Tan inteligente como vivo, Leonel Brizola, en una de sus innumerables campañas, salía por las calles preguntándole a cada transeúnte si ya había sido entrevistado para una encuesta de opinión electoral. Yo tampoco nunca lo fui, aseguraba el gaúcho después de oír, casi siempre un no de su interlocutor. El mes pasado, el candidato a la Presidencia Geraldo Alckmin igualmente prefirió despreciar los números y calificar de chiste los resultados de una encuesta que no le eran favorables. Yo sólo hablo de cosas serias y eso es un chiste. ¿Ustedes lo dicen en serio?, preguntó a los periodistas que lo acompañaban. En cada elección se repite la controversia sobre el desempeño de los institutos de investigación durante la campaña electoral, se cuestionan los números que afectan el voto, etc. Esto sucede por la diferencia de ética que mueve a los políticos, periodistas y coordinadores de encuestas. Los candidatos por ejemplo, tienden a despreciarlas cuando el resultado no es bueno y viceversa, explica el cientista político Alberto Almeida, coordinador de FGV Opinião y autor del libro Como son hechas las encuestas electorales y de opinión? (Editora FGV) y que presenta ahora el estudio: ¿Por qué Lula?.
Finalmente, ¿se puede confiar en las encuestas electorales? Elemental mis queridos Brizola y Alckmin, respondería Sherlock Holmes, quien en El signo de los cuatro, revela el curioso mecanismo que mueve a los sondeos electorales. Aunque el individuo sea un enigma irresoluble, un conjunto humano representa una certeza matemática, ya entendía, en el siglo XIX, el detective. Recuerdo cuando era niño, haber asistido a un mitin de Janio Quadros, en la elección presidencial de 1960. Fue la última escena de campaña del Brasil rural. El país recordó el pasado militar, 29 años después, para la elección de 1989, urbano y tele maníaco. Las campañas se corrieron de los escenarios hacia los estudios de televisión, gobernadas por las encuestas electorales, que, en teoría, expresarían los caprichos de la opinión pública, un milagro estadístico que hace a mil personas hablar por millones, observa el periodista Maurício Dias.
Desde la democratización, las encuestas indican errores y aciertos en las tácticas de campaña, redireccionan estrategias, incentivan renuncias, fuerzan alianzas, proveen elementos para los programas de gobierno y alteran la agenda de los candidatos, analiza el sociólogo Antonio Teixeira Mendes, del Centro Brasileño de Análisis y Planeamiento (Cebrap). Por todo eso, ellas ya no pueden verse solamente como meras figuras del escenario electoral. Los candidatos sufren el impacto directo de la danza de los números: buenos resultados en las encuestas significan apoyo político, apoyo financiero por parte de empresarios, y tal vez más espacio en los medios. Lo opuesto, puede representar pérdida de aliados, presiones intrapartidarias, apatía, crisis y hasta la misma renuncia. Una definición algo cruda del ex presidente norteamericano Richard Nixon: Los agentes del servicio secreto protegen a los candidatos contra los psicópatas y los encuestadores de opinión los protegen contra los electores. A pesar de todo ese poder, las encuestas representan un misterio para los electores, igual que para muchos periodistas que, muchas veces, interpretan erróneamente la oscilación numérica. En verdad, no se cree en la encuesta porque se sepa como ella funciona, pero si simplemente, porque funciona, recuerda Mendes.
Y a no dudarlo. El promedio de acierto de los cuatro grandes institutos brasileños de encuestas (Ibope, Datafolha, Vox Pópuli y Sensus) está dentro de los parámetros internacionales: considerando los números referentes a las elecciones presidenciales, a partir de 1989, el promedio de acierto es superior al 90%. La democracia agradece esa precisión. Al final, las encuestas crean actos políticos, en la medida en que reducen el costo de la información de lo que está ocurriendo políticamente en el país. Se ha tornado un fenómeno importante para los ciudadanos, ayudándolos a decidir, a reflexionar y a juzgar a aquellos que se presentaban, recomendando, desechando o pidiendo su voto, observa el cientista político Wanderley Guilherme dos Santos. Esos tipos de actos creados por las encuestas son bienvenidos, porque son un ingrediente indispensable para tornar a la democracia no sólo en un bien colectivo sino en un bien tan barato como pueda ser, asevera el investigador. Existe sin embargo, quien considera el instrumento como una espectacularización de las elecciones, transformadas en carreras de caballos de la cual se excluye la discusión política seria. Aunque eso fuera verdad, tenemos que ponderar que esa conversión de la política en deporte hace que el público quede más atento para el debate y, en ese contexto, acabe informándose más sobre las plataformas de los candidatos y demás. Los electores obtienen información política con la difusión y discusión de las encuestas por los medios, dice Lydia Miljan, de la Windsor University, de Canadá. La información es un bien precioso.
