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Homenaje

Por una historia de la ciencia en São Paulo

Durante su última entrevista, Ricardo Brentani reveló aquello que hace 50 años otorgaba categoría internacional a la Facultad de Medicina de la USP

ARCHIVO DE LA FAMILIABrentani con Isaias Raw: independencia en 1968 y amistad hasta el fin de su vidaARCHIVO DE LA FAMILIA

Me entrevisté con Ricardo Brentani el día 23 de noviembre para conversar sobre las actividades de investigación en la Facultad de Medicina de la USP al comienzo de la década de 1960. En esa época, y junto con otros jóvenes que también se convirtieron en importantes científicos – tales como Walter Colli, Erney Camargo, Mitzi Brentani, Sérgio Ferreira -, Brentani comenzaba su carrera como investigador. También data de esa época la creación de la FAPESP. Fue justamente la coincidencia entre el comienzo de la carrera del profesor y la creación de la Fundación lo que me motivó a convocarlo, en busca de recuerdos acerca de cómo se desarrollaba la práctica científica en São Paulo hace 50 años. “La Facultad de Medicina tenía categoría internacional”, mencionó para comenzar la conversación. Tres de los científicos que conferían ese “porte internacional” a la facultad fueron parte esencial en la formación de Brentani: los histólogos Luis Carlos Junqueira y Michel Rabinovitch y el bioquímico Isaias Raw. Por iniciativa mía, la charla se concentró principalmente en el primero, el controvertido catedrático de histología y embriología de la facultad.

Al final del encuentro, el profesor me mostró con alegría los balances financieros del Hospital A.C. Camargo, contándome del nuevo director que contrató en Europa para comandar el centro de investigación asociado con el hospital. También mencionó con orgullo el trabajo de la FAPESP en los últimos años. Antes de despedirnos, le dije que lo citaría al menos una vez más antes de concluir el trabajo de investigación sobre la ciencia en São Paulo durante esos 50 años de existencia de la FAPESP. La tristeza es inmensa ante la imposibilidad de cualquier nueva charla.

¿Cuál era el panorama de la investigación en la Facultad de Medicina de la USP al comienzo de su carrera?
La carrera de Medicina tenía jerarquía internacional. Estaba [Luis Carlos Uchôa] Junqueira, Isaias [Raw] y en parasitología, Samuel Pessoa formó un equipo sin fisuras: el matrimonio Nussensweig, Luiz Hildebrando, Leônidas Deane, Erney Camargo, que estaba comenzando. En fisiología, el catedrático era Alberto Carvalho da Silva y Gerhard Malnic también estaba empezando. En patología, el catedrático, desdeñado por todo el mundo era Constantino Mignone. Un día, cenando en Washington con un patólogo muy reconocido, le oí decir que la tesis de cátedra de Mignone sobre fisiopatología del mal de Chagas era un clásico mundial, aunque estuviera escrita en portugués. En clínica médica y cirugía también había buenos profesionales. La cardiología era muy avanzada.

¿Cuándo comenzó a cobrar relevancia la FAPESP?
Desde el comienzo. Su primer presidente fue [Jayme Arcoverde de Albuquerque] Cavalcanti, quien era el catedrático de bioquímica. La primera sede de la FAPESP estuvo ubicada en el cuarto piso de la Facultad de Medicina. Cavalcanti la presidía y cedió a su secretaria para ser la secretaria de la FAPESP. Ahí comenzó. Más tarde se trasladó para la avenida Paulista.

