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Entrevista

Tullo Vigevani: En busca de autonomía

El primer coordinador del Instituto Nacional de Estudios sobre Estados Unidos en Brasil se refiere a los desafíos en el área de relaciones internacionales

Léo Ramos ChavesTullo Vigevani nació en Parma, en 1942. Al poco tiempo, a causa de la persecución nazi a los judíos del norte de Italia, sus padres huyeron hacia Suiza. Los riesgos de la travesía entre fronteras hicieron que la familia se separara y recién se volviera a reunir en febrero de 1944, cuando llevaron al niño allí. Una vez terminada la guerra, decidieron mudarse al país donde ya vivían sus abuelos maternos. Vigevani desembarcó en Brasil en enero de 1951.

Atraído por el trotskismo, a los 17 años, tras aprobar el ingreso en la Escuela Politécnica de la Universidad de São Paulo (Poli-USP), inició su militancia en una organización “que defendía la lucha por la democracia en general y por la democracia obrera en particular”. No tomó parte en acciones armadas, pero rápidamente tuvo que enfrentar la intolerancia política. A partir de 1964, pasó a vivir en la clandestinidad. Fue en esa condición que se casó, en 1969, con Maria do Socorro de Carvalho, traductora.

Detenido, no pudo acompañar el nacimiento del primero de sus dos hijos. “Mi mujer, a quien también habían arrestado, fue puesta en libertad solo para el parto, en enero de 1971”, relata. La pareja logró dejar el país recién un año después, gracias al empeño de su madre, Iolanda Armar Vigevani. “Ella pidió la intervención del gobierno italiano, incluso del viceprimer ministro Bettino Craxi [1934-2000], quien luego sería primer ministro.”

En Italia, ayudaron a Vigevani, entre otros, el senador Lelio Basso [1903-1978]. “Él fue el primer secretario del Partido Socialista italiano e integró la constituyente italiana de 1946, creó la fundación que lleva su nombre y la Liga Internacional para los Derechos de los Pueblos”, recuerda. En la fundación, actuó en la organización del Tribunal Bertrand Russell II, que investigó las graves violaciones de derechos humanos entonces en curso en América Latina, y ayudó a preparar el documento de acusación contra el gobierno brasileño. La sesión dedicada al país contó con testimonios de la propia pareja Vigevani y de otros exiliados políticos, como Fernando Gabeira y Miguel Arraes. Hasta su regreso, posibilitado por la aprobación de la Ley de Amnistía, en agosto de 1979, el actualmente investigador del Centro de Estudios de Cultura Contemporánea (Cedec) mantuvo intensa actividad de solidaridad co Brasil. En julio de 1985, tras de una larga espera, tuvo aprobado su pedido de naturalización, haciéndose oficialmente brasileño.

Vigevani ingresó a la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Universidade Estadual Paulista (Unesp) en 1987, a los 45 años de edad. Profesor emérito de la institución, en donde sigue dando clases de posgrado, es uno de los fundadores del Instituto Nacional de Ciencia y Tecnología para Estudios sobre Estados Unidos (INCT-Ineu) y uno de los idealizadores del programa de posgrado en relaciones internacionales San Tiago Dantas, conformado por la Unesp, la Universidad de Campinas (Unicamp) y la Pontificia Universidad Católica de São Paulo (PUC-SP). En esta entrevista, además de narrar su militancia política, nos habla de sus más de cuatro décadas de investigación de temas de las relaciones internacionales –cuyos resultados fueron publicados en español, francés, italiano, inglés y chino–, de su interés por Estados Unidos y su aprecio por el quehacer científico. “Los científicos sociales trabajan con temas que pueden incidir en el debate, en la realidad”.

Edad 75 años
Especialidad
Ciencia política
Institución
Universidade Estadual Paulista (Unesp) – Campus Marília
Estudios
Graduado en ciencia política en la Universidad de Roma (1978), doctorado en historia por la USP (1990)
Producción científica
Alrededor de 170 artículos científicos, 19 libros escritos o compilados, 86 capítulos de libros

Usted inició su vida universitaria en una carrera de ciencias exactas. ¿Cómo se dio el paso hacia el área de las ciencias humanas?
El paso fue el resultado de una historia de vida, no de una opción sistemática. Entré a la Escuela Politécnica de la USP tras el examen de ingreso de 1961 y salí el 31 de marzo de 1964. Al igual que otros compañeros de la misma época, que tuvieron vida política y estudiantil en ese período, no me dediqué intensamente a los estudios. Allí, puedo decir que completé el segundo año de la carrera. Me quedó de ello alguna preparación en métodos y en matemática.

