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Entrevista

Mayana Zatz: Con un ojo en la razón y el otro en el corazón

Mayana Zatz es una científica respetada pues ha descubierto algunos genes importantes, tal como puede leerse en su currículum. Ha sido premiada en el país y en el exterior, y declara con todas las letras que le encanta lo que hace. Es más: cree que tiene una gran suerte al poder trabajar en lo que le gusta. Es también una mujer capaz de implicarse apasionadamente en las causas que abraza y de luchar aguerridamente al defender sus puntos de vista, tal como se pudo notar durante los días que antecedieron a la votación de la Ley de Bioseguridad en la Cámara de Diputados de Brasil: súbitamente, su hermoso rostro parecía ser omnipresente en la televisión. En el Jornal Nacional, en Fantástico, en el programa de entrevistas de Bóris Casoy; estaba en todos los medios brasileños, o al menos eso parecía. Allí estaba ella: articuladísima, serena y firme defendiendo la investigación con células madre embrionarias, uno de los puntos más polémicos de la ley, y explicando cómo eso podría servir en el futuro para salvar miles, o tal vez millones de vidas humanas.

Mayana Zatz es docente titular del Instituto de Biología de la Universidad de São Paulo, coordinadora del Centro de Investigaciones del Genoma Humano. A comienzos de los años 1980, al tiempo que empezaba su vida como investigadora sénior por denominarla de alguna manera, pues a esa altura ya había actuado efectivamente como investigadora en formación durante su carrera de grado, en su maestría, en su doctorado y en su posdoctorado, daba inicio también a un trabajo de carácter más asistencial con portadores de distrofias y sus familiares, que resultó en la creación de la Asociación Brasileña de Distrofia Muscular (Abdim).

Con discreción cuando se trata de hablar de su vida privada, fue muy mesurada en sus palabras en ese aspecto. La brasileña Mayana Zatz, 57 años, nacida Mayana Eden en Israel, de padres rumanos, hizo referencia a su familia en esta entrevista: se separó hace poco y es madre de dos hijos. Hizo también mención a algunas cosas de su rutina, que se organiza sobre largas horas de trabajo, pero que incluye el hábito de correr diariamente, lo que quizá explique en parte su silueta esbelta, elegante.

En las siguientes páginas, es posible entrar en contacto más directo con un poco de la práctica y el pensamiento de esta figura fascinante de la escena científica brasileña que es Mayana Zatz (una versión más completa de esta entrevista puede leerse en portugués en el sitio de la revista: www.revistapesquisa.fapesp.br).

¿Cómo fue que surgió su vocación para la investigación científica?
Fue cuando era chica. Me fascinaba eso de ser científica; los libros, las plantas. Pero tenía una inclinación también hacia la medicina. Y me quedé así como que entremedio, entre la medicina y la investigación, pero quería ser científica. Entonces, cuando entré al secundario, me apasioné de la genética y lo decidí: Quiero hacer eso.

¿Dónde estaba en esa época?
Estaba acá. Llegué a Brasil a los 7 años. Nací en Israel; de allí salí rumbo a Francia y después vine para Brasil. Ya había sido alfabetizada.

¿Vino directamente a São Paulo?
Sí, siempre estuve en São Paulo.

Usted cursaba el científico [una de las modalidades del secundario a la época; la otra era el clásico, para aquéllos que se dedicarían luego al área de humanas]; estudiaba biología y así descubrió qué era la genética.
Como es obvio, a la época no había biología molecular, no había nada de lo que existe actualmente. Era aquello de ojos celestes con ojos marrones, aquellos cruzamientos… mas a mí me interesó y por eso ingresé a la facultad orientada hacia el área.

