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Cultura

Más notable que petiza

Un estudio analiza la trayectoria de Carmen Miranda en Brasil y en Estados Unidos

WWW.DOCTORMACRO.COM La “embajadora del samba”: La ida a EE.UU. fue motivo de orgullo y, al final, de prejuiciosWWW.DOCTORMACRO.COM

Como para destacar que ella era más notable que petiza, en un artículo que escribió para el periódico norteamericano The New York Times sobre la cantante y actriz Carmen Miranda (1909-1955), Caetano Veloso la analizó como un ícono del dilema de toda una generación cuando el tema era la imagen de Brasil en el exterior: “Ella fue, primero, motivo de orgullo y de vergüenza, después símbolo de la violencia intelectual con la que queríamos encarar nuestra realidad, de la mirada implacable que queríamos lanzar sobre nosotros mismos. Habíamos descubierto que ella era nuestra caricatura y nuestra radiografía”. Hasta hoy la “embajadora del samba” habita, como las aceras con olas de Copacabana, el imaginario yanqui sobre el país. La trayectoria de la portuguesita que se convirtió en bahiana estilizada, conquistó el Brasil de Vargas y luego América, es el tema de O “it verde e amarielo” de Carmen Miranda, tesis doctoral de Tânia da Costa Garcia, transformada en libro con el apoyo de la FAPESP.

“La polémica sobre la bahiana estilizada denota la crisis que tenemos con nuestra identidad. Carmen es una caricatura, pero, al mismo tiempo, es lo que nosotros somos: subdesarrollados, tropicales, mestizos, dionisíacos”, explica. Según Tânia, a pesar de su tamaño diminuto, ella fue, desde el comienzo de su carrera, un “arma cultural” usada tanto por el Estado Novo varguista como por el panamericanismo de cuño expansionista de los norteamericanos, con la píldora dorada de la política de buena vecindad. Con razón, en Hollywood le decían la brazilian bombshell, tan grande era su poder de fuego al servir, aunque de forma inconsciente, a los intereses ideológicos. Al comienzo, en Brasil, fue la catalizadora del movimiento oficial de nuestra transformación en “la tierra del samba”. Arrancado del morro, el samba, antes “cosa de marginal”, fue entronizado en medio al debate sobre la identidad brasileña de los años 1930, como símbolo de la nacionalidad y en oposición a la creciente influencia de la cultura extranjera traída, según se creía, con la llegada del cine hablado (basta con recordar el samba Canção para inglês ver, de Noel Rosa, con sus alusiones a I love you/ To via steven Via-Catumbi, etc.). La propia Carmen cantaba en Eu gosto da minha terra que “soy brasileña/ y mi sabor denuncia/ que soy hija de este país/ el fox-trot/ no se compara/ con nuestro samba, que es cosa rara”.

“La carrera de Carmen se estructura en un período en que los medios de comunicación pasan a jugar un papel significativo en la capital de la República. Esto coincide con la política nacionalista del gobierno de Vargas, quien, atento al poder de los medios, se esmeró en acercarse al universo simbólico de las capas menos favorecidas para convertirse en el gobernante de las masas”, analiza Tania. El samba se convierte en cuestión de Estado, o mejor dicho, el samba carioca, difundido como el samba brasileño por las ondas de la radio. “El samba, electo como símbolo del ‘pueblo nuevo’, hacia transparente las fronteras sociales que la política popular insistía en esconder detrás de la unidad nacional”, observa la autora. Getúlio llega hasta a intercalar a sus discursos oficiales en la Hora do Brasil con números de compositores e intérpretes populares. Hubo hasta el caso de un programa transmitido para la Alemania de Hitler directamente desde la Estación Primera de Mangueira. Claro que no se quería el samba “de morro, con sus ritmos negroides”, como anotó un periódico de la época. La batucada tenía la cadencia de la política cultural estadonovista, idealizando la “democracia social y racial” de Brasil y el trabajo. Hasta el malandro Wilson Batista escribe sambas que exaltan el trabajo. A pesar de eso, más de 300 canciones fueron censuradas por el régimen y hasta Carmen, con sus interpretaciones sagaces y chistosas (plagadas de dobles significados que desafiaban a la moral vigente), fue patrullada ideológicamente.

De cualquier modo, la atmósfera del momento permitió que Carmen, a finales de 1938, se vistiera por primera vez de bahiana en el film Banana da terra, que preveía escenarios con caseríos bahianos y cocoteros. El problema fue que el productor no aceptó los precios pedidos por Ary Barroso para las dos canciones de la película y optó por O que é que a baiana tem, de Dorival Caimmy, más económica y adecuada a los sets de filmación. Carmen se inspiró en la letra para crear su visual, término medio entre la cultura nativa y el glamour de las estrellas de cine americanas.

“Durante los años 1930, la canción popular urbana fue escogida por la prensa y por el Estado como una de las representaciones de lo nacional, y Carmen, estando entre las intérpretes más populares, se convirtió en la cantante del “it verde y amarillo”, asevera Tania. La mezcla del chicle con la banana se dio definitivamente un año después, cuando el empresario Lee Schubert vio a Carmen vestida de bahiana en un show en el Casino de la Urca y decidió llevarla a Estados Unidos. “La industria cinematográfica norteamericana fue la responsable de la difusión de la imagen de la bahiana estilizada que inmortalizó la artista”, dice la investigadora. Allá y aquí. “A diferencia de la bahiana de nuestro cancionero, la de Carmen, híbrida y cosmopolita, acercó ese personaje de las capas populares a otros sectores de la sociedad. El exotismo, al difundirse nacional e internacionalmente en los medios de comunicación, dejaba de ser exclusivo de la negra del tablero, pasando a componer, contra la voluntad de muchos, la identidad de la nación”, evalúa la investigadora.

