Eduardo CesarThomas Lovejoy parece igualmente cómodo con vestimentas acordes para andar por el monte o con sacos y corbatas de moño de estampas diversas. Esa versatilidad denota una rara habilidad para transitar entre la selva, produciendo ciencia, y los salones gubernamentales, para debatir políticas ambientales, lo que le ha redituado a este biólogo estadounidense una serie de premios referentes a sus aportes a la comprensión y a la defensa de la biodiversidad. Lovejoy obtuvo el reconocimiento de la comunidad científica también por haber creado la expresión diversidad biológica, hoy en día de uso corriente. “Antes ya hablábamos sobre diversidad biológica, pero no contábamos con ese término”, comentó.
Graduado en biología en Yale y docente de la Universidad George Mason desde 2010, Lovejoy fue a la Amazonia por primera vez en 1965, para cursar su doctorado. Y no se fue más. Junto a científicos del Instituto Nacional de Investigaciones de la Amazonia (Inpa), ayudó a crear y encabeza desde la década de 1970 un experimento a gran escala en el cual se investiga el funcionamiento de fragmentos forestales y los efectos del desmonte sobre la diversidad de especies de animales y plantas (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 205). Desde el comienzo, ese trabajo orientó la planificación de áreas de preservación en la Amazonia.
Edad: |
73 años |
Especialidad: |
Ecología |
Estudios: |
Biología, Universidad Yale (licenciatura y doctorado) |
Institución: |
Departamento de Ciencia y Política Ambiental, Universidad George Mason, Estados Unidos |
Producción científica: |
254 artículos científicos y 8 libros publicados |
Lovejoy fue consejero de temas ambientales del Banco Mundial, del Instituto Smithsonian y de los gobiernos de Reagan, Bush y Clinton, y vicepresidente ejecutivo del Fondo para la Naturaleza (WWF). Ha sido también un interlocutor del gobierno brasileño en lo que respecta a la formulación de políticas ambientales. Para él, resulta esencial planificar la gestión de la región de manera integrada, de manera tal de incluir a las ciudades, la selva, los transportes, la energía y la producción agropecuaria en una misma ecuación. Preocupado con el futuro de la Amazonia, no pretende dejar de ser un protagonista en la región, tal como comentó, vestido con una camisa azul a rayas y corbata de moño roja, durante la siguiente entrevista concedida a Pesquisa FAPESP vía Skype, desde Washington.
¿Qué fue lo que lo llevó a la Amazonia hace 50 años?
En el verano de 1965 [invierno en Brasil] tuve la oportunidad de trabajar en el Instituto Evandro Chagas y en la selva, en los alrededores de la ciudad de Belém. Fue entonces cuando decidí que quería hacer mi doctorado en la Amazonia. Siempre me fascinó la diversidad biológica, e imaginaba que tendría una vida plena de aventuras científicas. La Amazonia era ese mundo salvaje increíble y tropical. Era como si me hubiese muerto y hubiese llegado al Paraíso. Era fascinante, y a poco a poco pasé de hacer pura y exclusivamente ciencia a hacer ciencia y conservación ambiental. La Amazonia es uno de los lugares más importantes para trabajar en el mundo.
Poca gente estaría haciendo investigación científica por allá en esa época.
La comunidad científica era realmente muy pequeña. En Belém estaba el Museo Goeldi, con una historia muy distinguida, y el Instituto Evandro Chagas, donde se hacía investigación en epidemiología y salud. El Instituto Nacional de Investigaciones de la Amazonia (Inpa) había acabado de crearse en Manaos, pero sólo llegué allí en 1976. En ecología forestal, el área en la cual me doctoré, había tan sólo otras dos personas, una en la Amazonia peruana y otra en Venezuela.
¿Cómo fue el proceso de instalarse y encontrar caminos?
