Esenciales para la formación práctica de los futuros investigadores, los cursos de campo en ecología tropiezan con dificultades en Brasil y padecen la falta de fondos. Por ello, hoy en día hay menos opciones para los estudiantes de posgrado que hace algunos años. Por ahora, no está previsto el regreso del curso Ecología del Bosque Atlántico, de la Universidad de São Paulo (USP), creado hace 17 años y al que asistieron unos 200 alumnos, y aún no está confirmada la 28ª edición de Ecología de la Selva Amazónica (EFA, por sus siglas en portugués), una iniciativa del Instituto Nacional de Investigaciones de la Amazonia (Inpa). “Estamos buscando financiación”, dice la bióloga Flávia Delgado Santana, una de las coordinadoras del EFA, que ya ha formado a más de 500 alumnos. Dicho curso forma parte del Proyecto Dinámica Biológica de Fragmentos Forestales (PDBFF-Inpa), ahora también vinculado a la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG).
El del Bosque Atlántico fue suspendido en 2019 por falta de fondos. “Se mantuvo interrumpido durante la pandemia de covid-19 y continúa así”, dice el biólogo Glauco Machado, de la USP, su coordinador desde la primera edición, en 2007. “Generaciones completas de ecólogos brasileños han asistido a estos cursos, que ya se han convertido en una tradición en este campo y proporcionan una inmersión total en el bosque y en el método científico”, añade el biólogo, quien se desempeñó como monitor del EFA en 2001. Él estima que para organizar una edición, con los 20 alumnos habituales durante 28 días en lugares como el Área de Protección Ambiental Cananéia-Iguape-Peruíbe, en el sur del litoral paulista, el presupuesto ascendería, al menos, a 80.000 reales.
Como no siempre hay dinero para ambos cursos, mantenerlos a flote exige hacer malabarismos. Para la edición del EFA de 2023, que costó 120.000 reales según Santana, alrededor del 70 % de los fondos salió del PDBFF, el Centro de Biodiversidad de la Amazonia Thomas Lovejoy y la Fundación Paul & Maxine Frohring. Otro 25 % procedía de la Coordinación de Perfeccionamiento del Personal de Nivel Superior (Capes) y el 5 % restante del programa de posgrado en ecología del Inpa. “Estos porcentajes varían bastante de un año a otro”, dice la investigadora. “Comenzó como una de las ramas de capacitación de recursos humanos del PDBFF, concebido por [el biólogo estadounidense Thomas] Lovejoy [1941-2021] en 1978”, explica (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 230). Los estudiantes realizan visitas a tres o cuatro biomas diferentes.
La combinación de distintas fuentes de financiación también es la estrategia adoptada por la coordinación del curso de campo Ecología y Conservación de la Caatinga, vinculado a la Universidad Federal de Pernambuco (UFPE), al que desde su primera edición, en 2008, ya han asistido 223 alumnos. El mismo se realiza en el Parque Nacional do Catimbau, en Buíque (Pernambuco), y también está abierto a estudiantes no matriculados en la institución, al igual que el EFA y el del Bosque Atlántico. La última edición, en septiembre de 2023, tuvo una duración de dos semanas, y se invirtieron más de 100.000 reales.
“Los fondos proceden en parte de la Capes y otro tanto de la Facepe [Fundación de Apoyo a la Ciencia y la Tecnología de Pernambuco]. El curso es un exponente de nuestro posgrado y surge como producto de nuestros proyectos científicos”, dice una de las coordinadoras, la bióloga Inara Leal, de la UFPE. El traslado hasta el parque corre por cuenta de la universidad, y los viáticos de los docentes invitados son cubiertos con los fondos del proyecto. “A raíz del escaso presupuesto disponible, ha habido años en los que hemos tenido que reducir el tiempo de investigación, con menos plazas disponibles y también tuvimos que restringirla a un solo lugar”.
Una experiencia memorable
El formato de inmersión de los cursos, cuya periodicidad es anual y promedia una veintena de participantes, no solo está enfocado en las recolecciones de campo, sino que también apunta a entrenar a los estudiantes de posgrado en el propio método científico, con énfasis en el modelo hipotético-deductivo. Todos ellos tienen la misma fuente de inspiración: los cursos de la Organización de Estudios Tropicales (OTS) de Costa Rica, un consorcio sin fines de lucro creado en 1963 que congrega a unas 50 instituciones de investigación y universidades de todo el mundo.
