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Entrevista

Siang Wun Song: Veloces y poderosas

El científico chino-brasileño es pionero en un campo de investigación centrado en hacer computadoras más ágiles y con mayor capacidad de procesamiento

Léo Ramos Chaves / Revista Pesquisa FAPESPEn el campo de la informática existe una máxima conocida como Ley de Moore, que estipula que la capacidad de procesamiento de las computadoras se duplicaría cada 18 meses, haciéndolas capaces de realizar cálculos con mayor rapidez. La misma fue enunciada en 1965 por Gordon Earl Moore, cofundador de Intel, uno de los principales fabricantes mundiales de chips. Fue precisamente la fascinación por la velocidad de cálculo de los ordenadores lo que influyó en el científico de la computación Siang Wun Song, investigador del Instituto de Matemática y Estadística de la Universidad de São Paulo (IME-USP) a la hora de escoger su área de especialización, la computación paralela, a principios de la década de 1970.

La computación paralela es el uso simultáneo de varios procesadores para realizar conjuntamente una determinada tarea computacional con el propósito de reducir su tiempo de ejecución. “En aquel entonces, la elección de esta área podía parecer algo extraño, ya que solo había cinco computadoras conectadas en paralelo en todo el mundo”, recuerda Song. Según él, la búsqueda de una mayor velocidad operativa hizo que las máquinas en paralelo fueran el camino natural por seguirse. Hoy en día, subraya, incluso los teléfonos móviles modernos cuentan con más de un procesador.

Natural de Shanghái [China], Song vino a Brasil cuando tenía 15 años. Su padre, un profesor universitario, quería que sus hijos tuvieran una educación superior de calidad y eligió este país a partir de la sugerencia de un alumno suyo. Cuando arribó a São Paulo hablaba inglés, chino mandarín ‒el idioma oficial en China‒ y dos dialectos de su país de origen.

Edad 80 años
Especialidad
Ciencias de la computación
Institución
Instituto de Matemática y Estadística de la Universidad de São Paulo (IME-USP)
Estudios
Título de grado en ingeniería eléctrica y maestría en matemática aplicada en la USP. Doctorado en ciencia de la computación por la Universidad Carnegie Mellon (EE. UU.)

“Era una confusión de idiomas, pero eso facilitó la mudanza a Brasil”, relata Song en la entrevista concedida a Pesquisa FAPESP. Está casado desde hace 50 años con Ping Ping, una analista de sistemas que abandonó su carrera profesional para acompañar al marido en su doctorado en Pittsburgh (EE. UU.). Tiene tres hijos, Alexandre, Alice y Arlene, y es abuelo de Julie, Nicole, Clara, Arthur y Olivia.

¿Qué es la computación paralela?
Es el uso de una gran cantidad de procesadores para realizar una única tarea computacional, con la finalidad de reducir su tiempo de ejecución. En la segunda mitad de la década de 1970, cuando hice mi doctorado en esta área, la computación paralela era prácticamente desconocida. Eso ha cambiado. Hoy en día, incluso el teléfono móvil que utilizamos cotidianamente cuenta con dos o más procesadores. Con el paso del tiempo, se ha convertido en la regla, ya no es una excepción. En el transcurso de mi carrera, la mayoría de mis proyectos y publicaciones versaron sobre algoritmos paralelos. Una computadora en paralelo posee un gran número de procesadores. Para poder resolver un problema determinado, necesita un algoritmo paralelo que le indique a cada procesador lo que debe hacer para, en conjunto, llegar a la solución del problema. Un algoritmo paralelo puede, por ejemplo, dividir un problema en subproblemas, cada uno de los cuales puede ser resuelto por un procesador.

¿Cuáles son las ventajas de la computación paralela?
La ventaja es que acorta el tiempo de resolución de un problema computacional. Idealmente, un algoritmo paralelo que utilice una cantidad n de procesadores puede resolver un problema en un tiempo n veces menor que si se utilizase un solo procesador. Pero esto no siempre es posible, pues no todos los problemas pueden paralelizarse fácilmente. Veamos algunos ejemplos: si un trabajador tarda 10 días en pintar una pared extensa, 10 trabajadores pueden pintar la misma pared en un solo día. Esta es una tarea trivialmente paralelizable. Por otra parte, imaginemos que hay que cavar un pozo. Si a un trabajador le lleva 10 días excavarlo, no sirve de nada que tengamos 10 trabajadores. Esa tarea no puede repartirse. Consideremos ahora el problema de cavar el túnel entre Inglaterra y Francia: dos equipos, uno inglés y otro francés, excavan desde un país en dirección al otro hasta encontrarse en un punto intermedio. Así, el tiempo de ejecución se redujo a la mitad. ¿Puede mejorarse? No lo sé. ¿Cuál es la moraleja? Para hacer buen uso de la computación paralela a los efectos de resolver, un problema es necesario desarrollar un buen algoritmo paralelo.

