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HISTORIA

Los banqueros de la trata

Documentos antiguos ponen de manifiesto el rol de los grandes negociantes de Lisboa en las operaciones con esclavos en Angola

La contabilidad de la esclavitud: en la página de al lado, una cuenta de compra de esclavos en Luanda

Torre do Tombo La contabilidad de la esclavitud: en la página de al lado, una cuenta de compra de esclavos en LuandaTorre do Tombo

En 1740, el portugués Domingos Dias da Silva era el capitán de un barco que transportaba tejidos, aguardiente, vino y armas de fuego hacia Luanda, el mayor puerto ligado a la trata y tráfico de esclavos en Angola, por entonces, una colonia portuguesa. Da Silva vendía las mercaderías, recibía parte del pago bajo la forma de papeles denominados letras o en libranzas que funcionaban como pagarés, y parte en esclavos. Luego de entregar los esclavos en Brasil, cambiaba las letras por monedas de oro, cargaba las bodegas con azúcar y regresaba a Lisboa, cerrando una travesía que podía haber comenzado dos años antes. Da Silva ganó dinero suficiente como para participar en la subasta de contratos de esclavos promovida por el gobierno portugués, y ofertar más que los competidores. Luego de 25 años, se convirtió en contratista, cobrando impuestos en nombre del rey sobre los negocios con esclavos y acumulando riqueza, poder y prestigio.

Su trayectoria expone la complejidad comercial del tráfico de esclavos entre Portugal, Angola y Brasil, que el historiador Maximiliano Menz, de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp) está reconstruyendo por medio de dos conjuntos de documentos hallados en Torre do Tombo, uno de los archivos históricos de Lisboa. El primer conjunto, consultado por primera vez en 2011, está constituido por los cuatro libros de contratos de exportación de esclavos adquiridos en Luanda entre 1763 y 1770. En esa época, un promedio de 9 mil africanos salían anualmente de Angola como esclavos. En el transcurso de tres siglos, casi 6 millones de africanos salieron, fundamentalmente de Angola, para trabajar en las minas de oro y en las plantaciones de caña de azúcar de Brasil.

Una libranza, una especie de pagaré común en Angola

Archivo Histórico de Ultramar Una libranza, una especie de pagaré común en AngolaArchivo Histórico de Ultramar

El segundo conjunto de documentos emergió en otro viaje, en enero de este año: se trata de alrededor de 230 libros ‒cuatro por año, cada uno con 600 páginas‒ de los registros de mercaderías que pasaron por la aduana de Lisboa al ser embarcadas hacia Luanda entre 1748 y 1807. En los 28 libros que ya ha analizado, Menz contabilizó alrededor de 2  mil asientos con nombres de personas y mercaderías, y determinó que, aunque los negocios estaban concentrados en las manos de grandes negociantes como Da Silva, participaban cientos de personas, incluso curas, que podían enviar vinos para intercambiarlos por esclavos en Luanda. “Sí, curas”, dice él. “No había ningún problema. Según el modelo religioso de la época, el tráfico de esclavos era un modo de salvar almas del infierno, porque los negros recibían el bautismo antes de embarcar en los navíos rumbo a Brasil”.

Con esos documentos, Menz está poniendo de relieve el rol central de los contratistas portugueses y de los contratos de exportación en la generación de los mecanismos de crédito y de capitales asociados al tráfico de esclavos. “El contratista funcionaba como un banco, prestando dinero por medio de libranzas que emitían en Luanda como forma de pago por las mercaderías”, dice. “Los papeles se intercambiaban por dinero en Brasil, cuando se vendían los esclavos”.

Menz estaría confirmando una hipótesis del historiador Joseph Miller, de la Universidad de Virginia, en Estados Unidos: “Miller propuso que los mercaderes de Lisboa, gracias al control del contrato de esclavos, monopolizaban la financiación del negocio, valiéndose de una serie de privilegios garantizados por esos contratos y, de esa manera, proveían la mayor parte de las mercancías que se utilizaban para la compra de los esclavos en el interior de Angola”.

