Para hacer frente a la emergencia sanitaria impuesta por el nuevo coronavirus, los distintos gobiernos y los científicos consiguieron desarrollar en menos de un año un paquete de vacunas basadas en diferentes tecnologías y comenzaron a aplicar siete fórmulas inmunizantes. La prioridad incuestionable del covid-19 contrasta con la suerte que corre un grupo de enfermedades infecciosas que asola a la humanidad desde hace mucho tiempo, sin que la investigación científica y las políticas públicas consigan aunar esfuerzos para erradicarlas o neutralizarlas. En enero, la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó un informe actualizando la situación de 20 de estas dolencias, denominadas enfermedades tropicales desatendidas (véase la infografía en las páginas 46 y 47). Lo que ellas tienen en común es que afectan predominantemente a la gente y a los países pobres, lo que explica, en parte, la inversión insuficiente en profilaxis, diagnosis y tratamientos.
El documento, fruto del trabajo de más de 50 técnicos y expertos, muestra un conjunto de avances en la lucha contra esas enfermedades a partir de un encuentro que se llevó a cabo en Londres (Inglaterra), en 2012. En aquella ocasión, representantes de distintos gobiernos, de las empresas farmacéuticas, del Banco Mundial, de la OMS y de la Fundación Bill & Melinda Gates, elaboraron una hoja de ruta para enfrentarlas. El resultado de ello fue que, en estos últimos ocho años, 600 millones de personas han salido de la zona de susceptibilidad a las enfermedades desatendidas y 42 países han conseguido librarse de al menos una de ellas.
Estos avances han sido posibles merced a las donaciones efectuadas por 11 empresas farmacéuticas, consistentes en 3.000 millones de comprimidos de medicamentos por año, y a la adopción de nuevas estrategias de prevención y tratamiento en las áreas más afectadas. En algunos casos, el control no implicaba medidas complejas. Un buen ejemplo es el de la dracunculosis [o dracunculiasis, también llamada enfermedad del gusano de Guinea], que causa heridas en las extremidades inferiores y que en 1986 llegó a afectar a 3,6 millones de africanos. En 2019 se registraron solamente 54 casos de la infección, sobre todo, gracias a la provisión de agua potable en las zonas endémicas.
En otras situaciones, la estrategia consistió en la aplicación de nuevas terapias. La cantidad de casos de tripanosomiasis africana, más conocida como la enfermedad del sueño, se redujeron de 7.000 en 2012 a menos de 1.000 en 2019. Esto fue fruto del desarrollo de un medicamento que se administra por vía oral, el fexinidazol, llevado a cabo por un consorcio de instituciones coordinado por la Iniciativa Medicamentos para Enfermedades Desatendidas (DNDi, por sus siglas en inglés), una organización con sede en Ginebra (Suiza). Los cinco fármacos disponibles hasta entonces eran de aplicación inyectable. El fexinidazol fue sintetizado en los años 1970, pero no fue hasta hace una década que se descubrió su potencial contra la enfermedad.
A pesar de los progresos, la OMS estima que 1.740 millones de personas aún lidian con esas enfermedades, responsables de unas 500 mil muertes por año. Por eso, el informe de la OMS estableció una nueva agenda con las metas de aquí a 2030, alineadas con los Objetivos del Milenio para el Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas (ONU), que contemplan acabar con las epidemias de estas enfermedades en todo el mundo en los próximos 10 años. El propósito, tal como lo definió el director general de la OMS, Tedros Adhanon Ghebreyesus, es “aliviar a más de 1.000 millones de personas que actualmente necesitan asistencia debido a las enfermedades tropicales desatendidas”.
Naturalmente, no se espera que las ambiciones para 2030 puedan alcanzarse en su totalidad. “Por lo general, estas metas son utópicas, pero sirven para encauzar la utilización de los recursos y pueden llegar a ser efectivas en los países más organizados”, dice el infectólogo Marcos Boulos, de la Facultad de Medicina de la Universidad de São Paulo (FM-USP), uno de los representantes de Brasil en el grupo de asesoramiento técnico que definió y resumió las recomendaciones del informe de la OMS. “Es habitual que surjan otras prioridades que desvíen la atención de las metas. Ahora mismo, todo el mundo está ocupado haciendo frente al covid-19”.