¿Dónde hizo la secundaria?
En el Colegio Estadual de São Paulo, que entonces era un supercolegio. Hice el examen de ingreso para biología porque, como quería hacer genética, averigüé dónde existía. Y otra influencia fue Oswaldo Frota-Pessoa, quien tenía los libros de biología que para mí eran lo máximo. Lo primero que hice, cuando entré en la facultad, fue intentar conocer a Frota. Y me convertí en alumna suya, hice iniciación científica desde el principio él ya trabajaba por ese entonces con genética humana. Frota nos ponía enseguida a atender pacientes. Yo tenía 17 ó 18 años.

¿Cómo hacían la atención de pacientes?
Frota era y es médico. Hacía aconsejamiento o consejería genética de familias de pacientes con distintas enfermedades, hacía cálculos de riesgo, y nosotros participábamos. Pensaba que debíamos aprender de todo, todas las técnicas que existían. Siento cariño y admiración por Frota; le debo mucho. Su cuestionamiento científico era impresionante: cuando uno pensaba que había entendido un problema, él te hacía una pregunta que revolucionaba todo, desguazaba todo realmente para hacerte pensar. Y también había un trasfondo didáctico. Y otra cosa: era un ejemplo de cómo tratar a los pacientes, siempre era cariñoso, humano.

¿Eso fue en 1967, 1968, más o menos?
Sí más o menos por esos años. En esa época, mi mamá no sabía siquiera cómo explicarles a las amigas que la hija iba a hacer genética, porque nadie sabía qué era eso. Terminé por especializarme en genética humana y médica, porque eso me iba a permitir hacer investigación y también tratar con pacientes. Me recibí, hice mi maestría y mi doctorado en la USP, también bajo la dirección de Frota, y luego un posdoctorado en la Ucla (Universidad de California, Los Angeles). Cuando regresé, a comienzos de la década de 1980, armé un grupo de investigaciones en la propia área de Biología de la USP. Y también fundé la Asociación Brasileña de Distrofia Muscular.

¿Cómo logró conciliar la carrera de investigadora con ese trabajo de carácter asistencial?
Antes de ir a Estados Unidos habíamos empezado a estudiar enzimas, y vimos que de algunas, como por ejemplo la creatinoquinasa, que sale del músculo, su nivel en sangre se había incrementado en una frecuencia del 60% ó el 70% en las personas con riesgo de tener hijos afectados por la distrofia de Duchenne. Estudiábamos a los afectados, a las madres y a las hermanas, y después les explicábamos todo esto a las familias, también bajo la dirección de Frota. Cuando volví, algunos alumnos enseguida me fueron a ver, pues querían investigar, y una de las cosas que me intrigaban era saber qué habría pasado con aquellas familias.

¿Esos hogares estaban dispersos por toda la ciudad de São Paulo?
Sí, y la mayor parte en las favelas. Íbamos a todos lados, pues la violencia no era nada comparada con la de hoy en día, y la gente nos abría las puertas. Nos sorprendió gratamente el ver que las familias habían entendido el alto riesgo que corrían y la gran mayoría no había tenido más hijos. Pero me impresionó mucho ver en qué condiciones se encontraban los niños que habían nacido antes del aconsejamiento genético y no tenían una silla de ruedas, ni acceso a la fisioterapia, ni a la escuela, pues nadie quería cargarlas. Esto era más chocante ante el gigantesco apoyo que yo había visto Estados Unidos para familias con idénticos problemas. Entonces me dije: algo tengo que hacer, y así fue que fundé la Asociación Brasileña de Distrofia Muscular.

¿Cómo hizo para movilizar a la gente acá en el país? ¿Contó con algunos apoyos?
Al principio, el director científico de la asociación era Frota, y Maria Rita Passos-Bueno, si no me equivoco, fue una de las directoras. Y así fuimos movilizando a la gente. Saqué dinero de mi bolsillo para la redacción de los estatutos y le pagué a un abogado… La sede era acá, en mi despacho. Después comenzamos a hacer ferias, a vender rifas, hasta que conocí a Pedro Moreira Salles, presidente de Unibanco, y le pedí un apoyo más sustancial para ayudar a los niños.

