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¿Un hermano mayor para Plutón?

Un astro distante y gélido puede ser el décimo planeta del sistema solar

Un astro remoto y helado, aún sin nombre oficial, puede cambiar el contenido de aquella clase de ciencias en la cual se aprendía que el sistema solar era formado por nueve planetas. Ahora, según algunos astrofísicos, la lista de los mundos que giran alrededor del Sol son diez. El súper candidato a nuevo miembro de la familia solar, apodado Xena y llamado técnicamente 2003 UB313, es muy parecido con Plutón, formado básicamente por roca y hielo, pero es un tercio mayor y actualmente se encuentra dos veces y media más alejado del Sol que el noveno planeta, al inicio de la periferia de nuestro sistema. Hace exactos 160 años, desde el descubrimiento de Neptuno, que no se hallaba nada del tamaño del 2003 UB313 en el sistema solar. Por primera vez en décadas, hay de hecho un cuerpo celeste con posibilidades reales de ser alzado a la condición de planeta en nuestro sistema, una hipótesis que trabaja con la imaginación popular y el conocimiento científico.

No son raros los objetos celestes que ya pleitearon la condición de planeta en nuestro sistema desde 1930, cuando fue descubierto Plutón, por el momento, aún reconocido como el más distante de los mundos solares. Pero todos los aspirantes a planeta no cumplían uno de los requisitos que acostumbran a ser exigidos de los astros que anhelan esa condición: ser mayor que Plutón. Por lo menos en esa prueba el 2003 UB313 ya aprobó. Si había alguna duda sobre la dimensión del nuevo astro, un estudio publicado en la edición del 2 de febrero de este año de la revista científica británica Nature deshizo buena parte de los cuestionamientos. En el trabajo, astrofísicos de la Universidad de Bonn fueron los primeros en confirmar el diámetro de Xena, alrededor de 3,100 kilómetros, o sea, cerca de 35% mayor que el de Plutón. Casi el tamaño de la Luna. “Ahora se puso difícil justificar el uso del término planeta para Plutón, pero no para el 2003 UB313”, afirma el astrofísico Frank Bertoldi, principal autor del trabajo, reavivando la polémica sobre el status de Xena que había comenzado hace algunos meses.

La ratificación del diámetro del nuevo astro, que demora 560 años en dar una vuelta completa alrededor del Sol, se hacía necesaria. Cuando la existencia del candidato a décimo planeta solar fue anunciada al público en julio de 2005, el astrofísico Mike Brown, del Instituto de Tecnología de California, principal responsable por el descubrimiento del astro, afirmó que el frío y distante objeto era más aventajado que Plutón, pero no presentó datos mas precisos sobre sus dimensiones. A pesar de los puntos en común con Plutón, el 2003 UB313 aún no fue oficialmente reconocido como planeta.

La palabra final sobre su status será dada por la Unión Astronómica Internacional, entidad responsable de clasificar y dar nombres a los objetos celestes, tal vez en agosto de este año, durante su asamblea general en Praga, República Checa. Xena está a una distancia de 14.5 mil millones de kilómetros del Sol, ó 97 unidades astronómicas (UA). Una UA equivale al recorrido medio que separa la Tierra del Sol, cerca de 150 millones de kilómetros.

Más noticias sobre objetos situados en la periferia del sistema solar vinieron  a colación el mes pasado. En otro artículo en la Nature, esta vez en la edición del 23 de febrero, científicos estadounidenses comprobaron la presencia de dos pequeñas nuevas lunas girando alrededor de Plutón, llamadas temporalmente  P1 y P2, que vinieron a sumarse a Caronte, descubierta en 1978, y hasta ahora el único satélite conocido del noveno planeta solar. La posible existencia de P1 y P2 había sido divulgada en octubre de 2005, pero sólo ahora salió el primer estudio ratificando el descubrimiento. La primera luna tiene entre 60 y 165 kilómetros de diámetro y demora 38 días para dar una vuelta a Plutón. La segunda es 20% menor y necesita 25 días para completar su órbita. Son diminutas si se comparan a los 1,200 kilómetros de diámetro de Caronte, que presenta la mitad del tamaño de Plutón. Los científicos creen que P1 y P2 se formaron de la misma manera que Caronte, a partir de pedazos de Plutón que fueron expelidos después de que un objeto colisionó con el planeta. La Luna terrestre también puede haberse originado de esa forma.

