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Tapa

Tiempos turbulentos

Un tercio de los adolescentes brasileños presenta síntomas de padecimiento psíquico

Léo Ramos Adolescentes consumiendo alcohol en un bar de la zona oeste de São Paulo: una etapa de experimentaciónLéo Ramos

Los períodos de transición usualmente generan malestar y pueden ser tumultuosos. Si eso es lo que ocurre cuando se cambia de empleo o uno se muda a otra ciudad, acaso no se deba esperar nada diferente de la adolescencia, una etapa de intensas transformaciones físicas, mentales y sociales. En esta fase de la vida, uno de cada tres adolescentes brasileños presenta síntomas de algún grado de padecimiento psíquico, según surge de la investigación más amplia que se haya realizado en Brasil sobre la salud de los jóvenes, el Estudio de Riesgos Cardiovasculares en Adolescentes (Erica) (lea el reportaje).

En este trabajo también se evaluó, por medio de un cuestionario con 12 preguntas, la incidencia de síntomas de ansiedad y depresión en 75 mil estudiantes de 1.247 escuelas públicas y particulares de 124 localidades que sobrepasan los 100 mil habitantes. Estos síntomas, agrupados bajo un mismo y abarcador concepto único como trastornos mentales comunes, fueron bastante más frecuentes en las chicas que en los muchachos, un rasgo que ya había sido notorio en estudios anteriores en Brasil y en el exterior, efectuados generalmente menor cantidad de individuos y en pocas ciudades.

Según este último estudio, en promedio, el 38,4% de las muchachas y el 21,6% de los chicos exhibieron quejas que se encuadraron en la definición de trastorno mental común al momento de la investigación. Tal como también se esperaba, el porcentaje de casos creció con el avance de la edad: los datos arrojaron un 34,1% entre los adolescentes en la franja de edad entre 12 y 14 años y un 40,4% entre aquéllos que ya tenían entre 15 y 17 años.

“Otros países habían efectuado estudios de prevalencia en esos grupos, pero para todo aquél que trabaja en salud mental, faltaban datos nacionales representativos de la población juvenil”, relata la psiquiatra y epidemióloga Claudia de Souza Lopes, docente del Instituto de Medicina Social de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (Uerj) y encargada del segmento de salud mental del Erica. “Estos datos sobre los trastornos mentales podrían ayudar a encauzar las políticas públicas en salud y en educación”, sostiene.

Los resultados del Erica, que salieron publicados en la edición del mes de febrero de este año de la Revista de Saúde Pública, indican, a grandes rasgos, que la prevalencia de los trastornos mentales comunes prácticamente no varió entre una región y otra del país, si bien puede notarse una diferencia importante según el sexo y la franja etaria (observe el gráfico). Las tasas fueron especialmente altas entre los adolescentes mayores de las regiones norte y centro-oeste.

El hecho de que el 30 % de los adolescentes entrevistados presentara síntomas de ansiedad y depresión les llamó la atención a los investigadores y a otros expertos, pero este dato debe interpretarse con prudencia. “Las cifras detectadas por el Erica posiblemente sirvan como indicador de sufrimientos psíquicos, pero no de enfermedad mental”, explica la psiquiatra y epidemióloga Laura Andrade, docente del Instituto de Psiquiatría de la Universidad de São Paulo (IPq-USP).

El objetivo del Erica no consistía trazar un diagnóstico que definiera quién padece o no un trastorno psiquiátrico, sino en identificar casos probables de ese problema. Para ello, se empleó un cuestionario de rastreo, que, al ser un instrumento más sensible y específico, puede incluir entre los sospechosos a muchos individuos sin trastorno mental (falsos positivos). Si bien no permite esbozar un diagnóstico, el rastreo puede señalar manifestaciones precoces de trastornos graves que sólo podrían caracterizarse plenamente más adelante. “Un instrumento así indica cuáles son los individuos a los que se necesita prestarles más atención, añade el psiquiatra Wang Yuan Pang, investigador del grupo de Andrade en el Núcleo de Epidemiología Psiquiátrica del IPq-USP.

La mayoría de los expertos consultados en este reportaje estima que un porcentaje menor ‒tal vez un tercio de los adolescentes a los cuales se los clasifica dentro del conjunto con trastornos mentales comunes, el equivalente al 10% del total‒ padecería efectivamente algún problema de salud mental que exija tratamiento médico y, posiblemente, uso de medicamentos. El resto podría mejorar con sesiones de psicoterapia o incluso con medidas de promoción de la salud, tales como estimular la práctica de deportes. Quienes creen que las cifras surgidas del Erica son exageradas toman como base el resultado de trabajos anteriores, que se llevaron a cabo con una menor cantidad de participantes y empleando herramientas de diagnóstico.

