Una franja generosa de Bosque Atlántico en las orillas de un reservorio de agua en Iracemápolis, interior paulista, cuenta un poco de las idas y vueltas de la aventura de reconstruir selvas. Plantaciones de caña de azúcar de un ingenio de azúcar y alcohol llegaban a pocos pasos de la represa hasta 1985, cuando una fuerte sequía mostró cuán intensa había sido la obstrucción de la barra del río por las tierras: había mucha menos agua que lo esperado en la represa casi toda cubierta de tierra. El alcalde y los concejales descubrieron entonces que las orillas de la represa no deberían haber sido ocupadas, en razón de una ley de dos décadas antes. Enfrentaron al ingenio, recuperaron las tierras y trataron de recomponer el bosque para evitar que faltase agua otra vez. Hoy los habitantes pescan en la represa, hacen picnics y pasean a la sombra de los gajos enmarañados de jequitibás, “cabreúvas” y palo de marfil de ocho y diez metros de altura. La entrada del bosque es una especie de jardín con matas de mango, de guayabas, orquídeas y bromelias que ellos mismos trajeron.
La reconstrucción de la vegetación natural siguió una planificación rígida, que fijaba los puntos en que árboles de 120 especies deberían ser plantadas e intentaba reproducir la estructura de un bosque en las márgenes de un río próximo. “Hoy no lo haríamos así”, reconoce el biólogo Ricardo Ribeiro Rodrigues, profesor de la Escuela Superior de Agricultura Luiz de Queiroz (Esalq) de la Universidad de São Paulo (USP), una de las instituciones que participaron de la restauración del bosque, entre 1988 y 1992. En 2003 un tornado derrumbó los árboles más altos y los conceptos que fundamentaron el esfuerzo de construir una selva que copiaba otra. “No necesitamos predefinir la estructura final de las selvas, sino restaurar los procesos biológicos que conducen a la construcción de una selva”, cuenta Rodrigues. Años antes él y su equipo intentaron rehacer un bosque de marjal sin drenar el terreno antes. Casi todas las mil mudas que habían sido plantadas murieron ahogadas.
La persistencia dribló las desilusiones y apresuró la maduración de un abordaje que aún valoriza la planificación, pero ahora acepta incertidumbres y define sin el rigor excesivo de antes qué, cómo y dónde plantar. La metodología que nació de ahí echó raíces Brasil afuera y ganó credibilidad al punto de ser una de las referencias analizadas para la formulación del Pacto de Restauración del Bosque Atlántico, elaborado por un conjunto de organizaciones no-gubernamentales y presentado en noviembre de 2007 en Victoria, Espíritu Santo.
Los informes del trabajo de ese grupo de la Esalq describen restauraciones de bosques en tierras de empresas de papel y celulosa en Río Grande do Sul, Bahía y Paraná, en haciendas de caña de azúcar en São Paulo, de café en Minas, de soja en Pará y de pecuaria en São Paulo, Mato Grosso y Mato Grosso del Sur. En 15 años los equipos del Laboratorio de Ecología y Restauración Forestal de la Esalq restauraron 3.500 hectáreas (1 hectárea equivale a 10 mil metros cuadrados) de bosques ciliares (a las márgenes de ríos), un área equivalente a una vez y media el territorio de Israel, pero aún pequeña en medio de las grandes extensiones de propiedades 400 veces más extensas.
Biólogos, agrónomos e ingenieros forestales de ese grupo actúan conjuntamente con organizaciones no-gubernamentales y con representantes del poder público, en especial promotores, que presionan a los propietarios para que cumplan la ley. Por ley, cualquier propietario rural debe mantener bosques ciliares con como mínimo 30 metros de ancho, llamadas áreas de protección permanente, esenciales para evitar que los ríos se sequen y las márgenes se desmoronen, y un 20% (o hasta un 80% en algunos estados en la Región Norte) de la propiedad con vegetación nativa – las reservas legales. “Es ley”, recuerda Sérgio Gandolfi, profesor de la Esalq, “pero los agricultores no quieren perder área de plantaciones, principalmente las más fértiles, en las márgenes de los ríos”.
