Desde que era niño he estado en contacto con el mundo de la agricultura. Mi padre es un pequeño agricultor de la ciudad de Katlang, en el norte de Pakistán. En sus 4 hectáreas de terreno, cultiva cereales como trigo y maíz, y también legumbres y hortalizas. Viví ahí hasta que me fui a cursar la enseñanza media en Swabi, una ciudad cercana a mi tierra natal, donde me alojé en un hostal.
En 2011, con 17 años, ingresé a la Universidad Agrícola de Peshawar, en la misma región. La ciudad alberga un gran polo universitario, donde están algunas de las principales escuelas superiores públicas de Pakistán en ciencias exactas y biológicas. Por cierto, allí también estudiaron mis dos tíos, hermanos de mi padre.
Mientras que ellos estaban interesados en investigar la producción vegetal y sus enfermedades, yo elegí un camino diferente. En los dos primeros años de la carrera, que son de formación básica general, frecuentaba la biblioteca para leer publicaciones como las de la FAO [Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura]. Aprendí que en muchas regiones del mundo, sobre todo en África, el suelo tiene bajo contenido de nutrientes y esto acaba comprometiendo la calidad nutricional de los alimentos. Así fue que me interesé por el tema de la seguridad alimentaria.
En Pakistán, los dos años finales de carrera son de especialización y me decanté por la agronomía. Quería encontrar maneras de mejorar la productividad agrícola y, al mismo tiempo, aumentar la cantidad de nutrientes de los cereales. En cuanto me gradué, empecé una maestría en la misma universidad, en Peshawar.
Desde entonces estoy abocado al estudio de la biofortificación agronómica, una técnica que utiliza una serie de herramientas, como el abono mineral, para lograr que las plantas sean más nutritivas para el consumo humano y animal. Estoy convencido de esta propuesta: es una forma de mejorar la dieta y la calidad de vida de los más pobres. En aquella época experimenté utilizando fertilizante foliar. Es decir, añadí hierro y zinc a las hojas y obtuve buenos resultados con mi investigación.
Al finalizar el máster, presenté varias solicitudes de beca para tratar de acceder a un doctorado en alguna institución internacional. Conseguí aprobar en tres, incluida la Universidad Agrícola de Nanjing, en China, pero decidí venir a Brasil.
Uno de los factores que me llevaron a elegir el Programa de Posgrado en Agronomía de la Unesp [Universidade Estadual Paulista], en su campus de Ilha Solteira, fue la línea de investigación de mi director de doctorado, Marcelo Carvalho Minhoto Teixeira Filho. También entusiasta de la biofortificación agronómica, no solo realiza estudios para enriquecer los granos con hierro y zinc, sino que también trabaja con bacterias para elevar la eficiencia de la fertilización nitrogenada y fosfatada. El uso de bacterias en la biofortificación es algo novedoso y sentí curiosidad de saber más sobre esta posibilidad.
Llegué a São Paulo en 2019. Y por supuesto, adaptarme a la cultura brasileña fue todo un reto. Soy musulmán, como la mayoría de los pakistaníes. En mi país, por ejemplo, los varones no saludan a las mujeres con besos en la mejilla ni abrazos, a no ser que formen parte del núcleo familiar: madre, hermana o esposa. También por motivos religiosos, no consumo bebidas alcohólicas ni carne de cerdo o vacuna. Confieso que la comida brasileña se me antojaba extraña, pero al mismo tiempo me encantaron varias cosas: el pescado, el asaí y los helados frutales, como así también los jugos naturales de varios sabores.
El profesor Teixeira Filho me ayudó mucho: me acompañó a buscar una casa para alquilar e íbamos a comer juntos a restaurantes. De todos modos, me di cuenta de que necesitaba aprender pronto el portugués para poder independizarme. Así que hice un trato con algunos compañeros de la maestría y el doctorado: les enseñaría inglés, y a cambio ellos me enseñarían portugués. En Pakistán, el inglés es uno de los idiomas oficiales y yo lo hablo con fluidez. Por esta razón, pude ayudar a redactar muchos artículos para publicaciones internacionales.
Al principio me sentía muy solo. Más allá de la dificultad natural para un recién llegado de hacer amigos, en 2020 el mundo quedó sumido en la pandemia de covid-19. Me casé a distancia, y mi esposa, la pedagoga Amna Gohar, llegó a Brasil en diciembre de ese año. Debido al problema sanitario, tan solo despegaba un avión por semana con destino a Brasil. A veces, ese intervalo llegaba a ser de dos semanas. Ni bien llegó, ella inició el doctorado en Educación en la Unesp, campus de Marília. Al principio, lo cursaba a distancia a causa de la pandemia, pero después pasó algún tiempo en Marília. Su meta es evaluar las diferencias entre las carreras de pedagogía de Brasil y Pakistán.
En cuanto a mi investigación, dispuse de una beca ofrecida en forma conjunta por el CNPq [Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico] y la TWAS [Academia Mundial de Ciencias], una entidad centrada en el avance científico en los países en desarrollo. Proseguí con mis experimentos en materia de biofortificación en frijol, maíz y trigo. No obstante, a instancias de mi director, Teixeira Filho, cambié la fertilización foliar por el uso de bacterias, que en este caso se inoculan directamente en las semillas. Es un método que reduce los costos para el agricultor, porque no se necesita fumigar. Además, como estos microorganismos potencian la absorción de nutrientes por la planta, permite reducir el uso de fertilizantes minerales y, así, su impacto sobre el medio ambiente.
A lo largo del proceso, utilizamos diversas bacterias. Y obtuvimos resultados positivos tanto en frijol como en maíz y trigo. En los tres casos, el aumento del contenido de zinc en los granos osciló, en promedio, entre un 18 % y un 40 %, con un pico de hasta un 48 %. Por añadidura, la productividad de los cereales aumentó alrededor de un 20 %. En nuestra investigación solo probamos con zinc, porque el suelo de la región donde se encuentra Ilha Solteira contiene abundante hierro y no hay necesidad de aportar este micronutriente.
La investigación fue considerada la mejor tesis del campus de Ilha Solteira y se adjudicó el premio de la revista científica Plants como una de las tres mejores tesis doctorales defendidas en el área de las ciencias agrarias a nivel mundial en 2022. Además, se publicaron extractos del estudio en revistas tales como Revista Brasileira de Engenharia Agrícola e Ambiental, Chemical and Biological Technologies in Agriculture, de Alemania, y Crop and Pasture Science, de Australia.
En junio de 2022 nació mi hijo, Muhammad Ibrahim, en Ilha Solteira. Permanecí en Brasil hasta mayo de 2023, cuando me incorporé a la King Abdullah University of Science and Technology, en Arabia Saudita, para hacer una pasantía posdoctoral hasta el año que viene. Sigo trabajando con la biofortificación agronómica, pero ahora estoy investigando la producción de un fertilizante capaz de suministrarles hierro y zinc a las plantas mediante nanotecnología. Mi meta es conseguir empleo en alguna universidad de Pakistán y poder aplicar este conocimiento en mi país, cuyos suelos carecen de estos dos micronutrientes. Empero, no está en mis planes alejarme de Brasil. Este semestre regresaré al país con mi esposa, quien va a defender su investigación doctoral en Marília.
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