis del primer suplemento o sección, y un domingo. Actualmente constituye el lugar del ombudsman.

Entonces para usted llegó el tiempo de la distensión lenta gradual y segura, la consigna del gobierno de Geisel.
Mi primer artículo en el Jornal dos jornais fue “La distensión es para todos”. Y realmente me granjeé grandes enemigos. Elio Gaspari y Veja e, más tarde, en la propia Folha, donde permanecí hasta 1980, cuando fui despedido por teléfono por el director de redacción, Boris Casoy. Yo había escrito un artículo acusando formalmente a Paulo Maluf de ser el responsable por la represión de la huelga del ABC. El artículo no se publicó. Al día siguiente, escribí otro, con un ánimo semejante. Tampoco lo publicó. Entonces publiqué uno de esos artículos en O Pasquim, al que yo ayudaba en aquella etapa difícil. Les había propuesto a Jaguar y a Ziraldo hacer una página denominada Diario del cesto. Esa página contenía una frasecita que atribuí a Shakespeare, en portugués, que decía, “lo más importante de la historia del periodismo no es lo que aparece en los periódicos, sino lo que se arroja al cesto”. Y publiqué uno de los artículos rechazados, con la paginación que yo tenía en la Folha. Boris dijo sentirse agredido y me despidió. Hace poco tuve una charla con Cremilda Medina enumerando todos los despidos y censuras que padecí. Incluso elaboré una estadística.

¿Y cuál fue el resultado?
Hasta 2008 ó 2009 me dio un gran despido o una agresión por año, si no me equivoco. El primero fue obra de Chateaubriand. Él me despidió en plena democracia brasileña, en 1960, cuando yo dirigía el Diário da Noite. Estaba muy satisfecho con mi trabajo, tanto que me envió a Londres para pasar algunos días en la redacción del Daily Mirror, periódico de cuya lectura disfrutaba mucho. Aún así me despidió. ¿Por qué? Un día de enero de 1961, secuestraron al Santa Maria, un famoso buque portugués de pasajeros, en un acto de protesta contra la dictadura salazarista. Chateaubriand estableció que los Diarios Asociados no escribieran nada al respecto. Él estaba muy conectado con Salazar. Y yo desobedecí. Dije “no puedo”. Yo tenía fotografías del interior del Santa Maria y un tabloide vive de las fotografías, cosas como ésa. Entonces las publicamos y yo fui despedido al día siguiente. No directamente por él, que ya se encontraba cuadripléjico. Quien me despidió, muy elegante y hasta cariñosamente, fue João Calmon, su mano derecha, quien más tarde sería senador. Él me dijo, “Dines, al viejo no le gustó, te excediste”. Y continuó, “pero sé que has hecho algo para Bloch y fácilmente hallarás otro empleo”. Era verdad. Una semana antes, a causa de un parentesco matrimonial, Adolpho Bloch me pidió ayuda. Él había lanzado el primer número de Fatos & Fotos, toda una edición dedicada a Juscelino Kubitschek, quien traspasó la faja presidencial a Jânio Quadros, y no sabía qué hacer para la segunda edición. El hecho es que Adolpho me pidió ayuda por lo menos para el número dos, e intenté hacer ese tal periódico revista, en blanco y negro, de un solo tirón. No tenía tapa, mejor dicho, la tapa era del mismo papel de la revista. Blanco y negro, ¡hermoso! Rotograbado negro con todos los recursos gráficos que no podía utilizar en el Diário da Noite porque no contaba con posibilidades técnicas. Llevé a la gente que trabajaba conmigo y logramos una revista muy buena, donde trabajó mucha gente: Paulo Henrique Amorim, Itamar de Freitas, una muchachada muy buena.

Al salir de Folha, ¿qué hizo?
Cobré el dinero e invertí, era un buen momento para el mercado de acciones. Decidí realizar un sueño en el que ya estaba embarcado: la biografía de Stefan Zweig. Corría 1980 y el libro tenía que editarse en 1981, en el centenario de su nacimiento. Me sumergí en eso, y la única excepción que hice fue para O Pasquim.

