Las llamas del incendio que destruyó el Museo Nacional de Brasil atrajeron la atención –y la solidaridad– del mundo. Gobiernos, museos e instituciones de países tales como Alemania, Italia, Francia, España, Argentina, Estados Unidos y Canadá rápidamente se manifestaron ofreciendo su ayuda. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) envió a Brasil, con recursos de su Fondo de Emergencia para el Patrimonio, a una comisión multidisciplinaria conformada por expertos en gestión de desastres. Esa delegación efectuó visitas técnicas al lugar y evaluó los daños provocados por el fuego. El grupo, encabezado por la historiadora italiana Cristina Menegazzi, responsable del Programa de Salvaguardia de Emergencia del Patrimonio Cultural Sirio, en la oficina de la Unesco con sede en Beirut, en el Líbano, ayudará a Brasil en la definición de los próximos pasos tendientes a la recuperación física del museo.
“Existen especialistas sumamente calificados en Brasil. Iremos a buscar a otros fuera del país para reforzar las capacidades locales y crear un consejo de expertos ligados a las universidades y al ministerio de Cultura, y un fondo internacional para la recuperación del edificio y de los fragmentos de las colecciones encontrados entre los escombros”, dijo Menegazzi. Luego de constatar que el 90% de la fachada sigue de pie, ella no ve motivo que impida la reconstrucción el palacio. “Hay muchos fragmentos, resto de estuco y de frescos de la construcción”.
El edificio se erguirá en un modelo lo más cercano posible al original. Con 13.600 metros cuadrados distribuidos en tres pisos, tenía una arquitectura neoclásica y una decoración eclética. “Pero no siempre fue así. El palacio pasó por sucesivas reformas para albergar a la familia real, desde que esta se mudó a Brasil en 1808”, comenta el arquitecto Ronaldo Foster Vidal, del Instituto Brasileño de Análisis y Peritajes en Ingeniería (Ibape).
El edificio fue construido alrededor del año 1803 en estilo barroco por el tratante de esclavos Elias Antonio Lopes (1770-1815). Una obra firmada por el arquitecto José Domingos Monteiro (1765-?), con probable participación de José da Costa e Silva (1747-1819), también arquitecto. “Tenía en ese entonces dos pisos”, comenta Foster Vidal. “Para adecuarse a los estándares de la nobleza, pasó por un cambio de estilo y muchas ampliaciones hasta convertirse en la residencia oficial de los emperadores Pedro I y Pedro II”. Con cada intervención, el palacio fue adquiriendo líneas neoclásicas inspiradas en el Palacio Nacional de Ayuda, en Lisboa.
“Las paredes que resistieron al fuego son de piedra sólida. Para erigir nuevas paredes, en la parte central de la construcción habrá que trabajar en la fundación probablemente con una técnica italiana denominada pali radice, elaborada para recuperar construcciones centenarias e históricas”, presume Foster Vidal. De acuerdo con el arquitecto, en lugar del conocido martinete, que produce mucha vibración, podrá utilizarse una lámina helicoidal parecida a un sacacorchos para perforar el suelo. “Esto permitiría la colocación de nuevas columnas sobre las cuales se apoyarían las llamadas losas hongo, de aproximadamente 20 centímetros de espesor, que no requieren de vigas. Se sostendrán con pilares.”
La utilización de esta técnica permitiría que toda la infraestructura –agua, luz y telefonía– quedase empotrada. “Con los revestimientos del piso y del techo siguiendo el estilo de la época de la construcción, el edificio podría quedar ‘viejo como nuevo’”, bromea Foster Vidal. Según el arquitecto, el uso de losas hongo puede reemplazar perfectamente a las vigas del método adoptado en la época de la construcción, con piezas de madera sosteniendo el piso. La reconstrucción del palacio ha quedado estimada en un valor ubicado entre los 70 y los 120 millones de reales.
La elección de los materiales que se utilizarán en la obra es fundamental. “Hoy en día contamos con la tecnología como para dotar de seguridad a los edificios históricos. La madera, por ejemplo, puede tratarse con una pintura intumescente, que protege contra el fuego”, explica el arquitecto Pedro Mendes da Rocha, responsable de la recuperación del Museo de la Lengua Portuguesa, situado en el complejo de la Estación Luz, en el centro de São Paulo, luego del incendio de diciembre de 2015.
Al igual que en el Museo Nacional, allí también el fuego se propagó debido a la gran cantidad de material inflamable de sus estructuras. “Por eso reconstruimos el techo con madera certificada y de 2 centímetros más en todas las dimensiones, que aguanta dos horas de fuego, tiempo suficiente como para que en una eventualidad se pueda retirar a todo el público del edificio”, aclara Mendes da Rocha. Los sistemas que utilizan gases capaces de contener focos de incendio sin mojar ni dañar objetos a su alrededor y sensores de calor y humo que se comunican vía wifi con el sistema de monitoreo constituyen algunos de los avances tecnológicos disponibles en el mercado. “El uso adecuado de las tecnologías de protección eleva el costo de la obra aproximadamente un 30%”, estima Mendes da Rocha. “No es poco, pero, ¿cuál sería el valor de una momia como la que se quemó allí?”