La novedad vino en buena hora: en una misión de 650 millones de dólares, la Nasa, la agencia espacial estadounidense, lanzó el 19 de enero de este año la sonda New Horizons, que, si todo sale como previsto, se convertirá en el 2015 la primera nave espacial que vea de cerca de Plutón, un mundo helado que se encuentra 39 veces más distante del Sol que la Tierra. Sólo que en vez de tener una luna para espiar, tendrá tres. Después de recoger datos sobre el noveno planeta solar, la sonda aún intentará observar uno o dos objetos del llamado Cinturón de Kuiper, región periférica del sistema solar, situada después de Neptuno, donde ya se encontraron más de mil cuerpos helados, como cometas, asteroides, candidatos a planetas y hasta Plutón. “Estimamos que 20% de los objetos del cinturón pueden tener satélites”, afirma el astrofísico Hal Weaver, de la Universidad Johns Hopkins, principal descubridor de P1 y P2. A propósito, el candidato a décimo planeta, que fue apodado Xena, también posee una luna, por ahora sin nombre oficial, pero llamada informalmente Gabrielle.

A grosso modo, el sistema solar puede ser dividido en tres grandes regiones. La primera es formada por su porción más interna, que incluye los llamados planetas terrestres, de tamaño medio o pequeño (Mercurio, Venus, Tierra y Marte). Esos mundos se sitúan más próximos al Sol y tienen superficie sólida. La segunda parte engloba a los planetas gaseosos gigantes (Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno), que se encuentran más alejados de la estrella madre y no presentan superficie rocosa. Son compuestos básicamente de helio e hidrogeno. Hay aún un cinturón de asteroides entre Marte y Júpiter, formando una especie de zona de transición entre los mundos predominantemente sólidos y los mayoritariamente gaseosos. La tercera región, vastísima y poco conocida, comprende todo lo que se encuentra más allá de Neptuno, por lo tanto arriba de las 30 UA: pequeños cuerpos gélidos, llamados genéricamente objetos transneptunianos, como Plutón y el candidato a décimo planeta. El Cinturón de Kuiper, entre 30 UA y 50 UA, marca el inicio de esa región. El fin de ella sería la Nube de Oort, una propuesta teórica, aún sin comprobación irrefutable, pero muy aceptada entre los astrofísicos.

La cuna de los cometas
Como el nombre indica, la nube sería una esfera gaseosa que delimitaría el fin del sistema solar y sería también el cunero de los cometas de largo período, que demoran más de 200 años para dar una vuelta alrededor  del Sol.  Por esa propuesta, lo que está dentro de la Nube de Oort, probablemente entre 50 mil UA y 100 mil UA, aún pertenece al sistema solar. Lo que está fuera escapó de la influencia gravitacional del Sol. Desde 1995, los astrofísicos saben que otras estrellas, además del Sol, pueden dar origen a sistemas planetarios. Más de 150 mundos extra-solares fueron descubiertos en los últimos años, pero ninguno de ellos todavía se mostró exactamente igual a la Tierra.

¿Cuál es la importancia de que se estudie Plutón, el probable décimo planeta solar y otros cuerpos situados más allá de Neptuno? “Esa región es una especie de sitio arqueológico del sistema solar”, compara el astrofísico Enos Picazzio, de la Universidad de São Paulo (USP). “Por estar distantes del Sol, congelados, sus objetos son los más bien preservados de nuestra vecindad.” En otras palabras, la composición química de esos astros fríos y distantes debe ser hoy la misma que presentaban en el momento de la formación del sistema solar, hace 4.5 mil millones de años (el Universo, según la teoría del Big Bang, habría surgido mucho antes, de una explosión primordial hace cerca de 14 mil millones de años). La propia génesis del Sol y de sus planetas podrá ser más bien entendida a medida que el conocimiento humano penetra en los misterios de la periferia de nuestro sistema. Hay quien crea aún que pistas sobre el origen del agua y del material orgánico, esencialmente carbono, que vino del espacio e hizo la vida florecer en la Tierra, pueden ser halladas en cometas, asteroides o planetas del Cinturón de Kuiper.

Esos son objetivos de fondo que orientan la exploración y el estudio de los confines del sistema solar. De inmediato, hay cuestiones más prosaicas y puntuales – como decidir lo que es un planeta y cuantos existen en nuestro sistema. Hay prácticamente un consenso entre los astrofísicos de que Plutón nunca debería haber sido clasificado como tal. Fue un error de juicio que resiste al avance del conocimiento. En un final, Plutón no se parece a los planetas terrestres ni a los gaseosos. Su órbita es muy elíptica (alargada) y recorre un plano 17 grados más inclinado que el de los demás planetas solares (la órbita del 2003 UB313 es aún más extraña, 45 grados más inclinada que la de la Tierra). Rocas y hielo deben responder por la composición básica del planeta, cuya temperatura en la superficie debe ser inferior a -200 grados Celsius. En fin, Plutón es un mundo a parte.

