“Me crió desde que era niño/ Para arquitecto mi padre/ se me fue un día la salud…/¿Me hice arquitecto? ¡No pude!/ Soy poeta menor, ¡perdonad!”, se lamentó Manuel Bandeira, optando por la dicotomía cuando podía tener la dialéctica. ¿Quién dice que un poeta no es un arquitecto de las palabras? Tampoco es imposible pensar en un arquitecto como poeta de formas concretas. En ambos casos hay solamente un requisito: no ser menor. Como no lo era Bandeira y como no lo es Paulo Mendes da Rocha, celebrado por el colega Francisco Fanucci como alguien capaz de “hacer la poesía del concreto”. De ahí que no se entienda la sorpresa general cuando se anunció, el mes pasado, que era el vencedor del Premio Pritzker de Arquitectura de 2006, que premia anualmente a un arquitecto que reúna talento, visión y compromiso, y que haya contribuido de manera significativa con la humanidad y con el ambiente fabricado. Antes de él, solamente Oscar Niemeyer había recibido este galardón, cuyo sobrenombre es un retrato de su importancia: el Nobel de la arquitectura. El jurado, que incluía entre otros a Frank Gehry, justificó su elección por la capacidad de Paulo de “modificar el paisaje y el espacio con su obra, siempre con una profunda comprensión de la poética espacial y el sentido de la responsabilidad de los habitantes”.
Nacido en 1928 en la ciudad de Vitória, estado de Espírito Santo, Paulo cuenta entre sus influencias a Burle Marx, Affonso Reidy, Niemeyer y Vilanova Artigas, “pero sin olvidarme de mis recuerdos de infancia, por supuesto”: tanta ventolera, tantas aguas, la Cuenca de la Plata, la Cuenca Amazónica, ocho mil kilómetros de costa, buques, etc., como le gusta destacar de una forma que arrancaría con seguridad el perdón del padre de Bandeira. El de él, Paulo, era un ingeniero que trajo a su familia a São Paulo en los años de 1930 y dictó clases en la escuela Politécnica de la Universidad de São Paulo, en los años 1940. El hijo prefirió estudiar en la universidad Mackenzie y se graduó en 1954, el año de la muerte de Getúlio Vargas. Una curiosa coincidencia, ya que el período de formación de la arquitectura moderna brasileña ocurrió exactamente durante el Estado Novo, cuyo carácter autoritario hizo que el arte naciente creciera desprovisto de la lógica y de la ideología social deseable. Si el resto de Brasil se deleitaba con las curvas y la levedad de los cariocas, São Paulo no podía parar. Su naturaleza de potencia industrial exigía soluciones urbanas y arquitectónicas diferentes a las del conservadorismo varguista y de la capital federal. El edificio Copan es un claro ejemplo de divergencia entre la escuela de Río y la dura poesía de las esquinas paulistanas, como bien reconoce su autor, Oscar Niemeyer. La metrópolis rechazaba una arquitectura de edificios ensimismados, autosuficientes, pero paradójica, exigía una traza que privilegiara la “sociabilidad” entre la construcción y su entorno.
Para ello, la unión entre el técnico, el intelectual y el propietario urbano dio origen al mar de concreto -“en las circunstancias exacerbadas de los años 1960, Mendes da Rocha consolida un rico vocabulario que tendrá influjo sobre generaciones: abstracción formal, prefabricación, ingeniosidad técnica que incluye el desarrollo de detalles constructivos de escala mecánica y la reducción de la arquitectura a sus elementos espaciales y constructivos esenciales”, en la síntesis certera del arquitecto de la FAU-USP, Luiz Recamán. El gran paso se dio en 1958, con el proyecto del gimnasio, la plaza de deportes y las piscinas del Club Atlético Paulistano. Al año siguiente, Vilanova Artigas, viendo su amor por la enseñanza, lo invita a dictar clases en la FAU, y en 1962, Mendes da Rocha realiza el proyecto para el edificio de la Facultad de Antropología y Sociología de la USP. El reconocimiento internacional tiene lugar en 1969, con la creación del pabellón de Brasil en la Expo 70, en Osaka, Japón. Después se sucedieron varios éxitos: finalista en el Concurso de Construcción de Beaubourg, París; diseña la nueva sede del Museo de Arte Contemporáneo de la USP; proyecta el Museo Brasileño de Escultura; es audaz al crear el espacio de la tienda Forma en São Paulo; hace la renovación urbana de la Praça do Patriarca y del Viaduto do Chá; reestructura la Pinacoteca del Estado, en donde reúne la modernidad con el pasado de la ciudad, en armonía perfecta. Pero basta de formas. Es hora de dar lugar a las palabras de Paulo.
