Tratado a hierro y fuego por los seres humanos durante siglos, el bosque atlántico reacciona como puede en su intento por sobrevivir. En el marco de un estudio realizado por científicos de Brasil y del Reino Unido, en que se analizaron fragmentos remanentes de la selva tropical en el nordeste del país, se sugiere que la degradación inducida por las actividades humanas provoca la multiplicación exagerada de unas pocas especies de árboles más resistentes en perjuicio de muchas otras. El resultado de ello es un bosque cada vez más homogéneo –y pobre– en toda su extensión, donde las extinciones locales comienzan a ocurrir en cascada.
El efecto es similar al que se observa cuando una especie exótica invasora coloniza un nuevo ambiente: sin enemigos naturales, ella aumenta velozmente su población, eliminando a las especies nativas que compiten con ella por los mismos recursos de ese hábitat. “Los expertos siempre temen la difusión de especies exóticas, pero ya no es necesario esperar que se produzca una invasión. Una especie autóctona puede cumplir con el mismo rol ecológico que las exóticas”, dice el botánico Marcelo Tabarelli, de la Universidad Federal de Pernambuco (UFPE). Junto a Felipe Melo, también de la UFPE, y al ecólogo paraense Carlos Peres, de la Universidad de East Anglia, en el Reino Unido, firmaron un artículo en la edición de octubre del periódico Biological Conservation en el cual describen el fenómeno de homogeneización de biomas provocado por especies nativas, a las que denominan vencedoras.
La relación entre ganadores y perdedores en ecología fue descrita por primera vez en 1999 por los investigadores estadounidenses Michael McKinney, de la Universidad de Tennessee, y Julie Lockwood, en ese entonces en la Universidad de California en Santa Cruz. El trabajo del dúo describía un escenario de catástrofe para la biodiversidad, en el cual algunas especies con un conjunto de características especiales –crecimiento rápido, tolerancia a las alteraciones en el ambiente y fácil difusión– colonizaban nuevos ecosistemas y provocaban homogeneización. “McKinney se encontraba investigando los impactos de la urbanización en la diversidad de especies y yo estaba trabajando con especies invasoras”, recuerda Lockwood, actualmente docente de la Universidad Rutgers, en Nueva Jersey. “Cuando empezamos a conversar, notamos que había un tema unificador, el de los vencedores y vencidos”. Lo más importante, según la investigadora, es que el éxito de algunas especies bajo las nuevas condiciones no parecía ocurrir por casualidad. “Lo percibo como la humanidad podando el árbol de la vida”, dice ella. “Se podan algunas ramas, se deja crecer a otras, quizá, sin control”.
Sin embargo, el estudio llevado a cabo por la pareja sólo tenía en cuenta tal fenómeno aplicado a la invasión por especies exóticas. Esas ganadoras globalizadas, de hecho, pueden causar, y causan, serios problemas en ecosistemas insulares y en latitudes elevadas. No obstante, los ecosistemas tropicales continentales son prácticamente inmunes a ese tipo de invasión. “Está claro que tenemos problemas con las especies exóticas en Brasil, pero contamos con especies autóctonas que son mucho más exitosas y en la literatura nadie habla de ello”, afirmó Peres, de paso por Belém, su ciudad natal.
FABIO COLOMBINIPara cualquier observador atento puede parecer obvio que el bosque atlántico –y otras selvas altamente afectadas por las actividades humanas– pierda diversidad a causa de la fragmentación. Al cabo, ésta favorece, a partir de los límites de la selva degradada, la proliferación de especies de árboles conocidas como pioneras. Son éstas las primeras que nacen en una zona alterada, pues gustan del sol, poseen semillas pequeñas, que son dispersadas por el viento o por pequeños animales, crecer rápido y generalmente son de pequeño tamaño y reproducción anual. Algunas de estas características, no casualmente, son compartidas por las exóticas vencedoras. Entre las especies autóctonas que tienen éxito en esas condiciones se encuentran el palo de gusano [cupiúba o fresno cedrillo] (Tapiriria guianensis), que se convirtió en una de las especies más comunes del bosque atlántico, aparte de la garuga gigantea [caboatã-de-leite] (Thyrsodium spruceanum) y el “lechero” (Himatanthus phagedaenicus), una especie de fanerógama cuya densidad aumentó más de un 750% en el nordeste. En tanto, las maderas duras y los árboles tolerantes a la sombra, con crecimiento lento, semillas dispersadas por grandes mamíferos y reproducción plurianual, tales como virolas [epená], sapucaias [una especie de castaño], guapinol y andiroba sucumben ante el denominado efecto de borde. Son las perdedoras en ese proceso.