Bien, si concordamos en que el ingrediente es indispensable, es preciso entender en que forma él es utilizado en la cocina electoral. El primer misterio que ronda a las encuestas es el muestreo. ¿Cómo pocos pueden hablar en nombre de tantos y finalmente, todo resultar cierto? El tamaño no es el documento, responde Alberto Almeida. La manía por las encuestas comenzó en 1916, en Estados Unidos, cuando la revista The Literary Digest comenzó a enviar millones de cuestionarios a todos los electores que tenían en carpeta (también poniendo el ojo en futuros suscriptores) y acertó, con razonable precisión, los resultados de la elección presidencial de aquél año en adelante. En 1936 repitieron (y aumentaron: enviaron 20 millones de cuestionarios) la dosis, con un concepto de encuesta que consistía en alcanzar el mayor número de personas posible. Un año antes, más modesto, George Gallup fundó el American Institute of Public Opinion, donde desarrolló un método más científico de investigación, basado en el muestreo. Para conquistar a los diarios prometió prever el ganador de la elección de 1936, en la que competían Franklin Roosevelt y Alf Landon. La Digest, que envió 20 millones de cuestionarios afirmó que el último ganaría la compulsa. Gallup desparramó encuestadores por América, habló con 3 mil personas y apostó por Roosevelt, quien venció a su oponente por un margen de 19 puntos. ¿Qué pasó?
La Digest envió sus cuestionarios a todos los propietarios de automóviles y teléfonos, porción importante pero nada representativa del país como un todo. En nada adelanta realizar millones de entrevistas si los entrevistados no fueran representativos de toda la población. Es mejor realizar pocas entrevistas pero que sean representativas, explica Almeida. Como hizo Gallup, basado en la llamada muestra por cuotas, el método adoptado aún hoy por los institutos brasileños de encuestas. En el, se divide a la población en subgrupos (hombres y mujeres, negro y blanco, joven y anciano, etc.) y se calcula el tamaño proporcional de cada uno de esos conjuntos. A partir de allí, se define el total de entrevistas que serán realizadas, las cuales serán divididas de acuerdo con las proporciones encontradas para cada subgrupo. Cuantas más variables fueran controladas en la definición de las cuotas, mejor la representatividad de la encuesta, o sea, su grado de similitud respecto de la población. El tamaño de la muestra es independiente de la población investigada. Ese sistema es barato, rápido y funcional. En Brasil, se opta por un universo que gira en torno a dos mil personas. ¿Pero cuál es el margen de error?
Se engaña quien piensa que se trata de un engaño de los encuestadores, una forma de excusarse en caso de que una previsión no se confirme en las urnas. Existe siempre la posibilidad de que aquellos que fueron incluidos en la muestra no fueren perfectamente representativos de toda la población. Así, las estimaciones están sujetas a diferencias entre los datos obtenidos por medio de la muestra y los de la población investigada. Si estas diferencias fueran aleatorias, son llamados errores de muestreo, que pueden ser calculados y controlados, esclarece Márcia Cavallari, directora de Ibope. El margen de error nos dice cuan cerca la estadística de la muestra cae o está en relación a los parámetros de la población. Entra en juego la segunda ética de la encuesta, como fue observado por Alberto Almeida, la de los medios. Para los periodistas, nada es más frustrante que una campaña electoral en la que los índices de intención de voto de los candidatos no se alteren. El cambio es noticia, la continuidad no. Muchas veces, un candidato subió de 30% a 32% en sendas encuestas con margen de error de tres puntos y, por la estadística, no hubo alteración. Para la ética del periodista, eso es imposible de ser aceptado, y probablemente, el titular principal de su periódico será que el candidato X subió 2% en la carrera electoral. Los medios prefieren correr el riesgo de quedar como una hipótesis errada que perder una noticia, avisa Almeida. Para el coordinador de encuestas, el tercer caso de ética en escena, sucede a la inversa. El prefiere no descubrir que hubo un cambio en la tendencia electoral antes que aceptar una hipótesis errada que cuestionaría su confiabilidad.