Como la ley es la ley, el promotor público Daniel José de Angelis sobrevuela dos veces por año los 22 municipios de la cuenca hidrográfica del río Pardo. Después, en su sala en los foros de Ribeirão Preto y de São Joaquim da Barra, examina las fotos aéreas y los mapas de las propiedades rurales antes de llamar para una conversación a los responsables por las plantaciones o pastos que llegaron a donde no deberían. “Estoy satisfecho con los resultados”, cuenta Angelis, que ha motivado a los propietarios rurales al mostrarles que la reconstrucción de la vegetación natural no es imposible, cara ni demorada como imaginaban. Por conocer el trabajo del grupo de la USP, Angelis puede presentar soluciones, que facilitan los acuerdos con los hacendados, y no sólo exigir el cumplimiento de la ley.
La motivación de los propietarios de tierras no es hija del miedo de la ley o del amor por la naturaleza, sino de la necesidad de la certificación ambiental, indispensable para vender en otros países, y del interés en mantener libre el camino del cofre. “Antes de aprobar prestamos”, comenta Angelis, “los bancos exigen que las empresas no tengan pendencias con el Ministerio Público”. Otra motivación es la perspectiva de ganancias económicas plantando árboles y vendiendo madera para leña, carpintería y muebles después de 30 ó 40 años. En medio de iniciativas predominantemente de empresas que anuncian planes de combatir el calentamiento global plantando millones de árboles, sobresalen las de alcaldías como la de Potim, que comenzó hace diez años a rehacer las márgenes de los ríos del municipio y el año pasado salió del silencio al integrar el libro BenchMais: Las 85 mejores prácticas en administración ambiental de Brasil, organizado por Adalberto Marcondes, Marilena Lavorato y Rogerio Ruschel.
Vender semillas de árboles empleadas en la restauración de selvas también puede ser un buen negocio. Un kilogramo de semilla puede costar hasta 1.000 reales, dependiendo del tamaño de la semilla y de la dificultad de recolecta, cuenta el agrónomo André Gustavo Nave. Durante el doctorado él estudió las estrategias de recuperación de bosques en Capão Bonito y verificó que muchos moradores de la zona rural ganaban más vendiendo semillas que plantando tomates. “Quien recolecta semillas no va a dejar que los bosques se acaben”, confía.
Tucanes y zorzales – Y así tapetes verde oscuros de bosque cerrado comienzan a desperezarse arriba de los mares de caña y de la soja. “Hace seis años la caña llegaba hasta aquí”, cuenta Edson Pinto de Azevedo, señalando las márgenes de un riacho que corta una de las 45 haciendas del Central Valle del Rosario, en Morro Agudo, cerca de Ribeirão Preto. Ex-fiscal de los cortadores de caña, hoy es uno de los que cuidan las mudas y los árboles ya con 2 metros que se adaptan al sol antes de seguir para los lugares definitivos. Hijo de pueblerino, Azevedo nunca había plantado un árbol ni visto un tucán, que ahora a veces aparece por allá – monos, zorzales y boas también. “Teniendo bosque, vuelve todo.”
O casi todo. Alexander Lees y Carlos Peres, de la Universidad de East Anglia, Inglaterra, estudiaron la riqueza y la composición de especies de aves y mamíferos en 32 trechos de remanentes de bosque ciliar (24 conectados y 8 aislados) y 5 trechos de bosques ribereños dentro de grandes áreas de control de la selva continua en Alta Floresta, Mato Grosso. En ese trabajo, que será publicado en la Conservation Biology, ellos verificaron que trechos estrechos (con menos de 20 metros de ancho) o desconectados de fragmentos forestales retuvieron pocas especies de animales, mientras los anchos, principalmente aquellos en buen estado de preservación, abrigaron todo el conjunto de 365 especies de aves y 28 de mamíferos de la región. Además de enfatizar el valor de áreas extensas de remanentes de bosques ciliares para mantener la biodiversidad y los cursos d?agua, Lees y Peres recomiendan el alargamiento para hasta 200 metros de la franja mínima de selva para ser mantenida en cada lado de los ríos y resaltan: restringir el acceso del ganado y el cultivo agrícola en las márgenes de los ríos permitiría la regeneración de la vegetación y facilitaría la restauración de la conectividad.
El trabajo de transformar un descampado resecado en un oasis comienza con el levantamiento cartográfico y el aislamiento del terreno que va a ser repoblado, de acuerdo con el actual abordaje de ese grupo de la USP. La etapa siguiente es la identificación de los tipos de selva y de los árboles nativos, propios de la región, que sobreviven en los fragmentos de bosque próximos y van suministrar las semillas. Producidas en viveros, las mudas que brotan de esas semillas ganan un lugar al sol, en el área que va a ser rehecha, en dos líneas paralelas e intercaladas, perpendiculares al río, a 2 metros una de la otra, con 3 metros de distancia entre cada muda.
