¿Estamos ante un brote de fiebre maculosa en Brasil? “¡No, de ninguna manera!”. Marcelo Labruna, de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la Universidad de São Paulo (FMVZ-USP), respondió tajantemente a la pregunta que le formuló Pesquisa FAPESP, para la elaboración de este reportaje. En un viaje de exploración que realiza por el interior del estado de São Paulo junto a colaboradores británicos, recolectando garrapatas para comprobar si distintos tipos de vegetación son más o menos propensos a albergar a los invertebrados portadores de la bacteria que causa la enfermedad, no duda en hablar del tema: la epidemia que existe, en su opinión, es la de la desinformación. “Llevo 30 años estudiando la fiebre maculosa, una enfermedad que nadie sabe que existe. Ni la población de riesgo ni los médicos”, advierte.
Lo primero que hay que saber es que la fiebre maculosa tiene cura y que, a pesar de su alta letalidad, no mata de la noche a la mañana: “Si tengo fiebre repentina después de estar en el campo, sé que dispongo de un plazo de dos días, incluso tres, para empezar a tomar antibióticos sin aterrorizarme”, dice. Los primeros síntomas son inespecíficos, tales como fiebre y dolor de cabeza. Las manchas características en la piel pueden aparecer recién dos semanas después, cuando la bacteria Rickettsia rickettsii ya ha causado amplios daños en los vasos sanguíneos y el tratamiento puede que no sirva de mucho. Es importante informar al médico de que se ha estado en zonas donde circula la enfermedad, como pastizales, cañaverales o sitios con presencia de carpinchos. Una vez medicado a tiempo, el paciente se recupera sin problemas.
La administración de antibióticos como medida preventiva no es una opción, dice Labruna. Esta medicación impide que la bacteria se multiplique, pero solo el propio sistema inmunitario del paciente puede eliminarla. Por esta razón, el tratamiento solo debe iniciarse una vez que las defensas naturales del organismo hayan empezado a manifestarse.
Labruna también hace hincapié en la importancia de retirar rápidamente la garrapata. Se necesita de un contacto prolongado para la transmisión eficiente de la bacteria, tal como lo muestra una serie de videos dirigidos al público infantil, producidos por la enfermera Gabriela Bragagnollo, investigadora de la Escuela de Enfermería de Ribeirão Preto de la USP. “La gente de la ciudad no se da cuenta de que la garrapata está ahí”, dice Labruna, quien refiere que ni bien siente la picadura extrae al parásito cuando anda por el monte. Por eso, a pesar de estar constantemente expuesto, no teme contraer la enfermedad.
¿La culpa es del carpincho?
Los capibaras o carpinchos (Hydrochoerus hydrochaeris), los roedores más grandes del mundo, son los principales reservorios de la bacteria en términos de biomasa. Y viven relativamente cerca de las personas, porque tienen la capacidad de adaptarse a comer una diversidad de plantas y, por lo tanto, proliferan en áreas modificadas por la actividad humana, como lo muestra un artículo del grupo de Labruna publicado en febrero en la revista Journal of Zoology.
Sin embargo, estos animales no son amplificadores muy eficaces. Uno de los motivos de ello es que se vuelven inmunes luego de una primera infección y, posteriormente, no permiten que la bacteria se multiplique lo suficiente en sus células como para transmitírsela a las garrapatas estrella del género Amblyomma, que son los vectores responsables de infectar a los humanos, como muestra un trabajo coordinado por Labruna publicado en 2020 en la revista científica Ticks and Tick-borne Diseases. La bacteria solo es capaz de continuar con el ciclo de contagio en los carpinchos si hay crías o ejemplares recién llegados que no hayan estado expuestos a la enfermedad.
Por eso, aunque estén asociados a una buena parte de los contagios con consecuencias graves entre las personas que entran en contacto con ellos, matar a los carpinchos no es la solución. Labruna lo explica de forma sencilla: como roedores que son, se reproducen con facilidad cuando hay disponibilidad de alimento, que es lo que ocurre cuando se elimina a una parte de una población. “Y la presencia de jóvenes en el grupo, sin exposición previa, es exactamente lo que quiere la bacteria Rickettsia”, bromea el investigador.
Los garrapaticidas, por el momento no son una opción viable. Los pocos productos disponibles son difíciles de aplicar en los animales silvestres, y los carpinchos pasan gran parte de su tiempo en el agua, lo que significa que el producto se disolvería en el agua y no se adheriría al pelaje de los mamíferos.
Para evitar la recolonización de una zona por carpinchos recién llegados y susceptibles de contraer la enfermedad en una zona determinada, la ley prohíbe matar a estos animales en lugares que no sean aislados. El problema reside en que es muy difícil hacer un vallado infalible, del mismo modo que es casi imposible eliminar por completo una población de roedores en zonas extensas. La solución adoptada por el grupo de veterinarios es la esterilización con ligadura y vasectomía, una estrategia que ha funcionado en algunas áreas endémicas de fiebre maculosa del interior del estado. La estrategia impide la reproducción, pero no elimina las hormonas que incitan a los animales a proteger su territorio, lo que provoca un aislamiento más eficaz que una buena valla. “Cuando reducimos la natalidad en un 80 %, en cinco años la bacteria desaparece de la población”, sostiene. Con todo, a gran escala, esta estrategia se torna inviable.
El agrónomo Luciano Verdade, del Centro de Energía Nuclear en la Agricultura (Cena) de la USP, añade que los carpinchos no son los únicos portadores de la garrapata estrella. Las aves y las serpientes, por ejemplo, también son parasitados y basta que lleguen a una nueva zona con uno de estos invertebrados entre sus plumas o escamas para que introduzcan potencialmente la garrapata y sus bacterias, contagiando a otros animales. “Si cayera una bomba atómica en el estado de São Paulo, los carpinchos, las garrapatas y la bacteria R. rickettsii seguirían existiendo”, concluye.
Experto en estudios ecológicos de ecosistemas modificados por la actividad humana, a lo largo de su carrera Verdade ha lidiado con situaciones en las que el contacto entre las personas y la fauna salvaje da lugar a la transmisión de enfermedades. La fiebre maculosa había desaparecido del municipio de Piracicaba, donde se encuentra el Cena, por espacio de varias décadas durante la segunda mitad del siglo XX, y su grupo fue el primero en detectarla de nuevo en 2001.
Desde el punto de vista epidemiológico, no puede decirse que las muertes ocurridas en junio en la región de Campinas, en el interior de São Paulo, como consecuencia de infecciones adquiridas en una misma granja, además de otros casos registrados posteriormente, se salgan de la norma. “En los últimos 10 años, la prevalencia de la fiebre maculosa en el estado de São Paulo se ha mantenido razonablemente constante”, dice Labruna, basándose en datos de la Secretaría de Salud del Estado. En 2022, se confirmaron unos 60 casos mediante examen serológico, tres cuartas partes de los cuales fueron fatales. “En 2018, 11 personas murieron a causa de la infección en un barco pesquero”, recuerda. La concentración de casos suele comenzar entre abril y mayo y se prolonga hasta octubre o noviembre, siguiendo el ciclo vital de la garrapata transmisora.