Su premio fue celebrado como una victoria de la arquitectura brasileña. ¿Cree que existe una “arquitectura brasileña”?
Es una cuestión intrigante. Sin embargo, no se trata de buscar a cualquier costo y en cualquier cosa la idea de que “esa arquitectura es brasileña”, porque ahí estaríamos entrando en un camino de degeneración, del absurdo. Debería haber, no obstante un rasgo brasileño en la arquitectura toda vez que es América, involucra toda una cuestión de territorio. El filósofo español Eduardo Subirats, en uno de sus libros, vocifera contra esa destrucción de Latinoamérica a manos de la política colonialista que destruyó todo y llama al libro El continente vacío; pero es una forma maliciosa de decir que no estaba vacío; sino que se lo trató como si estuviese vacío. Me acuerdo siempre, por ejemplo, de la cuestión de la construcción de nuestros indios, de una ingeniosidad extraordinaria, con estructuras colgantes, maderas envergadas. Lo que me hace ver que, donde haya un hombre, hay una arquitectura, y aquí había cosas que deberían considerarse. Nuestra herencia occidental y cristiana no debe ser la única fuente de información, pero este rasgo brasileño existiría precisamente por estar delante de esa inauguración. Por lo tanto, es la misma arquitectura del neolítico, es lo que el hombre sabe por la historia, como experiencia y por los deseos. Éstos pueden no ser específicamente brasileños, pero, con una mirada bien aguzada, usted ve cosas que no se ven fuera de aquí. Si usted observa nuestra transformación de la naturaleza, es diferente de quien observa solamente el patrimonio de una ciudad como Roma, por ejemplo. Un arquitecto romano dijo que “para nosotros, la geografía es aquello que está construido”. Nuestro caos es diverso. Aun así, nuestra geografía in natura debería dar alguna fuerza, aunque sea en la dirección lírica o poética de la forma; pero el proceso fue muy desastroso. Piense en la costanera carioca: aquel “mar de edificios”, cuya justificación fue que “los niños quieren bañarse en el mar, por eso quedémonos todos ahí”. Así se le da la vertical, un ascensor, un cubículo. Para nosotros, el mar solo tiene gracia si se lo ve desde una ventana dentro de una ciudad. No tenemos vocación de exploradores; porque a partir de la ventana se puede girar hacia el interior, en donde están los muebles, la cocina, el confort. La naturaleza nos da miedo. Así, vamos construyendo y nada fue rediseñando. Uno de los males en este proceso es precisamente esto: el no poder editar la última expresión de la inteligencia humana. Hay también una falta de ideales sobre la ciudad, una falta de deseo de ciudad. Lo que es peor: hay una ausencia de reivindicación de urbanidad por parte de la sociedad. Una parte de ella no desea la ciudad, se excluye y huye de ella en los barrios cerrados. El arquitecto sufre mucho cuando razona esas cosas, porque ve lo que no se hizo y lo que se podría haber hecho.
¿Cuál es el peso de esa angustia?
