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Literatura

¡Mi querido Baby Flag!

El intercambio de cartas y proyectos entre Manuel Bandeira y Gilberto Freyre

manuelbandeira04.135702Arquivo/AE“Conozco un sujeto de Pernambuco, cuyo nombre no lo escribo porque es tabú y cultiva con grandes pudores ese provincianismo. Se graduó en sociología en la Universidad de Columbia, viajó a Europa, paró en Oxford. Pronto publicará un librazo sobre la formación de la vida social brasileña. Pues se jacta de ser provinciano, pernambucano, de Recife”, escribió Manuel Bandeira (1886-1969) en la crónica “Soy provinciano” de 1933. Con su economía característica, el poeta, en pocas líneas, dio el currículo de su gran amigo Gilberto Freyre (1900-1987), anunció Casa-grande e senzala (publicado al final de aquel año) y, por añadidura, se dio el lujo de dejar “escapar” ante los lectores del periódico el proyecto intelectual secreto que ambos mantenían en su correspondencia: la paradójica, moderna y sana universalidad de ser provincianos. “Bandeira, uno de los pilares de la literatura brasileña, apunta a contrapelo de las tendencias vanguardistas de su tiempo que había aprendido con el joven amigo Freyre a moldear su sentimiento de ‘ser provinciano”, que para ellos era la veta comunicativa de naturaleza memorialista y de profunda relación con el medio local. Para ellos, como se detecta en las cartas que intercambiaban, ser provinciano no era peyorativo”, explica Silvana Moreli Dias, investigadora en teoría literaria que defendió recientemente su doctorado intitulado Cartas provincianas: la correspondencia entre Gilberto Freyre y Manuel Bandeira en el Departamento de Teoría Literaria de la USP, dirigida por la profesora Viviana Bosi.

“Las cartas hacen posible la comprensión más profunda de los autores y de sus obras, y ayudan a entender ese proyecto que mantuvieron juntos. En él, manteniendo un equilibrio precario entre regionalismo y universalismo, modernidad y tradición, localismo y cosmopolitismo, elaboraron discursos que revelan los límites de los valores progresistas y racionales del capitalismo que, según creen, profundiza el individualismo y roba la experiencia”, sostiene la investigadora. La correspondencia, en buena medida inédita, reúne cartas, postales, dibujos y telegramas, una sociedad epistolar iniciada en 1925 y que se extendió hasta 1966, espacio para discutir sobre literatura, política e ideas de la vida, espetar a los enemigos y pensar el Brasil. “En las cartas, lo menudo de la vida cotidiana es deshilado yendo de uno al otro: de un lado, el recifense residente en Río: Bandeira aprovecha para entablar relaciones con su tierra y se ‘provincializar’. Del otro, el recifense cosmopolita: Freyre puede vivir y casi que presenciar el bullicio de las ruedas intelectuales de Río de Janeiro”, comenta Silvana. La intimidad era grande y llena de humor. Bandeira en las cartas se convierte en Baby Flag o Nenê, entre otros apodos. Curiosamente, esa relación empezó precisamente en un intercambio de cartas, cuando en 1925, Freyre le pidió al poeta que escribiera una evocación a Recife para publicarla en el Diário de Pernambuco. Sin quererlo, el sociólogo había tocado en un punto neurálgico de la sensibilidad intelectual del amigo. “Cuando pienso en mi infancia en Recife desde los años de mi vida adulta, me veo sorprendido por el vacío de estos últimos en comparación con la densidad de aquella época distante”, escribió Baby Flag. Sabiamente, Freyre percibió que había allí un camino intelectual por el que andarían ambos: “Nenê, dime seriamente cuando vienes. Tienes que ver el ingenio, andar por el Pernambuco de dentro y no quedarte con la impresión única de Recife flotando en la remembranza”, le pidió al poeta.

“Así se estableció un diálogo intenso entre ellos y un aprendizaje del artista consolidado que era Bandeira con el joven Freyre. Las cartas muestran de qué modo el nordeste del sociólogo y el ‘sur’ de cierto grupo modernista tenían zonas de confluencia”, analiza Sonia. Se encontraron personalmente un año después, en 1926, cuando Freyre viajó a Río. “Voy a visitar a Bandeira. Santa Teresa. Lindo lugar, pero en casa de pobre. Cuando le digo quién soy, suelta una carcajada que deja a la muestra esos dientes famosos. Nadie es más pernambucano. Como nos correspondemos hace más de un año, siento como si fuéramos viejos amigos”, anotó Freyre. “La correspondencia entre ambos llega en un contexto en que los intelectuales y artistas intentaban ampliar su círculo cordial y hacer de la conciliación entre la modernidad y la tradición un proyecto que, en cierta forma, era emblemático de la mezcla de modernización y conservadorismo que era el Estado Novo.” Segundo la investigadora, la diferencia de edades entre ambos y la fama consolidada de Bandeira hacen aflorar en las cartas aspectos diferenciados y más íntimos de cada uno de ellos. “Bandeira fue uno de los pocos que escapaban a la furia quijotesca del joven aspirante a escritor. Frente al escritor sobrio y discreto, el futuro ‘maestro de Apipucos’ tiene una escritura más simple, sin los torneos semánticos de su estilo barroco. Es un ideal franciscano de vida y de escritura”. Del lado de Bandeira, la libertad para hablar del cotidiano con lirismo, como en la carta en que describe un prosaico paseo a Cambuquira y Campanha, donde el poeta había vivido: “Hay una calle que es un encanto: tan genuinamente brasileña, tan linda que da ganas de vivir ahí. El paseo fue en una noche con luna. Delante de las dos casas donde vivíamos, y donde viví de todo, me sentí indefenso, con un nudo en la garganta”. No había temas tabúes.

