STF/AFPEl Muro de Berlín cayó hace 20 años, pero recién ahora se ha escuchado el ruido de su impacto real y, aunque sea un símbolo del socialismo, sus fragmentos terminaron tocando en los últimos meses otro “muro”, en este caso, un símbolo del capitalismo: Wall Street. Un libro fundamental para entender todo el contexto de estos cambios es Revolution 1989: the fall of the soviet empire (Random House, 480 páginas, 30 dólares), de Victor Sebestyen, que ha salido en Europa y Estados Unidos. Por cierto, en un momento histórico en que ambos hechos se entrecruzan, tal como sostuvo el economista Joseph Stiglitz en una entrevista reciente concedida al periódico español El País, se debe analizar que el fin del socialismo, si bien generó por una parte un entusiasmo general entre los adeptos del capitalismo, por otra, aporta ahora cuestionamientos importantes al respecto del funcionamiento del sistema durante las últimas décadas. “Cuando Stiglitz dice que la crisis financiera afectará al fundamentalismo del mercado con una fuerza devastadora, comparable a la que tuvo la caída del Muro de Berlín sobre los destinos del comunismo, dejó de decir que la conexión entre estos episodios es más que meramente simbólica”, explica el economista y diplomático Rubens Ricupero, director de la Facultad de Economía y Administración de la Fundación Armando Álvares Penteado (FAAP) y ex secretario general de la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (Unctad). Según Ricupero, la actual crisis financiera, que trajo de vuelta antiguas discusiones sobre el rol del Estado en una economía de mercado, es un fruto tardío del derribamiento de ese ícono socialista. “A decir verdad, la desaparición del contrapeso representado por el socialismo ayudó a liberar las fuerzas que originaron los excesos financieros que desencadenarían el derretimiento del sistema especulativo de los años recientes.”
El diplomático recuerda que en 1990, luego del triunfalismo de la caída del Muro de Berlín, la única voz sensata fue la de la Unctad, que en su informe anual previó que aquella década y la siguiente serían caracterizadas por la frecuencia, la intensidad y el poder destructivo de las crisis financieras y monetarias. “En la raíz del desastre estaba la aceleración de la tendencia a eliminar cualquier control interno y externo al libre flujo de capitales. Por estas razones, se puede prever cómo va a terminar el siglo XXI americano: por la desenfrenada liberalización financiera y debido al inmoderado gusto de la codicia”, evalúa Ricupero. “Hace mucho tiempo que el poder en Washington no es más dominado por el complejo militar-industrial, sino por el financiero-político-militar. Y así termina el mundo, como vaticinaba T.S. Eliot, no con un estruendo, sino con un gemido”. El economista advierte sobre la concentración excesiva de los análisis sobre la crisis reciente solamente en sus aspectos financieros, con la política apareciendo en ocasiones como un telón de fondo referencial, y hablándose menos aún sobre el proceso por el cual sectores ligados a las finanzas conquistaron puestos en el sistema político norteamericano. A la caída del Muro le siguió a otra caída igualmente poderosa para la marcha del capitalismo en las bases actuales: la de las torres gemelas, el 11 de Septiembre de 2001. “A partir de entonces hubo un súbito y continuo refuerzo del poder del Estado, su afirmación creciente ante el mercado y la sociedad civil”, sostiene.
