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Entrevista

Luis Bahamondes: Las paradojas de la salud de las mujeres

Especialista en métodos contraceptivos advierte sobre la importancia de los anticonceptivos de acción prolongada para reducir el riesgo de embarazos no planificados y abortos

Léo Ramos Chaves / Revista Pesquisa FAPESPCada mañana, el médico argentino Luis Guillermo Bahamondes llega temprano al Centro de Investigaciones en Salud Reproductiva de Campinas (Cemicamp), creado en 1977 para promover los estudios en el área de la salud de la mujer en la Universidad de Campinas (Unicamp). Aunque está jubilado de la universidad desde 2016, de la que acaba de recibir el título de profesor emérito, Bahamondes no para. “Trabajo todos los días”, comenta.

En una sala del segundo piso del Cemicamp, que preside desde 2016, dirige alumnos de maestría y doctorado del Departamento de Tocoginecología de la universidad. También coordina las investigaciones del centro, que funciona como hub en América Latina de un programa de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para la capacitación en salud sexual y reproductiva de jóvenes profesionales de los países latinoamericanos y del África lusófona.

Nacido en el seno de una familia humilde de la provincia de Córdoba (Argentina), Bahamondes quería ser psicólogo. Pero, siguiendo el consejo de su padre, optó por estudiar medicina, que le valdría el pasaporte para salir de la pobreza, en principio para convertirse en psiquiatra. En el transcurso de sus estudios universitarios de grado, empezó a realizar una pasantía en una maternidad que reorientó su carrera. Una vez recibido, hizo un perfeccionamiento en Uruguay y una residencia médica en México, donde trabajó en una de las maternidades más grandes de Latinoamérica. “En mi residencia vi casos que no volví a ver en toda mi vida”, dijo, señalando una fotografía de aquella época.

Edad 77 años
Institución
Universidad de Campinas (Unicamp)
Especialidad
Salud de la Mujer
Estudios
Graduado en medicina en la Universidad Nacional de Córdoba (1971) y doctorado por la Unicamp (1982)

En 1976, por invitación de su colega chileno Aníbal Faúndes, se trasladó a la Unicamp, en donde colaboró en la estructuración de la enseñanza y la investigación en su área y se convirtió en un referente internacional en el estudio de los métodos anticonceptivos.

Está casado con la psicóloga argentina María Makuch, con quien tienen tres hijos y cinco nietos. En la siguiente entrevista, habla de la importancia del acceso a métodos anticonceptivos eficaces para una planificación familiar, del corporativismo médico y de los intentos por llamar la atención de los responsables de la gestión al respecto de los estudios que generan impacto en la salud pública.

¿Cuál es el estado actual de la salud de la mujer en Brasil?
Las mujeres, tanto en Brasil como en el resto del mundo, se enfrentan a cuatro grandes problemas: la falta de acceso a los métodos anticonceptivos y a la atención durante el embarazo, el parto y el puerperio, así como una carencia de atención posmenopáusica y del sangrado uterino anormal. Hay mucho por hacer para dar respuesta a estas necesidades, y se podrían ahorrar muchas cosas efectuando ajustes en las políticas públicas de atención de la salud de la mujer. En 2014 publicamos un artículo que mostraba cuánto le costaba cada embarazo al sector público brasileño, incluyendo los exámenes y consultas prenatales, el parto y el seguimiento posparto [el puerperio, los 40 días posteriores al parto]. Todo esto sumaba 1.000 dólares, unos 5.000 reales en moneda local. Es muy caro. Si las mujeres que no desean embarazarse se colocaran un DIU [dispositivo intrauterino] o un implante hormonal, métodos anticonceptivos de larga duración, el costo que debería asumir el Estado sería inferior a 1.000 reales. Llevamos años tratando de convencer a los formuladores de las políticas públicas. Hemos enviado cada publicación de nuestro grupo que reviste alguna importancia para el sector público a los secretarios de Salud de Campinas y del estado de São Paulo, así como al ministro de Salud, con el mensaje explícito: “Vean esto”. ¿Sabe cuántas veces nos respondieron? Ninguna, ni siquiera acusaron recibo.