Él tenía un problema de distrofia.
Sí. Entonces alquilamos una casa a la entrada de la USP, para convertirla en sede de la asociación. Pedro la ha mantenido durante todo este tiempo. Recién conseguimos un aporte importante hace un año, en el marco de un convenio con la Secretaría Estadual de Salud, que está ayudando no solamente a mantener la Abdim, sino también a pagar los tests genéticos referentes a enfermedades neuromusculares.

¿Su incidencia es muy alta?
Todas estas enfermedades tienen una incidencia de un niño afectado por cada mil. Dentro de las enfermedades genéticas, que afectan al 3% de los niños, son tal vez las más comunes. Y lo que las vuelve más importantes es que la gran mayoría de ellas es muy grave, y son progresivas.

Esto quiere decir que ponen en riesgo la vida de sus portadores tempranamente.
Exactamente. Existen algunas formas adultas, pero muchas son infantiles, o matan a los jóvenes. Yo siempre digo que no es un niño o un joven afectado, sino la familia entera.

¿Cómo se inclinó hacia el lado de las distrofias?
La primera paciente que me llamó la atención fue una chica, que llegó para hacer consejería genética porque tenía tres sobrinos afectados por la distrofia de Duchenne. Yo era todavía una estudiante. Ella iba a casarse y estaba muy preocupada ante la posibilidad de tener hijos con la afección. Y nadie hacía nada con relación a eso a la época. Entonces, junto con Frota, encontramos un trabajo que había sido publicado sobre la enzima que podría ayudar a definir si ella era portadora o no. Terminé por estudiar eso en el marco de una investigación con mil personas, que empecé en mi maestría y seguí en el doctorado.

¿Y cómo evolucionó su trabajo hasta la identificación de los primeros genes de la distrofia de cintura?
Trabajábamos con enzimas, hasta que en la década de 1980 comenzó a hacerse biología molecular en el exterior. Nosotros quedamos rezagados, porque no hacíamos nada en ese campo. Pero entonces, Rita, que recién había terminado su doctorado, dijo que aceptaba ir al exterior para aprender sobre esa tecnología. Me contacté con el grupo de Kay Davies, que era el papa de esto a la época y que estaba en Inglaterra, en Oxford, y así fue como ella se fue allá. Y entonces, otra amiga mía, Mariz Vainzof, que estaba trabajando con proteínas, con músculos, se dispuso a ir a Canadá para aprender cómo se estudiaban las proteínas musculares. Cuando ambas regresaron estructuramos esta parte de la biología molecular de enfermedades neuromusculares. Rita armó toda la parte del estudio de genes, y Mariz, la de los estudios de las proteínas de los músculos. Logramos publicar un montón de trabajos, encontramos genes nuevos y conseguimos realmente dar un salto cualitativo enorme.

Me estoy acordando de un relato suyo sobre secretos de paternidad en ese trabajo de aconsejamiento genético. Usted decía que a veces generan temores inmensos en personas que, de saber la verdad, no tendrían por qué temer. ¿Cómo operan ustedes en esa trama, cuando se trata de casos más delicados?
No siempre actuamos; cada caso es cada caso, pero a menudo se descubre, cuando se hace el examen de ADN, que existe una paternidad que no había sido esperada.

Usted dijo que sumaban más o menos el 10% de los casos.
Sí, el 10%. ¿Y entonces qué hacemos? ¿Cómo hacemos A menos que eso interfiera en el aconsejamiento genético, nosotros no tenemos nada que ver con eso?. En caso de que interfiera, entonces debemos discutirlo. El caso en particular que ustedes recuerdan era el de una muchacha cuyo padre tenía hemofilia, y ella estaba embarazada. Ella sería portadora de esa enfermedad que, pese a que no se manifiesta en las mujeres, le asignaba un 50% de probabilidades de tener un hijo hemofílico. Por lo tanto, ella llegó con ese diagnóstico al prenatal. Cuando se hicieron los exámenes, se vio que su padre no era efectivamente su padre biológico. Ella no tenía riesgo alguno, ni en aquella gestación ni en ninguna otra. Pero ella cultivaba un gran cariño por aquel padre, y entonces contarle la verdad podría significar desestructurar a la familia entera. Teníamos ante nosotros una elección difícil. Al final, optamos por conversar con la madre, que lo sabía todo. La mamá conversó con ella, y ésa fue la mejor solución.