Me gustaría que nos hablara un poco de su viaje a Portugal y, por último, de la construcción de nuevos instrumentos para pensar el periodismo, es decir, el Labjor y el Observatório da Imprensa.
Me contrataron en editorial Abril, como vicedirector editorial, y atravesé un período muy bueno y, simultáneamente, muy malo. ¿Por qué? Por el espíritu mafioso que siempre primó en la redacción de Veja. Se cerraba y no aceptaba ninguna relación con la dirección de la editorial, elegía a quiénes contrataba y cosas por el estilo. Cuando me contrataron en Abril, Veja decidió que yo podría hacer lo que quisiera en el resto de Abril, pero no ahí. Desarrollé una tarea interesante desde el punto de vista institucional, e incluso de formación. Inauguramos las carreras de periodismo con las que hoy cuentan todas las empresas periodísticas. Instituimos pasantías para los mejores alumnos y, después, la utilización de otros en una función denominada cartero, gente que leía las cartas de la redacción. Editorial Abril recibía centenares de cartas por día y nadie las leía; tan sólo Veja, a veces, publicaba las suyas. Trabajé desde 1982 hasta 1988. Durante ese lapso, se editó Morte no paraíso y pensé que me gustaría escribir otra biografía. Tenía en mente otro personaje, Antônio José da Silva. Ya había investigado algo, pero llegué a la conclusión de que debía viajar a Portugal para plasmar algo que estuviese a la altura de lo que pretendía. Me postulé para una beca de estudios en la Fundación Vitae y me aprobaron. Entonces Norma y yo tuvimos que casarnos para dejar todas nuestras pertenencias aquí en un apartamento adquirido. Necesitábamos la suma de nuestros sueldos para eso. Fue un casamiento muy divertido, con mis hijos presentes. Ella trabajaba en el JB, que la nombró corresponsal del periódico en Lisboa. Entonces partimos, alquilamos un buen apartamento y fueron, quizá, los mejores años de mi vida, con la conciencia de que lo eran. En primer lugar, porque Lisboa es encantadora. Es como el Río de Janeiro antiguo. Fue el primer año que estuve, rigurosamente, sin pensar en periódicos. Apenas sí leía diarios. Cuando estaba por concluir el período de la beca, me di cuenta que no podía irme. El material era de una riqueza abrumadora y yo regresaba a casa muy entusiasmado. En ese mismo momento, Editorial Abril me preguntó si no me gustaría quedarme en Portugal por más tiempo, porque, ahora sí, ellos querían editar revistas adultas. Comencé a ganar un sueldo razonable, tenía auto y estaba bueno. Aunque duro, porque por la mañana y hasta después del almuerzo me lo pasaba en Torre do Tombo trabajando, absorto, leyendo, tomando notas. Por la tarde iba a la editorial y, a la noche, escribía o leía en casa. Edité el primer tomo del libro en 1992, comencé a recabar material para el segundo y, en 1995, quise regresar. Había sido electo Fernando Henrique Cardoso, Brasil se hallaba en ebullición y yo no quería ser un inmigrante tal como fuera mi padre. En 1992, durante un viaje para tratarme acá por un problema de salud, comencé a percatarme del estado en que se hallaba la prensa brasileña: un espanto, el triunfalismo por la caída de Fernando Collor de Mello, esa manía del festejo… pensé que sería muy bueno crear un centro de estudios y Luiz Schwarcz me sugirió hablar con el rector de la Unicamp, Carlos Vogt. Ya sabía que la Unicamp, en determinado momento, había querido contar con una carrera de posgrado en periodismo, porque el entonces rector, Paulo Renato de Souza, le solicitó una propuesta en ese sentido a Cláudio Abramo y éste me propuso trabajar juntos en el proyecto. Pero Cláudio falleció y eso no prosperó. Le escribí a Vogt manifestándole que quizá pudiéramos hacer algo precursor. Me respondió que estaba por viajar a París y podría pasar por Lisboa. Lo hospedé en un hotel maravilloso en Rua das Janelas Verdes, comimos muy bien, en definitiva, pasamos un gran fin de semana. Y ahí fue que surgió la idea del Labjor, el Laboratorio de Estudios Avanzados en Periodismo.