Escala regional
Sucede que las evidencias de homogeneización a escala regional, más allá de los pequeños fragmentos, todavía son escasas. Uno de los primeros trabajos en revelar el alcance del problema fue publicado por el grupo de Tabarelli el año pasado en la revista Diversity and Distributions. Los investigadores de Pernambuco estudiaron una región de 56 mil kilómetros cuadrados que se extiende desde Alagoas hasta Rio Grande do Norte, comparando miles de registros de la flora en 12 áreas de esa microrregión en dos etapas: entre 1902 y 1980, cuando la expansión de la caña de azúcar arrasó prácticamente toda la selva continua que existía en el lugar; y entre 1981 y 2006, una vez finalizado el ciclo de expansión del programa Proalcohol.
El grupo descubrió que, en promedio, la flora presente en el bosque atlántico nordestino se uniformó en un 28% luego de 1980. “Fue una homogeneización muy veloz, en un lapso relativamente corto, hablamos de décadas”, dice Melo. “Hoy en día, viajo a Pernambuco y veo una cosa y, 300 kilómetros más arriba, en Río Grande do Norte, observo algo muy similar”, relata Tabarelli, un gaúcho radicado en Recife desde el final de los años 1990. “Eso sería impensable en selvas tropicales no alteradas”.
Según Lockwood, parte de la resistencia de esos biomas frente a las especies invasoras puede atribuirse justamente al hecho de que la diversidad es alta y que cada región es diferente a la otra. “Cuantas más especies nativas haya, menos probables serán los nichos ecológicos abiertos que puedan ser ocupados por una especie exótica”, sostiene la ecóloga. La homogeneización puede minar esa inmunidad natural del ecosistema y generarle problemas futuros a las selvas brasileñas: a medida que Sudamérica crece en cuanto a su importancia económica y se incorpora cada vez más a las rutas del comercio internacional, añade la investigadora, también crece su exposición ante especies invasoras traídas a bordo de barcos y aviones. “No creo que el patrón de resistencia a las especies invasoras se mantenga por mucho tiempo en sitios tales como Brasil y la India”, dice.
Con todo, el riesgo futuro de invasiones es un problema menor comparado con el originado por la proliferación de vencedoras nativas. Al sustituir selvas antiguas y de lento crecimiento por bosques raleados y menos diversos –algo que Tabarelli llama capoeirización–, que pone en riesgo varias funciones ecológicas, tales como la capacidad para albergar animales de gran porte, almacenar carbono y controlar las crecidas de los ríos. La interacción crucial entre especies, como es el caso de los grandes animales dispersores de semillas y los árboles que les brindan alimento, se pierde, conduciendo a extinciones, locales o totales. Una de las víctimas más conocidas de ese proceso es el pavón pico de hacha (Mitu mitu), el caso mejor documentado de la extinción de un ave de gran tamaño en el bosque atlántico, actualmente sólo existente en cautiverio.
A este ciclo perverso se le agrega otro factor de presión: la caza, que elimina, fundamentalmente animales de gran porte en fragmentos ya afectados por el efecto de borde, la alteración en la estructura de la selva que ocurre en sus orillas, más expuestas al viento y al sol. En un estudio publicado el año pasado en la revista PLoS One, Peres y sus colegas descubrieron que la mayor parte del bosque atlántico del nordeste se encuentra “deshabitado”, prácticamente desprovisto de mamíferos con peso mayor que cinco kilogramos. El grupo recorrió 196 fragmentos de selva en busca de 18 especies que eran habituales (tapires, monos araña, pecaríes y yaguaretés) y no ubicó más que cuatro al mismo tiempo en ningún fragmento. En la mayoría de los sitios visitados, sus habitantes no recordaban la existencia de esos animales en la región.