Pero no basta con saber escoger, es preciso saber preguntar. Las preguntas de un cuestionario son el eje de un proyecto de investigación, asegura Márcia, que preconiza que ellas deben ser breves, objetivas, claras y en un vocabulario accesible a cualquier elector. Existe no obstante un chiste sobre acerca de eso: Un joven monje fue advertido severamente por su superior cuando preguntó si podía fumar mientras rezaba. Haga la pregunta diferente, sugirió un amigo. Pregunte si puede rezar mientras fuma. la formulación del cuestionario afecta los resultados de una encuesta por eso, muchas veces los resultados pueden ser fabricados de una manera muy sutil. Es común que los medios no presenten las preguntas tal como fueron hechas, sino apenas, su resumen. El ciudadano debe tener cuidado con ello y buscar saber siempre la totalidad de las cuestiones, advierte Almeida. La encuesta es un excelente instrumento de marketing, desde que se tiene conciencia de su poder y de sus límites, advierte la directora de Ibope. Finalmente, por mejor que sea la pregunta, ella será formulada por un humano. Y errar es:
Opiniones
De nada vale contar con una muestra perfecta y un cuestionario sin fallas, si los encuestadores cometen errores o hacen fraude con los cuestionarios. Ellos están solamente recolectando informaciones y eso no les da derecho a exponer sus ideas o contraponer opiniones. Un equipo de campo bien entrenado y profesional es un elemento clave en el éxito de cualquier instituto de investigación, avala el investigador. Existen reglas para conducir las entrevistas que incluyen instrucciones como nunca entrevistar personas acompañadas por terceros (la tendencia es responder lo que al acompañante le gustaría oír), no entrevistar a más de una persona de un mismo grupo, no importando si el grupo está formado por dos o más personas, etc. La vida del encuestador no es nada fácil, en 1998 realizamos una investigación en Río de Janeiro. En la zona sur, por ejemplo, fue preciso traer encuestadoras con cara bonita para que los transeúntes evitaran segregarlas, como hicieron con las profesionales de fenotipo más popular. En la favela de Rocían, fuimos abordados por hombres armados y los entrevistados respondían las cuestiones con los ojos puestos en ellos, asustados, recuerda Almeida. La modalidad del trabajo de campo, además, diferencia a los institutos brasileños.
El Datafolha, creado en 1983, como un departamento de encuestas del Grupo Folha da Manhã para realizar sondeos de opinión con rigor técnico y agilidad, prefiere investigar en las calles. Tenemos en nuestro ADN el espíritu periodístico. Además de eso, hoy es difícil el acceso a los condominios de lujo y sólo se ingresa en las favelas después de un acuerdo con el tráfico, observa Mauro Paulino, hace 20 años director general de Datafolha, que, a partir, de 1995, fue transformado en una unidad de negocios. El Vox Populi, por su parte, sólo hace entrevistas a domicilio, eso aumenta la posibilidad de controlar los flujos en campo. La encuesta ideal es aquella que otorga la misma chance a todo integrante de un determinado universo de ser incluido en el muestreo, cree Marcos Coimbra, director del instituto. A pesar de la creencia en el instrumento de su trabajo, el investigador mantiene reservas acerca del límite real de las encuestas. Una intención de voto es apenas una intención de voto. Aún no contamos con un gran número de elecciones para entender el patrón de comportamiento del elector brasileño. En 506 años de historia, esta es la quinta elección directa seguida en Brasil, recuerda. De ahí la juventud de los institutos de encuestas.