¿Cómo comenzó a realizar investigación?
Ingresé en la Facultad de Medicina en 1957 y, durante el primer año, contaba con mucho tiempo libre y poco por hacer. Por eso fui a ver un laboratorio de investigación para ver cómo era. El primer profesor al que consulté, no voy a decir quien es, me dijo: “No tengo tiempo para perder con tonterías. Vete a verlo a Michel [Rabinovitch], que a él le gustan los niños”. Rabino me dio una parva de libros para leer, complejos, difíciles. Luego de haberlos leído, me dijo: “Ya que no vas a abandonar fácil, vamos a comenzar a trabajar…”Michel fue muy importante para mí. Cuando me aceptó, comencé a trabajar con sus cosas. La ciencia es así: muchos no nos damos cuenta, pero no hay democracia alguna. Hay que crecer para comenzar a trabajar en lo que uno quiere. Junto a Michel, publiqué mi primer artículo en la revista Nature, en cuarto año de la facultad. Soy un privilegiado: tengo dos Nature con mi mujer, uno como alumno y uno con mi hija. No todo el mundo cuenta con ese privilegio. Luego Rabino se trasladó a la [Fundación] Rockefeller y permanecí un tiempo con Junqueira. Durante el período con Rabino, ya había trabado amistad con Junqueira, que era profesor mío y siempre estaba en el laboratorio. Conversar con él era un placer: personaje espectacular, gran científico, de una cultura superlativa; siempre fui su amigo. Él poseía algunas características que quien me conoce aprecia. Por ejemplo, le pegó a un profesor de la Facultad de Medicina. Obviamente, fue expulsado de la facultad. Juquita [José Ribeiro do Valle], cuando lo supo, recibió a Junqueira en la Escuela Paulista de Medicina, donde se graduó. Luego partió hacia Estados Unidos para realizar un posdoctorado. En aquella época, no tenía ese nombre. En Nueva York, en la Fundación Rockefeller, Junqueira se hizo muy amigo de Keith Porter y de George Palade [ambos ganadores del Premio Nobel de Medicina y Fisiología] y participó en el desarrollo de la microscopía electrónica. Por eso se convirtió en un brillante microscopista electrónico. Regresó a São Paulo por una solicitud, para participar del concurso para la cátedra de histología, pues el catedrático anterior falleció súbitamente. Entonces se convirtió en catedrático muy joven, trayendo una considerable ayuda de la [Fundación] Rockefeller para montar el laboratorio. De la cátedra de histología de Junqueira surgieron, por ejemplo, Ivan Mota, quien descubrió el mastocito, y era un científico world class, también José Carneiro. Nelson Fausto y Sérgio Ferreira eran alumnos de Michel, que era asistente de Junqueira. El Laboratorio contaba con muchos microscopios, la primera ultracentrifugadora de la Facultad de Medicina. Esa ultracentrifugadora era de Michel; y aprendí a montar y desmontar la máquina, ya que en aquel tiempo no se contaba con asistencia técnica. El laboratorio contaba con todo lo que había que tener para que podamos hacer la investigación que se realizaba en esa época.

¿Y por qué recalaba todo el mundo en ese laboratorio?
Era un laboratorio consistente, debido a la ayuda de la Rockefeller. Luego de que Rabino viajó, Junqueira me dijo que, como alumno, yo no podría mantener un laboratorio de histología. En esa época, yo ya había conocido a Mitzi [Maria Mitzi Brentani, su futura esposa]; ella trabajaría con Isaias – que era el regente de la cátedra de bioquímica – y yo la acompañé, de contrapeso. Un regente de cátedra era un profesor adjunto que aún no había concursado por la cátedra. Isaias fue el penúltimo catedrático de la Facultad de Medicina. El último fue [Euriclydes] Zerbini: luego todo el mundo se titularizó. Más tarde, en 1972, el Instituto de Química me envió a la Facultad de Medicina para que creara la oncología experimental. Me asenté físicamente en la Facultad de Medicina, salvo cuando asistía a clase de bioquímica, en la Ciudad Universitaria. Entonces reanudé la amistad con Junqueira.

ARCHIVO DE LA FAMILIAUno de los primeros papers de Brentani, publicado en el Journal of Biophysical and Biochemical Citology, en 1960; y la primera ayuda que recibió por parte de la FAPESP en 1965ARCHIVO DE LA FAMILIA