Los estudiantes pasan hasta un mes en su inmersión de campo, desarrollan proyectos cada uno o dos días, plantean hipótesis basadas en sus observaciones sobre el terreno, realizan recolecciones y analizan datos, bajo la mentoría de los docentes invitados, y redactan informes que presentan cuando todos se reúnen después de cenar. Generalmente trabajan divididos en grupos durante las primeras etapas del curso y, al final, elaboran proyectos individuales.
En la edición de 2022 del curso de la Caatinga, un grupo de alumnos se planteó lo siguiente: ¿cuál es la relación entre la densidad del follaje de la copa del piñón bravo (Commiphora leptophloeos), un árbol que alcanza los 9 metros (m) de altura, con la exposición de los tallos verdes de sus hojas, que también realizan fotosíntesis? Formularon la hipótesis de que la pérdida de follaje, el principal órgano que realiza fotosíntesis, se compensaría con una ganancia adicional de dióxido de carbono (CO2) a través de esos tallos. Por esta razón, los estudiantes esperaban que los árboles con menor densidad de hojas tuvieran una superficie mayor de tallos verdes.
“Pero sus resultados demostraron lo contrario”, dice Leal. Una vez realizadas las recolecciones y los correspondientes análisis, el grupo constató que, cuanto mayor es la densidad del follaje, mayor es la superficie de tallos verdes. “Este resultado indica que la especie es capaz de utilizar las dos estrategias de acopio de carbono para lograr un mejor mantenimiento de las condiciones frente a las limitaciones que plantea el ambiente”, consignaron en el informe final. Según Machado, de la USP, esta es una forma eficiente de hacer que el conocimiento avance, porque las ideas se van descartando a medida que las hipótesis van siendo refutadas.
“También intentamos enseñarles que es necesario enfrentarse a frustraciones y resultados negativos, además de debatirlos”, añade Santana, quien durante sus estudios de posgrado en ecología en la Universidad Estadual de Santa Cruz (Uesc), en Ilhéus (Bahía), participó en el Curso de Campo en Ecología Forestal en el Sur de Bahía. “Esa experiencia me incitó a seguir la carrera académica. Me volqué a ello por completo, capacitando en el uso del método científico”, relata. “He visto esto mismo en mis alumnos del curso de la Amazonia, que se van a dormir y se despiertan discutiendo ciencia”, añade, haciendo hincapié en que esta experiencia cambia las trayectorias de investigación de algunos de ellos.
Leal, de la UFPE, también hizo cursos de campo durante su posgrado en ecología y comenta que pisó la selva amazónica por primera vez con la primera promoción del EFA, en 1993. “Ello despertó aún más mi interés por la investigación científica”, comenta. “Las habilidades que he adquirido para realizar proyectos y redactar artículos científicos se las debo al curso”. La investigadora destaca que su colega biólogo Erich Fischer, de la Universidad Federal de Mato Grosso do Sul (UFMS), fue su compañero de promoción. “Más adelante él creó el curso de campo Ecología del Pantanal, que ya tiene más de 20 años”.
El ecólogo Rafael Leitão, docente de la UFMG, formó parte de la cohorte de 2004 del EFA. “Cuando hice el curso, durante el segundo año de mi maestría, vi que se me abría un mundo de posibilidades al comprobar en vivo cómo funciona realmente el método científico. El proceso colaborativo es importante, con sus debates, recolecciones y trabajos en grupo”, dice quien hoy en día es uno de sus coordinadores, junto con Santana.
El biólogo Gilherme Corte hizo el curso del Bosque Atlántico en 2008, cuando cursaba el primer año de la maestría en ecología en la Universidad de Campinas (Unicamp), y también considera a sus vivencias en campo como un hito. “Fue una de las experiencias más extraordinarias que he vivido como científico”, comenta. “Durante las caminatas por el bosque, los profesores solían decirnos: ‘esa bromelia crece arriba del árbol, esto es un hecho; elaboren una hipótesis’. Hacíamos el intento y nos corregían: ‘Eso no es una hipótesis’”. Emplea el mismo método con sus alumnos de la carrera de biología y del máster en ciencias ambientales en la Universidad de las Islas Vírgenes de Estados Unidos. “Parece algo obvio, pero no lo es. Por eso es la primera clase que imparto. Los estudiantes se dividen en grupos y salen a recorrer el campus en busca de tres observaciones, tres preguntas y tres hipótesis”.