El pionero entre ellos, Ibope, fue creado en 1942 por Auricélio Penteado, contrariado dueño de la radio Kosmos, de São Paulo, que, decían encuestas apócrifas de la época, era la emisora menos oída. Utilizando las técnicas desarrolladas por Gallup, Penteado luego descubrió que su futuro no se encontraba en las ondas de radio (efectivamente la Cosmos era un desastre), sino en la cima de las encuestas. El primer test del nuevo instituto fue de lo más inusitado: Ary Barroso, concejal carioca, disputaba con Carlos Lacerda acerca de cual sería el mejor lugar para edificar el futuro estadio Maracaná. El compositor defendía un terreno en el Derby Club y el Cuervo, la restinga de Jacarepaguá. El creador de Aquarela do Brasil sugirió que el Ibope hiciese hablar a la voz popular y venció en la contienda con 88% de los cariocas de su lado. La acción de Barroso puso en suspenso la idea de representatividad parlamentaria, indicando aunque indirectamente, el hecho de que los representantes de la población no se interesasen en conocer la voluntad de aquellos que los habían elegido. La gran mayoría de los representados, evocados en discursos, se mantenía restringida al papel de elector-consumidor, debiendo escoger los productos políticos elaborados por los productores políticos, nota el historiador Áureo Busetto, de la Universidad Estadual Paulista (Unesp). La democracia nacional crecía con encuestas.
En 1953 vino el mayor test de Ibope, capaz de prever la victoria en São Paulo, de Jânio Quadros. Como la elección, el suceso de la encuesta haría que Brasil diese un gran giro. Aunque no fuese percibido por la mayoría del electorado, el compromiso entre organizaciones y profesionales de la prensa era conocido por los grupos políticos y por las élites intelectuales. De ese modo, los informes de intención de voto dados por la prensa, antes de Ibope, eran meras piezas de propaganda partidaria o de candidaturas, cuenta Busetto. El pronóstico preciso de Ibope fue un paso importante para la redención y cualificación de la encuesta de opinión pública en el campo político-electoral. La reacción llegó con la viveza [jeitinho] brasileña. Si antes los periódicos enmascaraban certezas dudosas o que se contradecían parte (fulano tiene tanto por ciento de electorado y va a ganar por paliza), después de Ibope se hizo necesario tener mayor cuidado para agradar al lector. Se inventaron institutos fantasmas, como el Epil o el Ipê, que garantizaban precisión científica de resultados, pero el método continuaba igual: marchaba al frente quien pagaba más o aquél cuya victoria interesaba al periódico.
Efectuamos dos encuestas básicas con la finalidad de establecer las áreas de conocimiento e ignorancia del hecho investigado (las elecciones) y el estudio de la opinión pública frente a los problemas que carecen de solución y los hombres que serían capaces de resolverlos. Ese era el método adoptado por el Ipê, según palabras de su director. Era sólo el comienzo de los problemas de Ibope. En 1954, en la elección estadual paulista, estaban polarizados Jânio e Adhemar de Barros y todos querían acertar el desenlace de la contienda. Igualmente la Radio Record arriesgó su pálpito: JQ. Y, por una coincidencia infeliz, fue la única en acertar. El Ibope daría la victoria a Adhemar (que perdió por apenas 1%) y cayó en las fauces de los periódicos. Si se nos permitiera hablar en jerga, diríamos que el Ibope está chapucero, atacó el Diário da Noite, de Assis Chateaubriand, que temía la competencia científica del instituto de Auricélio. Llegó asimismo a realizar una serie de reportajes con un vidente armenio, Sana-Khan, que profetizaba cosas como ?hay tres estrellas jupiterianas en el destino de Jânio, forma de acotar a Ibope y cuestionar la encuesta electoral por muestreo al afirmar que lo sobrenatural estaba mejor equipado que él.