“Uno de los corolarios del cambio en aquella época es que la política y la estrategia habían vuelto a adquirir, como en los tiempos de la guerra, total prioridad sobre la economía. Sin embargo, luego de los atentados, con la inyección intensa de recursos financieros en el sistema por parte del Estado, la economía mejoró, y una vez amortiguados los primeros impactos de los atentados, y habiendo recobrado vigor la expansión económica después de 2002, se creó la impresión de que el mercado había recuperado su autonomía con relación al dominio de la política”, analiza. Para el profesor, había una intensificación del movimiento experimentado por el mercado luego la caída del Muro: “El fin del socialismo fue un maremoto político. El vacío ideológico y el desequilibrio de fuerzas consecuentes hicieron posible aquello que antes era inconcebible: la absoluta hegemonía de los mercados financieros y los excesos responsables del colapso actual”. Al fin y al cabo, el Muro en ruinas había dejado en una posición delicada a ciertos conceptos como “izquierda” y “derecha”. “La caída del Muro, el fin de la Unión Soviética y la redemocratización general vaciaron las propuestas y la energía social de la izquierda. Fueron los detergentes de ideologías”, como sostiene el cientista político Leôncio Martins Rodrigues, de la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp). Cobró fuerza la “tercera vía” pregonada por Giddens y practicada por Tony Blair. “Su ideología era una mezcla de globalización con liberalización. Globalización entendida como unificación en escala planetaria de los mercados, sobre todo para las finanzas. Liberalización en el sentido de eliminar todo aquello que pudiera limitar las oportunidades de los negocios. La fiscalización, se creía, correría por cuenta de la supuesta capacidad autorregulatoria de los mercados”. Lo que no se percibió, sigue el diplomático, fue que el rol del Estado pasaría a ser cada vez más permanente como factor de estabilización de una situación económica de creciente desequilibrio interno y externo.
“Si la crisis de 1929 fue una crisis de mercados, la crisis de los años 1990 fue una crisis del Estado. Y esta crisis del Estado, desde este punto de vista, se plantea en el plano de quién va a saldar estos créditos que los individuos tienen con relación a la colectividad. Créditos para los cuales hay que tener recursos y para los cuales un Estado fragilizado, incluso en su capacidad de promover bienestar social, surge con claridad”, evalúa Celso Lafer, profesor titular del Departamento de Filosofía y Teoría General del Derecho de la Facultad de Derecho de la Universidad de São Paulo.
Ricupero recuerda también que las crisis da década de 1990 (que afectaron a México, Argentina, casi todos los países asiáticos, en 1997, y a Rusia y Brasil) no sirvieron de lección para el sistema. “Lejos de beneficiarse con alguna tendencia ineluctable derivada de la naturaleza de las cosas, la proliferación financiera fue la política oficial anhelada e impuesta vigorosamente por el gobierno norteamericano, por los creadores del Consenso de Washington, por casi la totalidad de las organizaciones y de los bancos internacionales liderados por el FMI y el Banco Mundial”, analiza. “En Estados Unidos, como resultado de ello, el sector financiero trepó del 10% del total de las utilidades corporativas en 1980 al 40% en 2006, pese a generar tan sólo un 5% de los empleos”. De allí la justa indignación de Ricupero con la ausencia de un análisis político e ideológico de la crisis actual, incluyéndose allí una retrospectiva histórica que se remonta al fin del Muro. “Todas estas transformaciones no se dieron por generación espontánea. Fueron producto de elecciones políticas, de la actividad determinante y de las decisiones del Ejecutivo y del Congreso estadounidense. Constituyeron el resultado de la acción política de un Estado al servicio de intereses de sectores económicos influyentes, en especial el financiero. No obstante, la manipulación ideológica se esforzó en hacer creer que la evolución no pasaba de ser una imposición irresistible de la globalización económica”. Nikita Krushev, donde quiera que esté, debe estar riéndose de haber inventado una monstruosidad como el Muro, que, aun demolido, demostró que era una bomba de tiempo anticapitalista.
GERARD MALIE/AFPUnificación
“Simultáneamente a las modificaciones que en EE.UU. reforzaban la convergencia entre el gobierno y el sector financiero, el colapso del comunismo real y el cambio de rumbo en China dieron las condiciones necesarias para consolidar el modelo en ascensión. El primero puso fin a la división de Alemania, de Europa y del mundo en dos bloques ideológicos y militares incompatibles, lo que permitió la unificación en escala planetaria de los mercados para las finanzas y para el comercio”, sostiene Ricupero. “El segundo dio nacimiento al proceso que aseguró los 25 años de crecimiento acelerado chino.”