¿Hay algún otro ejemplo en el que el trabajo de su grupo haya tenido impacto en las políticas públicas?
Hay varios. Recientemente, un alumno mío examinó si existía alguna diferencia en la eficacia o en la aparición de problemas entre los DIU colocados por médicos y los insertados por enfermeros, estudiantes de medicina o residentes [alumnos que realizan la especialización en ginecología y obstetricia]. No encontró ninguna. El Ministerio de Salud intentó modificar la normativa para permitir que los enfermeros puedan colocar DIU, pero el Consejo Federal de Medicina [CFM] se opuso. El ministerio insistió, pero en muchos lugares sigue vigente la norma que impide a los enfermeros colocar los DIU. El argumento del CFM para justificar la prohibición es la existencia de la ley del acto médico [que define los procedimientos que son de exclusiva competencia médica], que prohíbe a quienes no son médicos la exploración de las cavidades naturales del cuerpo. El Consejo Regional de Medicina de Pernambuco resolvió permitirlo y por eso, allí, los enfermeros pueden colocarlo.

Las mujeres padecen la falta de acceso a los anticonceptivos, de atención durante el embarazo y después

¿El argumento del CFM está justificado?
Es una postura corporativista y sin sentido. Un enfermero o una enfermera no poseen un consultorio privado, no competirán con los médicos en la colocación de DIU o implantes hormonales. En las Unidades Básicas de Salud [UBS] existentes en Brasil, esto permitiría que los médicos puedan abocarse a los pacientes con problemas de salud, mientras que los enfermeros se ocuparían de las mujeres sanas, que son las que comparecen en busca de métodos anticonceptivos. Aquí en el Cemicamp colocamos muchos DIU porque capacitamos a las enfermeras. Durante años hemos tenido a siete de ellas realizando este procedimiento, pero algunas ya se jubilaron y ahora tenemos tres. Hemos comprobado que los enfermeros pueden colocar un DIU tan bien como los médicos, o incluso mejor. El gobierno ha invertido en la colocación del DIU posparto, 10 minutos después de la expulsión de la placenta, con el consentimiento previo de la mujer, preferentemente antes del parto. Fíjense qué contradicción: ¿quién atiende los partos en el SUS [el Sistema Único de Salud]?

Los médicos, ¿cierto?
No solo ellos. Los partos del SUS son atendidos en un 40 % de los casos por enfermeros. Si ellos atienden los partos, también podrían colocar un DIU, que es un procedimiento más sencillo. Si la ministra de Salud decretara que desde mañana mismo los enfermeros comiencen a colocar DIU e implantes hormonales en los 5.000 municipios brasileños, esto no resuelve el problema. Hay que capacitar al personal, contar con una logística acorde, crear mecanismos de referencia y contrarreferencia para cuando surjan problemas. Los DIU de cobre se distribuyen en el SUS, pero se colocan pocos, porque no todos los estudiantes de la carrera de medicina y los residentes aprenden a hacerlo, aunque el programa de residencia en medicina familiar o en ginecología y obstetricia incluye la capacitación para la colocación del DIU y los implantes hormonales. Además, las universidades vinculadas a la Iglesia Católica y algunos hospitales confesionales no aprueban la planificación reproductiva y el uso de métodos anticonceptivos. Vea esta otra paradoja: en el país hay 50 millones de mujeres en edad reproductiva. Alrededor de un 80 % de las brasileñas de 15 a 49 años utilizan alguna forma de anticoncepción moderna, pero el 55 % no planifican sus embarazos. Algo funciona mal.

¿Cuáles son los métodos anticonceptivos que ofrece el SUS?
El SUS ofrece preservativos, pastillas combinadas [que contienen las hormonas estrógeno y progesterona] y anticonceptivos inyectables mensuales y trimestrales, además del DIU de cobre y anticonceptivos de emergencia, la llamada píldora del día después. Todos se utilizan bastante. Pero no se dispone de parches transdérmicos, anillos vaginales, DIU hormonales ni implantes.