El problema es que en la época de su descubrimiento, en 1930, aún no había la noción de la existencia de los fríos objetos transneptunianos e imperaba una corrida en busca de nuevos planetas. Entonces, como se quería localizar un planeta, e inicialmente se creía que Plutón era mayor que lo que realmente es, se rotuló al astro de planeta. “Plutón fue hallado antes del tempo”, dice Rodney Gomes, del Observatorio Nacional de Río de Janeiro, que, en una serie de tres artículos publicados en la edición del 25 de mayo del año pasado de la revista Nature, adeudó la actual arquitectura del sistema solar las migraciones sufridas por los planetas gaseosos Júpiter y Saturno cerca de 700 millones de años después del nacimiento del astro rey y del conjunto de objetos que lo circundan.

Quaoar y Sedna
En rigor, Plutão fue el primer objeto del Cinturón de Kuiper en ser localizado, aunque la noción del verdadero status del astro sólo haya quedado clara décadas después de su descubrimiento – cuando todo el mundo, inclusive los libros escolares, ya habían incorporado la idea de que existían nueve planetas en el sistema solar.

No es fácil descubrir objetos más allá de Neptuno. Varias razones explican esa dificultad: los gélidos cuerpos celestes de esa zona del sistema solar son muy pequeños (menores que la Luna), están muy lejos de nosotros y apenas reflejan la escasa luz del Sol que eventualmente les alcanza. Obtener una buena imagen de uno de esos astros aún no fue conseguido, como atestan las fotos poco nítidas de Plutón. A pesar de las contrariedades, desde el inicio de la década pasada los astrofísicos están consiguiendo localizar más y más objetos transneptunianos con el auxilio de nuevas técnicas o equipamientos. Después de Plutón y Caronte, el descubrimiento del primer objeto transneptuniano sólo ocurrió en 1992, cuando se encontró un pequeño asteroide de cerca de 200 kilómetros de diámetro. Desde entonces, más de mil cuerpos celestes fueron hallados en el Cinturón de Kuiper. La mayoría de ellos es de pequeño porte, lo que facilita clasificarlos como asteroides o algo del género. No obstante, algunos astros descubiertos en esta década, como Quaoar y Sedna, presentan casi el tamaño de Plutón y llegaron a ser considerados como candidatos a planeta. Pero, como eran menores que Plutón, ese tipo de discusión no prosperó por mucho tiempo. No va a ser posible hacer lo mismo con el 2003 UB313, que es una especie de Plutón ligeramente aumentado.

Cuerpos que se mueven
A lo largo del tiempo, el término planeta – hoy generalmente comprendido como un astro de formato esférico, sin luz propia, y que gira alrededor de una estrella – cambió ligeramente de sentido y adquirió nuevos matices. De origen griego, a palabra era utilizada originalmente en la Antigüedad para discriminar en el cielo los astros que se movían en oposición a los que parecían estar fijos, las estrellas y constelaciones. Era una definición bien genérica, en la cual cabían varios tipos de objetos celestes. “Los primeros asteroides, como Ceres y Pallas, llegaron a ser llamados planetas, pero después fueron clasificados de otra forma”, comenta la astrofísica Daniela Lazzaro, del Observatorio Nacional de Río de Janeiro. No es por gusto que los asteroides – término que actualmente engloba astros de formato irregular y de tamaños variados, con dimensiones de una piedra o hasta cerca de mil kilómetros de diámetros – son llamados informalmente como planetas menores.

En algunos casos, como los planetas propiamente dichos, los asteroides, casi siempre vistos como rocas que viajaban solitas en el espacio, poseen hasta lunas orbitando alrededor de si. El primer satélite de un asteroide, Dáctilo alrededor de Ida, fue hallado en 1993 por la sonda Galileo. O sea, la línea divisoria que separa lo que puede ser llamado planeta de lo que merece otra designación es, a veces, tenue y arbitraria. “Es difícil establecer la línea de corte entre lo que es un planeta y lo que no lo es”, dice Daniela, que, sin embargo cree, toda discusión secundaria. “Lo importante es saber como es un objeto, y no como se le debe llamar.”

Cualquiera que sea la decisión de la Unión Astronómica Internacional con respecto al status oficial de los mayores objetos del Cinturón de Kuiper, como el 2003 UB313, el veredicto no va a agradar a todos. Por razones más históricas que científicas, Plutón difícilmente perderá su condición de planeta. La cuestión es saber si otros mundos helados del Cinturón de Kuiper, de tamaño semejante al del noveno planeta solar, recibirán el mismo tratamiento. Si pudiese escoger un nombre oficial para su mayor descubrimiento, Mike Brown bautizaría al probable décimo planeta Perséfone, la mitológica mujer de Plutón, el dios griego de las profundidades. “Pero un asteroide ya tiene ese nombre”, dice el astrofísico del Caltech. “Creo entonces que él está fuera de esta cuestión.”

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