“En efecto, si no se altera de manera radical la correlación de fuerzas, se hace difícil imaginar que el gobierno estadounidense acepte un tipo de reforma que le reduzca el poder de modo sustancial. Como así también el sector financiero, temporalmente debilitado, no tendrá otro remedio que aceptar por algún tiempo la presencia intrusiva del Estado”, evalúa Ricupero. Sin embargo, la caída del Muro fue saludada de entrada como el comienzo de una nueva y mejor era en la relación entre los países. “Fue un momento interesante, pues reunió a líderes en torno de un centro-izquierda preocupado con los valores, como así también con la arquitectura financiera. Esta articulación se vio afectada por el fin del mandato de los siguientes gobernantes: Bill Clinton, Schroeder, D’Alema, Jospin, Fernando Henrique Cardoso y Tony Blair. Ellos intentaron fijar la agenda post Guerra Fría, tomando como hito inaugural de este nuevo tiempo la caída del Muro”, analiza.
“Existía la expectativa de que era necesario construir un orden mundial más kantiano, más cosmopolita, más humano. Todo eso quedó en jaque luego del 11 de Septiembre. Fue allí que el mundo cambió”. En artículo intitulado “Cuestiones para la diplomacia en el contexto internacional de las polaridades indefinidas”, Lafer y el diplomático Gelson Fonseca Jr. formulan, a partir del fin del Muro, un diagnóstico del futuro del sistema internacional. Según ellos, la predominancia de fuerzas centrípetas era la característica sobresaliente de la primera – post Guerra Fría, un período situado entre la caída del Muro y la guerra del Golfo, entre 1990 y 1991. En dicho período, sostienen, hubo un análisis optimista e incluso eufórico de las transformaciones internacionales, que apuntaba hacia el surgimiento de una “comunidad internacional”, racionalmente orientada por el mercado y por la democracia. Se vuelve a hablar de “nuevo orden internacional”, que sería la “construcción de todos”, un movimiento que genera una revaloración de las Naciones Unidas, una organización que, se pensaba, estaría libre de las trabas que le impedían funcionar plenamente durante la Guerra Fría, y así vendría un nuevo momento en que la ONU podría cumplir su función de instrumento de seguridad universal.
La realidad
Luego de esta euforia, siguen Lafer y Fonseca, vino la emergencia de fuerzas centrífugas de “la segunda post Guerra Fría”, iniciada con la debacle de la URSS y el fin de Yugoslavia. Era el fin de la creencia en el triunfo de los valores iluministas universales y el resurgimiento de conflictos étnicos, religiosos y culturales, que constituyeron un fuerte obstáculo a la lógica de la globalización. “El Muro de Berlín fue el gran símbolo de la realidad que hizo de la política internacional algo contiguo a la guerra, teniendo como criterio el antagonismo amigo/ enemigo. De allí el realismo de la lógica del poder de la Guerra Fría. Su caída generó expectativas positivas sobre la posibilidad de construcción de un orden mundial más pacífico y más cooperativo. Eso no se mantuvo, porque el mundo cambió nuevamente”, sostiene Lafer. El Muro igualmente movió la política externa brasileña.
“La cancillería brasileña, solía decir yo, había sido pensada teniendo en vista la relación Este-Oeste, y la relación Norte-Sur articulada en las brechas de la primera. El fin de la relación Este-Oeste significaba que la relación Norte-Sur debía ser repensada a la luz no de una nueva coyuntura, sino de una transformación de la estructura de funcionamiento del sistema internacional. Mi reflexión apuntaba que el mundo seguía cambiando y que estábamos operando en un juego de fuerzas centrípetas y centrífugas. Las primeras llevaban a la globalización y las segundas a la fragmentación”, sostiene Lafer. En derrumbe de una estructura edificada se escondían problemas futuros y el fin de las utopías, ahora de las democráticas. “Es la intuición poética de Camões, al comienzo de la globalización de los descubrimientos, al regresar y encontrar la patria – metida en el gusto de la codicia y en la rudeza de una austera, apagada y vil tristeza –”, recuerda Ricupero.
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