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Sociología

Mujer soltera no busca más

Un estudio sobre "mujeres solas", en la contramano de Wave, prueba que es "posible ser feliz sola" y además tener amor

Bajo el título sugestivo de “La tragedia de las solteronas”, un artículo de la Revista de la Semana, de 1937, es paradigmático en la forma de abordar el ‘tema”: “Todas le tienen odio a las jóvenes que se casan. Poseen, en mayor o menor dosis, el instinto de la maldad. La historia de miles de tragedias conyugales nace de esas almas turbadas, a las cuales todo se les debe perdonar por lo mucho que penaron. Parejas felices deben huir de las solteronas como el diablo a la cruz. La Medicina sabe que los enfermos de ciertas enfermedades contagiosas tienen un placer satánico en transmitir su enfermedad a las personas sanas. Existe, en la psicopatología de las solteronas, un fenómeno análogo”. El tono, dramático y anticuado, puede haber cambiado, pero la esencia de esas ideas, desdichadamente, aún sigue viva. “La soltería ha sido una consecuencia representada como una falta esencial, una anomalía social, jamás un camino entre otros, escogido como parte de un proyecto de vida que puede vivirse positivamente”, explica Eliane Gonçalves, autora de la tesis doctoral recién defendida en la Unicamp — Vidas en singular: nociones sobre “mujeres solas” en el Brasil contemporáneo —, bajo dirección de tesis por Adriana Piscitelli.

Luego de trabajar con un grupo de mujeres con edades entre 29 y 53 años, sin hijos y viviendo solas por más de dos años, la investigadora — cuestiona la idea de que las mujeres están solas porque esperan a su príncipe encantado, fueros dejadas en función de las más jóvenes o por motivos afines —, afirmando que “hay selecciones que ellas van haciendo a lo largo de la vida, tales como privilegiar la carrera para marcar su lugar en el mundo”. Según Eliane, bajo la lógica del “familismo”, que presupone a la pareja y el matrimonio con lugares privilegiados de salud y felicidad, la mujer “sola” es percibida como solitaria e infeliz, frustrada e insatisfecha, ya que su existencia sería medida y evaluada según la perspectiva de la mujer casada o que posee una pareja masculina. También según el estudio, tales conceptos no serían cosas del pasado, como en el texto anterior. “En los estudios de población y en los medios, las nociones más prominentes que atraviesan la teoría social y, en menor escala, algunos estudios feministas, están asociados a la idea de ‘falta’, cristalizada en la noción de soledad”, evalúa.

Para la demografía, añade, la soledad sería efecto de una diferencia culturalmente producida y materializada en la desproporción sexo/edad en el mercado matrimonial. Después de analizar varios “clásicos” demográficos, entre los cuales “Pirámide de la soledad” (1986), de Elza Berquó, la investigadora habría percibido “las limitaciones de categorías clásicas consideradas actualmente por estudiosos de los estudios de población, insuficientes como para analizar y comprender las transformaciones ocurridas en la sociedad brasileña en las últimas décadas”. Los medios a su vez, continúa, “traducen y reinterpretan nociones inspiradas en los discursos académicos de la demografía o de los estudios de población y otras áreas”. Según Eliane, una atención especial se concede igualmente en los medios, a lo que aparece de modo incipiente o está ausente de los estudios de población: la idea de sociabilidad como marca de un cierto estilo de vida de las personas  que viven solas y la expresión “nuevas solteras”, caracterización aparentemente restringida a esas producciones. “Medios y demografía presentan confluencias en los análisis sobre la necesidad de alguna forma de intervención externa para favorecer el encuentro pareja/marido, llegando incluso  a hacer sugerencias explícitas. Ambas convergen también en la forma de analizar el ‘vivir sola’ como una expresión del individualismo que se acentúa en esa fase de la modernidad, aspecto reforzado por voces de intelectuales de las ciencias sociales y de las áreas ‘psi'”.

Las cifras parecen seguir la tendencia. Según el más reciente World Fertility Report, de la ONU, la media global de edad de casamiento entre las mujeres trepó de 21,2 años en los años 1970 a 23,2 hoy en día. En los países desarrollados involucrados la diferencia es aún mayor: de 22 a 26,1 años actualmente. En Brasil, la investigación Sexo, casamiento y economía, a cargo de la Fundación Getúlio Vargas, indicó la presencia de alrededor de 19 millones de mujeres con más de 20 años que viven sin marido o compañero y que, por eso, tienen renta un 62% superior a la de las casadas o informalmente unidas, lo que llevó a un aumento en la “soltería” de un 35% a un 38%. Hace 30 años, seis de cada diez mujeres eran casadas.

