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PALEONTOLOGÍA

Registros del Cretácico

Algas ayudaron a preservar huellas de dinosaurios en el estado de Paraíba

Senda fosilizada en el Valle de los Dinosaurios, en el municipio de Sousa

Fabio ColombiniSenda fosilizada en el Valle de los Dinosaurios, en el municipio de SousaFabio Colombini

Para aquéllos que deseen dejar una huella de su existencia en la Tierra, queda acá la sugerencia: caminen por la orilla de un lago, donde haya fango o arena fina y mojada cubierta de lodo. Centenares de dinosaurios lo hicieron, y sus pisadas permanecen intactas, grabadas en las rocas del sertón nordestino, en el municipio de Sousa, en el interior del estado de Paraíba, gracias a la acción de las algas verdes y azules del fango donde pisaron hace más de 100 millones de años.

A esta conclusión arribaron los paleontólogos Ismar Carvalho, de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), y Giuseppe Leonardi, del Instituto Cavanis, con sede en Ngaliema, Kinshasa, en la capital de la República Democrática del Congo. En un trabajo conjunto con el geólogo Leonardo Borghi, de la UFRJ, presentaron, en un artículo publicado en mayo de este año en la revista Cretaceous Research, la primera prueba material de la importancia del lodo para la preservación de huellas fósiles. La película gelatinosa creada por los microorganismos creciendo sobre el fango pisado habría impedido que las huellas fuesen borradas por el viento y la lluvia antes que éste se endureciera y fuera recubierto por una nueva capa de sedimento que lo protegió de la erosión.

“Es increíble cómo los microorganismos contribuyeron en el registro de la vida de algunos de los mayores animales que existieron”, comenta Leonardi, al que se considera uno de los principales expertos en icnología, que es el estudio de los registros dejados por animales extintos, los denominados icnofósiles, para determinar su apariencia y comportamiento. Gracias a las huellas, por ejemplo, los paleontólogos corrigieron el montaje incorrecto de los esqueletos fósiles en los museos. Antiguamente se creía que los dinosaurios se desplazaban como los cocodrilos, arrastrando el vientre y la cola por el suelo. Sin embargo, las pisadas revelan que las criaturas se desplazaban con la cola y el cuerpo erguidos, con su peso distribuido equitativamente sobre las patas.

Las huellas en Sousa fueron descritas por primera vez en 1924 por el ingeniero de minas Luciano Jacques de Moraes. El estudio de esas pisadas, no obstante, recién se inició en 1975, cuando Leonardi pasó un año explorando la región. Nacido en Italia en el seno de una familia de geólogos y paleontólogos, Leonardi, de 74 años, siempre repartió su tiempo entre la carrera de investigador y como sacerdote católico. Y ahora se apresta a publicar un libro sobre Sousa, escrito en colaboración con Carvalho, mientras simultáneamente trabaja educando niños en el Congo.

ARIEL MILANI MARTINELas rocas de Sousa se formaron a partir de sedimentos acumulados en un valle que se formó al comienzo de la separación entre Sudamérica y África, al inicio del denominado período Cretácico. Entre 142 y 130 millones de años atrás, el valle albergaba ríos y lagos, atrayendo a la fauna de la región. Su fango transformado en roca registró el paso de casi 400 individuos, entre dinosaurios, cocodrilos, sapos y tortugas. También hay marcas de ondulaciones producidas por corrientes de agua y hasta pequeños orificios generados por gotas de lluvia.

Escenas del pasado
Sin embargo, no hay esqueletos fósiles en Sousa, al contrario de lo que sucede en la vecina cuenca sedimentaria de Araripe, en Ceará, un sitio donde se han descubierto varios dinosaurios del Cretácico. Leonardi explica que los sedimentos y el ambiente de las cuencas eran distintos. El ambiente más ácido de Sousa corroía los huesos, mientras que en Araripe los aludes arrastraban y enterraban rápidamente las osamentas de los animales, preservando los huesos en condiciones favorables para su petrificación.

“En general, los fósiles constituyen registros de la muerte, mientras que las huellas son registros de la vida”, afirma Carvalho. Las pisadas difícilmente permiten identificar la especie animal que las produjo. No obstante, los científicos logran clasificarlas de acuerdo con ciertos grupos de dinosaurios y, en los sitios donde se encuentran muchas de ellas, pueden servir para reconstruir escenas del pasado.

Los hábitos de los dinosaurios de Sousa recuerdan la vida de los grandes mamíferos de las sabanas africanas actuales. Hay senderos marcados por manadas numerosas de saurópodos, inmensos herbívoros cuadrúpedos, similares a los brontosaurios. En cierto lugar puede notarse que un saurópodo adulto redujo su marcha para adaptarse al paso de una cría. En otros sitios, esas manadas son perseguidas por pequeños grupos de terópodos, carnívoros bípedos parecidos a los tiranosaurios o velociraptores. Más activos que los herbívoros, los terópodos dejaron más huellas registradas, a pesar de que probablemente hayan constituido una cantidad menor.