Uno va improvisando. Todos fueron muy solícitos y me enamoré de Brasil de entrada. Logré juntar dinero para el trabajo de campo y mi base era el Instituto Evandro Chagas, que tenía sumo interés en ecología e historia natural, para saber cómo se desarrollan las enfermedades. Intenté hacer dos tesis a la vez: una sobre ecología de las aves y otra sobre epidemiología de virus transmitidos por artrópodos. Contaba con una cantidad de datos tan inmensa que terminé elaborando sólo la tesis de ecología de las aves y le entregué todos los datos sobre virus y epidemiología al laboratorio de virus de Belém. Tuve mucha suerte, pues nunca me agarré ninguna de esas enfermedades tropicales. Donde yo trabajaba no era área de malaria, que es la que más asusta.
¿Pero se perdió en la selva, cierto?
Sí, algunas veces, pero siempre encontraba el camino. No hay que apartarse más de 5 metros del sendero, porque es muy fácil perderse. La regla más importante para trabajar en la selva es nunca ir solo. En el Proyecto Dinámica Biológica de Fragmentos Forestales [PDBFF], cerca de Manaos, ésa es la regla principal: nadie entra en la selva solo. Coincidentemente, hoy [20 de marzo] salió publicado un artículo en una revista nueva, llamada Science Advances, sobre fragmentación forestal en el mundo. Tiene alrededor de 25 autores, que participan en proyectos de fragmentación de hábitats. El proyecto más antiguo es el que yo empecé hace 36 años.
¿Y cómo transcurrió la creación del PDBFF, en la década de 1970?
La parte más fácil fue obtener la aprobación y la colaboración del Inpa y de la Zona Agropecuaria situada al norte de Manaos. Lo logré el primer día. La parte difícil fue conseguir los fondos. En buena medida, porque el proyecto se valía del Código Forestal de esa época, porque en aquel tiempo en la Amazonia había que dejar el 50% de cualquier propiedad como bosque. Ahora es el 80%, cosa que tiene sentido, debido al ciclo hidrológico. Trabajamos con tres propiedades rurales adyacentes antes de que hubieran cortado cualquier árbol. Ayudamos a mapear las propiedades, de manera tal que ellos sabían dónde estaban los arroyos y dónde se ubicaban las partes planas. Fue una grande ventaja para los propietarios. Y fueron ellos los que deforestaron. Lo más difícil fue conseguir que jóvenes estudiantes brasileños participaran, porque en aquellos días, los que estudiaban en una universidad del sur de Brasil no pensaban en irse a la Amazonia. Recibíamos un vendaval de estudiantes de Europa y de Estados Unidos, pero sabíamos que era de suma importancia contar con brasileños. Entonces fuimos a visitar universidades del sur de Brasil. Después se hizo cada vez más fácil.
¿Alguien ya había concretado un proyecto así antes, para estudiar fragmentos forestales?
No. Ése fue el primer experimento. Cuando yo vivía en Belém, durante mi doctorado, salió un libro sobre la teoría de la biogeografía de islas. Como en él se hacía referencia a números de tipos de especies en islas, la gente empezó a pensar: “Bueno, tal vez los fragmentos de hábitats también sean como islas”. En ese momento surgió el tema de cuál sería el tamaño ideal de un área protegida de bosque: ¿mejor un área grande o varias áreas pequeñas? A esa altura yo ya estaba trabajando para el Fondo Mundial para la Naturaleza [WWF] y me di cuenta de que eso era importante para todos los proyectos enviados. No sabíamos si tendrían éxito hasta entender los efectos de la fragmentación de los hábitats. Fue eso lo que llevó al proyecto. Pensé que lo dejaría avanzar por 20 años y obtendría mi respuesta. Pero yo no tenía ni idea sobre los índices de cambios y no estaba prestándole atención al valor de conjuntos de datos de larga duración, que son raros en el mundo. No había evaluado cómo sería importante en términos de construcción de capacidad y tampoco me imaginaba que pudiese atraer gente para pasar dos o tres noches en la selva, ni hablar con estudiantes y que tuvieran así la experiencia de la selva y entendieran su importancia, la importancia de entender la biodiversidad. Siempre intento llevar gente interesante allá.