En la base de todo están las conquistas feministas. “Varias de las nociones atribuidas a las mujeres ‘sólas’ en los distintos contextos remiten a algunas ideas proclamadas por el feminismo. En los estudios de población, en los medios y en las percepciones de mis entrevistadas, educación y trabajo calificado y remunerado son considerados la vía privilegiada por la cual as mujeres adquieren independencia y conquistan autonomía”, asevera Eliane. Esta ampliación de la autonomía, continúa la investigadora, dio la oportunidad a un grupo de mujeres, educadas y profesionales, de decidir por sí mismas y tener el poder de, incluso, romper con los estereotipos clásicos de la “solterona”. Sin embargo, según ella, es posible observar el efecto de la importancia dada a la conyugalidad y a la familia cuando el vivir solo, que no modifica el estado civil de nadie, es percibido como un acto de aislamiento social, de debilitamiento de las reglas de alianza. Así, observa Eliane, la demografía, hasta concediendo el concepto de la ganancia de las mujeres, destaca “a problemática de la mujer madura, com más de 30 años, colocándola como víctima del excedente de mujeres que disputan, en desventaja con las más jóvenes, reforzando la necesidad de la pareja”. Es la “pirámide de la soledad”.

El concepto habla de las oportunidades decrecientes de que mujeres mayores se casen considerándose las normas sociales vigentes, en las cuales los hombres buscan a compañeras más jóvenes, lo que implica que las otras franjas de edades superiores el pronóstico de que sigan viviendo solas. “Considerar como fatalidad que una mujer que no se case, cualquiera que sea el motivo, denota la centralidad dada al estatuto del casamiento como un valor en sí mismo. La elección del casamiento involucra estrategias políticas”, advierte la autora. Para ella, la propia Berquó, analizando datos del Censo de 1980, observó que las viviendas unipersonales eran ocupadas por hombres solteros y más jóvenes y por mujeres mayores con mayor escolaridad, lo que permitiría concluir que, más de que un desequilibrio de mercado matrimonial, estaría en acción, en las grandes ciudades, un cambio de estilo de vida. Pero el concepto de la pirámide adquirió vida propia y a menudo fue vulgarizado y mal comprendido, pasó a ser usado de forma indiscriminada como una panacea explicativa.

Hay agravantes. En la medida en que la reproducción es considerada en algunos supuestos demográficos una función que debe ser plasmada por la familia, tasas bajas de fecundidad, vistas como resultado de procesos crecientes de escolarización o profesionalización de las mujeres, son encaradas con preocupación por los demógrafos, un ideal que, observa Eliane, fue abrazado por los medios que lo transforman en valor universal. “Aunque Berquó afirme que la demografía toma al individuo como unidad de análisis, ‘familia’ emerge como una noción central para los estudios de población, lo que hace necesario entender cómo esta noción se emplea para caracterizar a las ‘solteras’ que viven solas”. Si el hombre soltero no es cuestionado, ya que su “soltería” es  presumida como una fase transitoria libremente escogida, la “soledad” femenina, a su vez, es reiteradamente acentuada, en los estudios más diversos, a partir de las informaciones estadísticas y de las nociones demográficas. “La ‘pirámide de la soledad’ pasó a ser tratada como verdad incuestionable, una matriz generadora o categoría explanans, usada para explicar fenómenos distintos, como el machismo brasileño, la ‘soledad’ de jóvenes sin novia, de viejas viuda, viudas e incluso el incremento de las ventas de consoladores (vibradores) en sex shoppings.”

Para Eliane, “al generalizar conclusiones a partir de estudios de base poblacional, la demografía contribuye a la naturalización de sus supuestos y éstos estimulan la regulación social, tal como ocurre en las estrategias de intervención en los asuntos de casamiento y de la familia”. También según la investigadora, el llamamiento al “equilibrio en el mercado matrimonial” en el paradigma demográfico, cuya preocupación es la reproducción de la población, puede ser leído como impositivo, en la medida en que incide sobre la elaboración de políticas sociales que refuerzan la centralidad de la familia y contribuye a borrar otras formas de vivir, una tendencia en investigaciones nacionales  y extranjeras.