Entonces ustedes fueron socios en la creación del laboratorio.
Vogt ya dejaba la rectoría y me dijo que se involucraría en el proyecto porque le gustaba mucho y consideraba que podía hacer un buen aporte. Transmitió mucho ánimo, a mí y a José Marques de Melo, que en un principio estaba en el proyecto, pero después nos separamos por razones que nada tienen que ver con el Labjor. De todos modos, comenzamos a elaborar las bases académicas del centro. Coincidentemente, durante esa época en que yo viajaba mucho entre São Paulo y Lisboa, unos jóvenes amigos míos, buenos periodistas portugueses, me convocaron para debatir la creación de un centro de estudios de periodismo en Lisboa. Les comenté del proyecto brasileño, les agradó, y pensamos en hacer dos centros hermanos, con intercambio. Pero surgió el orgullo portugués de no copiar a los brasileños y ellos decidieron inventar un nombre. En aquella época, en París, se había creado el Observatoire de la Presse. Vinieron con la idea de nombrar así al centro portugués. Lo consideré excelente. Entonces, la denominación de Observatório da Imprensa surgió en esa entidad portuguesa de la cual soy fundador.

¿Y cómo se llama la entidad portuguesa?
Observatório da Imprensa. Lo crearon ellos. En un determinado momento, le dije a Vogt que habíamos fundado el Labjor para interactuar con la sociedad, que no serviría quedarnos solos debatiendo en la academia. La sociedad necesitaba decir si ese periodismo que se le ofrecía era el que necesitaba. Él consideró perfecto el razonamiento y comenzamos a pensar qué hacer. Una revista costaba demasiado, intentamos con ciclos de conferencias, pero no dio resultado. Entonces, uno de los compañeros más jóvenes, Mauro Malin, propuso hacer algo en Internet. Vogt pensó que tal vez pudiera hacerse en el Instituto Uniemp, que disponía de equipos, y entonces propuso que lanzásemos la idea del Observatorio. Solicité autorización a los colegas portugueses. Luego nos acordamos de la doctrina de Werner Heisenberg, en física cuántica, que al observar un fenómeno uno interfiere en el mismo. Pensé, “¡tenemos algo! Observaremos a la prensa y, al hacerlo, lo observado será consciente de ello y cambiará su comportamiento”. El proyecto comenzó a funcionar y me di cuenta que no podía hacer el Labjor en Campinas y el Observatorio en São Paulo. Quedamos con el Observatorio unido al Instituto Uniemp, cuyo presidente era Vogt. Gracias a él, incluso, el comité gestor de internet analizó nuestro proyecto, nos informó que también quería que a internet en Brasil tuviera una función social y de ahí provino nuestra primera financiación, una cantidad pequeña. Era quincenal, hasta que Caio Túlio nos propuso alojarnos en el portal Uol. Él no pagaba nada, pero quedamos cobijados en un portal grande y eso pronto nos ubicó en otro nivel. El trabajo creció, atravesó fronteras, fuimos estudiados en otros países de América Latina, porque ellos cuentan con modelos académicos matemáticos de análisis de los medios, mientras que nosotros estamos haciendo periodismo sobre el periodismo.

¿Cuál es su concepto general sobre el periodismo brasileño actual?
El periodismo brasileño cuenta con una vitalidad extraordinaria y seduce justamente por esa característica. Pero está perdiendo cada vez más calidad, degradándose por dentro, lo cual no impide generar, cada tanto, cosas extraordinarias. Me conmovió la historia que Mírian Leitão elaboró sobre Rubens Paiva. Es una profesional consagrada, trabaja desde las 5 de la mañana hasta las 11 de la noche, haciendo mil cosas, y todavía le queda tiempo para hacer lo que le exige la conciencia. Porque, incluso embarazada, también fue torturada. Dijo que iba a hacerlo y lo hizo. Algo muy bello, bueno, impactante y demoledor. Por ende, el periodismo brasileño es capaz de hacer estas cosas.

En el encuentro entre lo pensante de la academia y el periodismo en su propio hábitat, ¿usted divisa la posibilidad de crear nuevos medios?
Ahí aparece lo que los estadounidenses denominan wisdom thinking. Tengo la esperanza de que ello ocurra. Creo que necesitamos de un big bang, así, ¡bum! Deben surgir cosas nuevas porque Brasil lo necesita y porque culturalmente lo merece. Brasil no dará un paso adelante en el mundo si en su interior no se encuentra bien comunicado, en profundidad. Y diariamente.

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