¿Qué le atrajo de esta área?
A principios de los años 1970, cuando solo había unas cinco computadoras paralelas en todo el mundo, esta elección puede haber parecido extraña. Pero con la demanda de velocidad en aumento, la computación paralela era un camino natural, ya que permitía el uso simultáneo de varios procesadores. Si la tarea puede paralelizarse, los beneficios pueden ser muy buenos. La dificultad reside en descubrir cómo paralelizar las tareas.

Luego de doctorarme en EE. UU., fui uno de los primeros en traer a Brasil la investigación en el campo de la computación paralela

¿Usted fue pionero en el estudio de la computación paralela en Brasil?
Sí. Luego de completar mi doctorado en Estados Unidos regresé a Brasil en 1981 y fui uno de los primeros investigadores que trajo al país este nuevo campo del conocimiento. En aquella época, la computación paralela era poco conocida aquí. Fui el creador del Laboratorio de Computación Paralela y Distribuida [LPCD], en el IME-USP, en el que fui docente durante más de 50 años. Con ayuda de la Unión Europea, a través del programa ITDC [Information Technologies in Developing Countries], fue posible adquirir una máquina paralela, Parsytec PowerXplorer, la primera de su tipo instalada en el IME. Todavía recuerdo cuánto costó: 212.000 dólares en 1994, que a valores actuales serían 2,1 millones de reales. Esta máquina fue fundamental para la ejecución de varios proyectos de investigación y la realización de innumerables trabajos de maestría y doctorado.

¿Cuándo descubrió su vocación por la computación?
Desde niño tenía curiosidad por construir cosas. Por eso rendí el examen de ingreso en la Escuela Politécnica de la Universidad de São Paulo [Poli-USP]. No pude presentarme al examen del ITA [el Instituto Tecnológico de Aeronáutica], porque aún no tenía la nacionalidad brasileña. Para mi sorpresa, obtuve el segundo puesto. El primero también había aprobado en el ITA y prefirió ir allí. Entonces quedé en el primer puesto del examen de admisión de 1966 y obtuve el Premio Michelangelo, concedido por un emporio cuyo dueño era Miguel Colassuono [quien fue alcalde de São Paulo entre 1973 y 1975]. El premio consistía en una mesa de dibujo o un juego de compases marca Kern, y elegí esto último. En la Poli, los dos primeros años se cursaban las mismas asignaturas. La elección de la especialidad se hacía en el segundo o tercer año. Yo elegí la carrera de electrónica, que hacía mucho hincapié en matemática. Eso me fue útil cuando decidí pasarme a ciencia de la computación.

¿Por qué tomó esa decisión?
En mi segundo año en la Poli, cursé la materia de cálculo numérico, que impartía el profesor Valdemar Setzer. Aprendí a programar en Fortran [el lenguaje de computación de aquella época] y diseñé programas para resolver problemas matemáticos empleando cálculo numérico. Utilicé la primera computadora de la USP, una IBM 1620, que usaba tarjetas perforadas. Esta área me fascinaba. A instancias del profesor Setzer, hice una pasantía en el Centro de Computación Electrónica [CCE] de la USP. La computación daba sus primeros pasos en la universidad. El CCE, que originalmente se llamaba CCN [Centro de Cálculo Numérico], y la IBM 1620 fueron responsables de la formación de los primeros investigadores en computación del estado de São Paulo. Era una incubadora de talentos. Cuando egresé de la Poli, el profesor Setzer me invitó a sumarme como profesor ayudante en el Departamento de Matemática Aplicada del IME. Eso fue en 1971. El contrato, sin necesidad de aprobar un concurso, debía renovarse periódicamente. Me presenté al primer concurso para profesor asistente en 1975, cuando ya había hecho una maestría. Para ello, tuve que nacionalizarme. Hoy en día, la USP admite extranjeros como docentes.