¿Su militancia política empezó con la vida académica?
Sí, en el primer año de la facultad. No solo en el movimiento estudiantil, sino también en el movimiento obrero. Según la tradición de la izquierda internacional, que tenía reflejo en algunas organizaciones en Brasil, fui a trabajar a una empresa. Durante seis meses, fui gomero en Pirelli. La idea era concientizar y construir el movimiento sindical desde la base. Yo tenía 21 años y la militancia tuvo consecuencias de largo plazo para mi carrera.

¿Cuáles fueron esas consecuencias?
Las organizaciones de izquierda tenían una propensión a tener vínculos internacionales importantes. Además de estar muy conectado a las cuestiones políticas y haber estudiado historia política, esa perspectiva de la lógica internacional de las relaciones económicas, sociales y políticas terminó influyendo en mis intereses a largo plazo.

¿Durante su militancia usted estuvo preso?
Estuve preso en tres ocasiones. La primera, en 1962, en la movilización que hubo de las fuerzas de izquierda en defensa de Cuba, contra la invasión de la bahía de Cochinos. Fueron algunas horas de detención. Con la intervención del diputado Cid Franco, del Partido Socialista, todos los arrestados fueron puestos en libertad. En la dictadura militar, me metieron preso el 20 de enero de 1965, en São Paulo. Como integrante del Partido Obrero Revolucionario Trotskista [Port], me buscaban desde el 1º de abril de 1964, con una prisión preventiva decretada. Me liberaron dos meses después, por medio de un habeas corpus.

¿Cómo fue la experiencia en la prisión?
Estuve 15 días en la solitaria. La tercera detención, que duró una año y medio, ocurrió en agosto de 1970. Los primeros 15 días fueron de gran violencia, en el marco de la Operación Bandeirantes [Oban], seguidos de un mes y medio más en el Departamento de Orden Político y Social [Dops]. La detuvieron también a Maria do Socorro, mi mujer, embarazada de nuestro primer hijo, y la obligaron a presenciar las sesiones de torturas a las que me sometieron. En el Dops fui testigo de terribles violaciones y asesinatos. Puse fin a mi militancia el día que me arrestaron por tercera vez. Nunca más volví a militar. Eso no quiere decir que haya roto con las ideas. Pasé a pensar los problemas. En aquel momento, el 80% de los presos estaba vinculado a la vida universitaria. Eran intelectuales o militantes políticos originarios del movimiento estudiantil. En el penal Tiradentes, en São Paulo, donde estuve, había un grupo que discutía economía política. Las clases de Jacob Gorender [1923-2013] y Regis Stephan de Castro Andrade [1938-2002] fueron muy importantes para mí, entonces estudiante de ingeniería. La intención de la Oban y del Dops era de mantenerme preso, incluso para evitar que, en la condición de ciudadano italiano, yo denunciara a la dictadura en el exterior. Mi padre murió mientras yo estaba en la cárcel, pero la actuación de mi madre ante el gobierno italiano fue lo que movilizó a la embajada y al consulado a manifestarse fuertemente por mi protección, la de mi mujer y de mi hijo. Después de salir en libertad, el 3 de febrero de 1972, me fui a Italia.

El 80% de los presos estaban vinculados a la vida universitaria, intelectuales o militantes políticos originarios del movimiento estudiantil

¿Y qué fue lo que encontró allá?
Allá encontré un movimiento de solidaridad a los refugiados latinoamericanos, que aumentó aún más después del golpe en Chile, en 1973. Fue esa solidaridad la que me permitió conseguir un empleo, en el contexto de la alianza entre los partidos del llamado compromisso storico: el Partido Comunista, la Democracia Cristiana y el Partido Socialista. Esos partidos habían creado un instituto de derecho privado con financiación pública, subsidiado por el gobierno italiano. Se llamaba Istituto per le Relazioni tra l’Italia e i paesi dell’Africa, America Latina, Medio Oriente (Ipalmo) y publicaba la revista Politica Internazionale. Un empleo que casi casualmente coincidía con mis intereses intelectuales, desde siempre estimulados por experiencias de vida y por la militancia, orientados a las relaciones internacionales. Además de en el Ipalmo, trabajé en la agencia de noticias Inter Press Service, de orientación tercermundista. Mi perfil académico se definió en la elección de la carrera de ciencia política, que empecé en 1973, en la Universidad de Roma, a los 31 años. Mi tesis de láurea, que es equivalente aquí a la tesina de grado, fue sobre la relación Brasil-Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial.

