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Arqueología

Redescubriendo el Nuevo Mundo

Diez osamentas de la Prehistoria brasileña sugieren que los primeros habitantes de las Américas no eran mongoloides

RAFAEL BARTOLOMUCCI Vista externa e interna del complejo de sitios funerarios de Cerca Grande: osamentas de 9 mil añosRAFAEL BARTOLOMUCCI

Buena parte de los arqueólogos estadounidenses suele decir que Luzia es una aberración. Una excepción, y no la regla entre los primeros habitantes de las Américas, los llamados paleoindios, normalmente descriptos como mongoloides, con trazos orientales, semejantes a los asiáticos y a los indígenas de hoy. Luzia es el nombre dado al cráneo de una joven que vivió (y murió) hace unos 11 mil años en la región de Lagoa Santa, en los alrededores de Belo Horizonte, rica en sitios prehistóricos. La polémica osamenta sorprende a los tradicionalistas, pues no presenta características craneanas compatibles con las poblaciones mongoloides. Sus facciones recuerdan a las de los actuales aborígenes australianos y a los negros africanos. Esa discrepancia llevó a los investigadores Walter Neves, del Laboratorio de Estudios Evolutivos Humanos de la Universidad de São Paulo (USP), y Hector Pucciarelli, de la Universidad de La Plata, Argentina, a plantear ya al final de la década de 1980 una teoría alternativa para explicar la colonización de las Américas. Según Neves y Pucciarelli, hace al menos 12 mil años habrían puesto sus pies en el Nuevo Mundo las primeras oleadas migratorias de individuos semejantes a Luzia, provenientes de Asia. Los mongoloides, también oriundos de Asia, de los cuales descienden todas las tribus indígenas aún hoy encontradas entre la Patagonia y Alaska, solo habrían alcanzado el continente algún tiempo después. Ambas poblaciones utilizaron la misma vía de entrada a las Américas: el estrecho de Bering.

Cargando las tintas, los críticos de este modelo dicen que los suramericanos construyeron una tesis a partir de un solo cráneo. Pero nuevos estudios publicados por Neves y sus colaboradores a partir de 1999 ha venido demostrando que poblaciones humanas prehistóricas similares a Luzia no eran una rareza en las Américas, y que su distribución geográfica no se restringía a las cercanías de la capital de Minas Gerais. Ahora acaban de salir dos trabajos que dan asidero a la teoría alternativa sobre la colonización de las Américas.  En un artículo estampado en la última edición de la revista británica World Archaeology, un equipo de investigadores coordinado por Neves presenta nueve cráneos hallados en Cerca Grande, un complejo de siete sitios prehistóricos situado en la región de Lagoa Santa. Todas las osamentas ostentan características afroaborígenes y una edad estimada en cerca de 9 mil años. “Luzia no es una anomalía”, afirma Neves, cuyos estudios son financiados por un Proyecto Temático de la FAPESP. En otro trabajo, publicado en diciembre en el periódico norteamericano Current Research in the Pleistocene, el arqueólogo de la USP analiza un cráneo, también de aproximadamente 9 mil años y rasgos mongoloides, oriundo de Toca das Onças, un sitio rico en material prehistórico ubicado en la región de Caatinga do Moura, Bahía. En oposición a la anatomía típica de los pueblos mongoloides, los cráneos de los paleoindios brasileños son más estrechos y largos, con los maxilares proyectados hacia delante, y las mejillas bajas y no muy anchas.

La existencia de una osamenta tan antigua asociada a poblaciones no mongoloides originarias de una región distante de Lagoa Santa sugiere que ese tipo físico estuvo diseminado por otras partes del país durante algún momento de la Prehistoria. “Su distribución geográfica era más amplia de lo que se pensaba”, comenta Castor Cartelle, del Museo de Ciencias Naturales de la Pontifica Universidad Católica de Minas Gerais (PUC/ MG), coautor del artículo sobre el cráneo de Toca das Onças. “Tal vez la presencia de individuos del tipo negroide se haya dado a lo largo de toda la cuenca del río Francisco, llegando hasta el estado de Piauí”. Cartelle coordinó además al equipo que encontró el cráneo humano de Toca das Onças en una expedición a la región bahiana al final de los años 1970. Actualmente ese material arqueológico forma parte de la colección del museo de la PUC/ MG. Los nueve cráneos de Cerca Grande fueron hallados hace más tiempo aún, en un viaje a Lagoa Santa realizado en 1956 por el estadounidense Wesley Hurt y el brasileño Oldemar Blasi, ambos arqueólogos. Estos fragmentos de esqueletos integran actualmente las colecciones del Museo Nacional de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ). “El sitio de Cerca Grande está todo destruido debido a la extracción de material calcáreo y calcita de la región”, comenta Blasi, actualmente con 86 años, que regresó al local con el equipo de Neves en 2001.