Usted llevó a científicos importantes a la Amazonia y colaboró en la formación de muchos.
Fueron más o menos 150 doctorados y maestrías, y al menos la mitad correspondió a brasileños. Una de nuestras estudiantes, Rita Mesquita, de Belo Horizonte, fue la primera de su familia en ingresar a la universidad. Dos días después de recibirse, para disgusto de su papá, ella aceptó una invitación para hacer una pasantía dentro del proyecto y después cursó su maestría y su doctorado allá. Llegó a ser responsable de la conservación ambiental de todo el estado de Amazonas. Y su padre se enorgulleció mucho. Ahora está en el Departamento de Ecología del Inpa. Es maravilloso ver cuando estudiantes de distintas nacionalidades trabajan juntos como si no existieran diferencias nacionales.
¿Cuál fue su conclusión sobre el tamaño mínimo deseable de las reservas?
Por inferencia, se podía imaginar que es importante que las reservas sean grandes. Porque un tapir, por ejemplo, necesita mucho espacio. Si el área es menor que la de un tapir, no funcionará. Pero el modo en que esos fragmentos –resultantes del desmonte– pierden especies es dramático. Un artículo de 2003, cuyo autor principal era Gonçalo Ferraz, de Portugal, actualmente en la Universidad Federal de Rio Grande do Sul, mostró que un fragmento de 100 hectáreas pierde la mitad de las especies de aves en menos de 15 años. Y son aves a las que no les gusta salir al sol. Dependen de los recursos de esas 100 hectáreas, pero con la fragmentación, la selva ya no basta como para mantenerlas. Miren qué curioso: el proyecto, desde el momento en que se puso en marcha, ha venido influyendo sobre las decisiones que se toman en Brasil en cuanto a la creación de parques nacionales. Todos los que se ha creado son muy grandes. Eso fue cuando Maria Tereza Jorge Pádua se encontraba al frente de los parques nacionales, y ella tenía sumo interés en lo que la ciencia podía decir. Ella sabía que el conocimiento científico debe llegar a la toma de decisiones, por eso lo incorporaba. Lo propio valía para Paulo Nogueira-Neto, el primer secretario de la Sema [la Secretaría Especial de Medio Ambiente].
¿Usted detecta una apertura de las autoridades del gobierno actual para escuchar lo que la ciencia puede decir?
El Ministerio de Medio Ambiente está sumamente interesado en la ciencia. Cuenta con científicos de estatura mundial al frente de divisiones importantes, tales como Roberto Cavalcanti, en la división de Biodiversidad, y Carlos Klink, en la división de Cambios Climáticos. La ministra Izabella Teixeira también tiene formación científica.
¿Usted tiene contacto directo con ellos?
Intercambiamos e-mails.
El PDBFF es el experimento de más larga duración en selvas tropicales. ¿Ustedes obtuvieron las respuestas que buscaban?
Obtuvimos una respuesta simple a una pregunta simple, sobre el tamaño mínimo de las áreas de selvas que debe mantenerse. Pero también sabemos que esos fragmentos seguirán cambiando durante siglos. Los fragmentos pequeños cambian muy rápidamente; los grandes más despacio y de manera más compleja. Existen todos los motivos para que el trabajo siga adelante, y estoy intentando que no termine conmigo. También hemos empezado a estudiar cosas que no estaban incluidas en el plan inicial. Una de ellas es el impacto de la matriz alrededor de los fragmentos. Sucede que cuando se quitaron los subsidios que sostenían a la ganadería, las haciendas quedaron abandonadas y el monte volvió a crecer. Eso hizo disminuir el aislamiento de los fragmentos. Empezamos entonces a estudiar la sucesión vegetal en las áreas de alrededor. Ahora se ve la influencia de los cambios climáticos. Aún no existen señales fuertes, pero parece que algo está sucediendo.
¿Ahora se sabe qué hacer para reconstituir la selva en fragmentos abandonados?