¿Cuáles eran las cualidades de él?
Fue un gran científico. Al final de la década de 1940, él y [Torbjöm] Caspersson, de Suecia, en forma separada, revelaron dónde produce proteína la célula. No es poca cosa. Después hizo estudios pioneros de la síntesis proteica en las glándulas salivales. Siempre fue un sujeto muy cariñoso y no poseía una línea de investigación fija. Imprevistamente, se aparecía con alguna curiosidad diferente. Por ejemplo: reveló que la línea lateral de los peces en realidad son neuronas que ayudan al pez a orientarse en el agua. Otro descubrimiento suyo fue sobre el escarabajo bombardero. Ese insecto secreta una mezcla de agua oxigenada y ácido fórmico concentrado que hierve y quema. Se creía que el escarabajo tenía varias glándulas que secretan los componentes y que la mezcla ocurría fuera del cuerpo; Junqueira demostró que el insecto posee una sola glándula, con una membrana muy densa, y que la mezcla ya sale hirviendo. Otra de sus características era animarse cuando iba atrás de una idea y deprimirse cuando no tenía ninguna en qué ocuparse. Entre 1975 y 1976, andaba deprimido. Y yo había asistido a una conferencia sobre un colorante [para microscopía] que se llama Sirius Red F3BA. Me comuniqué con el fabricante y descubrí que el colorante se utilizaba para teñir cuero y se vendía por toneladas. Cuando le mencioné que necesitaba 100 gramos, decidió enviarme como regalo dos botellas de 50 gramos. Cuando llegó, quise hacer una lámina [de colágeno] con el colorante y salió mal. Siempre fui malo para lo práctico; tenía imaginación, pero no era práctico. Entonces le di a Junqueira una copia sobre el colorante, una de las botellitas de 50 gramos, y la lámina que yo había hecho. Él siempre fue un tipo para quien todo tiene que ser perfecto, correcto. Pasaron tres días y regresó feliz, con una lámina deslumbrante y excitadísimo. Este colorante es una molécula muy larga, que mide 1.200 ángstrom, con seis cargas negativas esparcidas. Por eso se adhiere paralelamente a la fibra de colágeno. De modo tal que, cuando lo sometemos a la acción de luz polarizada, el colorante queda birrefringente y emite luz. Durante una década o más, Junqueira y Gregório Santiago Gomes revolucionaron la histoquímica y la biología del colágeno. Ellos publicaron 40 ó 50 papers con ello. Cierto día él apareció desesperado en mi oficina, estaba blanco, pálido. ¿Qué pasó?, le pregunté. “¡Se terminó el colorante!” Abrí mi armario y le di la otra botellita. Luego de los papers de Junqueira, la fábrica de colorante comenzó a vender más en envases de 50 gramos que por tonelada: el mundo entero comenzó a utilizar éste método.

¿A qué se dedicaban en el laboratorio de histología?
Cada asistente poseía su línea de investigación. Estaba Ivan, que estudiaba el mastocito; Michel estudiaba fisiología renal; José Carneiro trajo la autografía; José Ferreira Fernandes, investigaba el mal de Chagas; y Sakae Yoneda hacía embriología. Cada una de ellas estaba sintonizada con las líneas mundiales. A Junqueira le atraía mucho la histología comparada. A cada momento tenía insectos extraños allí. Contaba con un técnico y también trabajaba con él Hanna Rothschild. Ella se dedicaba a la histoquímica para estudiar la síntesis de proteína. Trabajó bastante con el páncreas y las glándulas salivales. Durante los años que pasé en histología, los extranjeros que visitaban el departamento lo hacían atraídos por él, para estar con él.

Para Junqueira, ¿también fue importante la FAPESP?
Por su “popularidad”, Junqueira se ganó muchos enemigos. Algunos grants que él solicitó, no fueron aceptados. Luego de eso, no los solicitó más.

¿Y para su carrera de investigador principiante? ¿Qué importancia tuvo la FAPESP?
Estoy muy orgulloso: nunca un pedido mío fue rechazado por la FAPESP. En 1968 fui liberado por Alberto Carvalho da Silva. Al decir liberado quiero decir: hasta ahí yo elaboraba el proyecto de investigación, se lo remitía a Isaias; y éste lo incluía en un proyecto suyo. De esa manera, yo obtenía lo que necesitaba sin saber el how much. En 1968, Alberto le dijo a Isaias que ya era tiempo que yo solicitara el financiamiento por mi cuenta. Así obtuve mi primer grant. Como siempre fui muy bocón, le dije: “Isaias, intelectualmente siempre fui independiente. Ahora que también lo soy financieramente, no creo que necesite agregar su nombre en mis papers, ¿no le parece?”. Él, como es un tipo espectacular, soltó una risotada y dijo: “Tienes razón”. Lo normal sería que el profesor dijera: “Mocoso, váyase a la m…”. Pero Isaias es especial.