¿Ustedes se deparan con muchos casos así?
Sí. Y cuando las personas comienzan a discutir cuestiones éticas en este campo, con un montón de teorías, considero interesante contar algunos casos prácticos harto complicados. Me acuerdo ahora de otro caso, el de una pareja que tenía un hijo con una enfermedad neuromuscular. El papá se sentía culpable, porque creía que le había transmitido la mutación al hijo. Mediante el análisis de ADN se descubrió que él no era el padre. Y entonces surgió toda aquella angustia: ¿le contamos o no le contamos Informé sobre esta situación en un congreso de bioética en que solamente había abogados, y ellos me dijeron: Mire, a usted le pueden hacer juicio en ambas situaciones, tanto si lo dice como si no lo dice.

¿Y al final, el presunto padre se enteró?
Nunca más volvió acá.

Querría que usted nos contara sobre los premios internacionales y nacionales que ha ganado.
Gané el premio de Mujeres de Ciencia, Women in Science, de la Unesco y LOréal, en 2001. Creo que ése abrió muchas puertas; yo no tenía ni idea de que tuviera tanto impacto. Y después gané el premio de Ciencias Médicas Básicas de la Academia del Tercer Mundo, en 2003. Es muy lindo ganar un premio. En el caso del de Mujeres de Ciencia, como LOréal tiene un montón de dinero, hizo una fiesta linda en París, fue emocionante; fue en la sede de la Unesco.

¿Y los premios nacionales?
Gané el premio Claudia, el premio del Rotary y algunos otros.

Antes de entrar en el tema de las células madre, me gustaría que nos hablase un poco de su Centro de Investigación, Innovación y Difusión (Cepid) que cuenta con financiamiento de la FAPESP.
Yo creo que el Cepid es una iniciativa muy importante. Nos dio esa posibilidad de, no solamente asociar a varios investigadores, sino también de reunir tres vertientes: la de la investigación científica y la innovación, la transferencia de tecnología y la difusión. Hemos aprendido mucho durante estos primeros cinco años, y creo que ahora tenemos la posibilidad de lograr un avance muy importante. En términos de investigación, este centro nos permitió comprar equipos a los que, como grupo aislado, no tendríamos acceso, y nos abrió la posibilidad de interactuar. En la parte de transferencia de tecnología, mejoramos en la atención de los pacientes, y la tendencia apunta que seguiremos mejorando.

¿Actualmente cuántos pacientes se atienden anualmente en el centro?
Son por lo menos unos mil.

¿Cuántos científicos trabajan dentro del centro?
Son diez investigadores, pero van a entrar algunas personas más, en tanto que otros saldrán y, si contamos cada uno con sus alumnos, debe haber unas cien personas.

En sus largos años de trabajo, ¿su equipo de investigadores ha entrado en contacto directo con cuántas personas?
Contando únicamente aquéllas que padecen enfermedades neuromusculares llegamos a una cifra 21 mil, esto entre pacientes y personas de la familia. Son 21 mil personas que pasaron por tests: es con toda seguridad la mayor muestra del mundo estudiada en un mismo centro. Actualmente seguimos con la segunda generación de esos pacientes.

En términos de tratamiento de estas enfermedades, ¿ha registrado cambios significativos?
La gran esperanza ahora son precisamente las células madre, por eso luché tanto por ellas. Se habló mucho de la terapia génica hace una década, pero yo la veo mucho más distante que la terapia celular, que es un mejoramiento de los transplantes. En la terapia génica hay que manipular genes y tener la seguridad de que se va a llegar al gen, mientras que en la terapia celular hay una suplantación de tejidos.