Neves decidió estudiar en detalle los cráneos de Cerca Grande y de Toca das Onças, con la esperanza de obtener más subsidios para su tesis sobre la colonización de las Américas. Lo consiguió. “Como enfrento muchas críticas de sus colegas, en especial los de Estados Unidos, decidí publicar los análisis sobre el mayor número posible de cráneos prehistóricos de diferentes sitios de Lagoa Santa, de otros lugares de Brasil e incluso del exterior”, dice el arqueólogo de la USP. En rigor, Neves inició verdaderamente esa cruzada académica en pro de sus ideas en 2003, con un artículo publicado en el Journal of Human Evolution, donde analiza seis cráneos paleoindios (también de alrededor de 9 mil años) provenientes de Santana do Riacho, en la Sierra do Cipó, una región no muy distante de Belo Horizonte. Y pretende proseguir durante todo el año 2005 con esa estrategia de destacar que Luzia no estaba sola. Neves promete publicar en breve evidencias de que también había paleoindios similares a los aborígenes australianos en el estado de São Paulo, y hasta en México.

No es fácil recabar evidencias para sostener la controvertida tesis de que los primeros habitantes de las Américas no eran mongoloides. Un esqueleto humano, o parte de él, necesita cumplir dos requisitos para ser catalogado como perteneciente a un paleoindio de rasgos negroides: ser objeto de alguna forma de datación mínimamente confiable (lo que cuesta muy caro) y pasar por un análisis estadístico riguroso con respecto a su conformación anatómica. Neves cree haber sorteado estas dos etapas de manera satisfactoria en sus trabajos recientes con las osamentas humanas de Lagoa Santa.

De los nueve cráneos de Cerca Grande analizados en un artículo científico de World Archaeology, dos tuvieron su edad determinada de forma directa, por el método del carbono 14. Este tipo de medición, más confiable y sujeto a menos críticas, sólo es posible de ser hacerse cuando existe un colágeno preservado en el esqueleto, algo difícil de hallar en la región de Lagoa Santa. Luzia, por ejemplo, no tenía ese elemento indispensable para la prueba del carbono 14. Su antigüedad se fijó en forma indirecta, un abordaje que también se utilizó para situar en el tiempo a los otros siete cráneos de Cerca Grande. Mediante este método, los investigadores asocian el objeto de su estudio – un esqueleto humano o de animal – a algún elemento del sitio prehistórico cuya edad se conozca o se estime, tales como rocas, artefactos o capas sedimentarias. “No es lo ideal, pero muchas veces tenemos que recurrir a la datación indirecta”, comenta Neves.

Para decir si un cráneo prehistórico es similar a un determinado grupo biológico, los investigadores recurren a la anatomía comparativa. Neves se empeñó él mismo en realizar las mediciones en los cráneos que son objeto de sus artículos científicos. Así se asegura de la estandarización de los procedimientos en la ejecución de la tarea. Las medidas de los huesos son sometidas a modelos computacionales que las confrontan con decenas de parámetros físicos “en el caso de Cerca Grande, 27 variables para los cráneos de mujeres y 43 para los de hombres” exhibidos por los principales grupos biológicos existentes hoy en día en el mundo. Una vez terminada la comparación, el programa sitúa el material analizado en relación a los estándares físicos contemporáneos. Según Neves, los modelos computacionales ubican a los nueve cráneos de Cerca Grande, al ejemplo de Luzia y del material bahiano de Toca das Onças, junto a los africanos del Subsahara y de los aborígenes de Australia – y lejos de los mongoloides (asiáticos y amerindios actuales). Esto no quiere decir necesariamente que el pueblo de Luzia tenía la piel oscura, como las personas tienden a pensar al mirar las reconstituciones artísticas de los antiguos habitantes de Lagoa Santa. Como las figuras se moldean en arcilla oscura, y sus rasgos remiten a poblaciones que actualmente son negras, se difundió esa impresión, tal vez errónea. “El color de la piel es una característica que puede cambiar rápidamente, en pocas generaciones”, comenta Neves.

Hay algunos puntos de difícil comprensión en la tesis alternativa esgrimida por Neves y sus colaboradores, sobre la llegada de los primeros Homo Sapiens al Nuevo Mundo. El principal de ellos es por qué no restó aquí ningún descendiente de esos pioneros no mongoloides. Nadie tiene una respuesta totalmente satisfactoria a tal pregunta, pero quizás el tiempo y nuevas evidencias arqueológicas se encarguen de resolver la controversia. En septiembre del año pasado, por ejemplo, se propagó la noticia de que un cráneo de cerca de 11 mil años de México, conocido como la Mujer del Peñón, también exhibe rasgos físicos similares a los del pueblo de Lagoa Santa. En 2003 salió publicado un artículo en la revista Nature donde se describen 33 esqueletos, también oriundos de México, que exhiben características anatómicas no mongoloides, similares a las de Luzia. No son cráneos de pueblos prehistóricos, sino de una tribu mexicana, la pericu, que vivió aislada hasta el siglo XVI en la Baja California, cuando se extinguió después del desembarco de los españoles. Si la teoría de Neves estuviese correcta, tal vez los pericúes hayan sido los últimos remanentes de las primeras estirpes no mongoloides que ocuparon las Américas.

El Proyecto
Orígenes y microevolución del hombre en América
Modalidad
Proyecto Temático
Coordinador
Walter Neves – Instituto de Biociencias de la USP
Inversión
R$ 538.172,80 y US$ 76.000,00

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