¿En qué temas trabajó en el laboratorio de Isaias?
Con Mitzi nos casamos en quinto año de la facultad, luego que comenzáramos a trabajar con Isaias. Cuando regresamos de la luna de miel, en 1961, Isaias nos puso a sintetizar proteína en tubos de ensayo a partir de fracciones celulares. Recordemos que el sistema [de codificación de las proteínas, el denominado código genético] fue descubierto a partir de 1962 [por Francis Crick y Sydney Brenner]. Entonces sufrimos mucho para hacer que eso funcionara. Yo me desanimaba e Isaias decía: “Tú eres bueno, no te pongas así, sigue adelante”. Logramos algunos resultados y demostramos que, sacando el ARN del nucléolo, la cantidad sintetizada aumentaba. Nos pasamos 10 años de nuestras vidas demostrando que el nucléolo procesa ARN mensajero, y por eso la síntesis aumenta. No sabíamos cómo explicar los primeros resultados; cuando se descubrió el ARN mensajero, percibí que el nucléolo debería procesarlo. Todos se morían de risa dentro y fuera de Brasil.

¿Cuál era el dogma?
En 1962 se demostró que el nucléolo forma ARN ribosomal, lo que de hecho hace. Para la mente de la gente, cada cosa se ocupa de una sola tarea, nadie piensa que tal vez haga más de una. Hace cinco años, investigadores que usaron mutaciones de una levadura demostraron que el nucléolo efectivamente procesa ARN mensajero, sólo que no me citaron. Le escribí al investigador. Él me respondió: ?Pero yo me hallaba en el jardín de infantes cuando usted publicó eso…?

Esa incredulidad de la comunidad en relación con aquellas conclusiones, ¿cómo los afectó? ¿Lograron seguir publicando?
Así es, los dos artículos en la Nature que publicamos juntos tratan sobre esa temática. Claro que logré publicar. Aunque, por ejemplo, un paper de esa época, que publiqué en el Biochemichal Journal, fue rechazado. La carta del editor decía que a los referees no les agradaba la hipótesis de trabajo. Le respondí: “Releí [la política de la revista] y allí está escrito que ustedes buscan papers donde la evidencia experimental compruebe la hipótesis de trabajo. No está escrito que a los referees les tenga que gustar”. Me pasé un año discutiendo con él. Finalmente, llegó la carta de aceptación: “Tengo el agrado de comunicar que su paper fue aceptado. P.D.: yo sigo detestando su hipótesis de trabajo”. No me comparo con nadie, soy muy pequeño. Los grandes avances siempre fueron recibidos con profunda desconfianza. Se encuentra en Maquiavelo: nada más peligroso que enfrentarse a la verdad establecida.

¿Usted contrarió otras veces la verdad establecida?
Sí. Había datos en la literatura, dispersos, sugiriendo que los polisomas [polirribosomas] que fabrican colágeno formaban agregados muy grandes. Yo pensé, contrariamente al dogma – que sostiene que las tres moléculas de colágeno se asocian en la triple hélice luego de su traducción -, que la única interpretación factible para ese “amasijo” sería que el ensamble de las tres moléculas fuera un evento precoz. Si yo tuviera razón, entonces debería ser capaz de purificar polisomas que forman colágeno mediante una centrifugación baja. Lo demostré, publiqué y me pasé 10 años tratando de convencer a la comunidad. Asistía a las Gordon Conferences [un forum de discusión de investigaciones de avanzada en biología, química y ciencias físicas] y todos decían: ya viene éste, con sus extravagancias… Ahora sabemos que existen 18 colágenos diferentes caracterizados; y todos aceptan sin discusión que el assembly es precoz, no tardío. Un día fui a cenar a la casa de Nelson Fausto, en Seattle, y se encontraba allí un especialista colagenomaníaco famoso. ?Usted tenía razón y todos nosotros estábamos equivocados. No espere que alguno lo cite porque sus artículos ya tienen 30 años?. No hay problema. Más recientemente, inventé la teoría de la hidropacidad complementaria en la que nadie cree hasta ahora. No hay problema: el doctorado de Renata Pasqualini está en el PNAS; el doctorado de Sandro de Souza está en el Journal of Biological Chemistry; junto a Wilma Martins, publicamos un Nature Medicine. Ahora cuento con al menos 90 papers demostrando que eso funciona. Y algunos de ellos son muy citados.

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