Fue difícil recuperar la credibilidad de la estadística electoral junto a los brasileños, para, en 1984, sufrir otro batacazo, esta vez con el Instituto Gallup. Jânio se encontraba nuevamente en escena, esta vez enfrentando a Fernando Henrique Cardoso. Para el Gallup había un empate técnico, la voluntad política de los medios era la victoria de Cardoso y ella perdió la apuesta. Ellos enloquecieron al electorado, observa Marcus Figueiredo, de Iuperj. Los institutos de encuestas percibieron que era necesario tener cuidado con las pancartas y aún más con la prensa, encerrándose más en la profesionalización, para asegurar la competitividad por competencia. Sea como sea, las encuestas habían llegado para quedarse. Desde el comienzo de los años 1980, las investigaciones políticas en Latinoamérica se han constituido en un evento central del proceso de redemocratización, afirma el cientista político Fabián Echegaray, de Market Analisys Brasil. Ellas fueron, observa, un vehículo clave para chequear la transparencia del voto e impedir el fraude electoral, una práctica común hasta entonces, en varios países de América Latina. En casos como los de Argentina y Venezuela, la divulgación de las encuestas llegó asimismo a impedir tentativas golpistas, ellas también desmitificaron el discurso dictatorial sobre el exagerado precio a pagar por el retorno de un régimen electo y civil; y promovieron el espacio para que el pueblo, en fin, expresara sus deseos y los viese respetados, analiza.
Reagan
Empero, no siempre. Fue basado en encuestas cuyos supuestos datos indicaban el deseo popular de romper con la Constitución, que en 1992, Fujimori dio un golpe de Estado en Perú. Durante la administración Reagan hubo, cuenta Echegaray, también una ola de encuestas electorales fraudulentas, patrocinadas por el gobierno norteamericano para consolidar los intereses de Estados Unidos en varias regiones. Una consecuencia directa de este mal uso de las encuestas fue la representación incorrecta de la verdadera agenda política y un pobre conocimiento sobre cuales eran los asuntos prioritarios. De ahí la pregunta inevitable: ¿las encuestas afectan el voto? Si. Es racional que el ciudadano considere y escoja de una opción con más chance de victoria y la posibilidad de una segunda vuelta. Lo curioso es que la división en turnos fue hecha justamente para incentivar a las personas a que expresasen sus preferencias reales, el menos en primer turno. En Brasil, a veces, se anticipa el voto útil para esta fase, sin duda alimentada por la valorización de las encuestas electorales, considera Alessandra Aldé, de Iuperj.
Igualmente existe un argot para indicar ese movimiento: los efectos bandwagon (literalmente la carroza que encabeza el circo, es indicativo del candidato con mayores chances de vencer y, luego, atractivo para la mayoría que prefiere seguir el movimiento general y apostar a ganador) y underdog (o paria, o candidato C, farolito, al que se vota para ayudar a B, cuando lo que se desea es forzar la definición de la elección en un segundo turno con A, al que no se quiere). Las encuestas entonces, empujan al elector hacia un lado u otro y deberían, por esta razón, ser sometidas a controles, como la prohibición de su divulgación un período de tiempo anterior a la votación (en varios países ellas son totalmente prohibidas o deben ser interrumpidas varias semanas antes de la elección). Un elector es sometido a un gran volumen de información acerca de candidatos, denuncias, hechos, etc., y se formará una imagen de cada uno de ellos. Todas esas informaciones serán filtradas de acuerdo con sus preferencias, visiones del mundo y simpatías de los electores. Una de las informaciones que puede (o no) llegar al elector y a la encuesta. Nótese: es una dentro de un vasto universo, avala Almeida. La influencia directa de las encuestas no es algo a ser supuesto, pero probado. Al final el elector puede saber de las encuestas y dudar de la veracidad de ellas o simplemente desconocerlas. No es obvio que las encuestas influencien el voto y hasta hoy no hubo una investigación científica que pruebe esa hipótesis. Puede decirse que candidatos bien posicionados en las encuestas tienen más recursos, animan a sus partidarios, etc., pero solamente eso.
Para Almeida, lo mismo vale para la supuesta manipulación de las encuestas hechas por institutos serio y conocidos. Cuando ello ocurre, es preciso generar un dato público que lo compruebe. Caso contrario, es mera sospecha, sin base científica Teixeira Mendes concuerda con el investigador. La evaluación de público y la confrontación con los resultados finales tornan a la manipulación un suicidio mercadológico, Él igualmente no ve una posibilidad de determinación precisa del grado en que una encuesta afecte la decisión del votante, aunque reconozca que ella tenga impacto en la elección. Basta que un candidato suba en las encuestas para que sufra un bombardeo por parte de los otros, que reconocen así, que el acapara las intenciones de voto del electorado. En el buen sentido, el precio de la libertad democrática es la eterna vigilancia: entienda a la danza de los números, pero no se asfixie con ellos.
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