El Instituto Fields de Investigaciones en Ciencias Matemáticas, con sede en Toronto (Canadá), anunció que el 18 de noviembre se llevará a cabo un evento online en el cual cinco científicos y estudiantes de diversos países e instituciones presentarán trabajos en áreas tales como álgebra, geometría y desarrollo de algoritmos. Simultáneamente, los ponentes debatirán acerca de cómo el hecho de ser gay, lesbiana, bisexual o transexual se relaciona con su vida académica. Este es el tercer año consecutivo que el instituto, el principal centro de investigación matemática de Canadá, organiza el evento, intitulado LGBTQ+Math Day. La propuesta forma parte de la estrategia de la institución para hacer que la disciplina, predominantemente masculina y marcada por los estereotipos de género, se torne más acogedora y atractiva para todas las personas.
La alemana Katrin Wehrheim, investigadora de la Universidad de California en Berkeley (EE. UU.), disertará sobre su trabajo en un campo conocido como geometría simpléctica y de su militancia para ampliar la presencia femenina en la matemática y promover una educación inclusiva para estudiantes LGBT+ en Berkeley. “Compartiré algunas anécdotas de mi lucha por la verdad en la geometría simpléctica y en la educación para combatir la opresión”, escribió Wehrheim en el resumen de su conferencia. El estadounidense Tyler Kelly, docente de la Universidad de Birmingham, en el Reino Unido, dará a conocer sus estudios sobre un campo de la geometría algebraica denominado simetría especular y hablará de su activismo en entidades como la Sociedad Matemática de Londres para ampliar la inclusión de las minorías, en una conferencia intitulada “Fuera del clóset y dentro del espejo”. El estudiante de doctorado Joseph Nakao, de la Universidad de Delaware (EE. UU.), expondrá algunos de sus intereses de investigación, entre ellos, el desarrollo de algoritmos aplicables a la física de plasmas, y explicará, con base en su experiencia, cómo pueden apoyar los departamentos de matemática a los estudiantes queer, término que designa en forma genérica a aquellas personas que no se sienten encuadradas en ninguno de los estándares de género tradicionales.
El evento fue gestado y organizado por Anthony Bonato, docente de la Universidad Metropolitana de Toronto, con el propósito de promover redes de contactos entre estudiantes y científicos LGBT+ de la disciplina y extender su visibilidad y aceptación. En un artículo de opinión que salió publicado en septiembre en la revista Nature, Bonato declaró que reconocerse abiertamente gay fue fundamental para poder alcanzar todo su potencial científico. “Cuando hice el doctorado, en la década de 1990, creía que la matemática era matemática y no una disciplina vinculada a mi identidad”, dijo. “Mi perspectiva cambió el día en que un profesor me dijo que el hecho de que yo fuera abiertamente gay incomodaba al resto de los colegas del departamento y que debía guardarme mi sexualidad para mí mismo para poder encajarme. Entonces me cuestioné mi lugar en la matemática, porque ya no podía disociar el mundo objetivo de las ecuaciones y la homofobia”.
En más de dos décadas de carrera, Bonato ha visto evolucionar la inclusión de manera positiva. Entre otros hitos, destaca en el artículo la creación, también en la década de 1990, de una asociación de matemáticos LGBT+ (Spectra), que actualmente cuenta con algo más de 310 afiliados, y que promovió el establecimiento de redes de apoyo basadas en 250 “aliados”: docentes movilizados para hacer que el ambiente académico sea más acogedor. No hay datos específicos acerca de cuántas personas LGBT+ están trabajando en la disciplina. Según la encuesta nacional Queer in Stem, realizada en 2016 en Estados Unidos entre profesionales LGBT+ de las llamadas áreas Ctim (ciencia, tecnología, ingeniería y matemática) –el equivalente del acrónimo en inglés Stem–, el 57 % de los 1.427 consultados informó que la mitad o más de sus colegas conocían su orientación sexual en el ambiente laboral. Este índice superaba el porcentaje promedio registrado entre la población laboral activa de Estados Unidos, ubicado en un 47 %, según una encuesta realizada en 2014 por la organización Human Rights Campaign Foundation.