De hecho, un estudio realizado por ecólogos de la Universidad Cornell, en Estados Unidos, se propuso medir el impacto de la experiencia en la carrera académica de los estudiantes de posgrado en biología y ecología que participaron en el Curso de Campo de Florida, que la institución ofrece desde hace 50 años. Para ello, recabaron datos de 184 alumnos que participaron del curso y 408 que no lo hicieron, mediante una búsqueda de sus publicaciones en las plataformas Google Académico y Web of Science. Los estudiantes del primer grupo publicaron un 27 % más de artículos científicos durante sus estudios de posgrado que sus compañeros que no habían participado de las prácticas en campo. Diez años después de haberse graduado, seguían publicando un 14 % más. Los que hicieron el curso de campo también fueron más proclives a convertirse en docentes universitarios, aunque no hubo gran diferencia en la tendencia a seguir una carrera científica.
A través de un formulario respondido por 131 exalumnos del curso de campo, los investigadores indagaron al respecto de las habilidades que ellos pudieron perfeccionar merced a esa experiencia. Entre las principales mencionaron la realización de investigaciones en campo (un 43 %); la ampliación de los horizontes del pensamiento sobre ciencia, curiosidad o descubrimientos (un 28 %), y el aprendizaje mediante la observación de la naturaleza (un 25 %). Los datos fueron divulgados en noviembre de 2022 en la revista BioScience.
“A pesar de los beneficios documentados, el apoyo de las universidades a los cursos y estaciones de campo está disminuyendo, por lo que es probable que las futuras generaciones de biólogos tengan que experimentar la investigación en ciencias biológicas en forma aislada de su contexto ecológico”, advierte el artículo.
A contramano de esta tendencia, en julio de 2023, el Instituto Serrapilheira decidió invertir en una etapa de campo en el Bosque Atlántico (coordinada por Glauco Machado) y en la Amazonia (por el biólogo Paulo Enrique Peixoto, de la UFMG) destinada a los alumnos del Curso de Formación en Ecología Cuantitativa, creado en 2021 y coordinado por la bióloga y matemática Flávia Marquitti, de la Unicamp. La misma está abierta para estudiantes de carreras de grado y maestría con dominio del idioma inglés, la lengua oficial de las clases, que cuentan con la participación de docentes de otros países. Marquitti fue alumna del curso de Ecología del Bosque Atlántico de la USP en 2009. “Para mí fue muy importante porque fue la primera vez que se me ocurrió combinar el modelado matemático y el trabajo de campo. Desarrollé un modelo en mi proyecto y lo probé con los datos que recabé”, comenta.
Para la primera edición del curso de campo financiado por el Instituto Serrapilheira fueron seleccionados 16 estudiantes de biología, ecología, física y matemática del último año de dichas carreras o en el comienzo del máster, de 30 que realizaron la etapa teórica, para ir al campo a poner en práctica lo que aprendieron en el salón de clases. Fueron divididos en grupos de cuatro alumnos, cada uno con dos profesores como monitores, y desarrollaron un proyecto en el Bosque Atlántico durante siete días, y otro en la selva amazónica con la misma duración. Los alumnos también formulan preguntas, plantean hipótesis, recogen datos, desarrollan modelos estadísticos y presentan los resultados.
El presupuesto para el curso de campo de 2023 fue de 632.000 reales, que cubrieron el material de trabajo, pensión completa, alojamiento y traslados para todos los alumnos, además de 16 profesores (algunos del exterior), 3 coordinadores y 4 tutores, todos ellos remunerados. “La experiencia de campo acaba siendo transformadora y representa un cambio de paradigma para los alumnos, ya que muchos ni siquiera habían pisado jamás un bosque”, dice el director presidente del Instituto Serrapilheira, Hugo Aguilaniu. “Hay cosas que no es posible imaginar que sucedan si no se las ha visto”.
Aguilaniu subraya que, aunque el modelado matemático y la capacidad de analizar grandes volúmenes de datos son fundamentales, todo ello debe estar en diálogo con lo que los investigadores encuentran en la naturaleza. “Por consiguiente, para el Serrapilheira, el curso de campo desempeña un papel esencial para poder completar este ciclo”, concluye.
Artículo científico
HERNÁNDEZ, L. M. A, et. al. A half century of student data reveals the professional impacts of a biology field course. BioScience. v. 73, n. 1, nov. 2022.