“El estar soltera, en los media, es visto con más simpatía cuando es percibido como un momento transitorio de inversiones personales, y el casamiento como un sueño idealizado. Contra la imagen de ‘solitaria’ se creó la figura de la mujer ejecutiva, liberada y autosuficiente, que presumiblemente no ‘sufre’ la soledad o escapa de ella, refugiándose en el trabajo y en el consumo”. Los estudios de Eliane revelan que los artículos sobre las “nuevas solteras”, terminología muy usada por los periodistas, parecen cuestionar la imagen estereotipada de la “soltera del pasado”, innovando en la descripción de las mujeres sin compañías (de compañeros hombres) por medio de polarizaciones contrastantes. Ellas ahora serían “independientes”, “con estudios”, “exitosas”, “con viajes”, “en forma”, “elegantes”, con “intensa vida social”. Así, continúa la autora, esas “nuevas solteras” estarían recogiendo los frutos de las conquistas de la revolución femenina y feminista y sus conversaciones confieren positividad a la “soltería”. “Un aspecto contradice en términos la positividad de estar sola, pues reubica la falta de la pareja, aunque exprese una crítica al casamiento: ‘me encanta ser independiente, pero echo de menos no tener un compañero’. Estas nociones contradictorias, recurrentes también en los estudios de población, son reforzadas en los medios al enfatizar que escolaridad y renta funcionan como armas de la independencia de la mujer de cara al casamiento, pero crean barreras en la conquista de compañeros estables”

En las entrelíneas se detecta la presencia molesta del “sufrimiento” y de la necesidad  del “refugio” en la oficina o en el shopping center como forma de “compensación” por esa elección. “La naturaleza de la falta es presentada como el no llenado de los altos requisitos del ‘hombre ideal’ deseado por las ‘nuevas solteras'”. De esya forma, señala Eliane, la noción más desarrollada en los textos de los medios es la de la nueva soltera que está en la “búsqueda de”, pero, de cierto modo, da lo mismo encontrar o no a un compañero. Este tipo de mujer se encuadraría en la categoría de “satisfecha resignada”, mujer que desea, pero no quiere renunciar a ciertas conquistas para tener a su lado un “sapo cualquiera”. “Actualmente la mujer altamente escolarizada y calificada profesionalmente aún es presionada socialmente para casarse y su autonomía es presentada como conflictiva en el ‘mercado matrimonial’, una paradoja (casi un cliché) recurrente en los discursos de los medios, de la demografía y también de las mujeres entrevistadas”, observa. ¿Cómo entonces dar cuenta de la autonomía, en especial, como recuerda la investigadora, en los moldes de A room of one’s own (Un techo todo suyo), texto de Virginia Woolf, que traducía la preocupación con la renta anual propia y al espacio para el desarrollo de un trabajo creativo — “La metáfora del cuarto o del techo para sí parece una evocación apropiada en el contexto de mi investigación, porque, reitero, la experiencia de vivir sola tiende a ser mezclada a las nociones de la ‘nueva soltera’ o de la mujer ‘independiente’  y ‘moderna’ en el corpus de nociones analizadas”, analiza Eliane.

Curiosa paradoja esa imposición a un retorno forzado, después del largo camino recorrido por la mujer para llegar con independencia al mercado de trabajo. “Al fin y al cabo, si el hombre encarna la nueva figura del individuo libre, suelto, amos de sí, la mujer, hasta hace algunas décadas, seguía siendo  pensada como un ser naturalmente dependiente, viviendo para los otros. La ideología de la mujer en el hogar fue edificada en el rechazo de generalizar los principios de la sociedad individualista moderna. Identificada con el altruismo y la comunidad familiar, la mujer no sería del dominio del orden contractualista de la sociedad, sino del orden natural de la familia”, observa el filósofo francés Gilles Lipovetsky en su libro La tercera mujer. Sólo recientemente, sin embargo, “el trabajo femenino no aparece como un último recurso, sino como una exigencia individual y identitaria, una condición para realizarse en la existencia, un medio de autoafirmación”, afirma Lipovetsky. De esa transformación sin precedentes en el modo de socialización y de individualización de lo femenino, una generalización del principio del libre gobierno de sí, una nueva economía de los poderes femeninos nacería la llamada “tercera mujer”. “La primera era diabolizada y despreciada; la segunda, adulada, idealizada, instalada en un trono; en ambos casos, subordinada al hombre, pensada por él, definida en relación con él. La tercera, a su vez, es una autocreación femenina”. La libertad, anota Eliane, “ha sido históricamente considerada una prerrogativa masculina. Sin embargo, la libertad retratada por mis entrevistadas está simbolizada por el acto repetitivo de circular libremente en un espacio que ellas dominan. Solas, ellas aprenden a dar cuenta de sí mismas”.

