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Ciencia

Llegan extraños a los hielos del sur

Un cangrejo del Ártico es la primera especie marina invasora hallada en la Antártida

El buque oceanográfico Prof. W. Besnard, de la Universidad de São Paulo (USP), regresó de un viaje a la Antártida en 1986 con muestras de un tipo de crustáceo recogidas durante su periplo exploratorio. Eran dos pequeños cangrejos: uno macho, cuyo caparazón medía 4,1 centímetros de largo por 2,8 cm de ancho, y una hembra de dimensiones un 20% mayores. Capturados en aguas aledañas a la península Antártica situadas al noroeste del continente blanco, estos ejemplares no llamaron mucho la atención en un primer momento. Como tantos otros especímenes que cayeron en las redes delBesnard en el océano Austral -el mar helado que circunda a la Antártida-, fueron enviados al Museo de Zoología de la USP.En mayo de 1987, embebidos en una solución a base de alcohol y dividiendo el mismo frasco de vidrio, los cangrejos pasaron a formar parte del patrimonio de la referida institución paulista. El pote que contenía a la pareja de diminutos ejemplares marinos recibió el nombre de lote MZUSP 8878 y pasó a ocupar su debido lugar en un estante. Al momento de la catalogación, el investigador Gustavo Augusto Schmidt de Melo, por ese entonces curador de la sección de carcinología (aquélla dedicada a los crustáceos), consideró que los cangrejos eran interesantes, e incluso que pudiesen ser de una nueva especie aún desconocida por la ciencia. Sin duda no existía aún ese tipo de animal en Brasil. Por eso dejó anotado que valía la pena estudiarlos algún día ?tan pronto como se finalizasen otras tareas más urgentes y hubiese personal disponible para hacer efectiva tal labor.

Dieciséis años después, llegó finalmente ese día. A comienzos de 2003, el carioca Marcos Tavares, un experto en crustáceos, se mudó a São Paulo y asumió el cargo de curador de la sección de carcinología del Museo de Zoología, ocupando así justamente el lugar de Melo, que acababa de jubilarse. En una charla de trabajo con su antecesor en el cargo, que pese a haberse jubilado continúa en actividad en el museo, Tavares tomó conocimiento de las extrañas muestras de cangrejo obtenidas por el Besnard. Consideraron que ya era hora de investigar minuciosamente aquellos ejemplares de crustáceos. El interés en la muestra creció más aún cuando verificaron en la literatura cientí­fica que no había especies vivas de cangrejos originarios de la Antártida, sino únicamente especies fósiles, extinguidas. Esto los motivó a estudiar realmente a fondo las muestras que habían llegado otrora del frío polar. Y el resultado de tal investigación surgió rápidamente: en pocos meses, los investigadores arribaron a la conclusión de que los cangrejos capturados por el personal del buque brasileño representan la primera evidencia -probablemente mediada por el hombre- de la introducción de especies marinas invasoras, originarias de otras partes del planeta, en el océano Austral.

En lugar de constituir una nueva forma de vida, estos animalitos recogidos por las redes delBesnard en 1986 pertenecen a una antigua y conocida variedad de crustáceo. Descrita en la literatura científica hace casi 250 años, la especie Hyas araneus tiene entre los pescadores el popular nombre de cangrejo araña o araña de mar. Por cierto: pescadores del mar del Norte y del océano Ártico; cabe acotarlo. El cangrejo araña o araña de mar, oriundo de regiones muy frías como es el caso de la península Antártica, solamente había sido encontrado hasta ahora en tramos de mar ubicados encima de los 41 grados de latitud norte. Es decir: nunca en el océano Austral, del otro lado del globo, a 61 grados de latitud sur.

Por lo tanto, no es en sí mismo lo que se dice una especie nueva. Pero lo que sí es una novedad es su presencia en las franjas de la Antártida, el continente más inhóspito y menos contaminado, y también el de más difícil acceso. “La fauna endémica del océano Austral estuvo aislada de las demás al menos durante 25 millones de años, y ahora está siendo expuesta al contacto con especies exóticas”, afirma Tavares. Antes del H. araneus, larvas de especies subantárticas de crustáceos, oriundas del extremo sur de Sudamérica habían sido localizadas en las cercanías de la península Antártica; pero su presencia en esa región se debía (y se debe) a la dinámica natural de las corrientes oceánicas, y no a la influencia del hombre. Eran apariciones con características distintas de las que llevaron a las arañas de mar a la costa de la Antártida.