Entonces, ¿por qué hay tantos casos de embarazos no deseados?
Porque las mujeres tienen que solicitar turno para consulta en la UBS para reabastecerse de pastillas anticonceptivas. Sería más práctico darles una receta para tres meses en lugar de una mensual. La mitad de las mujeres dejan de usar la píldora después de un año, porque puede ocasionarles molestias gástricas, trastornos menstruales, cefalea y otros problemas que podrían haberse previsto. Si una mujer toma solamente la pastilla anticonceptiva en forma apropiada, sin olvidarse ningún día, el índice de fracaso es prácticamente nulo. Pero un 23 % olvidan tomarla algunos días al mes y quedan embarazadas. Hay que tomarlas como se debe, porque su contenido hormonal es cada vez menor. Cuando lo olvidan, la probabilidad de ovular es altísima y, por consiguiente, también la de quedar embarazadas. Por ello la industria farmacéutica promueve su uso diario. Una solución sería utilizar métodos más eficientes de larga duración, tales como el DIU de cobre, el DIU hormonal o el implante anticonceptivo. No hay duda de que son mejores. Pero es necesario evaluar caso por caso. Si una mujer desea evitar quedar embarazada hasta por un año, lo más conveniente es la pastilla, el parche o el anillo. Si alguna ya tiene dos hijos y no quiere tener más, puede colocarse un DIU.

¿Los métodos de larga duración se utilizan mucho?
No lo sabemos. El último Demographic Health Survey (DHS), una encuesta nacional que incluye entre sus preguntas el uso de anticonceptivos, es de hace muchos años. De ella surgió que tan solo el 2 % de las mujeres de 15 a 49 años utilizaban anticonceptivos de larga duración. Vamos a suponer que ese porcentaje ha subido a un 5 %. El DIU de cobre falla en 10 de cada 1.000 mujeres [1 %], una tasa muy baja. El implante subdérmico falla en 4 de cada 1.000 [0,4 %] y el DIU hormonal en 2 de cada 1.000 [0,2 %]; son tasas bajísimas. No hay más mujeres usándolos porque el gobierno se rehúsa a incluir el DIU hormonal y el implante en la lista de medicamentos prioritarios del SUS. Una ley reciente estipulaba el uso de implantes anticonceptivos en la población vulnerable, como las mujeres que viven en calle o las portadoras del VIH, pero nunca llegó a implementarse en forma adecuada, no se distribuyó como era debido en las unidades de salud.

¿Cuál es la consecuencia principal de los embarazos no planificados?
Muchos de ellos terminan en abortos clandestinos, ya que el aborto es ilegal en Brasil. Esto contribuye al aumento de la mortalidad materna. Hace unos 40 años se suscitó una gran polémica en la Cámara de Diputados, cuando se debatió si el médico debía asentar en el certificado de defunción que la mujer estaba embarazada o que falleció como consecuencia de problemas durante la gestación, el parto o el puerperio. Los conservadores se opusieron, porque esa información revelaría la mortalidad materna real y daría una dimensión de la mortalidad materna evitable, como la que ocurre a causa del aborto inseguro. En Brasil hay muchos embarazos no deseados y una cifra difícil de estimar de abortos inseguros, porque estos datos no figuran en las estadísticas oficiales.