Las nuevas metas para las enfermedades desatendidas plantean acciones coordinadas para combatirlas y la identificación de líderes distribuidos por el planeta para que trabajen en colaboración estrecha en estos problemas. “La integración significa asignar recursos para el cuidado de la salud con abordajes más holísticos. Los profesionales médicos entrenados para diagnosticar la enfermedad del sueño también deben estar preparados para detectar otras afecciones prevalentes en su región”, explicó la médica francesa Nathalie Strub-Wourgaft, directora de enfermedades tropicales desatendidas de la DNDi, en una entrevista concedida al sitio web de la organización.
Uno de los retos principales será la obtención de recursos. Un estudio efectuado por la organización G-Finder, que monitorea las inversiones en investigación y desarrollo (I&D) en el ámbito de la salud, reveló que la financiación global para la lucha contra estas enfermedades sumó 4.050 millones de dólares en 2018, un 7 % más que el año anterior. El problema radica en que el G-Finder considera desatendidas a enfermedades que la OMS ha descartado de esa clasificación, tales como el paludismo, el sida y la tuberculosis, que fueron objeto de la mayoría de los recursos asignados. Para un grupo compuesto por seis infecciones a las que históricamente se destinan escasos recursos, entre ellas la lepra, el tracoma ocular y la llamada úlcera de Buruli, se registró un descenso en las inversiones en 2018. El paludismo o malaria es un ejemplo de una enfermedad con alta incidencia en los países pobres que ahora se considera prioritaria. En 2018, la Fundación Bill & Melinda Gates donó 1.000 millones de dólares al programa de lucha contra la malaria de la OMS y encargó un estudio que dio como resultado una guía de acciones de prevención e investigación que prevé su erradicación para 2050.
Una parte sustancial de la agenda destinada a combatir las enfermedades desatendidas depende de las colaboraciones científicas y del desarrollo de nuevos tratamientos. Los retos se les plantean a los científicos en múltiples frentes. En el caso del micetoma (o pie de Madura), causado por hongos o bacterias, aún no existen test capaces de detectar la infección en sus fases iniciales, algo esencial para evitar que aparezcan malformaciones en la piel. En muchos casos, la mejora de los tratamientos existentes ya supondría una gran diferencia. Un consorcio constituido por distintos centros de investigación, que incluye a la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz), está completando los estudios clínicos correspondientes a la fase III de un medicamento antiparasitario ya recomendado para el tratamiento de la esquistosomiasis, el praziquantel, pero en una fórmula estipulada para niños con edades de 3 meses a 6 años. “La presentación existente ahora no puede administrarse a menores de 4 años. Se trata de un comprimido de sabor extremadamente amargo, que puede provocar vómitos al masticarlo, lo que limita bastante el tratamiento”, explica la médica bahiana Rosa Castália Ribeiro Soares, coordinadora del Programa Nacional de Lepra y Enfermedades en Vías de Erradicación del Ministerio de Salud, en los períodos 2004-2007 y 2011-2016. Ella también forma parte de la comisión técnica que ayudó a elaborar el informe y la guía de la OMS. La esquistosomiasis, que se transmite por el contacto con agua contaminada con parásitos, es endémica en varios países africanos. En Brasil, fue un gran problema de salud pública hasta la década de 1970 y se la combatió con obras de saneamiento, educación sanitaria, tratamiento en las comunidades afectadas, aparte de la eliminación de los caracoles hospedantes.
La industria farmacéutica ha demostrado poco interés en el desarrollo de medicamentos contra las enfermedades desatendidas. Como afectan a los segmentos más pobres de la población, esos remedios tienen escaso potencial de explotación económica. Un estudio llevado a cabo en 2018 por investigadores de la Universidad de Fudan, en Shanghái (China), reveló que entre 2000 y 2011, tan solo 5 de los 850 medicamentos registrados en Estados Unidos y en Europa estaban destinados a enfermedades propias de la pobreza y, en todos los casos, se trataba de nuevas aplicaciones para fármacos ya existentes. “En el siglo XXI, todavía no ha salido ningún medicamento innovador para las 20 enfermedades tropicales desatendidas”, informa el químico Adriano Andricopulo, del Instituto de Física de São Carlos de la USP, quien trabaja en el desarrollo de fármacos contra el Chagas y la leishmaniasis.