¿Qué fue lo que le fascinó de la computación?
Me entusiasmaba la velocidad de cálculo y la posibilidad de programar una computadora para resolver los más diversos problemas. Para hacerse una idea de la velocidad, fíjese en el tiempo que necesita una máquina para multiplicar dos números. Con la IBM 1620, la multiplicación tardaba 4,96 milisegundos, es decir, se podían realizar 200 multiplicaciones por segundo. En la actualidad, la supercomputadora Frontier realiza 1,68 x 1018 [168 seguido de 16 ceros] multiplicaciones por segundo. Mi fascinación por la velocidad de cálculo influyó en mi elección de la computación paralela.

¿Cuándo empezó a dedicarse a ello?
Durante mi doctorado. Comencé la maestría en 1971, en el IME-USP, en el Programa de Matemática Aplicada, bajo la dirección del profesor Setzer. Aunque el tema de mi tesina fue en ciencia de la computación, esta área todavía no había sido acreditada por el MEC [Ministerio de Educación]. Por eso tuve que cumplir también con las exigencias de la maestría en Matemática Aplicada. Mi tesina versó sobre la construcción de un interpretador para Lisp, un lenguaje de programación muy utilizado en procesamiento simbólico, como lenguaje natural, y en inteligencia artificial. En 1976 me aceptaron para hacer el doctorado en ciencia de la computación en la Universidad Carnegie Mellon, en Pittsburgh [EE. UU.], una de las más prestigiosas del área en el mundo. El proceso de selección era riguroso y había mucha competencia. Para impresionar al equipo de selección, les envié mi tesina en Lisp, aun cuando estaba redactada en portugués. Para mi sorpresa, me aceptaron y acabé siendo el primer brasileño que cursó un doctorado en el Departamento de Ciencia de la Computación de la universidad. Una beca otorgada por la FAPESP cubrió las cuotas escolares. En mi primer año, decidí estudiar la computación paralela y el profesor Hsiang-Tsung Kung aceptó ser mi director de tesis. El tipo era tan dedicado al trabajo que tenía una bolsa de dormir en su despacho. A veces no volvía a su casa. En cierta ocasión quiso programar una reunión en Nochebuena que finalmente no se concretó por la negativa de varios de los miembros del equipo. Otra curiosidad de aquella época, cuando todavía no existía internet, fue que en la universidad ya teníamos una de las primeras redes de computadoras del mundo: Arpanet. Utilizábamos correos electrónicos y boletines de mensajería. Había listas de discusión donde podías poner cosas en venta, como en una red social. La máquina que vendía Coca-Cola estaba conectada a Arpanet. Durante mi doctorado recibí un auténtico baño de tecnología.

Archivo personalEl investigador en su oficina en el IME-USP, a mediados de la década pasadaArchivo personal

¿Qué hizo cuando regresó a Brasil?
Regresé en agosto de 1981 y al año siguiente asumí la jefatura del Departamento de Matemática Aplicada en el IME; en aquel entonces todavía no existía el Departamento de Ciencia de la Computación, que recién fue creado en 1987. Lo interesante es que al principio de los años 1980 ya había empresas nacionales que fabricaban microcomputadoras. En 1984 coordiné un proyecto aprobado por la FAPESP para la adquisición de una microcomputadora. Así fue que compramos la primera microcomputadora del IME, una Nexus 1600, de Scopus, una empresa fundada por tres compañeros míos de la Poli. Me contacté con uno de ellos y conseguí un descuento. Con 704 kilobytes de memoria, la máquina no tenía un disco rígido, tan solo dos discos flexibles.

¿Cómo se llevó a cabo la implementación de la primera red de internet en la USP?
La primera red local del IME-USP, que conectaba estaciones de trabajo y microcomputadoras 286, se instaló en 1993, con la ayuda de la FAPESP, mediante un proyecto que yo coordiné. La tecnología utilizada en ese entonces era el cable coaxial, cuyo alcance estaba limitado a 180 metros. El cable solamente ingresaba en una sala donde había una microcomputadora instalada, lo que dificultaba su expansión. El personal de servicios generales del IME ayudó en la instalación. En el año 2000, se implementó la primera red inalámbrica del instituto, gracias a un adicional concedido por la FAPESP en el marco de un proyecto temático que también coordiné. Fue una de las primeras redes inalámbricas instaladas en las universidades brasileñas, si no la primera, con cuatro puntos con gateway inalámbrica. El presupuesto total era de 23.500 reales, que para la época era bastante dinero.

