Un estudio publicado por economistas de la Universidad de Linköping, en Suecia, ha llamado la atención sobre un sesgo en la percepción de los investigadores sobre la mala conducta académica que puede llevarles a incurrir en prácticas cuestionables sin que se den cuenta o reconozcan la gravedad de estos comportamientos. Más de 11.000 científicos y estudiantes doctorales suecos respondieron un cuestionario compuesto por dos preguntas:
1.- En comparación con sus colegas del mismo campo disciplinario, ¿en qué medida cree usted que respeta las buenas prácticas de investigación?
2.- ¿Qué tan firme es la adhesión a las buenas prácticas de investigación en su campo del conocimiento en comparación con otras disciplinas?
El 55 % declaró que seguía las buenas prácticas tan bien como la mayoría de sus colegas, mientras que un 44 % dijo que su desempeño era mejor que el de los demás. Solo el 1 % se consideró peor. “Casi todos se consideraban a sí mismos igual de buenos o mejores que el promedio, algo estadísticamente imposible”, dijo Gustav Tinghög, autor principal del estudio, según el servicio de noticias EurekAlert! “Si todos pudieran verse a sí mismos desde un punto de vista objetivo, cabría esperar un reparto más equilibrado”, dice el investigador, quien trabaja en el Departamento de Administración e Ingeniería de la Universidad de Linköping y es experto en economía comportamental. El artículo salió publicado en febrero en la revista Scientific Reports. En comparación con otros campos disciplinarios, el 63 % dijo que su área era tan buena como las otras en cuanto al respeto de las buenas prácticas de investigación, el 29 % que era mejor y el 8 % que era peor.
Según los autores, esta perspectiva sesgada tiene implicaciones potencialmente dañinas. Una de ellas sería la emergencia de una cierta insensibilidad para darse cuenta o combatir los deslices éticos cotidianos, generando lo que los autores definen como “puntos ciegos morales”. “Los pequeños errores pueden acumularse convirtiéndose, quizá, en errores peores”, dijo Amanda Lindkvist, alumna de doctorado de Tinghög y coautora del estudio. Se refería a prácticas cuestionables muy difundidas que, a veces, no llegan a calificarse como mala conducta, por ejemplo, las distorsiones en la lista de autores de un artículo o el ardid de dividir los resultados de una misma investigación en más de un artículo para aumentar el volumen de la producción científica.
“Cuando creemos que somos más éticos que los demás, es menos probable que prestemos atención a las directrices para restringir las prácticas cuestionables, porque dicha información se considera que está dirigida a otras personas y no a nosotros”, dicen los autores del artículo. Una segunda consecuencia negativa de esta percepción distorsionada sobre la propia honestidad académica sería la falta de confianza en los colegas de otros campos del conocimiento en un ambiente de investigación que cada vez se vuelve más multidisciplinario.
El objetivo del estudio fue evaluar en el ambiente académico un comportamiento que ya ha sido estudiado fuera de este ámbito: ¿por qué los individuos no siempre actúan éticamente, incluso teniendo la intención o el deseo de hacerlo? El concepto denominado “ética limitada” se utiliza para entender los fenómenos psicológicos que inducen a las personas, en situaciones cotidianas, a ignorar, por ejemplo, el sufrimiento de los necesitados o a atribuirse un mérito inmerecido en un esfuerzo conjunto. Según el artículo, en determinadas situaciones las personas tienden a considerarse superiores a las demás en lo concerniente al comportamiento ético, a realizar pronósticos exageradamente positivos sobre la probabilidad de actuar éticamente y a “considerar que, mientras que el comportamiento moral refleja algo de sí mismos, el comportamiento inmoral se debe únicamente a las circunstancias”.
Los resultados de la investigación no sorprendieron a los autores. Sus hipótesis ya contemplaban la posibilidad de que los participantes se evaluaran a sí mismos en forma demasiado favorable. En estudios previos que analizaron la mala conducta y las prácticas de investigación científica cuestionables, por ejemplo, la frecuencia de los deslices que refieren los científicos suele ser menor a la cantidad de faltas que efectivamente cometen. En tanto, según el equipo de Tinghög, el hecho de que consideren al campo de su disciplina más ético que los demás, posiblemente sea una forma de proteger y reivindicar la propia identidad académica.
El cuestionario se envió en septiembre de 2022 a más de 33.000 científicos o estudiantes de doctorado suecos vinculados a universidades e instituciones científicas financiadas por el gobierno de ese país. Un tercio de ellos lo respondieron. Tinghög reconoce que, entre los que decidieron no participar, puede que haya habido una concentración mayor de investigadores con una percepción negativa sobre su comportamiento ético. Pero subraya que los resultados se repitieron de manera consistente en todos los campos del conocimiento, aunque con una frecuencia algo superior en el área de las ciencias médicas y la salud. Antes de responder las dos preguntas, se puso en conocimiento de los investigadores algunas de las normas que caracterizan a las buenas prácticas científicas, tales como informar en forma transparente y rigurosa sus métodos, resultados y eventuales conflictos de interés, no apropiarse de datos de terceros sin la debida autorización, mantener sus registros en orden o esforzarse por realizar investigaciones que no causen daños a personas, animales o al medio ambiente, entre otras.
Los autores hacen hincapié en la importancia de estudiar los sesgos comportamentales que suponen un obstáculo para combatir la mala conducta científica. También sostienen que la reiteración de ciertas faltas éticas está motivada por una cultura que otorga un valor excesivo a la productividad académica. “En un mundo que recompensa las prácticas de investigación controvertidas, los investigadores que cumplen las normas rigurosamente quedan en desventaja. Ellos se enfrentan a diario con el dilema de decidir si hacer lo que es mejor para ellos y para su carrera o aquello que es mejor para el avance de la ciencia”, escriben en el artículo. Según Tinghög y su equipo, la ética de la investigación no debe centrarse en señalar con el índice a los demás, sino en mirarse en el espejo. “Todos somos investigadores éticos que, a veces, violamos nuestro propio estándar ético. Para restaurar la credibilidad de la ciencia, necesitamos crear estructuras de incentivo, instituciones y comunidades que nos animen a ser más éticos en un sistema académico que, de otro modo, nos incita a que actuemos mal”.
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