Las cosas se forman y se desarrollan más rápido de lo que yo puedo seguirlas y me veo siempre corriendo detrás del mundo. Entonces prefiero ver en la arquitectura los recursos de la construcción y el ideario de la ciudad. Podemos hacer todo lo que quisiéramos. En esa contradicción radica, digamos, nuestro asombro siempre frente a las cosas. Uno trabaja con lo que aprende. A mí me gustaría decirle a mis colegas, a los jóvenes principalmente y de un modo general a la Universidad, que prestasen atención en esto: nosotros tenemos una buena formación y al mismo tiempo estamos al borde de un abismo, de perder la conciencia sobre esta formación en el ámbito de la Universidad. Las carreras de arquitectura tienden a degenerar, En mi opinión, muy fácilmente, por las indigencias del profesionalismo, digámoslo así, del mercado. Se pierde el horizonte de que la arquitectura lidia con todas las formas del conocimiento. Si se quiere movilizar la idea de la voluntad, se tiene que movilizar no la voluntad propia, sino la de sus coterráneos, la del pueblo, y si movido por esa voluntad que no es la suya, necesita construir, también se tiene que saber construir muy bien, y esa voluntad, a su vez, obliga a tener en consideración la situación de que estamos en el universo hoy. Uno se envuelve con la filosofía, la lingüística, la antropología, la geografía, la cuestión del lugar, del recinto. En la arquitectura, uno puede discutir la casa. La casa, hoy, si ella tiene un atributo fundamental es la dirección. Uno no puede imaginar una casa gótica, colonial, normanda. No tiene sentido, usted tiene que ver donde ella está. La arquitectura no puede pretender saber de todo eso en profundidad. Se le obliga a tener una forma peculiar de conocimiento, porque solicita todos esos horizontes del conocimiento humano. La flor del conocimiento humano es la ciudad, es todo lo que tenemos y es todo lo que mejor podemos hacer. Así, justamente las grandes contradicciones que están ahí (que la ciudad es caótica, que la ciudad destruye a la naturaleza con su polución, etc.), todo eso es triste por un lado, pero es un gran estímulo para que usted convoque al conocimiento y decir, “vamos a arreglar todo esto, vamos a invertir esta ruta de desastre”. Es muy político y la arquitectura se torna en mi opinión muy importante en el ámbito de la universidad. Deberíamos asumir esto y, de ser posible, velar para que no proliferen tantos cursillos y cositas separadas. Principalmente en ese dilema que se plantea para nosotros: privado o público. Que haya libertad, pero los paradigmas nosotros tenemos que mantenerlos. En eso la universidad pública es fundamental. Los docentes que nosotros tuvimos, el ámbito en que vivimos y fuimos formados; todo eso muy rico. La Escuela Politécnica de São Paulo es algo extraordinario, pero se puede perder en esos horizontes de destrucción y de desgajamiento de los intereses fundamentales. Creo que la formación de la conciencia es hoy en día fundamental para la educación. La gran revolución, para mí será el plan de enseñanza y de la cultura. Del cultivo de lo que pueda llegar a ser una cultura oportuna en el tiempo que estamos viviendo; porque la cuestión de la naturaleza está en el papel. El mundo entero se inclina ante esta situación así o asá. Por aproximaciones que sean un tanto superfluas, como esta cuestión de la ecología. La llamada “cultura popular” movió la Edad Media hacia el Renacimiento. Necesitamos de esa toma de posición por indignación: “Eso nosotros ya lo sabemos, eso es una tontería, vamos dejar eso a un lado”. Yo tengo la impresión de que nosotros podríamos hacernos cargo de que se está forjando una dimensión de cultura popular sobre la naturaleza en el mundo, a pesar de algunos desengaños y de algunas reacciones contrarias, como la proliferación de religiones en los cuatro rincones del patio, una cosa así, una especie de reacción a aquello que ya se ha visto, y esa conciencia tal vez mueva al mundo de un modo que nosotros nunca hayamos visto, tan veloz y tan extraordinario. Porque nos pone juntos, a todos, en este pequeño planeta, por la conciencia. No vale la pena estar juntos en un confinamiento. Estamos juntos, porque se está forjando esa conciencia y uno puede poner eso por delante y puede decir “mira, no sé si el hombre puede vivir serenamente”, sin bravuconadas. Estamos comenzando efectivamente a experimentar, a ensayar la expansión de la vida humana en el Universo. ¿Cómo es que dice Hannah Arendt? “¿Sabemos que vamos a morir y estamos tan animados por qué?” Porque sabemos que no nacemos para morir, nacemos para seguir. La arquitectura toma un sentido muy interesante en ese ámbito, en ese espacio, en ese Universo. Yo creía que a los niños debería enseñárseles así, después se va a la práctica, a la construcción. Ese ideario humano de necesidades y deseos, como diría Marx, es lo que nos mueve. Por lo tanto tenemos que fraguar y discutir esas necesidades y deseos.
Usted es un ejemplo del arquitecto comprometido, inquieto, como otros de su generación. ¿Hoy en día los nuevos profesionales tienen esa misma visión del mundo?