Buena vecindad
Y hay más: al emigrar a América, la bahiana de Carmen agregó trozos característicos de otras culturas latinoamericanas, bien al gusto de la política de la buena vecindad yanqui. No se quería una brasileña (peor aún, una portuguesa), como un símbolo de todos los pueblos latinos que, para la mayoría de los estadounidenses, no tenían precisamente grandes diferencias. “Que justamente una cantante del único país de lengua portuguesa de América Latina haya sido elegida como representante de ese conjunto de comunidades de lengua española no trajo pocas dificultades estilísticas a sus actuaciones”, evalúa con precisión el artículo de Caetano Veloso.

La petiza tenía un trabajo notable: transformarse en metáfora frutada y sonriente del panamericanismo pretendido por la Office of Coordinator of Inter-American Affairs (Oficina del Coordinador de Asuntos Interamericanos ) del gobierno Roosevelt. Eran tiempos de guerra y toda la ayuda, aún aquella de que viniera de abajo del Ecuador, era necesaria. No era una innovación: ya en 1860 Napoleón III abogaba por una tradición cultural latina común, aunque lleno de malas intenciones expansionistas. El nuevo registro se da por la división entre una América del Norte civilizada (apolínea) y la otra, Latina, wild (salvaje) y dionisíaca, con sus pampas y sus mestizos irracionales. “Carmen, en la piel de sus Rositas, Doritas, Chitas y Chiquitas de la 20th. Century Fox, representa exactamente esa Latinoamérica difundida por el cine americano. Se comporta como un animal salvaje, su libido está descontrolada, es indolente y malandrina, prefiere los placeres de la vida y también es grotesca, en la interpretación caricaturizada de sus personajes, en el inglés mal hablado, una outsider (forastera) frente al mundo civilizado americano”, analiza Tania. Transformada en la “totalidad latinoamericana”, Carmen marca la diferencia entre el mundo salvaje, el south american way (la manera suramericana), y el american way of life (el modo de vida americano). Después de que conquistaron con violencia el far west (el lejano oeste), era la hora de hacerse con sutileza, la far (lejana) América Latina. “El ideal propagado por el panamericanismo es una interpenetración de esos dos universos (el apolíneo y el dionisíaco), bajo el dominio del primero. En Hollywood, el panamericanismo reinventado abogaba, en última instancia, por la subordinación de una América Latina inferior a la ‘superior’ nación del Norte”, observa la autora. “Ella es el fruto sabroso que la perfumada y cálida zona tropical del sur enviaba para reanimar a los ceñudos hombres de negocio de la Quinta Avenida”, escribió un periodista estadounidense. Carmen era perfecta para mostrar la subordinación natural a la civilización y los aspectos periféricos positivos de los atrasados.

Casino de la Urca
Inicialmente, el éxito de Carmen en América cayó bien por aquí. Cuando regresó al país en 1940, fue recibida con un banquete por Lourival Fontes, director general del DIP (Departamento de Prensa y Propaganda). Sin embargo, en el show que dio en el Casino de la Urca, después de saludar al público en inglés, vio que no era fácil contentar a los brasileños. “Carmen echó a perder nuestra música impregnándola de cosas americanas. El brasileño quiere que el samba sea puramente suyo, nacional y sin mezcla”, criticó el periódico carioca A Notícia, y no fue el único ni el peor. El dilema quedaba así establecido: la cultura popular era la cultura oficial y deseable y había que festejar que los extranjeros reconocieran nuestra riqueza. “El Brasil tropical representado por Carmen no era todo Brasil, pero era ése el Brasil que se destacaba en el exterior”, sostiene Tania. “Lo que estaba en juego no era la artista, sino las representaciones en torno a la música que ella interpretaba, el samba, y el personaje que inventó, la bahiana. Ambos como referencias de la cultura afro-brasileña que no interesaba que se propagara como símbolo de la nación”. La “embajadora del samba” se convierte así en una colaboracionista del imperialismo norteamericano y, lo que es peor, en una artista que denigra, literalmente, la imagen de la nación ante los admirados yanquis.

“Cuando la consagrada cantante del ‘it verde y amarillo’ fue a América del Norte, cargaba consigo las ansias y los deseos de una nación. Durante el período en que estuvo en Brasil, ella fue motivo de polémica en virtud de la atmósfera nacionalista de la época. Con su partida hacia Estados Unidos se difundió en el exterior una determinada imagen del Brasil: así nos hacíamos reconocer uno frente al otro. Un otro que, por su parte, se presentaba como la nación más moderna del Occidente”, evalúa la autora. “Las películas de Carmen lograron el consenso, antes imposible de imaginarse, entre aquéllos que aprobaban el samba como representación nacional y los que rechazaban esta imagen de Brasil propagada por la artista en Estados Unidos”. Una radiografía de la caricatura.

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