Hemos comprobado que los enfermeros colocan el DIU tan bien como los médicos, o incluso mejor

En 2023, el Supremo Tribunal Federal retomó el debate sobre el derecho al aborto, pero se detuvo. ¿Cómo ve la situación?
A mi juicio, las iglesias y el gobierno no tienen derecho a decirles a las mujeres lo que pueden hacer o no, porque la carga del embarazo, ya sea planificado o no, recae principalmente sobre ellas. En Países Bajos el aborto hace mucho que es legal. Allí cada año hay menos abortos porque las mujeres tienen un acceso más amplio a los anticonceptivos, y el resultado son menos embarazos no deseados. También considero necesario que la mujer tenga derecho a interrumpir el embarazo cuando el método anticonceptivo falló, así como en los casos en que el mismo es producto de una violación o cuando existe riesgo de muerte para la mujer o el feto no tiene posibilidades de sobrevivir [la legislación brasileña no penaliza estos tres últimos casos]. ¿Cuántas mujeres que cursan embarazos no deseados abortan? No muchas. En Argentina, que legalizó el aborto hace algunos años, no hay tantos casos. Ni en Uruguay, ni en Cuba. En Colombia se afirmaba que cuando una mujer acudía a un consultorio médico y solicitaba que le practicasen un aborto, el proceso de interrupción del embarazo ya había comenzado cuando descubrió que estaba embarazada y decidió que no quería continuar con la gestación. El aborto farmacológico, que se lleva a cabo con medicamentos que no están a la venta en Brasil, tiene lugar como si fuera una menstruación en más del 95 % de los casos. Para que funcione, más allá de una ley que permita el aborto, es necesario tener acceso a estos fármacos, de lo contrario la política pública es incompleta.

¿Por qué la carga del embarazo recae sobre las mujeres?
Las mujeres deben dejar de trabajar durante el embarazo. Luego tienen que conseguir dónde dejar al bebé para su cuidado, amamantarlo, etc. En un trabajo reciente, el grupo de epidemiología de la Universidad Federal de Pelotas evaluó lo que sucedía cuando las mujeres que quedaban embarazadas en la adolescencia cumplían 30 años. Su índice de escolaridad era menor y ganaban menos que los varones. Es un artículo estupendo, que todo responsable de la formulación de políticas públicas debería leer. La ley de planificación familiar [Ley nº 9.263/1996] dice que el gobierno tiene la obligación de proporcionar métodos anticonceptivos en forma gratuita. Pero no basta con que esta ley exista. Hay que implementarla y Brasil aún no lo ha conseguido.

¿La responsabilidad en cuanto a la prevención también recae sobre ellas?
En teoría, debería ser compartida por la pareja. La que se embaraza es la mujer, pero la responsabilidad debería recaer sobre la pareja. Existe una responsabilidad compartida para bien, cuando el varón acompaña y estimula el embarazo. Y existe una responsabilidad compartida para mal, cuando ellos dicen: “No vas a colocarte un DIU porque el pastor dijo que no se debe, o también… ‘porque el hilo lastima el pene’”. O cuando surge un efecto colateral y ellos dicen: “Tienes que dejarlo”. Luego, cuando la mujer queda embarazada, dicen: “¿Cómo ocurrió?”. En el consultorio del Cemicamp, cada vez son más los varones que acompañan a las mujeres en las consultas sobre anticoncepción, pero también están los que se quedan afuera, esperando a que la mujer sea atendida.

¿Por qué no entran?
Porque no quieren. Nosotros los invitamos y fomentamos su participación. Ellos tienen derecho a ingresar junto a su pareja, pero sienten vergüenza. En Brasil, aunque la violencia contra las mujeres sigue siendo alta, hay una característica cultural diferente a la de otros países latinoamericanos. Los hombres no tienen un interés particular en que sus hijos sean varones. En México, Perú, Ecuador y otros países andinos, tener un hijo varón aún es importante. Cuando trabajaba como médico en México les advertía: “¡Vea, es una niña!”, y el hombre decía: “¡¿Otra?!”. Cuando nacieron mis hijas, en México, le llevé flores a mi esposa y una compañera de cuarto preguntó: “¿Tuvo un niño?”. Mi mujer le explicó que se trataba de una niña, y ella le dijo sorprendida: “¿Y su marido le trae flores?”. Cuando nació la segunda también le llevé flores y otra compañera de cuarto tuvo la misma reacción.