No creo mucho en eso del arquitecto de hoy y en el arquitecto del pasado. Ni en el hombre de hoy y el hombre del pasado. Estamos siempre buscando nuestra condición humana, si no, no habría historia y la historia no tendría valor como experiencia. Ni habría tampoco lo que llamamos conocimiento, esa conciencia sobre el estado en que estamos en el Universo. Lo que se puede medir es un cierto descuido en relación con esas cuestiones, en general, estamos degenerando. Pero es posible corregir, retomar el camino. Lo que se puede también imaginar, para no ser soñador en vano, no vivir en la luna, es que ni aunque sea por estricta necesidad, ya que se convocó a esa dualidad, a veces prevalece la necesidad y otras veces el deseo. La necesidad puede llegar al extremo. Nosotros aceptamos con una pasividad cosas que serían increíbles. Por ejemplo, en São Paulo hay instrumentos en la calle que marcan la calidad del aire, “regular”, “tolerable”, etc. Y si aparece “malo”, ¿qué hacemos? ¿Respiramos despacito? Por eso no tengo miedo, ni siquiera del desastre. Se lo afronta. Se habla abiertamente, con convicción, en la construcción de la paz. Hasta hace poco tiempo la guerra era loable, los países se jactaban de tener un ejército imbatible. Todo eso es un horror hoy en día. Por lo tanto, la expectativa del hombre es que él arregle sus horizontes para que su presencia en el Universo sea eterna. Y no es una cuestión de arquitectos. Ningún arquitecto puede salvar al mundo, la idea no es esa, es que el mundo tenga alguna coherencia en relación con sus horizontes, a punto tal que la arquitectura pueda fluir con gracia. Si el mundo se incendia, no vale la pena que usted llame a diez arquitectos y diga “ahora salven esta porquería”. No hay arreglo. Porque antes de la forma, la cuestión es el modo. Es el modo en que nosotros vivimos que está destruyendo la ciudad, no es la forma de la ciudad. La forma de la ciudad es una consecuencia que está apañando todo eso porque así lo quieren. Nosotros tenemos que cambiar la forma de querer. La Arquitectura solamente refleja que, de ese modo, no hay arquitectura que sea posible. La idea de ciudad que nosotros tenemos, sería en dos palabras, una ciudad para todos.
¿Todos entienden ese concepto? ¿El transeúnte distraído de las calles percibe el esfuerzo del arquitecto y del urbanista por mejorar la ciudad?
Las cosas deben verse tal como se lee un libro. De nada sirve que usted se ponga a andar concentradísimo de allá para acá, en la biblioteca de Alejandría, sin leer nada. Si usted lee diez libros en una pensión del Catete, siendo un estudiante pobre, usted puede llegar ser a un sabio. Nosotros sólo hablamos unos de los otros y sólo construimos una cosa por otra. Sólo pensamos el pensamiento que ya había sido pensado. Esa es la gracia de nuestra vida. Nosotros no estamos solos, estamos apoyados en el deseo, que está en el futuro, y por el pasado como experiencia. El presente es muy breve, es una cuestión interesante en la arquitectura la idea de urgencia. No tenemos mucho tiempo. No se puede salvar por lo que hizo, ni por lo que hará; pero puede ayudar por lo que lo hace reflexionar. Es decir: la arquitectura antes que nada es un discurso. Flavio Motta, que es un filósofo maravilloso, me llamó para felicitarme por el premio y yo me quejé por tener que viajar a Estambul para recibirlo. “Usted se engaña, ése es el premio”, me dijo, hablándome sobre Oriente, la Iglesia de Santa Sofía, etc. Es una perspectiva de que la reflexión sobre la arquitectura se vincula directamente a la ciudad, al hábitat humano. Mire usted: los problemas que nosotros tenemos hoy en día en las ciudades brasileñas son, en cierto modo, los que tiene Francia con sus argelinos, que tiene España con Marruecos, los que tiene Holanda con Sumatra, etc. Ahora bien, yo no tengo la preocupación de si la arquitectura es funcional. Ella puede hasta no serlo, porque no conocemos ni aún las funciones que queremos. Me acuerdo de alguien que le preguntó a Niemayer porque él había hecho el Senado sin ventanas. Y él se paró, pensó y después contestó: “Solamente por cabronada”.
Volviendo a Santa Sofía, ella es el símbolo de la resolución de un problema arquitectónico (poner una cúpula redonda en una estructura cuadrada) que tiene mucho que ver con el entusiasmo, con la técnica.