Nuevo acercamiento
En la jerga de los biólogos, la expresión especie exótica es asignada a cualquier forma de vida animal o vegetal introducida en un hábitat diferente de su lugar de origen. Es una definición de valor relativo. Endémico y autóctono del Ártico y del mar del Norte, el H. araneus es considerado exótico e invasor en la Antártida (y en cualquier otra parte del mundo). El descubrimiento de que después de al menos 25 millones de años de aislamiento la fauna del océano Austral ya no se encuentra completamente separada de las especies marinas de otros mares resultó en un artículo científico. Dicho texto, firmado por Tavares y por Melo, se publicará en la edición de junio de este año de la revista británica Antarctic Science, especializada en temas del continente blanco. El descubrimiento del cangrejo araña en el océano Austral fue presentado en forma preliminar en octubre pasado en un congreso sobre investigaciones antárticas realizadas en Ushuaia, ciudad argentina ubicada en el extremo sur de la Patagonia. Tavares, que no es un experto en lo referente a la Antártida, donde, dicho sea de paso, nunca estuvo, fue invitado a abordar el tema ni bien relató informalmente la historia ante algunos investigadores del exterior.

La presencia de los dos ejemplares del H. araneus en la península Antártica no significa obligatoriamente que los cangrejos araña hayan establecido colonias allí. No hay registro de que la especie haya sido nuevamente hallada en la región. “Pero necesitamos más datos para saber si la introducción de esos cangrejos en el océano Austral realmente no se consolidó o si eventualmente se confirmó y pasó desapercibida”, sostiene Tavares. Probablemente su presencia en aguas tan distantes de su lugar de origen tenga por ahora un efecto más simbólico que práctico. Puede significar que está haciéndose más fácil llegar a aquellos parajes. La mayor presencia del hombre en la Antártida y el aumento de la temperatura media del planeta -incluso en las aguas muy frías del océano Austral, que normalmente funcionan como una barrera natural a la llegada de seres marinos oriundos de otros ecosistemas- pueden ser factores inductores de la entrada de especies marinas exóticas en la región más meridional de la Tierra. En suelo antártico, el trajín de investigadores y turistas ha hecho que llegaran muchos seres extraños de hábitos terrestres al continente. Un caso notorio es el de los perros, que llegaron a allí para ser usados como animales de tiro en los trineos hasta comienzos de la década pasada, cuando su presencia en la Antártida fue prohibida. Si la introducción de especies alienígenas era ya una realidad en tierras antárticas, lo propio parece ahora suceder en la costa del continente. Por eso es importante descubrir de qué forma la pareja de cangrejos araña se mudó de hemisferio y fue a parar del otro lado del mundo, en el océano Austral.

¿Cómo estos animalitos del Ártico, acostumbrados a vivir en el fondo de un mar compuestos de rocas, arena y barro, de máxima a 550 metros de profundidad, lograron dejar la vecindad del Polo Norte, cruzar incólumes las elevadas temperaturas de la línea del Ecuador y desembarcar en las proximidades del Polo Sur? Pues bien: desembarcar parece ser el verbo más adecuado para describir el medio de transporte utilizado por las arañas de mar para llegar a la Antártida. “Sospechamos que estos crustáceos deben haber entrado en la península Antártica incrustados en el casco de buques o en el agua de lastre de las embarcaciones”, comenta Melo. Para los investigadores, debido a las dimensiones de los crustáceos, un poco grandes como para permitir su alojamiento en las paredes externas de los barcos, la segunda hipótesis es la más probable. “El movimiento de buques se ha incrementado mucho en el océano Austral durante las últimas décadas, en razón del aumento de las actividades de investigación, de pesca y de turismo”, afirma Melo. Se estima que viven cuatro mil investigadores en la Antártida durante los meses de verano. En el invierno, ese número se reduce a mil científicos. La cantidad de turistas que visitan los glaciares y los pingüinos del continente blanco asciende a 10 mil, y a veces 15 mil. Es mucha gente que la que llega vía buques. Y ni hablar de los barcos pesqueros, que navegan por allí generalmente en busca del abundante krill, un tipo de crustáceo parecido al camarón.

Tanques llenos de agua
No existe ninguna evidencia concreta de que el agua de lastre haya sido realmente responsable por la introducción de los H. araneus en el océano Austral. Pero, por exclusión de las restantes alternativas, es la que restó para ser investigada. Esto porque otras formas de introducción de especies marinas exóticas, como el cultivo comercial de peces y crustáceos o la construcción de canales de navegación no forman parte de la realidad del continente blanco. Estas hipótesis tienen sentido en otros puntos del planeta, pero no en la Antártida. Almacenada en los tanques de los barcos, en compartimentos sellados, el agua de lastre es esencial para asegurar una buena navegabilidad y la integridad estructural, especialmente en las embarcaciones de carga. “Los buques son proyectados para viajar con sus depósitos llenos de mercaderías”, dice Tavares. En razón de esta característica, cuando no existe carga para llevar de un lugar a otro, los barcos se desplazan con sus compartimentos llenos de agua -la referida agua de lastre, rica en muestras de la fauna y la flora locales- para asegurar su equilibrio. Cuando llegan a su destino, donde se abastecen con productos y pescado, descargan el agua de lastre cargada en el puerto de origen, para evitar el exceso de peso.