En el caso de estas dos enfermedades, causadas por una misma familia de protozoos patógenos, los tripanosomátidos, el desafío implica el desarrollo de medicamentos nuevos. Los principales fármacos para combatir la leishmaniasis visceral son los compuestos antimoniales, considerados muy tóxicos. En tanto, el que más se utiliza contra la enfermedad de Chagas es el benzinidasol, eficaz solo en los casos detectados en lo que se denomina fase aguda. Los estudios en genómica y proteómica han investigado los procesos relacionados con la capacidad de estos parásitos para sobrevivir en los hospedadores, en busca de fármacos capaces de evitar la infección.
En São Paulo, tres grupos abocados a este frente de investigación se reunieron el año pasado para organizar un evento internacional, la Escuela São Paulo de Ciencia Avanzada en tripanosomátidos patógenos, con financiación de la FAPESP. Se trata de un curso de corta duración en el cual participan investigadores y noveles doctores de Brasil y del exterior para debatir sobre los avances en este campo de investigaciones. Este evento, que estaba programado para el final de 2020, fue postergado para el segundo semestre de 2022. “Consideramos la posibilidad de hacerlo a distancia, pero la interacción que propicia este tipo de cursos depende mucho del contacto presencial”, dice Angela Kaysel Cruz, investigadora de la Facultad de Medicina de Ribeirão Preto de la USP y organizadora del evento.
Kaysel Cruz trabaja en el campo de la ciencia básica, analizando los mecanismos moleculares por los que los parásitos del género Leishmania sufren una reprogramación genética en sus sucesivos ciclos de vida, en busca de nuevas dianas farmacológicas. También coordina el proyecto temático intitulado Centro Brasil-Reino Unido para el Estudio de la Leishmaniasis, financiado por la FAPESP y por instituciones británicas tales como la agencia UK Research and Innovation y el Fondo Newton, ejecutado en colaboración con el parasitólogo Jeremy Mottram, de la Universidad de York. “La cooperación con el Reino Unido incluye cuestiones básicas de la genética molecular, para entender cómo funciona y regula su expresión génica el parásito Leishmania y también el estudio de la fisiopatología de la enfermedad”, dice. Todo ello apuntalado por la experiencia de los colaboradores, quienes analizan las estructuras de las moléculas y buscan inhibidores de proteínas.
Los otros dos grupos también colaboran con equipos del Reino Unido. El bioquímico Ariel Silbert, del Instituto de Ciencias Biomédicas de la USP, trabaja con investigadores de la Universidad de Glasgow, para entender la incidencia del metabolismo en la proliferación del parásito. En tanto, Adriano Andricopulo trabaja con colegas de la Universidad de Dundee. Sus estudios buscan blancos para nuevos fármacos en moléculas innovadoras a partir de productos naturales provenientes de la biodiversidad brasileña.
En el Centro de Investigación e Innovación en Biodiversidad y Fármacos (CIBFar), uno de los Centros de Investigación, Innovación y Difusión (Cepid) respaldados por la FAPESP, Andricopulo, quien se desempeña como coordinador de transferencia de tecnología, estudia 10 moléculas candidatas a medicamentos contra el Chagas y 20 para la leishmaniasis. Entre las más prometedoras figura una clase de inhibidores de una enzima, la cruzaína, implicada en todas las etapas del desarrollo y diferenciación del parásito denominado Trypanosoma cruzi. El grupo de São Carlos forma parte de un consorcio internacional conformado en 2019 para el desarrollo de fármacos contra el mal de Chagas, la leishmaniasis visceral y el paludismo. La iniciativa, encabezada por Luiz Carlos Dias, del Instituto de Química de la Universidad de Campinas (Unicamp), recibirá inversiones por 43,5 millones de reales provenientes de la FAPESP y de las organizaciones internacionales DNDi y Medicines for Malaria Venture (MMV).