Una asociación de matemáticos LGBT+, Spectra, posee más de 300 afiliados y 250 “aliados”, docentes que promueven un ambiente académico inclusivo
En la vida académica, según señala Bonato en un texto publicado en su blog personal, también se ha sentido más aceptado. Si bien tuvo que enfrentar situaciones de prejuicio con compañeros del departamento, se sintió cómodo trabajando en la universidad canadiense que, como muchas otras de Estados Unidos y Europa, ha instaurado políticas de integración de las minorías y de equidad de género. “Tengo muchos colegas LGBT+ y varios aliados entre mis pares heterosexuales. Nuestro rector tuitea sobre la inclusión y los docentes ponen banderas arcoíris en sus perfiles de Facebook durante el mes del Orgullo LGBT+”, dijo.
Hace tiempo que hay matemáticos queer participando en congresos centrados en la inclusión en las áreas Ctim, pero los eventos de esta naturaleza vinculados exclusivamente a la disciplina son más recientes. En junio de 2019, una conferencia de cinco días organizada por Autumn Kent, una investigadora transgénero de la Universidad de Wisconsin, en Madison, y Harry Bray, de la Universidad George Mason, ambas en Estados Unidos, buscó promover la colaboración entre matemáticos LGBT+ en las áreas de geometría, topología y sistemas dinámicos. El apoyo del Instituto Fields, tradicionalmente inclinado a estimular la diversidad, aunque centrado en la ampliación de la presencia femenina en la carrera, ha sido importante para darle visibilidad al evento inaugural, que se llevó a cabo en 2020, cuando comenzaba la pandemia.
En Brasil, el debate sobre la ampliación del espacio en la matemática para los estudiantes e investigadores LGBT+ es de evolución más reciente, pero enfocado en los estudios de género y educación inclusiva. En 2020, el grupo de investigación MatematiQueer. Estudios de Género y Sexualidad en la Educación Matemática, fue registrado en el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq). Con sede en el Instituto de Matemática de la Universidad Federal de Río de Janeiro (IM-UFRJ), reúne a más de 80 docentes y alumnos que trabajan en líneas de investigación que vinculan la educación matemática con los derechos humanos, las minorías sexuales y las relaciones de género. “Este campo de investigación es nuevo”, dice el líder del grupo, Agnaldo da Conceição Esquincalha, docente del IM-UFRJ y del Programa de Posgrado en Enseñanza de la Matemática de la institución. “También tenemos un compromiso social, que consiste en demostrarles a las personas LGBT+ que las ciencias exactas son igualmente para ellos”.
Una de las preocupaciones de los miembros de MatematiQueer consiste en analizar por qué ha cobrado fuerza el discurso de que la matemática es un lugar neutral y sus contenidos no pueden mezclarse con otras cuestiones históricas, culturales, sociales o políticas. “En la educación, esa neutralidad no existe”, sostiene Esquincalha. La noción de un territorio neutro, señala, lleva a que los docentes del área tengan dificultades para lidiar con los problemas que experimentan y traen a las aulas sus alumnos, e incluso puede hacer que los estudiantes LGBT+ se alejen de la disciplina por considerarla refractaria a su orientación sexual. El profesor de matemática Tadeu Silveira Waise, quien concluyó su máster en 2021 en el MatematiQueer, dice que se interesó por esa línea de investigación cuando advirtió que varios alumnos a los que les daba clases particulares eran LGBT+, como él, y se sentían cómodos planteando cuestiones y angustias que no surgían en el ambiente escolar. “La escuela no suele ocuparse de estos temas”, dice.
Dan Cristian Padure
Una de las primeras propuestas del grupo fue la aplicación de un cuestionario a los estudiantes del profesorado en matemática de Río de Janeiro para evaluar su opinión sobre el abordaje de temas tales como la diversidad sexual y de género en la educación básica y qué tipo de discusión en ese sentido habían tenido durante su formación. Se enviaron unos 5.000 cuestionarios y 710 personas los respondieron. Muchas respuestas fueron ofensivas. “Hubo algunos que nos tildaron de locos, diciendo que deberíamos estudiar a Isaac Newton o lamentaban que los docentes ya no fueran sacerdotes, como en las escuelas confesionales de antaño”, relata Waise, quien evaluó los resultados de la encuesta en su tesina de maestría defendida en 2021.