¿Cómo analiza la formación de los ginecólogos en Brasil?
Las universidades públicas de São Paulo forman buenos médicos. El problema es la proliferación de facultades de calidad mediocre, de las que egresan médicos con una mala formación. Cada semana hay algún nuevo caso de un médico acusado de mala conducta con las mujeres. En mi época, no tenían que enseñarnos a respetar a las pacientes porque eso ya estaba implícito.

¿Qué lo impulsó a dedicarse a esta especialidad?
Vengo de una familia muy humilde. Nací en la maternidad de la Universidad Nacional de Córdoba, donde luego me gradué. Solamente nací allá. Mis padres enseguida se mudaron a Mendoza, en busca de un clima más seco, porque mi madre sufría de asma severa. Nuestra vivienda era de adobe, con el baño afuera. En 1958, mi padre pudo comprar un apartamento, con baño dentro, calefacción e incluso una heladera. Pero al poco tiempo mi mamá falleció y no pudo disfrutarlo. Cuando me faltaba un año y medio para terminar el secundario, mi padre empezó a preguntarme qué iba a hacer y a decirme: “Recuerda que un título universitario es el pasaporte para salir de la pobreza”. En las vacaciones, me llevaba a la Facultad de Agronomía de Mendoza, donde él era no docente. También era un entomólogo aficionado. Tres insectos que descubrió llevan su nombre. Me llevaba a observar los insectos en el microscopio y con la lupa, con la intención de que estudiara agronomía.

Creo que es necesario que la mujer tenga derecho a interrumpir el embarazo cuando falla el método anticonceptivo

No dio resultado.
Un día le dije: “Papá, voy a estudiar psicología”. Me respondió: “Si estudias psicología no saldrás de la pobreza”. Hablamos de 1960, cuando la psicología no era muy valorada. Entonces me dijo: “¿Por qué no estudias medicina y te especializas en psiquiatría? Harás lo que te gusta, pero con un diploma válido en Argentina”. Entonces fui a estudiar medicina en Córdoba, a 700 kilómetros de Mendoza. En aquella época era como mudarse a otro planeta. Mi padre no podía mantenerme y enseguida empecé a trabajar. Vendí billetes de lotería, trabajé en una imprenta e hice varias cosas más hasta que acabé como inspector de ómnibus de la municipalidad de Córdoba. Mientras cursaba en la facultad, accedí a una pasantía en la Maternidad Provincial. No me pagaban un sueldo, pero podía comer todos los días en el hospital, lo que ya de por sí era una gran ayuda. Me quedaba de guardia observando a los médicos más experimentados atendiendo partos y realizando legrados [raspaje de útero]. Cuando me gradué, en 1971, fui a trabajar a una clínica de planificación familiar en Córdoba, que dependía de una institución con sede en Nueva York. La gente de izquierda decía que éramos de derecha porque implantábamos DIU, una práctica del imperialismo, y la gente de derecha decía que éramos comunistas, porque colocábamos DIU. Luego me trasladé a Uruguay, para perfeccionar mi formación. Al finalizar, en 1973, sentí que aún no estaba preparado y encontré un folleto con la oferta de una residencia médica en el Instituto Mexicano del Seguro Social. Envié el papeleo con mi solicitud y cuando regresé a Argentina, para la Navidad de 1973, recibí una carta informándome que había sido aceptado para una residencia de tres años. Fui a ver a uno de mis jefes y le pregunté qué debía hacer. Me dijo: “Andá nomás, mientras estás a tiempo. La situación en Argentina se está poniendo fea y probablemente tendrás que irte, aunque no quieras”.

