Desde 2016, se especulaba que la detección de ondas gravitacionales, un fenómeno previsto por Albert Einstein (1879-1955) hace un siglo, sería un avance científico digno de ser premiado. El año pasado, el Nobel no fue adjudicado a los implicados en su descubrimiento, dado que se trataba de un hecho demasiado reciente. Pero en 2017, la Real Academia Sueca de Ciencias reconoció el aporte brindado por el consorcio científico internacional que trabaja en el Observatorio Interferométrico de Ondas Gravitacionales (Ligo, por sus siglas en inglés), en Estados Unidos, cuyos detectores midieron por primera vez las ondas gravitatorias resultantes del proceso de fusión de dos agujeros negros, en septiembre de 2015. Hasta ahora, el Ligo midió en cuatro oportunidades dicho fenómeno, que deforma el espacio-tiempo.
Entre los más de mil científicos de 18 países (Brasil inclusive) que participan en el Ligo, la academia eligió a tres físicos que fueron importantes en la historia del observatorio para recibir el Nobel. El alemán Rainer Weiss, del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), se hizo acreedor a la mitad del premio de 9 millones de coronas suecas, unos 3,5 millones de reales. La otra mitad se repartió entre los estadounidenses Barry C. Barish, de 81 años, y Kip S. Thorne, de 77, ambos del Instituto de Tecnología de California (Caltech). La física Olga Botner, de la comisión que elige al Nobel, resaltó que los tres seleccionados tienen competencias bien complementarias. Weiss tuvo la idea y dio forma al proyecto Ligo a partir de los años 1960. Fue él quien desarrolló el prototipo, demostró el principio y mapeó las fuentes de sonido que serían detectadas. Thorne, uno de los fundadores del Ligo, cumplió un papel importante en la teoría que definió lo que habría que buscar. Barish, definido por Botner como el visionario detrás de la iniciativa de aumentar la sensibilidad del instrumento para posibilitar la detección, se unió al proyecto en 1994 y fue su principal investigador hasta 2005.
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