¿Y los avances en los métodos diagnósticos?
La cosa es así: debido a que hemos contado con dinero para apoyo técnico que sigue siendo poco; precisamos mucho más pudimos trabajar con personal muy bien capacitado para hacer la parte técnica de la transferencia de tecnología, en vez de que lo hicieran los alumnos, tal como era antes. El Cepid nos dio esa posibilidad.

¿Qué tests son esos, hablando más precisamente?
Son tests de diagnóstico de distrofia de cintura, por ejemplo, donde vemos cuáles son las mutaciones más frecuentes. Test de fibrosis quística, que no es neuromuscular, pero es la enfermedad genética más común en caucásicos, y donde pueden hallarse más de mil mutaciones. Acá desarrollamos un test que logra detectar el 80% de las mutaciones.

¿Y dónde están disponibles estos test actualmente?
Acá en la USP. Pero existe un problema, que es otra puja, a decir verdad: el Sistema Único de Salud (SUS) no cubre el costo de estos análisis. Tenemos un convenio con la Secretaría de Salud que abarca solamente a las enfermedades neuromusculares. Para las otras, y para pacientes de fuera de São Paulo, no tenemos cobertura.

¿Y el costo de los tests es muy elevado?
Depende. Puede ser entre 300 y 500 reales, pero, si pensamos que debido a eso uno deja de hacer una biopsia muscular, deja muchas veces de internar a un niño en un hospital o podrá comenzar un tratamiento precoz, o prevenir el nacimiento de otros afectados, etc., tal costo es irrisorio; principalmente, porque un test genético se hace una vez en la vida, no es para repetirlo.

¿Esos tests están disponibles en laboratorios privados?
Algunos sí. Pero, a decir verdad, en todo el mundo existen centros de referencia de determinados tests. Por eso escogemos algunas enfermedades para testear, porque cada una de ellas involucra algo muy trabajoso, no vale la pena que todos hagan de todo. Hay un grupo del sur que trabaja con problemas del metabolismo. La idea es ésa, en todo el mundo. Se envía el ADN, en sangre o saliva, para hacer los tests, y podríamos recibirlo de todo Brasil, para hacer un diagnóstico. Pero no hay forma de que nosotros podamos cubrir ese costo. Porque entonces no es más investigación, es un servicio que necesitaría cobertura.

¿Por qué usted resolvió entrar en la pelea en pro de la aprobación de las investigaciones con células madre extraídas de embriones humanos?
Al margen de estar obviamente interesada en la cuestión científica, lo que me moviliza es el contacto directo con los pacientes. Ése es el otro lado de mi equipo, donde yo juego. Es un sufrimiento enorme decirle a un papá o a una mamá que el hijo tiene una enfermedad y no se puede hacer nada. Se desesperan, y quieren llevar al hijo a cualquier lugar del mundo. Yo hasta incentivo a aquellos que tienen poder adquisitivo a que lo hagan. Considero que es importante que tengan contacto con todo lo que existe, para que tengan la certeza de que acá se está haciendo lo mejor. Atendía a pacientes que me decían permanentemente: Yo estoy rezando para que sus investigaciones tengan éxito. Y yo les contestaba: De nada sirve rezar, porque yo no tengo acceso a las células madre embrionarias. Esa situación fue la que realmente me dio fuerzas para movilizarme.

