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Historia

Pulgas, piojos y la peste en la Edad Media

Joseph Xu, Michigan Engineering Reproducción de la obra Peste, de 1898, del pintor simbolista suizo Arnold BöcklinJoseph Xu, Michigan Engineering

Las ratas y sus pulgas acaso no hayan sido los principales responsables de la rápida difusión de la bacteria Yersinia pestis por Europa, Oriente Medio y el norte de África durante la segunda y más extendida pandemia de peste de la historia, que perduró del siglo XIV al XIX y habría matado a alrededor de un tercio de la población de esas regiones. En la actualidad aún se producen brotes en Asia, África y América, en los cuales la bacteria se transmite principalmente por medio de la picadura de pulgas de roedores infectados o mediante partículas expulsadas a través de la tos y el estornudo de personas con los pulmones contaminados. Pero es poco lo que se sabe sobre el avance de la enfermedad en la Edad media. Algunos estudios sugieren que pulgas (Pulex irritans) y piojos humanos (Pediculus humanus) pudieron haber diseminado la peste durante la segunda pandemia. Uno de los indicios a favor de esa hipótesis radica en que no hay registros históricos de un aumento en la mortalidad de ratas precediendo a los casos en seres humanos, tal como se pudo verificar a partir del siglo XIX, en la tercera pandemia. Algunos trabajos incluso sugieren que el clima en el norte de Europa en la Edad Media no habría sido favorable para la dispersión de ratas y también hay indicios recientes de que los parásitos humanos pueden transmitir la bacteria. A partir de esos supuestos, científicos de la Universidad de Oslo, en Noruega, y de la Universidad de Ferrara, en Italia, idearon tres modelos matemáticos para explicar la dinámica de la dispersión de la peste –por parásitos humanos, por transmisión directa o por parásitos de roedores– en nueve casos de epidemias que afectaron a Europa entre 1348 y 1813. A continuación, compararon los resultados con los registros históricos de las muertes ocurridas en la época. La transmisión por piojos y pulgas humanos fue la que mejor explicó el patrón de mortalidad en siete de los nueve brotes (PNAS, 16 de enero).

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