Imprimir Republish

Química

Un mar de mercurio

Las características del suelo y del agua favorecen la concentración elevada del metal en la cuenca del Río Negro

Los miles de habitantes de la cuenca del Río Negro, una de las más extensas e importantes de la región amazónica, viven sobre un gigantesco depósito de mercurio. A lo largo de los casi 1.700 kilómetros que sus aguas oscuras recorren al lado de la selva densa y cerrada, sin la menor señal de actividad industrial o de minería, los niveles de mercurio en el suelo son alrededor de cuatro veces superiores a la media mundial y muy cercanos a los hallados en el terreno contaminado de una fábrica de termómetros de China. Lo más curioso es que, al menos en la cuenca del Río Negro, la concentración sorprendentemente elevada de ese metal pesado de color plateado nada tiene que ver con la mina de oro, señalada como origen de la contaminación de otros ríos amazónicos, como el Tapajós y el Madeira.

A lo largo de la última década, el equipo de Wilson de Figueiredo Jardim, del Instituto de Química de la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp), relevó el mapa de cada paso del mercurio en los seres vivos y en los diferentes ecosistemas del Río Negro, estudiando desde la atmósfera hasta los cabellos de los pobladores ribereños que dependen de lo que pescan allí para sobrevivir. Los análisis extensivos muestran que los altos niveles de mercurio del Río Negro y sus afluyentes son de origen natural. Las características geológicas de allí generaron un suelo naturalmente rico en mercurio, cuenta Jardim. Y lo que es más importante: al menos por ahora no hay motivos para preocupación con la salud de los ribereños. En general bastante tóxico asociado a problemas de salud como debilitamiento de los músculos, la pérdida de visión y hasta daños neurológicos, el mercurio encontrado en la cuenca del Río Negro parece no haber afectado la salud de los habitantes de la región, a juzgar por el seguimiento médico que el equipo de Campinas viene haciendo por allá. Es la explicación más razonable para ese efecto paradójico está en la dieta, a base de peces y castaña de Pará, que protegería a los ribereños de la acción nociva del mercurio.

El interés de Jardim en estudiar la cuenca del Río Negro surgió en el inicio de los años 1990, cuando comenzaron a ser publicados los primeros estudios mostrando una alta concentración de mercurio en peces de esa región, históricamente poco alcanzada por la minería. Hasta entonces, las investigaciones volcadas para rastrear la concentración de ese metal pesado en los ríos de la Amazonia se volcaban para las áreas próximas a minas, como las cuencas de los ríos Tapajós y Madeira, donde el mercurio había sido considerado un importante factor de contaminación de la naturaleza. En esos ríos, la extracción artesanal del oro frecuentemente consume mercurio. Encontrado en la forma líquida a la temperatura ambiente, el mercurio era adicionado a la mezcla de arena y pedregullos extraída de los ríos porque, al asociarse al oro, facilita su separación. El problema es que esa amalgama era posteriormente calentada para obtener el oro puro, causando la evaporación del mercurio hacia la atmósfera. Resultado: terminaban contaminados también el agua, el suelo, las plantas, los animales y los mineros y ribereños que vivían próximos a las minas.

En la literatura médica no faltan informes preocupantes sobre los efectos del mercurio sobre la salud humana. El caso más famoso es el de los problemas neurológicos y defectos congénitos que afectaron a los habitantes de bahía de Minamata, en Japón. En esa región costera, la industria química Chisso lanzó al mar entre las décadas de 1930 y 1960 grandes cantidades de metilmercurio, la forma más tóxica de ese metal, que es fácilmente absorbida por peces y otros animales acuáticos. Como es difícil eliminarlo de los organismos vivos, la tendencia es que él se concentre en proporciones cada vez mayores en los tejidos de animales carnívoros, que comieron a otros animales ya contaminados con la sustancia.

Delante de esa amenaza potencialmente tan peligrosa, Jardim decidió estudiar mejor lo que pasaba en la cuenca del Río Negro. El primer paso fue hacer un mapa de la concentración de mercurio en la región. De septiembre de 1995 a noviembre de 1998, él y el químico Pedro Sérgio Fadini, hoy en la Pontificia Universidad Católica de Campinas, recogieron muestras del suelo, de la atmósfera, de los ríos y de los lagos en aproximadamente dos tercios de l cuenca del Río Negro “desde Santa Isabel del Río Negro, ciudad próxima a la frontera con Venezuela, hasta la vecindad de Manaus, donde el Río Negro se une al Solimões y forma el Amazonas. Detallados en una serie de artículos científicos publicados en los últimos años, los resultados confirman la presencia de niveles anormalmente altos de mercurio en la cuenca del del Río Negro.

En el caso de los ríos y lagos, por ejemplo, Jardim y Fadini calculan que la concentración del metal es de tres a cuatro veces mayor que lo esperado para áreas tan remotas del globo. Varia de 4,6 a 7,5 nanogramos por litro de agua, en los lagos, mientras que alcanza la concentración media de 4,5 nanogramos por litro en 17 afluentes del Río Negro. Son niveles próximos a los registrados en el lago Michigan y en las aguas de las montañas Adirondack, en la región de los Grandes Lagos en Estados Unidos, áreas con elevada densidad poblacional y actividad industrial. Esa semejanza con la de regiones industrializadas del hemisferio Norte también se mantuvo cuando los investigadores analizaron la tasa de mercurio en la atmósfera: en la cuenca del Río Negro hay 1,3 nanogramo de mercurio por metro cúbico de aire. En el estado estadounidense de Wisconsin, en los Grandes Lagos, esa tasa es de 1,6 nanogramo por metro cúbico de aire.