¿Cuándo fue que tomó una decisión así: vamos a tener que meternos de lleno en esa pugna?
Fue cuando me di cuenta de que la ley podía quedar sin aprobación. El primer proyecto de ley, presentado por el diputado Aldo Rebelo (del Partido Comunista de Brasil – PCdoB), permitía las investigaciones con células madre embrionarias. Eso fue a mediados de 2004. Dicho proyecto era extraño, pues contemplaba todo a la vez, las células madre embrionarias y los transgénicos. Pero por lo menos así, por fin se permitía todo, y todos estarían contentos. Sin embargo, de repente, entre gallos y medianoche, todo cambió y la propuesta fue modificada. Sentí una gran decepción. Entonces comenzamos a movilizarnos. Agarramos el proyecto y un grupo rescribió la parte de las células madre. Otro, la de los transgénicos, y fuimos a Brasilia a hablar con los senadores en busca de apoyo. Por ese entonces conocí a Drauzio Varella [médico-comunicador] y le pedí apoyo: Usted debe nos ayudarnos en esta causa, puede darnos una mano en la red Globo de televisión. Y Varella accedió. Hicimos una audiencia pública, que fue una divisoria de aguas.

¿Y cómo fue la experiencia de pasarse las madrugadas dentro del Congreso?
Fue una experiencia muy rica. Primeramente entendí cómo funciona el Congreso, pues no ni la más mínima noción. Luego porque considero que logramos desmistificar muchos conceptos, durante esas audiencias públicas. La Iglesia hablaba de aborto (cuando se refería a la investigación con embriones).

Usted esgrimió la idea de que, así como la muerte actualmente es cerebral en términos legales, la vida también comienza cuando se forma el sistema nervioso.
Sí. Pero también con relación al aborto hay una diferencia fundamental, y yo les dije eso, incluso hablé con un sacerdote. Si usted no interviene en un embarazo no deseado, la vida continúa. Y esa vida se interrumpe con el aborto. En tanto, en la investigación con embriones, en las clínicas de reproducción, es precisamente lo contrario: los embriones no existirían sin la intervención del hombre. Se los creó mediando la intervención del hombre, porque la pareja no logró reproducirse naturalmente. Y, si no se los implantara en el útero, no irían adelante. Y aun si se los introdujese enseguida en el útero, las posibilidades de convertirse en vida ascienden al 10%. Los embriones congelados durante tres o cuatro años, aunque se los inserte en un útero, tendrían una posibilidad del 2% al 3% de transformarse en una vida. Decir que están matándose vidas al defender la investigación con embriones es una exageración gigantesca. Sufrimos una gran oposición de parte de la Iglesia Católica. Y los evangelistas se dividieron sobre esta cuestión.

¿En esta pelea contó con el apoyo de la comunidad científica?
Sí, lo tuve. Creo que la Academia Brasileña de Ciencias me apoyó y la FAPESP también. Pero también pienso que la comunidad científica podría haberse movilizado más.

¿Cómo reacciona ante las críticas de algunas personas a la presencia de pacientes en silla de ruedas en la Cámara de Diputados para presionar a favor de la aprobación de la ley?
Estas personas en silla de ruedas nos piden que las escuchemos y yo creo que les asiste ese derecho. Son ellos los que más sufren, yo siempre lo digo. Nadie fue (a Brasilia) en contra de su voluntad. Al contrario. Ellos me dicen así: Por el amor de Dios, déjenos que hablemos nosotros con los diputados, deje que ellos nos vean. Y algo marcó la diferencia en esa movilización: la presencia de jóvenes y niños en sillas de ruedas. La investigación científica puede ayudarlos a estos jóvenes y niños, y no solamente a los pacientes con Parkinson y Alzheimer. Una persona con Parkinson, como el papa, es una cosa, a esa edad, con más de 80 años. Bien o mal, ya llegó hasta allá, vivió su vida. Ahora bien, un niño con problemas neuromusculares es algo muy triste. Creo que es eso lo que realmente sensibiliza.