Uno de esos estudios es el que realizaron, entre 2010 y 2011, investigadores de los estados de São Paulo, Río de Janeiro y Río Grande do Sul en cuatro ciudades brasileñas ‒Caeté (Minas Gerais), Goianira (Goiás), Itaitinga (Ceará) y Rio Preto da Eva (Amazonas)‒ con más de 50 mil habitantes y un índice de desarrollo similar al del promedio nacional. En el marco de ese estudio, los investigadores emplearon un cuestionario de diagnóstico para evaluar la salud mental de 1.623 niños y adolescentes con edades entre 6 y 16 años, y comprobaron que el 13,1% de ellos padecía algún trastorno psiquiátrico al momento de la evaluación.

Los problemas más frecuentes, según se consigna en un artículo que publicó la Revista Brasileira de Psiquiatria, en 2015, fueron los trastornos de ansiedad, signados por el miedo, terror o aprensión excesivos, incluso cuando no existe una amenaza real. En ese trabajo, los investigadores incluso verificaron que tan sólo uno de cada cinco chicos a los que se les diagnosticó un problema psiquiátrico ‒es decir, con recomendación de realizar un tratamiento médico o psicológico‒ había consultado a algún especialista en salud mental durante el año anterior, generalmente, un psicólogo.

“El uso de instrumentos de diagnóstico requiere del entrevistador una capacitación más compleja, que encarece demasiado el estudio”, explica la psiquiatra Isabel Bordin, docente de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp), y una de las coordinadoras del estudio efectuado en las cuatro ciudades brasileñas. Por eso, en los grandes estudios usualmente se adoptan cuestionarios de rastreo.

Desde hace cierto tiempo, ya se sabe que los trastornos psiquiátricos, además de ser crónicos e incapacitantes, se manifiestan relativamente pronto en la vida. Un estudio que publicó en 2005 el psicólogo Ronald Kessler, experto en epidemiología en salud mental de la Universidad Harvard, reveló que la mitad de los casos comienzan antes de los 14 años de edad y, dos tercios se hacen manifiestos antes de cumplir 24 años.

Genes, ambiente y hormonas
En los últimos tiempos, esta constatación se sumó al concepto, actualmente aceptado tanto por la medicina como por la psicología, de que los trastornos mentales sobrevienen por la interacción entre las características genéticas del individuo y las condiciones sociales, económicas, culturales y psicológicas en que vive. En conjunto, todo esto propicia la noción de que los trastornos psiquiátricos son consecuencia de alteraciones en el desarrollo del cerebro.

Las transformaciones que sufre el cuerpo luego del inicio de la pubertad pueden dejar más vulnerable al adolescente ante los trastornos mentales. El aumento en la producción de hormonas sexuales hace que el cuerpo madure desde el punto de vista reproductivo y, en algunos aspectos, alcanza el cénit de su funcionamiento: los reflejos se tornan tan rápidos como jamás volverán a serlo y la memoria es aguda como nunca. En los muchachos, la testosterona incrementa la fuerza física e impulsa comportamientos agresivos, mientras que la progesterona provoca en las chicas un humor sujeto a variables. En esa etapa, también el cerebro sufre una gran remodelación: las conexiones frágiles entre sus células se eliminan y, las más robustas, afianzadas, van definiendo ciertos rasgos de la personalidad.

“Se trata de un período de mucha vulnerabilidad, en el cual uno está más sensible a los estímulos ambientales”, dice Sandra Scivoletto, psiquiatra experta en infancia y adolescencia, docente del IPq-USP. En esta etapa aumenta la necesidad de interactuar con amigos, al tiempo que se desarrolla la capacidad de comprensión de las intenciones ulteriores en las relaciones sociales. Al madurar lo que se denomina el cerebro social, el adolescente aprende que los gestos no verbales de la comunicación pueden reflejar el estado emocional. “La interacción social también se torna más compleja, exigiendo mayores habilidades cognitivas para una integración adecuada al grupo”, comenta Scivoletto. “La necesidad de pertenecer a un grupo y el temor al rechazo aumentan el estrés, el cual se suma al ya generado por todo lo novedoso y la experimentación, pudiendo comprometer el funcionamiento del adolescente caracterizando el inicio de un trastorno psiquiátrico”.