En términos de políticas más amplias, lo más obvio, siempre que sea posible, es reconectar fragmentos de manera tal que se vuelvan partes de un sistema mayor, para que no pierdan tanta biodiversidad. En general pienso que necesitamos una planificación y una gestión del paisaje más integradas. En cualquier lugar del mundo existen diversas partes en movimiento que no están coordinadas. Ya sea en la Amazonia o en lugares de Estados Unidos, las decisiones de transporte se hacen al margen de las decisiones de energía y de las decisiones agrícolas. Necesitamos pensar a la escala del paisaje.
¿Qué hace usted actualmente en el PDBFF?
Durante los últimos 34 años, más o menos, un equipo apostado en Manaos gestiona este proyecto, asegurándoles a los estudiantes que cuenten con todo lo que necesiten. Mi función actual consiste en erigir una institución con flujo financiero suficiente como para que el proyecto pueda perdurar. Tenemos una sede en el Inpa que construimos con fondos del gobierno estadounidense. A un diputado le gustó la idea y nos dio el dinero. Eso fue muy bueno, pues no tuvimos que pedirle al Inpa que construyera un edificio; siempre tuvimos el cuidado de no pedir demasiado y reconocer que somos huéspedes.
¿Usted también es docente?
Dicto un curso semestral por año solamente, pues, para la universidad, mis otras actividades son suficientes. Una de ellas consiste en institucionalizar el proyecto de los fragmentos, la otra es la preocupación con el futuro de la Amazonia. Trabajo hace 30 años en lo que se denomina biología del cambio climático: los cambios que afectan a la naturaleza. Pero en los últimos años, también con cómo puede contribuir la naturaleza a la solución del problema del cambio climático. Hay un proyecto ahora, para elaborar un mapa, hasta la conferencia del clima de París, un mapa global del potencial de restauración de ecosistemas que muestra qué se puede hacer desde el punto de vista de la biología. Probablemente implica cortar medio grado Celsius del cambio climático de la atmósfera antes que algo suceda.
¿Cómo puede hacerse eso?
Con reforestación, con restauración de pasturas degradadas, con sistemas agrícolas que acumulan carbono y con restauración de la vegetación costera. El exceso de CO2 en la atmósfera de los recientes siglos de malos tratos para con los ecosistemas es muy grande, pero basta con restaurar para recobrar nuevamente todos los beneficios que esos ecosistemas suministran.
Usted lanzó la noción de diversidad biológica en la década de 1980. ¿Los biólogos no pensaban en eso?
Eso es muy interesante. En la década de 1960, teníamos la teoría de la biogeografía de islas, y empezaron a salir muchos artículos sobre la riqueza de especies, pero no contábamos con una noción colectiva que se refiriese a la variedad de seres vivos de la naturaleza. Me acuerdo, debe haber sido en 1975 o en 1976, la primera vez que me encontré con Ed Wilson [Edward Wilson, biólogo estadounidense]. Almorzamos juntos y hablamos sobre diversidad biológica, pero no contábamos con esa noción. Discutimos acerca de dónde debía concentrarse el fondo para la Naturaleza y coincidimos que debería ser en los trópicos, pues hay más especies en ellos que en Alaska, por ejemplo. Era biodiversidad pura. Lo fascinante es que se empezó a utilizar esa noción. Yo la utilicé en 1980, Ed Wilson la usó más bien a fin de ese mismo año y después muchas otras personas empezaron a usarla. No nos detuvimos a pensar de dónde había salido, y recién más tarde, Elliot Norse volvió sobre nuestros pasos y dijo: “Sabes, creo que tú fuiste el primero”. La contracción biodiversidad vino después, en 1987. Hubo un simposio organizado por la Academia Nacional y por el Instituto Smithsonian y se contrajo la expresión a un término para ese simposio. Es un vocablo un tanto técnico, pero me dijeron que el país donde es más conocido es Brasil.
Usted trabajó durante muchos años para el WWF. A su juicio, ¿cuándo y cómo un científico debe ir más allá de la actividad académica?