Todavía cursaba la carrera de grado cuando empezó a publicar artículos científicos.
Sí, en las revistas Politica Internazionale y Terzo Mondo publiqué artículos sobre la nueva política exterior de Brasil, denominada pragmatismo responsable. La política que fue desarrollada en el gobierno de Ernesto Geisel [1974-1979], por el ministro de Relaciones Exteriores Antônio Azeredo da Silveira, cobró notoriedad y exigió una explicación conceptual nueva. Era extraño que una política que se presentaba como siendo de autonomía nacional, de independencia y con contradicciones explícitas con los Estados Unidos fuera desarrollada por una dictadura que había sido constituida inicialmente con el beneplácito y hasta con el estímulo estadounidense. Eso se explicaba por diferentes razones. Después del llamado milagro económico, una parte de los grupos económicos brasileños, pero sobre todo la elite política militar, empezó a identificar oportunidades que se generaban para la expansión del perfil internacional del país. Era un momento en el que China empezaba a reingresar al sistema internacional, luego de las visitas de Henry Kissinger y Richard Nixon [1913-1994] al país. En esa época también publiqué en la revista mexicana Coyacan.

¿Cuándo decidió volver a Brasil?
No es que haya decidido volver a Brasil. Nunca dejé de querer estar en Brasil. Volví el 25 de diciembre de 1979, con mi mujer y mi hijo de 8 años, nacido durante la última detención. Mi tesina fue reconocida por la PUC de São Paulo como equivalente a una de maestría y empecé a trabajar en la Secretaría de Planificación de la alcaldía. Como me había inscrito en el doctorado en Francia, en 1978, con Jacques Vernant [1912-1985], editor de la revista Politique Étrangère y un referente en estudios de relaciones internacionales, tan solo transferí intelectualmente el doctorado hacia acá. En 1982 ingresé al doctorado en historia en la USP, bajo la dirección de tesis de Carlos Guilherme Mota, y empecé a dar clases en la PUC y en la Universidad Metodista de São Bernardo do Campo. Seguí investigando las relaciones Brasil-EEUU durante el período de la Segunda Guerra Mundial.

¿Por qué ese interés por Estados Unidos?
Elegí a Estados Unidos por la importancia que tiene en el sistema internacional. En mi interpretación, estudiar esas relaciones es una forma de identificar las motivaciones de la política externa brasileña, telón de fondo constante de mi trabajo académico.

Las clases trabajadoras también pueden tener sus intereses contemplados en una perspectiva de desarrollo y autonomía.

¿Qué es lo que quería entender?
Había preocupaciones bien caracterizadas en la tesis doctoral. En la discusión de la cuestión nacional, tema clásico de análisis político, hay un tema que atraviesa el mundo intelectual: ¿el interés nacional y la autonomía corresponden únicamente a los intereses de las clases dominantes, de la burguesía, o corresponden también a los intereses del pueblo y de los trabajadores? Esa es la pregunta que está en la primera página de mi tesis. Tiene que ver con preguntas vinculadas a mi militancia, desde cuando tenía 16 años. La respuesta de la tesis, que está fundamentada en el análisis de autores del pensamiento político: el interés nacional y la autonomía no corresponden solo al interés de las clases dominantes. Pueden corresponder a este, pero no siempre las clases dominantes los defienden. Al contrario, muchas veces no los defienden, como cuando se vuelven absolutamente internacionalizadas, cosa que está ocurriendo hoy en día en Brasil. El resultado no me ha sorprendido.

¿Por qué?
¿Cuáles son los intereses que sobrentienden la autonomía y el interés nacional? La política proteccionista, por ejemplo, que corresponde a lógicas de estamentos, segmentos del Estado que tienen un proyecto de desarrollo nacional, no es directamente identificable con el interés de las clases trabajadoras. Pero lo que sostengo en la tesis de doctorado es precisamente que las clases trabajadoras también pueden tener sus intereses contemplados en una perspectiva de desarrollo y autonomía. El principal hallazgo de esa tesis, apoyado en la interpretación de documentos, a diferencia de lo que sugiere un sinnúmero de análisis académicos, es que la política brasileña, incluso en un momento de alianza formal entre Brasil y Estados Unidos, apuntó a mantener una independencia y a usar esa alianza desde una perspectiva de autonomía.