Hubo 264 respuestas a favor de incluir la temática de la diversidad sexual y de género en las clases de matemática, pero 50 dijeron que no sabían cómo hacerlo. Otros 51 sugirieron que se tratara la temática de género a través de los datos estadísticos, recurriendo para ello a la lectura de gráficos en clase, mientras que 56 opinaron que este trabajo podía hacerse en ruedas de debate, conferencias y charlas sobre el respeto y los prejuicios. Hubo 13 que sugirieron el uso de proyectos interdisciplinarios y otros 6, su abordaje a través del estudio de personalidades históricas de la matemática pertenecientes a minorías.
Según Esquincalha, los factores sociales influyen en el aprendizaje. “Si el docente es blanco, el vínculo entre sus alumnos y la clase de matemática es de determinada forma. Si es negro, es de otra. Si es blanco y gay, la dinámica también es diferente”, dice. Esto también vale para los alumnos. A menudo, señala, el saber matemático se utiliza como referencia para definir quién es inteligente y quién no. “Esto genera exclusión, propagando la falsa idea de que las niñas no son buenas en matemática y, por consiguiente, no deben seguir carreras científicas o tecnológicas”, explica. Un efecto inverso es que, para los grupos minoritarios o las personas marginadas, la aptitud en matemática puede, eventualmente, convertirse en una herramienta de poder. “Lo digo por experiencia propia. Cuando era niño padecí acoso escolar y fui objeto de insultos relacionados con mi sexualidad. Cuando advertían que era bueno en matemática, los mismos compañeros que me insultaban se me acercaban queriendo hacerse amigos. Y cuando otros me molestaban, ellos me defendían. Me di cuenta que mi relación con la matemática repercute en otros vínculos sociales”. Esta percepción, dice, no se limitó a su experiencia personal, sino que fue tratada en una investigación de maestría del profesor de matemática Hygor Batista Guse, defendida este año, bajo la dirección de Esquincalha.
Recientemente, se sumó a la lista de miembros del grupo de investigación una mujer trans, Erikah Pinto Souza, profesora de matemática en las redes municipales de enseñanza de dos ciudades del Área Metropolitana de Fortaleza, capital del estado de Ceará: Maranguape e Itaitinga. Ella concluyó este año una maestría en la Universidad Federal Rural del Semiárido (Ufersa) en la que llevó a cabo un estudio etnográfico con tres docentes travestis de las escuelas públicas cearenses. Su proyecto de doctorado en el MatematiQueer versará sobre las prácticas pedagógicas y creativas que se oponen a la idea de la neutralidad de la matemática. Ella misma ha puesto en práctica estrategias de este tipo en sus ocho años como docente de la enseñanza fundamental y en su trabajo como formadora docente en Ceará. “He utilizado un dosier sobre los asesinatos de personas trans o datos del Disque Denúncia (servicio de atención de denuncias telefónicas) sobre transfobia para realizar un análisis estadístico. Con base en esos números, he desarrollado con mis alumnos algunos conceptos que deben tratarse en las clases de matemática, tales como las medias aritméticas y la elaboración e interpretación de gráficos”, explica.
Según ella, estas estrategias siempre se basaron en los documentos pedagógicos oficiales que recomendaban relacionar los problemas sociales y la realidad de los estudiantes con los contenidos teóricos. Refiere que nunca ha tenido problemas con sus alumnos ni le han faltado el respeto. “Los estudiantes tomaban los temas con naturalidad, porque estaba relacionado con la realidad escolar. En una escuela en la que fui directora, incluso tuve dos alumnos transgénero, de 11 y 12 años”, dice. Pero se enfrentó a los prejuicios de sus colegas cuando daba clases de formación docente en matemática. “Hubo algunos que no aceptaron tener como docente formadora a un travesti”, relata Erikah Souza.
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