La academia no es un buen lugar para algunas cosas. Estoy efectivo en la universidad en que ejerzo la docencia. Si estuviese en una universidad con un proyecto de larga duración en marcha, nunca habría logrado quedar efectivo, porque se tarda mucho para obtener resultados. Cuando se observan nuestros desafíos actuales ‒2 mil millones de personas más y cambio climático‒, a veces dan ganas de cerrar la puerta y no meterse nunca más, pero todos los días veo que se están haciendo cosas muy buenas, entonces se hace fácil aguantar el costado negativo. Suelo decir que el optimismo es la única opción.
Pero la actividad en un lugar como el WWF también requiere contar con un talento específico para ir del conocimiento científico a las políticas en la práctica.
Tiene razón. Creo que hay muchos más que podrían hacerlo que los que lo hacen actualmente. Hay que ser prácticos, pero también hay que ampliar los horizontes. Así es como se logran los cambios. Pero lo que he logrado hacer en países como Brasil ha sido siempre en colaboración. Siempre en Navidad lo llamo por teléfono a Paulo Nogueira-Neto, quien va a cumplir 93 años. Es casi un padre para mí, y bastan tres frases para que él me empiece a hablar del medio ambiente. Uno va entablando amistades reales que trascienden completamente las fronteras nacionales.
¿Usted sigue yendo a la Amazonia?
¡Por supuesto! Es muy interesante tener una perspectiva de 50 años. En 1965 había una sola carretera en toda la Amazonia, que corresponde a los 48 estados contiguos estadounidenses. Era la carretera de Belém a Brasilia, y la gente hablaba mil maravillas sobre la colonización espontánea que ocurría en su trayecto. Era como un anuncio de todo lo que estaba por venir. Ahora hay centenas de miles de caminos y carreteras, un 20% de la Amazonia ya habría sido deforestado y ésa es una saga en prosecución. Pero lo que no es tan evidente para el público es el costado positivo del trabajo de conservación. En 1965 había un solo parque nacional en toda la Amazonia y estaba en Venezuela. Había un Bosque Nacional, en Brasil, en Tapajós, y un área indígena demarcada, la de Xingu. En la actualidad, más del 50% de la Amazonia se encuentra bajo alguna forma de protección. Es un logro extraordinario que nunca imaginamos posible. Pero la historia no ha terminado, ¿no es cierto? Ahora sabemos que la Amazonia debe gestionarse como un sistema. Debe gestionarse de una manera que preserve su ciclo hidrológico, que siga siendo capaz de ser una selva lluviosa, que la zona agrícola de Mato Grosso siga recibiendo la lluvia suficiente, que algún agua llegue hasta Argentina y hasta São Paulo.
Aún no existen un modo de saber si las sequías actuales están relacionadas con el desmonte; pero, ¿usted cree que hay datos que van en esa dirección?
Creo que otras cosas están sucediendo al mismo tiempo. Una de ellas es un cambio climático real. Otra es la disminución de la cantidad de humedad que llega desde la Amazonia. Esto puede formar parte de fluctuaciones climáticas normales, pero también puede deberse a que el 20% de la Amazonia ya ha sido deforestado. La ciencia es imprecisa en ese sentido, pero ese porcentaje estaría cerca del punto de viraje en el cual la selva podría alterarse y tornarse una forma de vegetación diferente, tal como la sabana, en las zonas sur y este de la Amazonia. Y está también, por supuesto, el tema del desmonte local en los cursos de agua de São Paulo. Y hay buenas noticias en esto: es perfectamente posible hacer una reforestación significativa de esa destrucción y reconstruir el margen de seguridad contra la pérdida de bosques. En términos de cambio global del clima, el hecho de hacer cosas de esta índole en el mundo constituye efectivamente una forma muy buena de achicar la extensión del cambio de clima. No todos están de acuerdo, pero vemos un creciente reconocimiento de la importancia del ciclo hidrológico de la Amazonia y de la necesidad de mantenerlo. A escala global, la idea de restaurar ecosistemas y capturar CO2 de la atmósfera está empezando a concitar suma atención.