“Estas huellas son estructuras muy delicadas, muy fáciles de borrarse debido a acción de la intemperie”, dice Carvalho. “Queríamos comprender cómo fue que se conservaron”. Según él, los investigadores generalmente coinciden en que, para que se preservaran las pisadas, bastaba que el sedimento donde se hallaban impresas contase con ciertas características especiales. Tendría que ser delgado, húmedo y plástico en un punto justo, tal como la arcilla. Todos los estudios experimentales realizados hasta ahora, no obstante, demuestran que eso generalmente no resulta suficiente.

Desde hace una década, comenzaron a surgir evidencias de que las huellas menos erosionadas son aquéllas recubiertas por lodo. En 2009, por ejemplo, un grupo de arqueólogos suizos registró exactamente eso al estudiar el endurecimiento de huellas humanas impresas hace pocos años en la orilla de lagos del Caribe y en Oriente Medio. Carvalho notó algo similar en la llamada Región de los Lagos, en Río de Janeiro. Otros paleontólogos comenzaron a sospechar que los denominados mantos microbianos que componen el lodo funcionarían como un adhesivo entre los granos del sedimento, preservando la trama de las huellas, más allá de protegerlas del viento y la lluvia. Los microorganismos también contribuirían a la petrificación, acumulando el calcio que endurece al sedimento.

ARIEL MILANI MARTINE

Carvalho y sus colegas descubrieron la primera evidencia material del fenómeno al analizar bajo el microscopio las láminas de roca extraídas de un pozo en la hacienda Cedro, en Sousa. Hallaron varias capas de microbiolito, un tipo de roca formada a partir de los restos de los mantos microbianos del Cretácico.

Otra evidencia indirecta está dada por la presencia en Sousa de fósiles de conchostráceos (branquiópodos), un crustáceo protegido por dos caparazones, emparentado con los cangrejos y camarones. Los conchostráceos o concostráceos todavía existen en la actualidad y casi nunca sobrepasan el medio centímetro de longitud. Pero una de las especies de Sousa llega a medir l4,5 centímetros. Según Carvalho, ésta puede haber crecido tanto debido al amparo del ambiente de aguas cálidas, calmas y ricas en nutrientes, que propiciaron la proliferación de los mantos microbianos en las orillas de los lagos donde caminaban los dinosaurios.

Más lodo, más detalles
Las huellas más ricas en detalles, que observadas de cerca revelan marcas de uñas y ranuras de la planta de las patas y de los dedos, serían aquéllas que se formaron donde los mantos más habrían proliferado. Las algas habrían ayudado a preservar también los bordes que aparecen en torno de algunas pisadas. Los bordes están formados por el lodo escurrido cuando pisó el animal y pueden dar cuenta de su peso.

Más allá del sedimento arcilloso y de los mantos microbianos, los ciclos de deposición de los sedimentos siguiendo las estaciones secas y lluviosas también colaboraron para preservar las huellas en Sousa. Las huellas se imprimían y endurecían durante la estación seca, para luego ser cubiertas por una nueva capa de sedimentos traídos por las lluvias. La nueva capa serviría entonces como sustrato para dejar impresas otras huellas en la estación seca siguiente. En un sitio conocido como Passagem das Pedras, en Sousa, Leonardi desenterró 25 de esos estratos con huellas, producidas por variaciones cíclicas a orillas de un lago.

Carvalho, cuya investigación contó con el apoyo de la Fundación de Apoyo a la Investigación Científica del Estado de Río de Janeiro (Faperj) y del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq), ahora espera examinar láminas de rocas provenientes de otros lugares del mundo que contengan huellas fósiles. El mayor de estos sitios se encuentra en Sucre, Bolivia. “Tengo casi la certeza de que hay microbiolitos presentes allí”, dice.

“Las mantos microbianos están de moda”, comenta el paleontólogo Marcelo Adorna Fernandes, de la Universidad Federal de São Carlos, cuyo laboratorio cuenta con la mayor colección de icnofósiles del país, muchos de ellos recogidos en el interior paulista, principalmente en Araraquara, donde se descubrieron huellas incluso en las piedras de las calles de la ciudad. Fernandes relata que contempla analizar pronto lo que él cree que son vestigios dejados por invertebrados al romper los mantos microbianos que crecían en el fondo de los lagos glaciales, que originaron las rocas sedimentarias conocidas como los varvitos de Itu.

Artículo científico
CARVALHO, I. et al. Preservation of dinosaur tracks induced by microbial mats in the Sousa Basin (Lower Cretaceous), Brazil. Cretaceous Research. Publicado online. 10 de mayo. 2013.

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