Una de las líneas, la de llenado, abriga de 15 a 20 especies de crecimiento rápido (algunos metros por año) y copas que hacen mucha sombra, pero que mueren en cinco o diez años, como “capixingui”, “mutambo” y “monjoleiro”. Ellas van a producir la sombra que controla el pastizal de los terrenos abandonados, formar la estructura inicial de la selva y proteger las plantas de la segunda línea, la de diversidad. En esa línea, con un número de especies de tres a cuatro veces mayor, se alinean árboles un poco perezosos, que crecen centímetros por año, pero que guardarán largas historias a lo largo de 80 a 100 años de vida, como el guapinol, lapacho, “jenipapo” y “jequitibá”. En esa línea están también las especies como la “imbaúba”, que crecen rápidamente y no producen mucha sombra, pero que atraen animales que transportan el polen y semillas, además de acelerar el funcionamiento de la selva cuando mueren y abren claridad. En dos o tres años esa organización inicial desaparece entre árboles ya corpulentos que se mezclan y cubren el suelo de sombra y humedad.
“Ayudamos a cambiar algunos conceptos de ecología, de conservación y de restauración de selvas”, observa Gandolfi. Según él, en los últimos 20 años los especialistas de esa área dejaron de mirar solamente para los remanentes aislados de vegetación nativa para observar el paisaje y la interacción entre ambientes como los pastos y las ciudades con las manchas de bosques nativos. Disturbios naturales como los tornados comenzaron a ser vistos con naturalidad, por que regulan la estructura y la composición de la vegetación. “Cualquier vegetación es un mosaico de manchas que se reorganizan en consecuencia de disturbios de origen natural o humana”, dice Gandolfi. “No hay una situación única de equilibrio.”
Emprendedores – En esa área, sin embargo, los resultados sólo pueden ser conferidos a largo plazo – hasta en São Paulo hay bosques restaurados aún más antiguos, como el del Central Ester, en Cosmópolis, iniciado hace 50 años por José Carlos Bolinger, investigador del Instituto Forestal, o el de Assis, también del Forestal, con 35 años, ambos con una diversidad de especies mucho mayor que la inicial. Evidentemente hay otros abordajes para traer la sombra de regreso a la tierra seca. El grupo de Ademir Reis y Fernando Bechara en la Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC) prefiere dar más espacio para lo imprevisible. Ellos adoptan el concepto de nucleación -gallineros artificiales y refugios de gajos y piedras dispersos por el área que va ser rehecha- para atraer animales y restablecer procesos biológicos como la descomposición y la dispersión de semillas.
No será por falta de propuestas que las selvas brasileñas dejarán de crecer otra vez. Tan temprano probablemente no habrá consenso sobre cual es el mejor método, pero los especialistas concuerdan hoy en dos puntos: el uso de especies nativas, ya que el riesgo de que las exóticas mueran inmediatamente es alto, y da mayor diversidad posible de especies. Antiguos problemas parecen resueltos. Años atrás Ludmila Pugliese de Siqueira y Carlos Alberto Mesquita, biólogos del Instituto BioAtlántica, salieron al campo para identificar y estimular las iniciativas de recuperación de bosques nativos en Espíritu Santo y en Bahía. Identificaron 65 áreas de recomposición forestal en ocho propiedades y verificaron que había mucha duda sobre lo qué y cómo plantar: la mayoría de los 5 mil árboles plantados era de especies que crecen rápido, pero que viven poco.
Hasta con poca o ninguna orientación técnica y con una pérdida grande de mudas, plantadas aleatoriamente, “esos emprendedores y sus familias han producido resultados dignos de admiración”, reconocen Ludmila y Mesquita en el libro Mi mata del Bosque Atlántico, lanzado el año pasado. Michel Frey, ingeniero y ambientalista francés propietario de una casa de campo en Conceição do Castelo, en Espíritu Santo, plantó 300 mil árboles: “Los más viejos tienen 15 años de edad y forman un bosque que da gusto de ver”, relató. “Cuando comenzamos, había algunas gallináceas en los alrededores. Ahora se multiplicaron tanto que, a veces, da para contar más de cien alrededor de la casa.” Pero no todo son pájaros: en 2001, a causa de una seca intensa, perdió un tercio de todas las mudas que había plantado. Frey murió en el 2006, pero antes creó un instituto que compró más tierras y hoy protege con selvas las nacientes de un riacho que desagua en un río que va a alimentar el Itapemirim, uno de los principales de Espíritu Santo.
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