 LÉO RAMOS La adolescencia es una etapa de vulnerabilidad, donde uno está más sensible a los estímulos ambientales LÉO RAMOS

Traumas precoces
Aquello que en la adolescencia se manifiesta como un problema de salud mental podría, al menos en parte, ser consecuencia de eventos que ocurrieron mucho tiempo antes. Cada vez resulta más evidente que una exposición frecuente al maltrato en las etapas iniciales de la vida incrementa el riesgo de desarrollar problemas psiquiátricos. Y el maltrato no se refiere necesariamente a agresiones extremadamente intensas, tales como palizas frecuentes o abuso sexual. Pueden ser sucesos bastante más sutiles, como el hecho de relegar las necesidades físicas o emocionales del niño, o bien, regatearle estímulos a su desarrollo. “Algo más de la mitad de los casos de depresión se consideran emergentes del maltrato vivenciado en la infancia y adolescencia”, relata la psiquiatra Elisa Brietzke, docente de la Unifesp.

El efecto del maltrato sobre el cerebro puede ser profundo a punto tal de alterar algunas de sus estructuras. En un artículo de revisión publicado este año en el Journal of Child Psychology and Psychiatry, el neurofarmacólogo Martin Teicher y la psicóloga Jacqueline Samson, ambos, investigadores del Hospital McLean, en Belmont, y docentes en la Universidad Harvard, analizaron estudios de neuroimágenes de pacientes con problemas psiquiátricos realizados en las últimas décadas. Ellos llegaron a la conclusión de que muchas de las alteraciones anatómicas que anteriormente se atribuían a los trastornos mentales, en realidad, podrían ser consecuencia del maltrato sufrido en la infancia, un hecho común en todo el mundo.

Otro trabajo de revisión de este año, llevado a cabo por investigadores de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos, estima que la mitad de los niños y adolescentes ‒casi mil millones de personas con edades entre 2 y 17 años‒ son víctimas de violencia en todo el mundo. Otro grupo del CDC había determinado previamente que el maltrato en la infancia le cuesta más caro al sistema público de salud que el cáncer y las enfermedades cardíacas. Ese mismo equipo calculó que una hipotética erradicación del maltrato evitaría la mitad de los casos de depresión y dos tercios de los casos de alcoholismo, además de reducir el suicidio, el uso de drogas y la violencia doméstica.

Una buena noticia es que los efectos de las privaciones y el maltrato en muchos casos pueden revertirse o, al menos, mitigarse. Uno de los ejemplos exitosos es el Programa Equilibrio, un proyecto de rehabilitación de niños y adolescentes que sufrieron maltrato y vivían en las calles de São Paulo (muchos de ellos eran usuarios drogas), desarrollado por Sandra Scivoletto. En 2007, con la ayuda de su equipo en la USP, de organizaciones no gubernamentales y de la gobernación de São Paulo, ella instaló en un centro de deportes comunitario ubicado en la región central de la ciudad, un programa de atención multidisciplinario ‒se brindaba tratamiento médico, psicológico, fonoaudiológico, además de terapia ocupacional, apoyo psicopedagógico y soporte social‒ para ayudar a esos niños y adolescentes a desarrollar vínculos con la comunidad y mejorar su autoestima. Desde que comenzó, el programa lleva atendidos a algo más de 600 niños y adolescentes. De los 351 jóvenes que habían ingresado en la fase inicial del programa (un 58,4% de ellos, víctimas de violencia física o sexual), dos tercios seguían participando dos años más tarde y, el 34% había vuelto a vivir en familia. “La capacidad de resiliencia que muestran esos niños es asombrosa”, comenta Scivoletto.

Artículos científicos
LOPES, C. S. et al. Erica: Prevalence of common mental disorders in Brazilian adolescents. Revista de Saúde Pública. v. 50, p. 1-14s. 2016.
PAULA, C. S. et al. Prevalence of psychiatric disorders among children and adolescents from four Brazilian regions. Revista Brasileira de Psiquiatria. abr/ jun de 2015.
TEICHER, M. H. y SAMSON, J. A. Enduring neurobiological effects of childhood abuse and neglect. Journal of Child Psychology and Psychiatry. v. 57 (3), p. 241-66. 2016.
MARQUES, A. et al. Community-based global health program for maltreated children and adolescents in Brazil: The Equilibrium Program. Frontiers in Psychiatry. jul. 2015.

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