Esas cosas están ahí como patrimonio universal, son conocimiento. ¿Usted quiere ver una reflexión interesante? Si usted ve la famosa cúpula del Brunelleschi, está centrada en una virtud como ésa que mencionó ahora, ingeniosa. Usted dijo “con su entusiasmo”: pero no soy yo, somos todos nosotros. Es nuevamente la cuestión del patrimonio universal. Si usted invierte el Brunelleschi, tiene la catedral de Brasilia. Hay un pequeño círculo allá arriba trabajando la comprensión y el círculo que no se ve, que sería el borde superior del cilindro, de aquella excavación que está allá hacia abajo, que trabaja en este caso la tracción. Entonces Brasilia es una reflexión que Oscar debe haber hecho. No es una copia del Brunelleschi, que iría a sonreír si viese aquello. Nuestras conquistas de hoy y de siempre son sueños antiguos que se realizan. Pero se realizan porque se prometió que iban a realizarse. Nosotros estamos hace mucho tiempo dibujándolo todo. Por lo tanto, son revelaciones de una observación meticulosa. Es fácil. Es sólo prestar atención. Con qué absurda alienación cualquiera de nosotros abre un grifo en el 20º piso de un edificio y no tenemos conciencia de la maravilla de realizar aquello. Cualquier bisabuelo de uno de nosotros iba a buscar agua a la fuente. A veces no regresaba, un jaguar se lo comía. Esta ingeniosidad tiene que evaluarse, pensarse y gozarse mucho más por lo tanto. Nosotros gozamos poco la vida y no usamos la cuestión de la conciencia sobre el saber. Es un poco aterrador uno imaginar el mundo hecho por alienados.
En este contexto, ¿cómo ve la ciudad partida de hoy, en que la elite se aísla en guetos y las favelas, en el sentido contrario, parecen más orgánicas en el todo de la ciudad?
La famosa periferia es ahora de los más ricos. Lo que la ciudad pretende, antes que nada, es introducir, garantizar la tranquilidad y el sosiego de la gente. El célebre tiempo libre, que es el tiempo de la reflexión, entender la ciudad como el lugar del saber y de la reproducción del saber. La ciudad es una invención y no tenemos otro hábitat posible. Las favelas, del modo que están, así, muy particularmente porque son más visibles y tienen una implantación, una disposición espacial evidentemente seleccionada, escogida por los hombres, están allí en el corazón de la ciudad. La favela es la manifestación precisa de la conciencia de la necesidad de urbanizarse. Es un deseo. El hombre más urbano de Brasil, desde el punto de vista de la conciencia de la urbanización, es el de las favelas. Con gran dificultad fue allí de cualquier modo, para poder convivir principalmente con lo que la ciudad engendra, que es servicio, prestación de servicios a su disposición. Muestra el modo maligno con que todo se hace porque nunca se hicieron viviendas para aquella población y llegaron al punto que estamos viendo ahí. El modelo que está allí es el de la civilización de aquéllos que fueron para allá. Son muchos más civilizados que los otros que se retiran, entonces, y hacen una muralla, contratan a los mismos favelados para que los cuiden con ametralladoras y todo eso, y está resultando en lo que estamos viendo. Una ciudad así no puede tener ninguna seguridad, tiene que ser abierta, libre y democrática. La seguridad se hace por el nivel de civilización de la ciudad. Es imposible que usted tire una cerca, tener guardia, alambres de púas en cada propiedad. Así usted no hace una ciudad. Para un arquitecto o para el universo de la arquitectura y del urbanismo, no hay privado, nada es privado, todo es público. No existe una arquitectura privada, ni un urbanismo privado. Privado solo tenemos la mente. Si usted engendra un poema, la primera preocupación es publicarlo, tornarlo público, o si no nadie sabe que usted es poeta, de nada sirve. Por lo tanto, nuestra vida es pautada, es configurada por la dimensión pública de nuestra existencia. Uno no logra ser privado ni aunque así lo quiera.
¿La ciudad hoy es para usted motivo de belleza o de horror?
Toda ciudad es bellísima por el simple hecho de existir. São Paulo es bellísima. Porque usted puede imaginar que esos 20 millones de habitantes todos los días duermen, se divierten y al día siguiente vuelven a trabajar correctamente, a pesar de todo ese horror que está ahí. No existen ciudades feas. Esa población que está ahí de cualquier modo muestra que hay deseos. Vamos a hacerla más temprano que tarde. La revitalización de las áreas centrales abandonadas. Están abandonadas, pero están pobladas de una población que no era aquélla. La ciudad será de ellos, de un modo o de otro. O se hace una hermosa alianza o… Existen edificios en São Paulo emparedados por dentro para que no sean invadidos. Todos vacíos. Uno ve desde afuera, a través de las ventanitas, el ladrillito puesto allá adentro para proteger el edificio. En Inglaterra, si usted prueba con testigos que el edificio está abandonado hace seis meses, usted puede ocuparlo. Lo que es muy lógico. Mejor que usted emparedar y ver a un individuo muriendo viviendo en la calle, durmiendo en el relente. No creo que el hombre vaya a contrariar tanto una idea tan lógica por siempre.