Su nombre es siempre recordado cuando se habla de la construcción del campo de las relaciones internacionales en Brasil. ¿Cuáles son las grandes cuestiones, hoy en día, para esa área del conocimiento?
En el caso de Brasil, hay un problema básico en la política exterior que es la crisis institucional y la consiguiente crisis económica. Es una cuestión sumamente importante para el área de relaciones internacionales. En los gobiernos de Fernando Henrique Cardoso [1995-2003] y Luiz Inácio Lula da Silva [2003-2011], Brasil tenía un papel razonablemente importante en las relaciones internacionales, en un nivel tal vez mayor que el propio peso económico y militar del país en el sistema internacional. Esto era en parte consecuencia de los valores que el gobierno brasileño estaba buscando influenciar en el sistema internacional: un comercio más justo, que contemplara los intereses de los países en desarrollo, por ejemplo; en la época de Lula, el combate contra el hambre, la defensa de valores democráticos y de derechos humanos; antes de eso, la conferencia del medio ambiente, en 1992, en Río, durante el gobierno de Fernando Collor de Mello [1990-1992]. Todo ello creó un ambiente propicio para el aumento de la importancia brasileña en el sistema internacional. Actualmente, la crisis institucional le quita credibilidad a cualquier acción de Brasil. La crisis no es un problema de política exterior, pero influye decisivamente sobre la política exterior. Ambas cosas están conectadas. Mientras no se restablezca el orden institucional y vuelva a levantarse la economía del país, no hay posibilidades de tener mayor peso en el sistema. Brasil, hoy por hoy, es un país con una dificultad extrema de tener unavoz activa.

Considerando su diagnóstico, ¿cuál es el principal tema de la política exterior brasileña en la actualidad?
La readecuación de Brasil para tener una política autónoma e independiente que contemple el desarrollo económico.

En el libro A política externa brasileira: A busca da autonomia, de Sarney a Lula, publicado en 2009, originalmente en inglés, usted y Gabriel Cepaluni desarrollaron el concepto de autonomía por la diversificación. ¿Cómo se dio eso?
Se trata del desarrollo y aplicación, para el gobierno de Lula da Silva, de una idea que fue inicialmente formulada por Gelson Fonseca y Celso Lafer en el gobierno de Cardoso, cuando se discutía la diferencia entre autonomía por la distancia y autonomía por la participación. Autonomía por la distancia era la inserción brasileña en el sistema internacional en una perspectiva, si no de conflictividad, de oposición a los países hegemónicos, particularmente a Estados Unidos. Fue la política del gobierno de Geisel, por ejemplo. La autonomía por la participación, que es la que sostenían Fonseca y Lafer, sería la adhesión brasileña a los regímenes internacionales, a los principales valores del sistema internacional y, dentro de las organizaciones que elaboran esos regímenes, tener una voz activa para eventualmente modificarlo de forma favorable a Brasil y a los países en desarrollo. Fue esa teoría la que llevó a Brasil a la participación plena en regímenes como el de los derechos humanos, por ejemplo. Hubo críticas a esa formulación de autonomía por la diversificación, pero con ella buscamos explicar por qué un país que busca la autonomía, que no adhiere a todos los regímenes internacionales hegemónicos, no se vuelve su crítico directo. Esa fue la característica del gobierno de Lula da Silva, que no puede ser caracterizado como un gobierno de la autonomía por la distancia; de allí la idea de autonomía por la diversificación, la diversificación de las alianzas. Sin romper con Estados Unidos, con las organizaciones internacionales, hizo alianzas con África, China, América del Sur, insistió en la integración regional.

La crisis no es un problema de política externa, pero influye decisivamente en la política externa

La integración regional, dicho sea de paso, es un tema muy preciado para usted. ¿Por qué se dedica tanto a él?
El tema me interesa porque brinda una perspectiva de fortalecimiento de la autonomía y una posibilidad de desarrollo económico del país, de forma integrada con la región, de aumento de la riqueza y, potencialmente, de distribución.

La autonomía es un concepto omnipresente en sus reflexiones.
No soy un defensor de la autonomía en abstracto. Veo a la autonomía como un instrumento mediante el cual las poblaciones pueden decidir sobre sus propios destinos. Esa es la noción que me interesa. La idea de libertad y la posibilidad de programación económica para el desarrollo. ¿Cuál es la capacidad de un país de determinar su propio destino? Ese no es un problema fuera del tiempo y del espacio. En una sociedad de derechos iguales para todos, la autonomía no es más necesaria. Ella es necesaria justamente en una sociedad desigual. Y entre Estados desiguales.