La lucha contra la lepra o enfermedad de Hansen también suscita esfuerzos en la ciencia básica para la obtención de nuevos medicamentos. En la Fiocruz de Río de Janeiro, el microbiólogo Flavio Alves Lara descifró en 2016 la manera en que la Mycobacterium leprae altera el metabolismo de las células que recubren los axones, responsables de la transmisión de los impulsos eléctricos nerviosos, y asume el control de su metabolismo para obtener energía. “El metabolismo de la célula infectada, en lugar de abastecer al axón, pasa a proveerle glucosa y grasa al invasor”, explica. Ahora, Alves Lara está trabajando en la búsqueda de una molécula que bloquee ese proceso. “Parecería ser una meta innecesaria, pues puede eliminarse a la bacteria con antibióticos. Pero algunos pacientes siguen desarrollando neuropatías durante el tratamiento e incluso algunos empeoran en un primer momento. Sería importante contar con una droga complementaria que proteja a los nervios durante el curso de la terapia, que puede extenderse por el lapso de un año”, dice. Últimamente él está probando esta posibilidad en ensayos in vitro con un compuesto que, dado que es muy tóxico, no podría utilizarse a nivel clínico. “La idea es producir una prueba de concepto para luego explorar otras moléculas más viables”, explica.
Todavía queda un gran espacio para el aporte de los epidemiólogos. La esquistosomiasis sigue dependiendo de estrategias de vigilancia, como el control de la presencia de los caracoles en los ríos. En un estudio que salió publicado en 2018 en la revista Epidemiologia e Estudos de Saúde, el médico Omar dos Santos Carvalho, del Instituto René Rachou, de la filial de la Fiocruz en Minas Gerais, elaboró un análisis minucioso de la distribución geográfica de los caracoles que hospedan al helminto de la especie Schistosoma mansoni en los estados de Pernambuco, Paraná, Minas Gerais, Bahía y Rio Grande do Norte. Las informaciones recabadas fueron cargadas en las bases de datos de los equipos de control sanitario que trabajan realizando prevención. Se registraron colonias de esos moluscos en 300 de los 427 municipios estudiados. En 53 de ellos cohabitaban simultáneamente dos especies distintas.
En Brasil se han hecho grandes progresos en cuanto al control de las enfermedades desatendidas, tales como el Chagas y la esquistosomiasis. Para Rosa Castália, los resultados positivos también deben atribuirse a la labor descentralizada del Sistema Único de Salud (SUS). “En los últimos 15 años, la capacitación de profesionales de Atención Primaria de la Salud ha ampliado la capacidad de ofrecer diagnósticos y tratamientos”, dice. Ella cita como ejemplo a la lepra, cuyos registros no han mermado en los últimos años incluso ampliando la asistencia. “A medida que mejora el monitoreo y se expande el acceso al diagnóstico, es natural que se registre una mayor cantidad de casos, porque hay una prospección activa de los individuos infectados y una mejor notificación”, sostiene. “Con todo, las condiciones sanitarias y otros factores poco conocidos asociados a la transmisión también son importantes para que se mantengan los niveles endémicos”. Solo la India supera a Brasil en cantidad de registros de la enfermedad. En 2018, se informaron 27.000 casos nuevos.
Para Flavio Alves Lara, de la Fiocruz, la subnotificación no explica por sí sola la persistencia de la lepra. “Probablemente existan diversos reservorios de la bacteria en la naturaleza –los armadillos son reservorios conocidos– y no estamos haciendo el esfuerzo suficiente para identificarlos”, comenta. Y acota que la mayoría de los casos se detectan en la zona de fronteras agrícolas, como en el arco de la deforestación en la Amazonia. “La lepra no es una enfermedad tropical ni urbana. Era frecuente en toda Europa, pero su propagación local se vio interrumpida a la par de los procesos de industrialización y urbanización en la región a lo largo del tiempo. Creo que los reservorios naturales europeos fueron desapareciendo durante la revolución industrial, o bien redujeron su interacción con el hombre. Las ardillas rojas, cuyas colas se utilizaban para la confección de adornos y sombreros femeninos, aún proliferan en Inglaterra y recién ahora se las ha identificado como reservorios naturales de la enfermedad”.