Una vista panorámica de Luanda en 1775, con la catedral, en la ciudad alta (a la izquierda) y el fuerte de São Miguel (a la derecha)

Guilherme Paes de Menezes/ Wikimedia Una vista panorámica de Luanda en 1775, con la catedral, en la ciudad alta (a la izquierda) y el fuerte de São Miguel (a la derecha)Guilherme Paes de Menezes/ Wikimedia

“En esa época, los hombres de negocios de Brasil intervendrían fundamentalmente en el mercado de fletes, ofreciendo el transporte de mercadería humana que se vendería en Brasil”, postula Menz, con lo cual brinda una alternativa al enfoque común de los historiadores, según el cual los comerciantes brasileños eran los que controlaban el tráfico negrero. “Ésa era la interpretación en los trabajos de Luiz Felipe de Alencastro, Manolo Florentino, Roquinaldo Ferreira y Alexandre Vieira Ribeiro, pero hay investigaciones recientes que también reconocen el protagonismo de las comunidades mercantiles de Lisboa o de los mercaderes de Luanda y Benguela, como son las tesis de Gustavo Acioli Lopes, Jaime Rodrigues, Daniel Domingues Dias Silva, Mariana Cândido y el doctorado, en curso, de Jesus Bohorquez”.

Mientras que en el norte, en las regiones denominadas Guinea y Mina, los europeos anclaban sus buques en los puertos y solamente compraban los esclavos capturados por mercaderes africanos, en Angola, al ser una colonia portuguesa, la participación de los europeos era más intensa. En Luanda, la capital, la trata de esclavos se había transformado en la principal fuente de ingresos de la población que estaba integrada por portugueses y mestizos, que representaban la mitad de los alrededor de 5 mil habitantes de la ciudad (la otra mitad eran esclavos, parte de ellos a la espera de los barcos que los conducirían hacia América).

Los portugueses financiaban la compra de esclavos en el interior a través de los tratantes locales, generalmente negros o mulatos, que podían dejar de pagar o morir, a causa del paludismo, la fiebre amarilla y otras enfermedades comunes. El mayor riesgo era la pérdida de esclavos, que a menudo no resistían la travesía del océano rumbo a Brasil, lo cual reducía el lucro. Para evitar ese riesgo, los negociantes preferían recibir el pago en libranzas o en letras, que intercambiaban en Brasil por oro o productos coloniales tales como azúcar, algodón y tabaco, que se enviaban hacia Lisboa.

La corriente de crédito funcionó hasta que Domingos Dias da Silva, como contratista, decidió modificar las reglas: dejó de prestarles a los otros comerciantes por medio de libranzas y forzó la compra de las mercaderías que él enviaba desde Lisboa. No dio resultado, pues casi nadie tenía dinero en efectivo para pagar. Según Menz, el gobernador de Angola, Francisco Inocêncio Coutinho, presionado por los comerciantes, le escribió a Sebastião José de Carvalho e Melo, el marqués de Pombal y secretario de Estado del reino. En 1770, para terminar con el conflicto, Pombal revocó los contratos y estableció que los impuestos sobre la venta de esclavos serían administrados directamente por la Hacienda real. A pesar de los imprevistos, Da Silva aparentemente no fracasó y, años después, murió rico. El tráfico fue abolido en 1830, pero en los años siguientes hubo muchos esclavos que aún fueron capturados y enviados ilegalmente desde Angola hacia Brasil.

Proyecto
Una historia económica del tráfico de esclavos en Angola: financiación, impuestos, transporte (c. 1730-1807) (nº 2014/ 14896-9); Modalidad Ayuda a la Investigación – Regular; Investigador responsable Maximiliano Mac Menz (Unifesp); Inversión ​R$ 37.344,11 (FAPESP).

Artículo científico
MENZ, M. M. As geometrias do tráfico: o comércio metropolitano e o tráfico de escravos em Angola (1796-1807). Revista de História. v. 166, p. 185-222. 2012.
MENZ, M. M. A Companhia de Pernambuco e Paraíba e o funcionamento do tráfico de escravos em Angola (1759-1775/80)Afro-Ásia. n. 48, p. 45-76. 2013

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