¿Cuándo va a ser posible empezar los estudios con células madre embrionarias?
Yo espero que sea este mismo año. Vamos a presionar por ello. No queremos esperar mucho tiempo más. Creo que la investigación debe ser regulada y muy bien controlada. Estoy preocupada porque está lleno vivos por ahí, está lleno de pícaros, que ofrecen tratamientos que no existen con células madre embrionarias. Ahora debemos poner a hervir el agua. Mucha gente llama acá y se ofrece para ser cobayo de tratamientos experimentales. No aceptamos este tipo de ofrecimiento. Y ahí es cuando aparecen los pícaros, que dicen que están haciendo tratamientos con células madre embrionarias importadas. Ahora van a empezar a decir que están haciéndolos con las nacionales.

¿Usted pretende seguir trabajando mucho tiempo más con animales antes de empezar los estudios con células madre embrionarias humanas?
Yo espero que no. Estamos ahora mismo trabajando con células madre de cordón umbilical en un modelo canino de distrofia. Y vamos a empezar a trabajar con ratones inmunodeficientes. La autorización para hacer investigaciones con animales no necesitaba una Ley de Biosseguridad. Es más fácil trabajar con ratones, pese a que ése es un modelo muy lejano con relación al ser humano. El perro está más cerca del hombre, pero no se logra hacer fertilización in vitro con él. Es muy difícil conseguir células madre embrionarias de perro.

¿Por qué?
Porque cuando la perra queda preñada, recién después de 14 ó 15 días el embrión se aloja en el útero. Tanto es así que recién se sabe que está preñada a partir del segundo mes. En colaboración con la profesora Maria Angelica Miglino (de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la USP), estamos intentando cruzar a una perra y hacer un lavaje uterino para intentar obtener embriones. Pero es difícil hacer un linaje de células madre a partir de esos embriones. Hasta ahora nadie lo ha logrado. Lo que pasa es que los embriones de la perra, cuando se alojan en el útero, están ya en un estadio mucho más avanzado que el de los embriones humanos, que son solamente una docena de células.

El tema de las células madre es complejo. ¿Usted no cree que la gente está confundiendo esos estudios con células embrionarias humanas, que se van a iniciar ahora en el país, con los experimentos clínicos que ya se están haciendo  con células madre adultas?
Es una pregunta sumamente importante. En términos de tratamiento, la única certeza que existe actualmente es con relación al uso de células madre adultas, de la medula ósea y del cordón umbilical, para el tratamiento de las enfermedades hematológicas, anemias y leucemias. Se sabe con seguridad que las células madre del cordón son mejores que las de la médula. Pero es necesario que se estructuren bancos públicos de cordones umbilicales. De nada sirve guardar el cordón del propio hijo. Al margen de esto, todo lo que se está haciendo ahora tiene que ver con  tentativas terapéuticas. No son terapias con células madre adultas. La gente está confundiendo tentativas terapéuticas con tratamientos. Cuando aparece en televisión que han inyectado células madre adultas en una mujer que tuvo un AVC (un accidente vascular cerebral), eso es una tentativa terapéutica. Nadie sabe cómo sería la recuperación de esa mujer si no se le hubieran inyectado las células madre. El mismo razonamiento cabe para los estudios con pacientes cardíacos. Todo eso es experimental. El programa que lanzó el Ministerio de Salud es muy importante, pues demostrará realmente cuál es el potencial de la terapia celular para mejorar los problemas cardíacos.

¿Usted no recomienda guardar el cordón umbilical del propio hijo?
No. ¿Cuál sería la lógica de guardar el cordón de su hijo? Pues que dentro de 30 ó 40 años, su hijo puede tener un problema cardíaco, por ejemplo, y las células madre de su cordón podrían usarse para un posible tratamiento. Pero, ¿quién garantiza que dentro de tres o cuatro décadas esas células serán viables? Y por empezar, ¿quién puede afirmar que la persona que vende el servicio para guardar el cordón estará acá para rendir cuentas? Asimismo, las células de la propia persona no sirven para (tratar) enfermedades genéticas, ni para leucemias. ¿Se entiende? Las personas pagan por una cosa cuya chance de servir para algo es ínfima. Para mí eso es propaganda engañosa.