Mendes da Rocha trabaja actualmente en las reformas de otros cinco museos, y ha venido investigado nuevas técnicas y soluciones en instituciones culturales consideradas ejemplos de excelencia en conservación y seguridad, tales como la Fundación Beyeler, en Basilea, Suiza, y el Museo del Louvre, en París, Francia. “En la Fundación Beyeler existe una especie de manta de amianto debajo de cada banco, en cada sala, que se usa para contener el comienzo de focos de incendio, y hay socorristas entrenados, atentos y a disposición las 24 horas”, explica. Inaugurado en 1793 en el antiguo palacio de la monarquía francesa, el Louvre posee 2 mil extintores de incendio y 8 mil detectores de humo, y los bomberos están distribuidos por todas las alas para que, en caso de emergencia, puedan tener acceso rápido a cualquier lugar del edificio.
Cuando empezó el incendio, el Museo Nacional ya se encontraba cerrado para el público, los bomberos no estaban más en él y cuatro vigilantes se encargaban de la seguridad del edificio. Se supo después que la edificación nunca contó con la obligatoria Acta de Inspección del Cuerpo de Bomberos, una certificación de que se cumplen las normas de seguridad correspondientes.
Calificación técnica
Las dificultades que reviste la conservación y el mantenimiento de los museos en Brasil no derivan de la escasez de conocimiento técnico sobre el tema. El país dispone de especialistas, incluso en el área de prevención de incendios. Este es el caso de la arquitecta Rosaria Ono, docente de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de São Paulo (FAU-USP), responsable de un estudio referente a locales de gran concentración de público, como la discoteca Kiss, en la localidad de Santa Maria (Rio Grande do Sul), donde murieron 242 personas y 680 quedaron heridas a causa de un incendio que se produjo hace cinco años.
Con ese episodio como punto de partida, Ono investiga formas de minimizar las consecuencias de los incendios. Recientemente inició un mapeo técnico de las condiciones de los museos localizados en edificios históricos del estado de São Paulo. Ya ha visitado 10 instituciones. “El gran reto reside es entender las características de cada edificio y mapear las posibilidades de intervención, a los efectos de aumentar la seguridad sin alterar su arquitectura”, informa. Como casi todos fueron construidos con parte de la estructura en madera, una de las técnicas de protección sugeridas es la compartimentación de los espacios, con la creación de barreras físicas, tales como paredes o losas para la contención de eventuales focos de incendio. “Como retribución a las instituciones que han abierto sus puertas para llevar a cabo la investigación, les entregaremos a los directores sugerencias tendientes a mejorar la seguridad del patrimonio a corto, mediano y largo plazo.”
La arquitecta Sheila Walbe Ornstein, quien integra el mismo grupo de investigación que Ono y también es profesora de la FAU, recuerda que la modernización de la infraestructura de los edificios históricos que albergan colecciones físicas relevantes resulta inevitable. “En el pasado no se pensaba ni en contar con una reserva de agua para contener incendios”, ejemplifica. “La modernización contribuye a la preservación y a la conservación del propio edificio, con su arquitectura de época, y de las colecciones que en ellos se exponen o se custodian”. “En sus comienzos, las construcciones como la del Museo Nacional se iluminaban con velas y faroles”, recuerda Jovanilson Faleiro de Freitas, ingeniero electricista y coordinador de las Cámaras Especializadas de Ingeniería Eléctrica del Sistema del Consejo Federal de Ingeniería y Agronomía/ Consejo Regional de Ingeniería y Agronomía (Confea/ Crea). “Desde ese entonces, muchas cosas han cambiado en el palacio. Llegó la iluminación alimentada con gas y luego la electricidad, con cables revestidos con cartón impregnado en betún. Esta evolución se erige como la pesadilla de todos los edificios históricos, pues no se lleva a cabo la debida actualización de las instalaciones eléctricas, lo cual pone en riesgo toda la edificación.”
Para garantizar la seguridad de esas instalaciones, el cableado actual, con medidas proporcionales a la energía utilizada, pasa por cañerías metálicas. En caso de sobrecarga, disyuntores desactivan automáticamente el sistema, evitando cortocircuitos. “Además de instalaciones adecuadas, el mantenimiento no puede hacerse una vez por década”, asevera Mendes da Rocha. Los museos necesitan contar con equipos técnicos aptos para cumplir normas y actualizar estándares de seguridad, incluso para las exposiciones aisladas, muchas veces con características específicas, que los edificios suelen recibir.
Cuando se incendió Museo de la Lengua Portuguesa, nueve años después de pasar por una gran reforma, albergaba una exposición itinerante. El accidente fue causado por un cortocircuito en donde estaba instalado un reflector. El fuego se propagó rápidamente porque el espacio estaba repleto de material escenográfico altamente inflamable: hamacas de dormir y 20 mil libros. “Es sumamente importante contar un equipo encargado de la gestión de riesgos”, constata Walbe Ornstein, quien se aproximó más a la realidad de los museos al hacerse cargo de la dirección del Museo Paulista de la USP, el Museo del Ipiranga, en 2012. Al comenzar su gestión, la arquitecta se deparó con fisuras asociadas a la humedad en fachadas, tabiques y cielorrasos internos. La luz roja se encendió cuando el cielorraso de una de las salas, hecho de argamasa y madera –por ende, sumamente pesado–, tuvo que ser apuntalado para que no se desmoronase. “El museo afrontaba también problemas de accesibilidad y seguridad contra incendios”, comenta. “Tras escuchar a los especialistas integrantes del equipo, la dirección del museo y su consejo deliberativo ponderaron los riesgos de la situación y consideraron que sería mejor cerrarlo para visitas en forma preventiva, hasta que las adecuaciones necesarias se implementasen”, recuerda Walbe Ornstein, quien dejó la dirección de la institución en 2016. Las obras estarían terminadas en el año 2022.
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