Desde el 9 de octubre, los alimentos y bebidas que lleguen a los supermercados en Brasil comenzarán a exhibir novedades en sus envases. La más perceptible será un etiquetado frontal que informará sobre altas cantidades de tres nutrientes: azúcares añadidos, grasas saturadas y sodio. El mismo tendrá que estamparse en parte de los productos elaborados por las grandes empresas del sector y por pequeños productores. Siempre que el producto contenga al menos uno de los nutrientes en niveles superiores a los preestablecidos por la Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria (Anvisa), el envase deberá mostrar obligatoriamente el dibujo de una lupa acompañado de la expresión “alto en” y la identificación del nutriente (pudiendo ser más de uno) que sobrepasa esos límites (véase el gráfico). “Las evidencias científicas disponibles indican que los nutrientes seleccionados son aquellos que, cuando se consumen en exceso, se asocian a una prevalencia mayor de obesidad y enfermedades crónicas no transmisibles, entre ellas la diabetes y los problemas cardiovasculares”, dice Tiago Rauber, coordinador de Normas y Regulación Alimentaria de Anvisa.
La agencia aprobó esta y otras modificaciones del etiquetado en octubre de 2020, tras seis años de estudios y debates en los que participaron representantes de la comunidad científica, de la industria alimenticia, de la sociedad civil y de la población en general. El propósito de la inclusión de un sello en el sector frontal superior de los envases y en un lugar de fácil visualización consiste en permitir la identificación en forma rápida y sencilla de aquellos alimentos que contengan valores elevados de alguno de los nutrientes citados, sin que el consumidor tenga necesariamente que saber cómo interpretar los datos de la tabla de información nutricional, que se encuentra en el reverso de los envases y que también sufrirá modificaciones (véase la infografía).
El impacto de los cambios no será inmediato. La nueva ley establece un plazo de 12 meses para que en los productos que ya están disponibles en el mercado se realicen las adaptaciones pertinentes (aquellos que salgan a la venta a partir del 9 de este mes ya deberán estar adaptados). Este período será de 24 meses para los alimentos producidos por la agroindustria artesanal y de pequeña envergadura, los agricultores familiares y los emprendimientos solidarios. Las bebidas sin alcohol que se comercializan en envases retornables tendrán hasta 36 meses para adecuarse. El incumplimiento de las normas será considerado una infracción sanitaria, que se sancionará con advertencia, multa, destrucción y prohibición de los productos.
En Chile, el primer país del mundo en adoptar el etiquetado frontal obligatorio de los alimentos, asociado a restricciones en la propaganda comercial infantil y a la prohibición de la venta de estos productos en las escuelas, los primeros efectos comienzan a hacerse evidentes: se registró una disminución en la disponibilidad de alimentos con alto contenido de esos nutrientes y en su compra por parte de las familias. Los análisis económicos sugieren que las disposiciones no han afectado de manera significativa a las empresas del sector.
“El etiquetado frontal introduce algo de equilibrio entre la información publicitaria, que hace hincapié en los atributos positivos del producto, y aquella que es realmente útil para el consumidor, generalmente negativa y más difícil de identificar”, explica la nutricionista Laís Amaral Mais, investigadora del Programa de Alimentos del Instituto Brasileño de Defensa del Consumidor (Idec), una de las entidades que participaron de los debates sobre el nuevo rotulado. “Se aspira a que el sello en forma de lupa ayude a la gente a alimentarse de manera consciente, sabiendo de antemano lo que está consumiendo”.
“Creemos que el nuevo etiquetado nutricional será positivo, porque incluirá la información de forma más objetiva y sistemática, para que los consumidores puedan realizar su elección conscientemente y de manera autónoma. La industria ha participado en el proceso desde el principio y está comprometida en la implementación de la nueva normativa, como así también en ayudar a los consumidores a leer y entender la información nutricional”, se deja constancia en una nota enviada por la Asociación Brasileña de la Industria Alimenticia (Abia), que participó de las discusiones con la Anvisa, en respuesta a las consultas de Pesquisa FAPESP.
Hace alrededor de dos décadas, Brasil fue uno de los primeros países del mundo en declarar obligatoria la descripción nutricional en los alimentos envasados fuera de la vista del consumidor. La normativa exigía discriminar el aporte energético, además del contenido de carbohidratos, fibra alimentaria, proteínas, grasas y otros nutrientes, entre ellos, los que se destacaban por sus propiedades positivas. Entre 2014 y 2016, un equipo de trabajo creado por la Anvisa detectó dificultades para la comprensión e interpretación de la información contenida en el gráfico de información nutricional por parte de los consumidores, cuestión que ha llevado a revisar las normas de etiquetado.
Una característica que obstaculizaba la comprensión de la tabla era la terminología técnica empleada para la descripción de los nutrientes y la presencia de datos en unidades de medida diferentes, lo que requiere algún grado de conocimiento científico para poder interpretarlos. El dominio de estos conocimientos es escaso en Brasil, donde casi un 30 % de la población muestra dificultades para comprender textos simples (son analfabetos funcionales). En una encuesta que se realizó en el año 2015, el Instituto Abramundo, una organización social dedicada a la difusión de la cultura científica, sondeó a 2.002 jóvenes y adultos de 211 municipios brasileños para evaluar su grado de competencia científica, esto es, su habilidad para entender conceptos, vocabulario y nociones científicas básicas. En ese momento, casi la mitad de los participantes (el 48 %) declararon no ser capaz de interpretar o interpretar con dificultad la información disponible en las etiquetas de los alimentos. Ese porcentaje descendía a un 35 % entre aquellos con mayores conocimientos científicos.