¿Usted cree que las células madre embrionarias, por ser en teoría capaces de transformarse en cualquier tejido, pueden dar lugar a más tratamientos que las adultas?
Las personas que se oponen a los estudios con las embrionarias dicen que los resultados con las células madre adultas son mucho mejores. Sin embargo, con las embrionarias no se ha probado todavía. ¿Cómo se puede afirmar algo de esta índole sin investigar Nosotros, por ejemplo, estamos trabajando con células madre de cordón hace más de dos años, intentando transformarlas en músculo. Hasta ahora hemos visto que el potencial es bajísimo. No sé si es que no hemos llegado a la célula madre correcta, pero los resultados son frustrantes. Sabemos que las células embrionarias tienen capacidad para formar cualquier tejido especializado. Pero de nada sirve ponerlas en el organismo y esperar que hagan por sí solas su papel. Precisamos aprender a transformarlas en los diversos tejidos que necesitamos. Nadie sería tan loco como para inyectar células madre embrionarias indiferenciadas en una persona. Eso puede provocar tumores.

¿Cree que en cinco años puede surgir algún tratamiento basado en el uso de células madre embrionarias?
Pienso que sí. Hay mucha gente trabajando en esto, en todo el mundo. La tecnología para inyectar células en el cuerpo sería similar a la existente para hacer los trasplantes en casos de leucemias, por ejemplo. La parte de la inmunosupresión también ha avanzado mucho. Creo sí, que lo lograremos. Ahora, en el caso de la terapia génica, el abordaje es mucho más complejo.

¿Qué enfermedades pueden ser las primeras como objeto de tratamientos basados en los estudios con células madre embrionarias?
Las enfermedades neuromusculares, que son las que nosotros estudiamos. Es posible que sean las más sencillas y las primeras en beneficiarse con estos estudios. Pese a haber muchos músculos en el organismo, es mucho más fácil reemplazar músculos que hacer un órgano. En estas enfermedades hay una degeneración natural del músculo. Por eso intentamos reemplazarlo por un músculo normal. Para mí esto es algo que será factible en un lapso de tiempo no muy largo. Ahora bien, antes de hacer cualquier tratamiento, debemos estar seguros de que vamos a inyectar células madre embrionarias en el cuerpo que se orientarán, que se destinarán directamente a convertirse en músculo. Podemos inyectarlas en ratones inmunodeficientes y ver cómo reaccionan, y descubrir dónde se alojarán en el cuerpo.

Usted ya declaró alguna vez que nunca se sintió discriminada en su vida profesional por el hecho de ser mujer. ¿Es cierto eso?
No solamente no lo sentí como siempre fue para mí una gran ventaja el hecho de ser mujer. Cuando tuve que mantener a un hijo, una cosa sumamente cara, pagar su escuela, etc., tenía un marido que sostenía la casa. Pese a que actualmente estamos separados, seguimos siendo muy amigos. Yo le debo mucho a él. Hubo épocas en que yo no tenía beca, o tenía una beca de valor muy bajo, que no podía pagar con eso la escuela de mi hijo. Antes de convertirme en docente de la USP, en 1982, fui becaria durante 13 años, un poco del CNPq (el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico de Brasil), después de la FAPESP, que me apoyó desde el principio.

¿Alguna vez se ha puesto a pensar que puede ser la científica más conocida de Brasil?
Nunca he pensado en eso. Pero es cómico. Una vez, Leopoldo de Meis (del Instituto de Ciencias Biomédicas de la Universidad Federal del Río de Janeiro) me dijo que escribió un libro con entrevistas con niños, y allí mostraba cuál es la imagen que los chicos tienen de los científicos. Los chicos pintan a los científicos llenos de cosas locas; humo por todas partes. Lo que nosotros tenemos que hacer es desmitificarlos, mostrar que puede haber mujeres científicas. No tiene porqué ser toda aquella locura.

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