¿Cuál es la autonomía de Brasil actualmente?
En una situación de crisis institucional y de grave crisis política, como la que vive el país, la capacidad de decisión propia probablemente se encuentra reducida. Hay una discusión para la inserción plena en los regímenes internacionales que veo con recaudos, porque implicaría aceptar, sin posibilidad de una adecuada negociación, regímenes que pueden no interesarnos. La ciencia política llama a eso band-wagoning, una idea desarrollada por Kenneth Waltz para las relaciones internacionales.

Ese es uno de los temas de Poder e comércio: A política comercial dos Estados Unidos, libro que usted acaba de lanzar con Filipe Mendonça y Thiago Lima. ¿Podría hablar un poco sobre él?
El libro es el resultado de un estudio desarrollado por un grupo de investigadores, desde hace más de una década, sobre todo en el marco del Ineu, apoyado por el CNPq [el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico] y por la FAPESP. Nuestro interés se deriva de la importancia de Estados Unidos y del hecho de que su política resulta, en muchos aspectos, determinante para el sistema internacional. Allí tratamos de comprender la política comercial estadounidense a partir del proceso de construcción de sus instituciones. El libro cubre todo el siglo XX hasta el gobierno de Clinton [1993-2001], pero con escenarios de políticas desarrolladas también en los gobiernos de Bush, de Obama y, en las conclusiones, de Trump. Hay varias fases en la política comercial de Estados Unidos y, al cabo, la comprensión de las instituciones responsables de la formulación y ejecución de las políticas de comercio internacional nos permite entender los cambios en curso.

¿Podría darnos un ejemplo?
Cuando estudiamos el así llamado fair trade (comercio justo), ampliamente desarrollado en el segundo mandato de Ronald Reagan [1985-1989], encontramos las raíces de la política contemporánea, de relaciones duras, que Trump está buscando instaurar. La política de negociaciones duras siempre ha existido, incluso en los gobiernos demócratas. Pero la utilización de ese instrumento depende del momento político interno del país. Actualmente, Trump se inspira en esa política al exigir una reciprocidad basada en los estándares de Estados Unidos. Quiere imponer el fair trade, lo cual es una contradicción en términos.

La política brasileña, incluso en un momento de alianza formal entre Brasil y EEUU, buscó mantener la independencia

Así volvemos a la noción de autonomía. ¿Existe autonomía posible frente a un poder como ese?
Sí, existe, pero depende de la capacidad política de los Estados para enfrentar la cuestión. China y la Unión Europea, por ejemplo, han declarado ya que lo enfrentarán, que adoptarán represalias. ¿Cuál es la capacidad de los Estados para enfrentar eso? Es difícil saberlo. La historia sugiere que, al final, habrá un acuerdo. Así fue en el gobierno de Reagan. El riesgo actual para Brasil es el de hacer un acuerdo con Estados Unidos desvinculado del tratamiento internacional que tendrá la cuestión. Todos los países están recurriendo a la Organización Mundial del Comercio, la OMC, que está muy debilitada. Si esta no tiene vitalidad, pasarán a negociaciones directas, bilaterales o multilaterales. En este momento, el resultado no está determinado. Puede haber una guerra comercial. Dependerá del proceso de negociación.

Su experiencia personal está marcada por temas que siguen desafiando al conocimiento científico, como la migración forzosa, la persecución política, el cercenamiento de la libertad de reunión y de expresión. En ese escenario, ¿Cuál es el papel del politólogo?
La conflictividad en la sociedad se da, y se vuelve irresoluble, si no se incluye la política. Y la política es el arte de la negociación, es la posibilidad de resolver los problemas considerando las diferencias. Estamos hablando aquí de la política clásica, de John Locke [1632-1704], del liberalismo. El arte de negociar es absolutamente necesario. En ese sentido, las ciencias humanas pueden contribuir con el conocimiento científico sobre la sociedad. Interpretaciones y opiniones pueden y deben existir, pero a partir de un conocimiento en profundidad, estructural, de lo que son las relaciones en la sociedad. El rol del científico social, y del politólogo, no es ofrecer soluciones, sino construir escenarios. Quien debe arbitrar las soluciones posibles es la sociedad con sus representaciones, incluso y particularmente el Estado.

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