La complejidad de la tabla se agravaba por el uso de nombres técnicos diferentes para describir ingredientes con funciones similares. En la Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC), el equipo de la nutricionista Rossana Proença analizó el rotulado de 4.539 productos disponibles en una gran red local de supermercados con el objetivo de identificar la presencia de azúcares agregados, carbohidratos simples añadidos en el proceso de producción del alimento para aumentar el dulzor. De fácil digestión, si estos nutrientes se consumen en exceso, elevan el riesgo de aparición de caries, diabetes y enfermedades cardiovasculares. Entre los productos evaluados, el 71 % (3.214) contenía al menos un tipo de azúcar añadido, según informaron los investigadores en un artículo publicado en 2018 en la revista científica Public Health Nutrition. Estos compuestos aparecían en los envases con 179 denominaciones diferentes. Los más comunes eran el azúcar refinado y la maltodextrina. Pero también figuraban como dextrosa, glucosa, fructosa, azúcar invertido, melaza, jarabe de maíz, entre muchos otros nombres.
El etiquetado frontal introduce un equilibrio entre la información publicitaria y la que es útil para el consumidor, dice Laís Mais, del idec
Para ayudar a los consumidores a realizar su elección, la Anvisa resolvió modificar las normas de etiquetado e incluir el sello frontal, con información más directa sobre la composición nutricional de los alimentos. Desde hace más de una década, la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda la adopción del etiquetado frontal en los envases como una de las estrategias para disminuir el consumo excesivo de alimentos considerados no saludables.
Antes de elegir el modelo que se adoptaría en Brasil, Anvisa evaluó la experiencia de otros países y las evidencias disponibles en la bibliografía científica, que demostraron que los modelos de alto contenido –aquellos que incluyen la expresión “alto en”– eran superiores a los demás en lo que respecta a la capacidad de comprensión de la información. Como no existían comparaciones entre el resultado de los diferentes modelos de “alto en”, la agencia promovió, a través del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq), dos estudios con la población brasileña, uno realizado por investigadores de la estatal Embrapa, la empresa brasileña de investigación agropecuaria, y otro por un equipo de la Universidad de Brasilia (UnB). El resultado, según la agencia, reveló que ambos mostraron un rendimiento similar.
“A la vista de estos resultados y de las evidencias recabadas en el proceso regulatorio, se recomendó la adopción de un modelo de alto contenido rectangular que incluye el dibujo de una lupa, basándose en que este diseño tendría una efectividad similar a los demás modelos propuestos y sería más coherente con el objetivo regulatorio de facilitar la comprensión del etiquetado nutricional para los consumidores brasileños”, dice Rauber, de Anvisa.
“Al momento de la elección, no había evidencias que comprobasen la eficacia de la lupa y queríamos tener certeza de la efectividad de un diseño de etiqueta antes de adoptarlo como política nacional”, dice la nutricionista india Neha Khandpur, investigadora del Núcleo de Investigaciones Epidemiológicas sobre Nutrición y Salud (Nupens) de la Universidad de São Paulo y de la Escuela de Salud Pública de Harvard, en Estados Unidos. “Esas evidencias están empezando a aparecer recién ahora”.
Khandpur es la autora principal de un artículo publicado en abril de este año en la revista PLOS ONE, que comparó la eficacia de la lupa con el otro modelo de advertencia, en el cual el exceso de determinados nutrientes se resalta en el interior de triángulos negros. Ese sistema había sido desarrollado por investigadores del área de diseño de la información de la Universidad Federal de Paraná (UFPR) y estaba avalado por el Idec y parte de la comunidad científica. Para algunos investigadores, el triángulo es un símbolo más familiar para la gente, asociado a la identificación de un “alerta” o “peligro” en el tránsito o en los dispositivos electrónicos, y sería menos neutro que la lupa.
En el trabajo en PLOS ONE, se invitó a 1.384 personas de 101 ciudades brasileñas fueron a observar en una tablet imágenes de productos reales sobre las cuales se habían aplicado el sello de la lupa o del triángulo. A continuación, dichas personas respondieron una serie de preguntas con el propósito de evaluar la eficacia del modelo a la hora de transmitir la información deseada, su utilidad para ayudar tomar decisiones saludables, la facilidad de comprensión por parte de otras personas y la modificación de la intención de compra del producto. En otro test, se les presentaron dos productos de una misma categoría de marcas diferentes y debían indicar, basándose en la presencia o la ausencia de la etiqueta, cuál era más sano.
Según los resultados del estudio, del cual participó Laís Mais, del Idec, el triángulo fue mejor que la lupa en varios apartados. Se lo consideró más útil, fácil de comprender y un mejor indicador de información importante, aunque tanto uno como el otro permitieron identificar de manera similar el contenido en exceso de determinados nutrientes. Con todo, la lupa fue un poco más eficaz a la hora de incitar a las personas a desistir de la compra del producto. “Las evidencias sugieren que el triángulo habría sido una elección más adecuada que la lupa para el diseño de la etiqueta”, dice Khandpur.
En un estudio previo, la ingeniera de alimentos Rosires Deliza, de Embrapa Agroindustria de Alimentos, en Río de Janeiro, comparó la eficacia de los triángulos negros y la lupa (de color negro o rojo) con la de otros cinco modelos de etiquetado frontal que la Anvisa estaba evaluando. Uno de ellos era el llamado semáforo nutricional, sugerido por las entidades que representan a los productores de alimentos industrializados y adoptado en países tales como Ecuador y el Reino Unido. En este sistema, se resalta el contenido alto, medio o bajo de los tres nutrientes en cuestión, con los colores rojo, amarillo y verde, respectivamente. La agencia reguladora lo descartó por considerar que podía generar dudas y además, otros modelos funcionaban mejor para llamar la atención sobre el alto contenido de ciertos nutrientes.