Si observamos entonces el proceso histórico, como plantea Lipovetsky, ese estilo de vida, que se hace cada vez más firme en los grandes centros urbanos, sobre todo en las capas medias, estaría a su vez relacionado con el proceso de individualización creciente que se observa en esos segmentos, una característica de la modernidad. Como anota Berquó, este mundo transformado por las luchas feministas impulsaría a las mujeres “independientes” a la autodeterminación, favoreciendo determinadas “selecciones” e inversiones en otros proyectos individuales y no solamente en el casamiento. Esta dualidad entre “vida simple comunitaria” e “individualismo moderno” puede traer valoraciones diferenciadas, en las que la primera opción, rodeada de solidaridad, se contrapondría a la segunda, de carácter “objetivo”, “egoísta”, “competitivo”. Eliane tiene salvedades con relación a esas dicotomías. “Si el individualismo es comprendido como una búsqueda orientada prioritariamente a sí mismo y no como atomización social, autocentramiento o el aislamiento, esta noción encuentra resonancia en las historias de las mujeres ‘solas’ entrevistadas”, sigue la investigadora. “Junto a un proceso de individualización ‘por ejemplo, la idea de un proyecto enfocado en la carrera, que las lleva a la decisión de vivir solas, al principio por necesidad, después por adaptación y finalmente por placer’ ellas mantienen sólidas relaciones amorosas, sexuales, de amistad y familiares.”

Aun así, “aunque adoptado como un estilo de vida, que las distingue socialmente como mujeres independientes, autónomas y dueñas de sí, el vivir sola no existe fuera de la vida social más amplia y está signado por otros tipos de dependencia y encasillamientos”. Es posible amar y ser solo al mismo tiempo. Vivir solo no significa estar sin pareja y Eliane es una crítica acérrima de la insistencia de los medios en vincular a las mujeres “solas” como privadas de vínculos amorosos y sexuales. O, en las palabras de la socióloga estadounidense Kay Trimberger, de la Universidad de California, autora de The new single woman, como el estudio de Eliane, basado en entrevistas con mujeres que viven solas, “hasta que ellas sientan que les gustaría tener un compañero (a) fijo(a), están en lo cierto en el sentido de que sus vidas no dependen de eso y que hay otras formas de vivir” y que “la ‘soltería’, en el futuro, será vista como algo más que solamente un intervalo entre relaciones matrimoniales, transformándose en un way of life, con muchas variaciones, pero en un camino de vida satisfactorio con sus demandas y recompensas”.

Las investigaciones de Eliane también mostraron que la mujer “sola” no necesariamente renuncia de la maternidad. Al fin y al cabo, lo que nos gobierna, como anota Lipovetsky, no es un modelo de reversibilidad entre los sexos, sino un doble modelo individualista, reinscribiendo la diferencia masculino-femenino. De esa forma, el francés tampoco creé que la maternidad pueda ser abolida en ese nuevo esquema. “Los cambios de excepcional amplitud en la condición femenina no modificarán a esa constancia. ¿Declinación progresiva del rol materno en beneficio de los valores profesionales — Nada permite afirmarlo. Existe un reciclaje histórico del rol materno, no al abandono del modelo”. Es más: escoger vivir una estética particular que privilegia el silencio, el distanciamiento calculado y las relaciones de amor y de amistad en bases igualitarias es una posibilidad accesible a solamente algunas mujeres altamente escolarizadas, profesionales e independientes económicamente, que pueden transitar entre contingencias y deseos, asevera Eliane. “¿Si el single lifestyle y las residencias de una persona continuarán imponiéndose  como una tendencia? No tengo una conclusión, sino que quizás las solteras estén reinventando la ‘soledad’, transformándola en ‘aventura'”, concluye la investigadora. Ni sola, ni mal acompañada.

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