¿Qué aprendió durante su estancia al frente del IME?
Mi gestión al frente del IME tuvo lugar entre 1998 y 2002. Fueron una experiencia y un aprendizaje muy valiosos. A diferencia de hacer investigación, como director traté con personas, cientos de docentes y no docentes, y también alumnos. Pude conocer más de cerca el funcionamiento del instituto. El IME es un instituto reducido, una de las unidades con menor cantidad de empleados en comparación con la cantidad de docentes. Por eso algunas secciones tenían poco personal y cuando uno salía de vacaciones, a veces solo quedaban uno o dos para cubrir toda la sección. Fue una experiencia muy enriquecedora durante los cuatro años que duró mi mandato. En ese período, tuve que afrontar varias huelgas. También cabe mencionar una amenaza de bomba que, si mal no recuerdo, fue durante una semana de exámenes. Tuvimos que evacuar el predio y esperar afuera mientras el escuadrón antiexplosivos registraba cada rincón de los edificios. Fue una falsa alarma.

Estuvo en el IME durante el cambio de milenio, cuando cundía el temor por lo que se conoció como el bug del milenio, efecto 2000 [Y2K], que podía causar un caos en los sistemas informáticos de todo el mundo. ¿Qué recuerda de aquella época?
El procesamiento de los datos corporativos de toda la USP, entre ellos las nóminas salariales, el sistema de alumnado y la gestión financiera, se hacía en una computadora de gran porte en forma de leasing. A principios de la década de 1990 se dio inicio a un proyecto para migrar gradualmente el procesamiento a la llamada plataforma cliente-servidor, en la que modernas estaciones operativas funcionarían como servidores y las computadoras como clientes. Ese esfuerzo monumental estuvo a cargo de un equipo compuesto por unos 50 analistas de sistemas del Departamento de Informática [DI]. El primer sistema que se puso en marcha se llamaba Fênix y se utilizaba para los trámites del posgrado. Fui director del DI entre 1995 y 1998. Durante mi mandato creamos el sistema Júpiter para procesar los datos de los alumnos de las carreras de grado. Otros sistemas ‒ Marte para recursos humanos y Mercurio para el sector administrativo ‒ siguieron desarrollándose y estuvieron listos después. Esta migración hacia una plataforma moderna, ejecutada por un equipo competente, fue la razón por la que no hubo problemas con el tan temido bug del milenio.

¿Cuáles fueron los proyectos más importantes en los que participó en el IME?
Además del proyecto presentado a la Unión Europea que nos permitió adquirir la primera computadora paralela de la USP, dirigí un conjunto de proyectos presentados a la FAPESP y al CNPq [el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico de Brasil] para la infraestructura informática del instituto. Todo ello, más allá de hacer posible la instalación de una red informática con cables e inalámbrica, permitió equipar al Laboratorio de Informática con numerosas estaciones de trabajo [servidores] y microcomputadoras. También fue importante un proyecto en el marco de un llamado a presentación de propuestas de la Finep [la Financiadora de Estudios y Proyectos] que habilitó la construcción de un edificio para albergar el Centro de Competencia de Software Libre [CCSL] y laboratorios de investigación.

Me fascinaba la velocidad de la computación y la posibilidad de programar una computadora para resolver diversos problemas

Usted participa en el proyecto “INCT de la internet del futuro”. ¿A qué se dedica específicamente?
Trabajo en el subproyecto intitulado Parallel algorithms and heuristics for smart cities problems que forma parte del programa Institutos Nacionales de Ciencia y Tecnología, centrado en el desarrollo de algoritmos para solucionar los problemas de las ciudades inteligentes que comprende la teoría de grafos [una rama de la matemática que estudia las relaciones entre los objetos de un conjunto determinado, vinculándolos mediante estructuras denominadas grafos] Un resultado importante que se ha obtenido es el desarrollo de un algoritmo paralelo para el problema del árbol generador mínimo. Un grafo está compuesto por un conjunto de vértices o nodos y aristas. Una arista puede conectar dos vértices; y las aristas pueden tener un valor o peso asociado. Muchos problemas pueden representarse mediante grafos. Por ejemplo: un vértice puede representar una ciudad y una arista sería una carretera que conecta a dos ciudades. Un árbol generador mínimo es un subconjunto de un determinado grafo, que se mantiene conectado con una mínima cantidad de aristas. Fue publicado en una conferencia del IEEE [el Institute of Electrical and Electronics Engineers], en Estados Unidos, y obtuvo el premio al mejor artículo del evento.