¿Sin esas medidas la Amazonia puede estar cerca de un punto sin retorno?
Sí. No sabemos precisamente dónde se ubica ese punto de desmonte, pero creo que es algo cercano a lo que ya ha sido deforestado. Nadie quiere descubrir exactamente cuál es ese punto porque entonces significaría que el punto de viraje ya ha sido sobrepasado. Los seres humanos son muy buenos a la hora de usar un recurso hasta el límite y entonces sí, descubren que algún otro factor llega y los empuja hacia fuera de los lindes. En este caso, tiene sentido retroceder y, esencialmente, obrar con cautela.
¿Usted ha seguido de cerca los grandes proyectos de centrales hidroeléctricas en la Amazonia?
Sí y considero que resulta importante desarrollar un nuevo plan de energía para la región. Algunos de esos proyectos, como el embalse del río Madeira, se proyectaron, por lo que sé, teniendo en cuenta la ecología de los peces, por ejemplo. Pero otros se basan en modelos más antiguos. Es hora de repensar todo eso: se podrían hacer con menos impacto. Y por supuesto que un gran problema en la Amazonia radica en que, cuando se construye una carretera, se crea el acceso del cual todo el mundo hablaba cuando fui allá por primera vez, con la carretera Belém-Brasília. Resulta sumamente difícil construir una represa sin hacer carreteras, ¿cierto? Hay que pensar eso de una manera más integrada. Puede ser sumamente innovador. En la Amazonia peruana existe un proyecto de gas y petróleo llamado Camisea, en el cual participé bastante, que se construyó y opera sin ninguna carretera.
¿Cómo es posible eso?
La primera empresa que realizó la exploración dijo: “No vamos a construir carreteras”. Llevaron todo por aire y por el río. Los pozos están conectados por tubos subterráneos con sensores. Si surge un problema, se sabe exactamente dónde está el sensor y un helicóptero va directamente a ese punto.
¿Podría seguirse ese ejemplo acá en Brasil?
Seguramente, ya que Urucu sigue el mismo modelo de Camisea. Vuelvo a lo que dije antes, a la Amazonia hay que gestionarla como un sistema, y eso que significa que haya realmente una planificación y una gestión integradas.
Actualmente hay ecólogos, ambientalistas, universidades y ONGs trabajando en la Amazonia. ¿Cuál es su análisis al respecto?
Por empezar, me parece notable la transformación en términos de capacidad científica y capacidad de la sociedad civil. No caben dudas de que Brasil es un líder importante en estos temas. Y no sólo en lo atinente al medio ambiente en un sentido acotado. La capacidad de Embrapa para la investigación en agricultura tropical la ubica como una de las mejores empresas del mundo. El desafío se plantea en cómo encajar todas estas cosas de manera armoniosa.
¿Cómo imagina el futuro de la Amazonia?
Éste es mi sueño: que todos los países amazónicos trabajen juntos para gestionar la Amazonia como un sistema y para tener una planificación y una gestión realmente integradas. Esto no vale sólo para la selva, sino también para las ciudades. La calidad de vida en las ciudades amazónicas es una parte muy importante si se quiere llegar a una solución ideal.
¿Eso significa organizar el desarrollo de las ciudades para concentrar la calidad de vida sin afectar a los alrededores?
Sí. El ejemplo interesante es Manaos, por supuesto, como una zona franca con toda la industria de montaje, de manera tal que el estado de Amazonas exhibe un índice de desmonte muy bajo. Pensar en la Amazonia como un todo requiere tener en cuenta a las a ciudades también. En general los verdes piensan en la selva y la gente que tiene preocupaciones sociales piensa en los problemas de las ciudades. Y no juntan ambas cosas.
Esperamos que no esté en sus planes jubilarse pronto.
Me jubilaré con las botas puestas.
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