Gilberto Freyre

Arquivo/AEGilberto FreyreArquivo/AE

“Los médicos viven diciéndome que vaya a la montaña. He apreciado la estadía acá. Hace tiempo que no me veía rodeado de verde, hace tiempo que no disfrutaba el placer de un caballo pastando en la calle”, contó Baby Flag, hablando de uno de sus viajes terapéuticos en función de la tuberculosis que lo acometía desde 1904. “Espero que la gripe haya pasado de largo por ti, obsequiándose a los gordos, que por cierto son gente más al gusto de ella”, respondió bromeando el amigo sociólogo. El poeta siempre retribuyó ese cariño del amigo, ayudándolo en todo lo que podía, desde hospedaje en Río hasta el envío de libros a EE.UU., donde Freyre fue a estudiar, o incluso contándole en tono paternal el éxito nacional de Casa-grande e senzala. “Usted sociólogo está a la orden del día con la publicación del gran Casa-Grande. Quedó con un algo de buen aspecto y se está volviendo conocido como el Ulisses pernambucano. Lo que quedó bien atrevidito son los clichés de las fotografías”, escribió Flag en 1934. Las cartas revelan cómo fue fundamental su ayuda en la escritura de la obra de Freyre e incluso para ayudar al sociólogo a establecerse profesionalmente en Brasil, aun con ciertos “tirones de orejas”. “El maestro de Recife anda preocupándonos mucho, porque nos parece que anda con pocas ganas de aparecer por acá para enseñar sociología en la nueva universidad. Fíjate si puedes postergar el curso prometido a los estudiantes de ahí y te vienes. A lo mejor el cambio de aires termina definitivamente con esa forunculosis que te ha atormentado.”

Así, es a Baby Flag a quien Freyre revela, en 1929, su mayor proyecto, en una carta en que hacía una salvedad: “Ésta va con nota de confidencial”. Y sigue: “Estoy empleando mis ahorros en la compra de libros sobre la vida íntima de Brasil, sobre la familia. Este trabajo (y tú eres uno de los pocos que lo saben) se vincula con un estudio, desde el punto de vista psicológico y histórico, al cual hace años me dedico; un estudio que debería empezar por la vida de chico entre nuestros indios. Es un campo original, virgen, y no sería para ser tratado literariamente. Luego de hablar de los indios, vendrían capítulos sobre los colonizadores, etc. Tienes que ayudarme con tu notable inteligencia. Mucha discreción para que los literatos no se enteren”. Anunciaba así Freyre la composición futura de Casa-grande e senzala. El horror a los “literatos” tenía a su vez otras razones: “Ayer J. me dijo que oyó en una rueda de intelectuales que no era posible que yo fuera la sorpresa que dicen que soy de saber, siendo tan bohemio. Eso porque me han visto en pensiones de mujeres, en clubes populares. Es una verdad ése mi estilo de impregnarme de vida brasileña como la vive la gente simple, la negrada, que los finos hablan como si fuera de otro mundo”, se quejó el sociólogo. “La historia de esta provincia calcada (en el sentido de pisada, vinculada a la tierra, pero también menoscabada y reprimida) en las  manos de Freyre y Bandeira guarda semejanza con la fuerza con que ambos procuraron traer el elemento marginal, como la herencia africana, hacia el centro del debate artístico e intelectual”, analiza la investigadora. “Para ellos, no es sin contradicciones que viven esa aproximación con el pueblo. Se acercan a la cultura popular y a la bohemia, pero no dejan de vivir los restos del aristocracismo como impronta personal. Tengo mis dudas acerca de si la experiencia política de ambos fue propiamente democrática”. Las cartas tampoco mienten sobre ello, en especial sobre las bondades que brindara la dictadura getulista.

“Jaime Ovalle sigue igual. El genio estuvo por ser profesor en Lambary. Ahora está buscando empleo con la revolución (1930). La verdadera vocación del genio no es la pintura, es la burocracia. Desafortunadamente, ningún estadista nacional se ha dado cuenta de ello aún”, se lamentó Flag, desconociendo también la “sabiduría” de Vargas en estos temas. Poco a poco, a partir de 1945, la correspondencia se vuelve más lacónica, más saludos que cartas, con algunas excepciones. “Estoy deprimido con los sucesos políticos (la renuncia de Jânio Quadros, en 1961). ¡Que Brasil éste eh! Como es difícil amarlo. Abandono. Que sea lo que Dios quiera”, se lamentó Bandeira. O cuando revela en las cartas el proyecto de traer a Thomas Mann a Brasil. “Mi querido Flag. Alguien mandó un pequeño artículo mío donde sugiero un homenaje a Thomas Mann, hijo de una brasileña, en nuestras tierras. Parece que el viejo se conmovió y dijo que la idea era de su entera satisfacción. ¿Qué hacemos? Te pido que tú y otros hagan realidad ese homenaje”, le pidió Freyre al amigo. Por último, la muerte de Bandeira, en 1968, no sin antes enviarle al sociólogo una carta con un dibujo de su departamento hecho por él, recordando quizá los tiempos en que intentó ser arquitecto. “Aquí tienes torpemente esbozada la vista que tengo desde mi departamento. ¡El alquiler pasó de 650 a 3.000! Pero vale la pena. El sol entra a la mañana por el dormitorio y va hasta las ropas del armario. El paisaje es una feijoada completa: aeropuerto, puertito de lanchitas y hasta una casita lacustre con perro de guardia. A tus órdenes. Tuyo, Baby Flag.”

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