Pese a participar en investigaciones y de ocupar cargos de dirección, nunca abandonó la docencia.
Siempre me gustó dar clases. Para mí, siempre es una satisfacción comprobar que un alumno o alumna aprende algo nuevo. Ahora soy profesor sénior en el IME y aunque estoy jubilado sigo dando clases en la licenciatura en ciencia de la computación. Pero ya no dirijo estudios de posgrado. Mi relación con los estudiantes siempre fue muy buena. En 2023 cumplí 53 años como docente del IME. Debo haber dado clases a unas 115 cohortes con un total aproximado de 4.500 alumnos. Una curiosidad: a principios de los años 1970 fui docente de dos jóvenes que más tarde se casaron. Dirigí la maestría del muchacho. Años después tuve como alumna a una hija de ellos. Cada año que pasa me vuelvo más viejo, pero mis alumnos siguen teniendo la misma edad.

¿Qué trabajos destacaría de su producción académica?
Mencionaría dos. El primero, An efficient parallel garbage collection system and it’s correctness, fue publicado en 1977 en Proceedings of the 18th IEEE Annual Symposium on Foundations of Computer Science, en una época en la que pocos brasileños tenían trabajos aceptados por ese prestigioso evento. El tema en cuestión, la recolección concurrente de basura, suscitó un enorme interés. La recolección de basura es un método computacional para reciclar la memoria asignada que ya no se utiliza. El procesador debía dejar de ejecutar un programa cuando hacía la recolección de basura. La recolección de basura concurrente utiliza un procesador adicional mientras que el otro sigue ejecutando el programa en paralelo. Todavía hoy en día se sigue publicando sobre este tema.

¿Cómo analiza la evolución tecnológica que ha tenido la computación?
He seguido muy atentamente la tecnología utilizada en la fabricación de ordenadores durante los últimos 50 años. Los primeros utilizaban válvulas y ocupaban una planta entera de un edificio. Luego vino la generación de los transistores. La IBM 1620 que usé en la USP fue una de las primeras computadoras de esa generación. Los componentes electrónicos, como los transistores, resistores y capacitores, eran discretos pero ocupaban cierto espacio. En la generación de los circuitos integrados, basados en el silicio, los componentes electrónicos podían integrarse en una minúscula pastilla. Es la llamada técnica de la microelectrónica, en la que el transistor MOS es el “ladrillo”, el elemento básico para la construcción del procesador y de la memoria. A partir del transistor, se construyeron el interruptor on/off, la resistencia, el condensador y las compuertas lógicas. En 1978, los primeros transistores NMOS ‒una evolución de los MOS‒ medían unos 25 micrones. Los primeros circuitos integrados o pastillas contenían algunos miles de transistores. Sucede que el transistor ha ido reduciendo su tamaño año a año y la cantidad de transistores que caben en una pastilla se ha ido duplicando cada 18 a 24 meses, en lo que se conoce como la Ley de Moore. Hoy en día, un transistor mide solamente 7 nanómetros. Para hacernos una idea de lo que significa esta miniaturización, imaginemos que la pastilla pudiera contener una región geográfica. Si en 1978 contenía una región equivalente al Gran São Paulo, en la actualidad puede albergar a todo el planeta. Esta analogía explica el fantástico avance al que estamos asistiendo. Se estima que en pocos años más llegaremos a un transistor de 5 o incluso 3 nanómetros. Pero la era del transistor de silicio está llegando a su fin, y la Ley de Moore dejará de tener validez. Están a punto de surgir nuevas tecnologías. Una apuesta fuerte es la computación cuántica. Pero antes, hay varios materiales que podrían sustituir al silicio, entre otros, el grafeno y el arseniuro de boro cúbico.