¿Usted era militante de izquierda?
Había participado en el movimiento estudiantil y había sido fichado por la policía. En cierta ocasión, mientras participaba en una manifestación, me habían detenido. Vendí mi automóvil, compré el pasaje aéreo y me fui a México. Mi esposa, que es psicóloga, se quedó en Córdoba, esperando que yo alquilara un departamento para luego viajar. Pero tuve mala suerte. En mi primer día de residencia sufrí una peritonitis apendicular, me operaron y estuve 20 días internado. Mis compañeros se comunicaron con mi esposa y le avisaron: “Tuvimos que internar a Luis. Han tenido que practicarle una pequeña cirugía y sería bueno que vengas a México”. Cuando me dieron el alta médica en el hospital, alquilamos un apartamento. Como no teníamos dinero, solo compramos una cama y una heladera. La almohada recién pude comprarla cuando cobré el sueldo del hospital. Nuestras dos hijas mayores nacieron en México.

¿Qué tal le fue en su residencia médica allá?
Sensacional. En Brasil, las residencias en ginecoobstetricia de la época eran de dos años. Allá ya eran de tres. Hacíamos anatomía patológica, endocrinología, cardiología, radiología, oncología y cirugía general. Trabajaba en un complejo hospitalario con 255 camas de ginecoobstetricia y en el hospital asociado, para embarazadas sanas, con 350 camas solo de obstetricia. En los dos hospitales nacían 140 bebés por día. Trabajábamos 90 horas semanales, pero yo vivía en frente del hospital. En mi residencia vi casos que nunca he vuelto a ver en toda mi vida, tales como abscesos abiertos en el pericardio y embarazos con desgarro hepático, entre otros.

¿Qué lo trajo a la Unicamp?
En marzo de 1976, durante el Congreso Mundial de Ginecología que se celebraba en México, me encontré con Aníbal Faúndes, quien me preguntó: “¿Qué harás cuando acabes la residencia?”. Le respondí que no sabía, pero que no volvería a Argentina. Me habló de un argentino en San Antonio (Texas, EE. UU.), que estaba empezando a estudiar la fertilización in vitro, y me preguntó si quería ir para allá. Pero mi esposa no quería educar a las niñas en Estados Unidos. Entonces Faúndes me invitó a venir a la Unicamp, donde hacían falta docentes. Cuando vine aquí no hablaba portugués. Tenía que enseñarles a los residentes a operar, dar clases, atender un consultorio de infertilidad y colaborar con la anticoncepción. Me contrataron para trabajar con infertilidad, no con anticoncepción. Pero dejé de lado la infertilidad porque inmediatamente me di cuenta de que el sector público no tenía intenciones de invertir para resolver el problema de las mujeres de bajos recursos. El tratamiento con hormonas sintéticas, la fertilización in vitro y cualquier procedimiento de reproducción asistida eran caros. En 1982, decidimos regresar a Argentina, porque volvía la democracia. Me sentía en deuda con el país porque me había recibido como médico en una universidad pública y gratuita. Pero nos salió mal. Me presenté a concurso en la maternidad provincial, de donde me había ido, aprobé, pero no me dieron el cargo. Puse un consultorio, pero no tenía el valor de cobrar. Siempre me acordaba de un profesor de la Universidad de Mendoza que atendía a mi madre. Cuando mi padre le preguntaba: “¿Cuánto le debo?”, el médico le respondía: “No me debe nada. Tengo pacientes que pagan por su esposa”.

¿Hasta cuándo se quedó en Argentina?
Regresamos a Brasil en 1989, cuando el Cemicamp consiguió el primer gran proyecto de la Organización Mundial de la Salud. Vine como director de ese proyecto, para el que había obtenido financiación a través de Faúndes. Una de mis tareas era mejorar la capacidad de investigación del departamento, ayudar a mis colegas y publicar más en revistas internacionales. Fue una cultura que desarrollé incluso para mí mismo, porque me dije: “Si tengo un mensaje para decir, ¿por qué no decirlo en inglés?”.

En casi 40 años aquí, ¿cuáles han sido sus contribuciones más importantes?
Mi mayor contribución son los estudios sobre el uso extendido de los métodos anticonceptivos de larga duración. Fuimos el primer grupo en demostrar que el uso del DIU hormonal más famoso ‒ Mirena, de Bayer ‒, aprobado para utilizarlo durante cinco años, podía utilizarse hasta por diez años.

