La comprensión de los niños como individuos a los cuales se aplican los mismos derechos de los adultos, sumándoseles derechos especiales por su condición de vulnerabilidad, es un hecho reciente. Anteriormente considerados como propiedad de la familia o del Estado, la noción de que merecen atención fue cobrando fuerza a medida que sus necesidades de desarrollo fueron empezando a reconocerse, lo cual volvió inaceptable que fueran sometidos a condiciones insalubres o degradantes.
El hito central para esta percepción al respecto de la infancia y la adolescencia tuvo lugar en 1989, cuando la Asamblea General de la ONU adoptó la Convención sobre los Derechos del Niño, exactamente 30 años después de que se proclamara la Declaración Universal de los Derechos del Niño. Al reconocer el rol de los niños como actores sociales, económicos, políticos, civiles y culturales, se establecieron normas mínimas para la protección de sus derechos. Se trata del instrumento internacional más ampliamente ratificado, siendo Estados Unidos el único país que no forma parte del grupo de 196 países que lo homologaron.
En ese entonces, Brasil promulgaba su nueva Constitución Federal (1988), que adoptó una base filosófica en sintonía con las directrices de la ONU, incluyendo a todos los niños y no solo a aquellos en “situación irregular”. Hasta ese momento, el país seguía una lógica asistencial y represiva, en la que el Estado era el responsable en los casos de abandono y delincuencia. La Doctrina de Protección Integral del Niño y del Adolescente, resumida en el artículo 227 de la Carta Magna, posiciona a los niños como sujetos de derecho.
El complemento necesario para la implementación del artículo constitucional es la Ley nº 8069/90, el Estatuto del Niño y del Adolescente – ECA [en portugués], que ahora está cumpliendo 30 años. El ECA enumera los derechos fundamentales de este grupo y apunta los mecanismos necesarios para garantizarlos. Este valioso instrumento, los avances que ha proporcionado en estas tres décadas y los desafíos actuales constituyen el objeto del artículo estampado en la portada de la presente edición (página 32).
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El nuevo coronavirus sigue avanzando con fuerza, y ha sobrepasado el impensable peldaño del millón de muertos en el mundo. La cobertura de la pandemia tiene actualizaciones frecuentes en nuestra página web (revistapesquisa.fapesp.br), y esta edición contiene tres artículos que se ocupan del tema. El desarrollo de las candidatas a vacunas prosigue a ritmo acelerado, pero su éxito eventual está amenazado por las presiones políticas para lograr resultados inmediatos (página 18). Las dificultades para determinar la tasa de letalidad del covid-19, un dato esencial para enfrentarlo, se abordan en la página 22. Y los impactos de pandemias pasadas en la arquitectura y en el urbanismo son objeto de reflexión en la página 26.
Esta edición está signada por efemérides: comenzando por el 30º aniversario del ECA, y sigue luego con los reportajes sobre el centenario de la UFRJ, como da cuenta la entrevista realizada al biólogo Radovan Borojevic, en la página 40, la celebración de los 20 años del programa Biota, de la FAPESP, que influyó en las políticas públicas de conservación y recuperación de áreas verdes (página 62) y la celebración del centenario de los nacimientos de la escritora Clarice Lispector (página 82) y del químico Otto Gottlieb (página 92).
En el campo de la astronomía, las efemérides son tablas donde se registran, a intervalos de tiempo regulares, las posiciones de los planetas. La comunidad astronómica brasileña ha perdido a un científico influyente en el área de la astrofísica que también fue un activo gestor de la ciencia: João Steiner, quien participó directamente en los esfuerzos para asegurar el acceso local a los principales telescopios internacionales (página 88). Otra pérdida fue la del psicofarmacólogo Elisaldo Carlini, pionero en el estudio de las plantas medicinales y los compuestos del cannabis (página 86).
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