Me parece fascinante el rostro moreno y sereno de la cantora sacerdotisa egipcia que ocupa la tapa de la primera edición de 2014 de Pesquisa FAPESP. Me detengo en sus grandes ojos negros delineados, tal vez con khol, un cosmético multimilenario cuya compleja fórmula incluía pequeños porcentajes de compuestos con plomo (aparentemente para prevenir infecciones), en las cejas gruesas y perfectamente dibujadas, en la nariz recta, en los hermosos labios y en el contorno suave y redondeado de la cara, y comento en passant que lo que vemos allí es una bella mujer, seguramente, en el esplendor de su juventud. Pero Sha-Amun-em-su, la dueña de ese rostro pintado en un ataúd que resguarda su cuerpo momificado e integra la colección egipcia del Museo Nacional de Río de Janeiro, no era joven: murió con alrededor de 50 años, aproximadamente en el año 750 a.C, luego de años de entonar cánticos sagrados alabando al dios Amón. Su imagen presente en esta edición es una fotografía de Eduardo Cesar, un profesional que forma parte de nuestro equipo desde hace 14 años.
Es cierto que también me fascina la propia historia de la presencia de esa momia especial en una colección museológica brasileña, y las posibilidades más recientes de descubrir sus antiguos secretos mediante imágenes en 3D, vivamente relatadas por nuestro editor especial Marcos Pivetta, a partir de la página 16. Véase: durante un viaje a Egipto, entre 1876 y 1877, el emperador de Brasil, don Pedro II, le regaló al soberano de ese país, el jedive Ismail, un libro sobre Brasil, y recibió a cambio el féretro cerrado de la sacerdotisa cantora. El emperador lo conservó celosamente en su gabinete hasta 1889. Al proclamarse la República, el obsequio fue incorporado al patrimonio del Museo Nacional, que desde 1892 ocupa la antigua residencia de la familia imperial brasileña, y que actualmente pertenece a la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ). Cabe resaltar que el sarcófago jamás fue abierto, pero en los últimos años se convirtió en una preciada fuente de información sobre los hábitos funerarios adoptados por los egipcios con sus sacerdotisas cantoras, fundamentalmente gracias a los exámenes por tomografía computada de rayos X, que permiten visualizar en tres dimensiones las estructuras del cuerpo preservadas en un cajón desde hace 2.800 años. Vale enormemente la pena leer esa narración elaborada con gracia y fluidez.
Y para finalizar, me encanta la posibilidad de ofrecerles a los lectores este reportaje sobre Sha-Amun-em-su justamente en el pasaje de un año a otro, un período en el que habitualmente nos planteamos una reflexión sobre lo hecho a lo largo del último año y lo que nos proponemos realizar en el nuevo que se nos abre en blanco, sobre el paso del tiempo, sobre el tránsito del ser en un intervalo determinado de tiempo. Lo que fascina en este caso es el contraste entre la fugacidad del tiempo individual ‒y nadie escapa, tarde o temprano, de esa angustiante sensación de los días escurriéndose entre los dedos‒ y la larga duración del tiempo de la historia. Siempre se encuentra algún consuelo en la percepción de que existe, sino una eternidad, al menos un extenso lapso en la historia que los seres humanos vienen construyendo desde hace milenios.
También destaco brevemente el reportaje de nuestro editor de ciencia, Ricardo Zorzetto, acerca de lo que se va descubriendo con respecto a la pubertad precoz y el reportaje de nuestro colaborador Igor Zolnerkevic sobre la intrigante resistencia que algunos cerebros logran oponerle al avance del mal de Alzheimer.
Les deseo a nuestros lectores gratos momentos con esta edición y un entero Año Nuevo creativo y luminoso.
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