La que queda embarazada es la mujer, pero la responsabilidad de prevención del embarazo debería ser compartida por los integrantes de la pareja

A Bayer no le habrá hecho ninguna gracia.
No. Pero luego ellos hicieron un estudio similar y ahora el dispositivo está aprobado para ocho años en Estados Unidos. Acá estamos aguardando el dictamen de Anvisa [la Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria] para ampliar su validez a este mismo plazo. En Brasil, el Mirena cuesta 1.000 reales o 200 dólares. En Estados Unidos sale 930 dólares. A pesar del precio, las prestadoras médicas prefieren pagarlo, porque es más barato que un parto o una histerectomía [la extirpación quirúrgica del útero]. También hemos sido los primeros en demostrar que es posible extender el uso de un implante anticonceptivo cuya denominación comercial es Implanon NXT, de la compañía Organon. Había sido aprobado para tres años. Nosotros demostramos que puede utilizarse por cinco años.

¿Cómo se les ocurrió que su uso podía prolongarse?
Los estudios iniciales mostraban que la cantidad de hormonas al cumplirse los cinco años del Mirena y los tres del Implanon superaban los niveles necesarios como para proporcionar anticoncepción.

¿Cuál es el estado actual de las técnicas de fertilización asistida?
Han evolucionado y actualmente constituyen una receta lista. El problema radica en que sus costos son elevados y se necesita un laboratorio sofisticado. La inversión en técnicas de bajo costo es escasa. La OMS está tratando de hacerlo.

Usted pertenece al selecto grupo de médicos que trabajan en la universidad y no atienden en un consultorio particular. ¿Por qué?
Ello se debe a la experiencia que viví en Argentina. Sentía una gran presión atendiendo a pacientes particulares a diario. Pero principalmente porque siempre he considerado que debía devolverle a la sociedad lo que ella me había brindado para mi formación, aunque lo esté haciendo en Brasil y no en Argentina.

A finales de septiembre, estuvo en la OMS, en Ginebra. ¿Qué fue a hacer allí?
Hacía cuatro años que, a causa del covid-19, los responsables de los siete hubs del Programa de Reproducción Humana [HRP] de la OMS, creado en 1972, no nos reuníamos. Pasamos tres días informando de nuestros trabajos sobre infertilidad, violencia contra la mujer, morbilidad y mortalidad materna y mutilación genital femenina, para evaluar lo que estaba funcionando y lo que no. Durante los próximos cinco años, vamos a centrarnos en apoyar a los centros latinoamericanos, incluyendo al de Brasil, para enseñarles a desarrollar proyectos de investigación, contactar a potenciales financistas y mejorar el impacto de las publicaciones.

¿Se ha jubilado?
No poseo campos, no soy pescador y vivo con mi esposa. Mis hijos ya se han ido. Cuando me jubilé, hace siete años, construimos la casa en donde vivimos, sin desniveles. Tiene un dormitorio con baño en la planta baja, y dos dormitorios arriba para cuando una de mis hijas viene de Texas con mis nietos. Todo da a una gran galería con un parrillero y una piscina. Trabajo todos los días. Leo, escribo, hablo con estudiantes de carrera de grado, dirijo a alumnos de posgrado y vengo al Cemicamp, donde llevo a cabo proyectos de investigación. Además de los alumnos regulares, tenemos 13 becarios extranjeros, de Mozambique, Haití, Guatemala, Ecuador y Angola, quienes cursan maestrías y doctorados en salud sexual y reproductiva, preferentemente vinculados a proyectos financiados por la OMS. Tres días a la semana, luego de almorzar, voy al gimnasio. Los otros cuatro ando en bicicleta y leo mucho, sobre todo literatura. Tenemos una gran biblioteca. Cada vez que viajamos, con mi esposa, volvemos con libros. Prefiero los autores latinoamericanos en español.

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