La Organización Marítima Internacional (IMO, sigla en inglés), que es la agencia de las Naciones Unidas que monitorea la seguridad del transporte naval, estima que alrededor de 7 mil especies marinas, muchas veces en forma de larvas, viajan a bordo de los tanques llenos de agua de lastre de la flota naval internacional, invadiendo así hábitats distantes de su ambiente natural. Y eso sin contar los microorganismos y bacterias, como es el caso del vibrión del cólera, que también pueden ser transportados de esta forma. La introducción involuntaria de especies exóticas promovida por los barcos, que cargan alrededor del 80% de las mercaderías comercializadas en el mundo globalizado, ha resultado en alteraciones significativas de ecosistemas de algunas partes del mundo, con consecuencias de índole ambiental, sanitaria y muchas veces económica. En Estados Unidos, una especie de molusco de agua dulce de origen europeo, el mejillón cebra (Dreissena polymorpha), llegó a los Grandes Lagos vía agua de lastre, probablemente a comienzos de los años 1980, y se propagó por el 40% de los ríos navegables de ese país. Entre 1989 y 2000, los costos destinados al control de esa plaga, cuya concha se adhiere a cualquier objeto sólido, se estimaron en al menos 750 millones de dólares.

Y no faltan historias parecidas a la del mejillón cebra en otras partes del planeta, incluso en Brasil. El crustáceo Charybdis hellerii, luego de colonizar el Mediterráneo oriental, migró al Atlántico en la década de 1980, posiblemente a bordo de los compartimentos de agua de lastre de embarcaciones que hicieron escala en puertos israelíes. También durante esa década, ejemplares de esa especie marina fueron hallados en Cuba, Venezuela y el Caribe colombiano. En 1995, su presencia fue detectada en Florida y en Río de Janeiro. En la actualidad, el C. hellerii, que puede convertirse en un competidor en la lucha por el hábitat normalmente ocupado por otros crustáceos de importancia comercial, es encontrado como mínimo en siete estados de la costa brasileña. Otro caso famoso de introducción accidental de una especie exótica en territorio brasileño es la historia del mejillón dorado (Limnoperma fortunei), de origen asiático. Transportado en el agua de lastre de los buques, este molusco apareció primeramente en el Río de la Plata, Argentina, en los años 1990. Actualmente está presente en algunos ríos del sur de Brasil. A ejemplo del mejillón cebra en Estados Unidos, la valva del L. fortunei es muy pegajosa. Uno de sus efectos colaterales fue que se adhirió a las turbinas de la central hidroeléctrica de Itaipú, en Foz do Iguaçú, norte del estado de Paraná, por lo cual debieron incrementarse los cuidados y los gastos en limpieza de los engranajes de dicho complejo.

Sin embargo, no se puede generalizar y endilgar la llegada de todas las especies marinas invasoras al pasivo del agua de lastre. El camarón blanco del Pacífico, (Litopenaeus vannamei) fue introducido en Río Grande do Norte en 1981 para su cultivo comercial en viveros, ubicados generalmente en terrenos a orillas del mar, lo que facilita la obtención de agua marina para la cría del crustáceo. Hoy en día, la especie, de origen asiática, es el tipo de camarón más cultivado en Brasil, y genera millones de dólares en la pauta de exportación. Algunos biólogos temen que el camarón blanco, muy susceptible a enfermedades virales, pueda ser atacado por el virus TSV, tal como ocurrió en los estados norteamericanos de Texas y Carolina del Sur a mediados de la década pasada, y transmitir ese patógeno exótico a especies autóctonas de camarón. Y con el cangrejo rojo de río Procambarus clarkii, autóctono del sur de Estados Unidos, existe una preocupación similar. Esta especie arribó a Brasil en manos de los criadores, y es muy apreciado por los dueños de acuarios. Pero carga consigo un hongo, el Aphanomices astaci, al cual éste es insensible, mas que puede ser nocivo para otros seres marinos. “La introducción de especies exóticas es una ruleta ecológica”, afirma Tavares. “Y sus consecuencias son imprevisibles”, agrega. El problema radica en que, tal como lo demuestra el descubrimiento de la pareja de cangrejos araña del Ártico en pleno océano Austral, ningún trecho de mar está exento de entrar en este juego de azar. Ni siquiera las aguas que circundan la Antártida, donde esa ruleta ya habría dado sus primeros giros.

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