En el caso brasileño, el origen de niveles tan elevados de mercurio ahora es clara: los suelos de la región. Cada kilo de suelo contiene como promedio 172 microgramos de mercurio, casi cuatro veces más que los niveles considerados normales para los suelos en otras regiones del mundo. Es una tasa muy próxima a los 200 microgramos por kilo de suelo encontrados en un área contaminada  en los alrededores de una fábrica de termómetros de mercurio en China.

La otra posible fuente del mercurio que se acumula en la cuenca del Río Negro ” el uso en la mina o en actividades industriales ” es prácticamente descartada por los investigadores, por ser absurdamente elevada. Considerando solamente la capa más superficial del suelo, con cerca de un 1 metro de profundidad, Jardim y Fadini calculan que existan aproximadamente 126 mil toneladas de mercurio en la región. “Es improbable que todo ese mercurio se haya  acumulado allí por causa de las actividades humanas”, dice Jardim. Para que se tenga una idea de lo que todo ese mercurio representa, se estima que en los últimos 30 años las actividades de minería de toda la Amazonia hayan lanzado en el ambiente algo alrededor de 3 mil toneladas del metal. Lo que hoy hay en aquella área de la Amazonia corresponde a mucho más que todo el mercurio usado en minería por los países de lengua española a lo largo de cuatro siglos  del XVI al XX.

Bioacumulación
“No obstante, la sola presencia de mercurio en el suelo no explica la concentración elevada de ese metal en peces y en el organismo de los ribereños. “La composición de las aguas del Río Negro generan un efecto único sobre el ciclo del mercurio en la naturaleza”, explica Jardim. Ese proceso depende también de la acción de la luz solar, tal como identificó Gilmar Silvério da Silva, quien realizó su doctorado bajo la supervisión de Jardim. Todos los años, durante la estación lluviosa, cuando el río se desborda e invade el bosque, sus aguas oscuras y ácidas, ricas en materia orgánica químicamente degradada, reciben un torrente de materia orgánica joven. Bajo la acción de la luz solar, esa materia orgánica joven produce peróxido de hidrógeno “la popular agua oxigenada”, que ayuda a oxidar el mercurio y a transformarlo en una forma más reactiva, que permanece en el agua y escapa para la atmósfera. Por la acción de bacterias, esa forma de mercurio genera el metilmercurio, que fácilmente entra en la cadena alimenticia acuática y pasa a acumularse en el organismo de los peces “un fenómeno conocido como bioacumulación.

En colaboración con el bioquímico José Doréa, de la Universidad de Brasilia (UnB), Jardim comprobó esa bioacumulación. Ellos estudiaron peces que representan toda la jerarquía de la cadena alimentar del río: peces que comen sólo plantas, peces que se alimentan de detritos y peces que devoran de todo un poco y también se alimentan de otros peces. Conforme esperado, de los 951 ejemplares analizados, los que presentaron mayor concentración de mercurio fueron los peces que se alimentan de otros peces (piscívoros), como las pirañas, los tucunarés y los mandíes, que están en el tope de la cadena alimentaria y son más susceptibles a concentrar mercurio en sus organismos. En media contenían 690 nanogramos de mercurio por gramo de peso, valor bien superior al considerado seguro para el consumo humano (500 nanogramos por gramo).

La consecuencia es que las personas que viven en la cuenca del Río Negro presentan concentración de mercurio en el cuerpo, identificada en muestras de cabello, superiores a la de quien consume pescado de origen marina. Para Jardim, sin embargo, no hay razón para pánico ni para evitar el consumo de peces del Río Negro. Hasta el momento, no se detectó de modo incontestable ningún efecto nocivo de ese consumo en seres humanos. “Los resultados de las pruebas cognitivas que parecían indicar esa acción nociva están muy unidos al nivel de educación formal de la población, y por eso la confiabilidad de ellos es baja”, dice Jardim. Además de eso, la propia dieta amazónica ofrece un antídoto contra el mercurio. Es que los ribereños consumen mucha castaña de Pará, que, así como los peces, es rica en el elemento químico selenio, que protege contra la acción nociva del mercurio. Otra razón para que no se elimine el pescado de la dieta ribereña es que él es la principal fuente de proteína de esas personas. “Sería mucho peor para la salud de ellos retirar el pescado de la dieta”, afirma Jardim. “Hasta intentamos sugerir a las personas que eviten los pescados que comen a otros peces, pero la respuesta normalmente es “mira, el que yo coja yo lo voy a comer”.” Mientras no se encuentren evidencias concretas de la acción nociva del mercurio allí, la mejor alternativa, en la opinión de Jardim, es monitorear la salud de la población.

El Proyecto
Flujos de mercurio en la cuenca del Río Negro, Amazonia (nº 00/13517-1); Modalidad Proyecto Temático; Coordinador Wilson de Figueiredo Jardim – IQ/Unicamp; Inversión 592.059,79 reales

Republicar