¿Qué análisis puede hacer de la enseñanza y la investigación en computación en Brasil?
El desarrollo del área de la computación está estrechamente ligado a los programas de posgrado en ciencias de la computación. En las últimas cinco décadas, la cantidad de estas carreras de posgrado ha ido creciendo año a año en el país. Hoy en día tenemos 85 programas de posgrado con un total de 123 carreras, 68 de las cuales son maestrías académicas, 41 de doctorado y 14 maestrías profesionales. En 2005 había solamente dos programas de ciencias de la computación con puntaje 6 o 7, lo que los calificaba como de nivel internacional. Al analizar el trienio 2019-2022, su número ha saltado a 10, de los cuales 7 han sido calificados con puntaje 7, el máximo. Los programas con calificación 6 y 7 reciben fondos extras para sus actividades, lo que es positivo, pero todavía hay muchos programas con puntaje 3 y 4, algunos enfrentando grandes dificultades para mejorar. Creo que esos programas podrían recibir algún incentivo en términos de recursos para mejorar su desempeño.

Siempre me gustó enseñar. En 2023 cumplí 53 años como docente de la USP. Debo haberles dado clases a unos 4.500 alumnos

Usted es chino. ¿Cómo fue que su familia llegó a Brasil?
Nací en Shanghái durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando tenía 6 años, mi familia se mudó a Hong Kong. Allí cursé la escuela primaria y la enseñanza media. En Hong Kong se habla el dialecto cantonés. Como yo solo hablaba el dialecto shanghainés, comencé mis estudios en una escuela en la que las clases de dictaban en mandarín, el idioma oficial de China, que es más parecido al shanghainés. Después me cambié a un colegio donde se daban clases en cantonés y, en mis últimos años de estudio, asistí a una escuela muy prestigiosa, Wah Yan College, de jesuitas irlandeses, donde las clases se impartían en inglés. Fue toda una confusión de dialectos y lenguas diferentes que me marcó mucho. De niño, ya hablaba dos dialectos ‒shanghainés y cantonés‒, además de mandarín e inglés. Eso facilitó mi adaptación cuando nos mudamos a Brasil.

¿Y cómo llegaron aquí?
Vinimos a Brasil en 1959, cuando yo tenía 15 años. Mis padres querían darnos a nosotros, sus hijos, mejores oportunidades en términos de educación superior. En Hong Kong había pocas universidades, todas aranceladas y caras. Mi padre era profesor en la Facultad de Derecho de la Université I’Aurore, en Shanghái, administrada por jesuitas franceses, donde se había graduado, y había alumnos graduados allí trabajando en el exterior. Cuando decidió emigrar, consultó a varios exalumnos para decidir cuál sería nuestro destino. Dos de ellos ‒uno que trabajaba en Luxemburgo y otro en Saigón (Vietnam)‒ se contactaron con mi padre por la posibilidad de conseguirle trabajo en esos dos países. Mientras estaban negociando, su exalumno en Vietnam consiguió un nuevo empleo en São Paulo. Y lo invitó a mi padre. Así fue que nos vinimos todos acá. El primer empleo de mi padre fue en una empresa francesa llamada Mecânica Pesada, situada en Taubaté [São Paulo]. Así que pudimos emigrar a Brasil como residentes permanentes.

¿Cómo fue llegar a un país tan diferente?
Tuve que adaptarme. Fue necesario que asistiera durante un año como oyente al Colégio Nossa Senhora do Carmo para aprender portugués y prepararme para los llamados exámenes de adaptación, que incluían historia de Brasil, portugués y todas las asignaturas que no figuraban en el plan de estudios que había cumplimentado en Hong Kong. Mis conocimientos de inglés fueron fundamentales para el aprendizaje del portugués. Aprobé los exámenes de adaptación y me inscribí en lo que sería hoy en día el octavo año de la enseñanza, que cursé en una escuela pública, el Colégio Estadual de São Paulo, en Parque Dom Pedro.

¿Regresó a China?
Desde que llegué a Brasil, solo he viajado a China en tres oportunidades, siempre para presentar trabajos científicos en conferencias. La primera vez fue en 2000. En cada viaje incluí una estadía en Shanghái, donde incluso fui a visitar el edificio donde pasé mi infancia. Mucho de lo que soy y de lo que conseguí hacer se lo debo a la generosidad de este país que es Brasil, que me acogió y me dio la posibilidad de estudiar en un colegio y una universidad públicos, gratuitos y de calidad. Y en donde existen agencias de fomento como la FAPESP, el CNPq y la Capes [la Coordinación de Perfeccionamiento del Personal de Nivel Superior], que han hecho posible el avance de mi carrera.

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