Transformación global
“El trabajo de ellos alumbra un proceso de cambios globales que está ocurriendo a gran escala y sugiere que lo que observamos ahora en nuestro patrio trasero puede ser lo ‘actualmente normal’”, dice Lockwood, quien, como McKinney, elogió el trabajo de los brasileños.
La investigación, opina Peres, tiene implicaciones directas en las políticas de conservación del bosque atlántico. “Uno de los mensajes apunta que resulta importante preservar las áreas grandes y continuas, porque en éstas el efecto de borde incide menos”, dice el científico. “El tamaño, en este caso, lo es todo”.
Los resultados del estudio acentúan la necesidad de aplicar rigurosamente las determinaciones del nuevo Código Forestal, que contribuye para aumentar el riesgo de homogeneización en la medida que reduce la dimensión de los tramos de vegetación que se preservarán permanentemente a lo largo de los ríos. La nueva ley modifica la forma de medir esos trechos pues cuenta su ancho a partir del punto medio, y no desde el límite de las crecientes, tal como estipulaba la ley antigua. Y exige la restauración de al menos 15 metros (m) a las propiedades que talaron hasta la orilla del agua, que son la mayoría. En principio, podría imaginarse que la exigencia de tal restauración poco sirve para rehabilitar la biodiversidad en una selva ya tan afectada por la fragmentación y por el efecto de borde. “Ésa es una interpretación peligrosa”, sostiene Peres. “Es como si dijéramos, ‘mi tío tiene hepatitis, mejor matémoslo ahora”, compara. Incluso los fragmentos estropeados del bosque atlántico aún aportan beneficios que las pasturas o cultivos no brindan.
“El Código Forestal no permite que las selvas escapen a la homogeneización”, pondera Tabarelli, quien a su vez afirma que la franja de 15 m a 20 m de ancho que la ley les obliga a reforestar a los hacendados “es un gran borde forestal”. Con todo, en el nordeste, incluso esos bordes hacen falta. “Independientemente del grado de homogeneización, aquí cuando llueve un poco se inundan las ciudades, y cuando deja de llover falta agua”. Aunque no solucionen el problema, los bosques ribereños que serán replantados pueden ayudar a conectar fragmentos de selva ahora condenados a perecer debido al efecto de borde.
“Incluso un fragmento homogéneo es extremadamente rico”, dice Tabarelli. Según él, la mejor forma de lidiar con el problema de la homogeneización consiste en implementar tecnologías de reposición forestal aliadas con las políticas de salvaguarda. Tabarelli recuerda que en el estado de São Paulo, por ejemplo, la reforestación del bosque atlántico exige la plantación de al menos 80 especies. “No se debe abandonar la recomposición, hay que hacerla en forma más eficiente”.
Ahora el grupo comienza a enfocarse en otras regiones en busca de señales de homogeneización inducida por especies nativas. Los datos aportados por Peres y sus colegas sugieren que el fenómeno también ocurre en la Amazonia, en el Arco de Desmonte, aunque en una escala menos destructiva. El equipo de la UFPE también está colaborando con investigadores de Paraíba y de México para realizar comparaciones a mayor escala. “Todavía es un fenómeno que necesita confirmarse en otros sitios para lograr entidad”, dice Melo, “pero es algo que no sorprende, porque cuenta con base teórica y empírica”
Artículos científicos
TABARELLI, M. et al. The ‘few winners and many losers’ paradigm revisited: Emerging prospects for tropical forest biodiversity. Biological Conservation. Out. 2012.
CANALE, G.R. et al. Pervasive Defaunation of Forest Remnants in a Tropical Biodiversity Hotspot. PLoS One. 14 ago. 2012.
LOBO, D. et al. Forest fragmentation drives Atlantic forest of northeastern Brazil to biotic homogenization. Diversity and Distributions. v. 17. p. 287-96. 2011.
CARDOSO DA SILVA, J. M. y TABARELLI, M. Tree species impoverishment and the future flora of the Atlantic Forest of northeast Brazil. Nature. v. 404 (6.773), p. 72-4. 2000.
MCKINNEY, M.L. y LOCKWOOD, J.L. Biotic homogenization: a few winners replacing many losers in the next mass extinction. Trends in Ecology and Evolution. v. 14 (11), p. 450-53. 1999.