Cuando participó en la redacción del informe de la OMS, el infectólogo Marcos Boulos se vio en dificultades para concientizar al resto de los miembros del comité al respecto de los problemas que enfrenta Brasil. “En general, el objeto de las preocupaciones y del destino de los recursos de la organización lo constituyen los países africanos, que concentran gran parte de las enfermedades”. Pero Brasil ocupa una posición incómoda en el panorama de incidencia de las 20 enfermedades desatendidas. Solo está probado que dos de ellas no están presentes aquí: la dracunculosis y la tripanosomiasis africana. Es cierto que Brasil está cerca de librarse de algunas de ellas. La oncocercosis, una enfermedad parasitaria que puede llegar a ocasionar ceguera, todavía conserva un foco en el país en Roraima, en la frontera con Venezuela, en el territorio habitado por la etnia yanomami. “Los agentes sanitarios y los médicos tienen que adentrarse en la selva hasta hallar el sitio en que están los indígenas, porque muchos de ellos son nómades. Hay indicios de que ya no habría transmisión, pero esto debe confirmarse en virtud de los protocolos definidos por la OMS”, dice Rosa Castália. La filariasis linfática o elefantiasis, que causa hinchazón en las piernas, ha desaparecido en los estados de Bahía, Alagoas y Pará, pero su erradicación aún se encuentra en proceso de certificación en Pernambuco, donde hasta hace pocos años existían focos activos.
La ciencia dispone de todo un arsenal de estrategias para eliminar o controlar las enfermedades infecciosas. Las vacunas, cuando están disponibles, constituyen la solución principal. Gracias a ellas pudo erradicarse la viruela y se mantiene a otras enfermedades bajo control recurriendo a inmunizaciones periódicas. La llegada de los antibióticos también ha transformado a antiguas plagas en infecciones tratables clínicamente, como es el caso del cólera o de la peste bubónica (peste negra), y las obras de saneamiento básico también ayudaron a eliminarlas. Según informa la OMS, pocas enfermedades desatendidas ofrecen una perspectiva de erradicación completa en los próximos años, como en los casos de la dracunculosis y el pian o buba. Para el resto, el reto consiste en mantenerlas a un nivel controlable.
En la lista de las enfermedades desatendidas, las más preocupantes en Brasil, hoy en día, son el dengue y la leishmaniais visceral. “Seguiremos conviviendo con epidemias anuales de dengue y de chikunguña, porque no hemos logrado erradicar el Aedes aegypti de los hogares”, dice Marcos Boulos. “Las enfermedades que dependen de la eliminación de los mosquitos son difíciles de erradicar”. El desarrollo de una vacuna podría modificar este panorama. Hace 12 años, el Instituto Butantan, en São Paulo, trabaja en el desarrollo de un agente inmunizante (lea en Pesquisa FAPESP, edición n 291). Durante el año pasado se registraron en Brasil alrededor de un millón de casos de dengue, individuos de los cuales fallecieron algo más de 500.
Otro de los retos consiste en combatir la leishmaniasis visceral, una enfermedad rural que hasta la década de 1980 se circunscribía al nordeste brasileño y en los últimos años se ha propagado hacia los centros urbanos, incluyendo varias ciudades paulistas. La dolencia es causada por el protozoario Leishmania infantum chagasi y se transmite a través de las picaduras de las hembras de las moscas de la especie Lutzomya longipalpis. Uno de los reservorios del parásito son los perros infectados. “Los insectos no son urbanos, habitan en los bosques cercanos a las ciudades y es muy difícil combatirlos. Tenemos que producir más conocimiento acerca de cómo se están expandiendo. En 2019, dos niños murieron por leishmaniasis en la ciudad de Guarujá [São Paulo] y hasta ahora no hemos logrado rastrear dónde se hallaban los focos de contaminación”, explica Boulos. No faltan objetivos de investigación para quienes quieran investigar las enfermedades desatendidas.
El estatus y la incidencia de las 20 enfermedades tropicales clasificadas como desatendidas por la Organización Mundial de la Salud
DE ERRADICACIÓN POSIBLE
Dracunculosis
Es una nfermedad causada por un parásito conocido como gusano de Guinea que produce úlceras, principalmente en las piernas. Se transmite por el agua contaminada. Hay casos registrados en países tales como Angola, Chad y Sudán del Sur
Pian
Infección en la piel y las articulaciones originada por la bacteria Treponema pallidum pertenue, que puede provocar deformidades físicas. Todavía es endémica en 15 países, entre ellos, Costa de Marfil, Ghana, Papúa Nueva Guinea, Togo y Filipinas
POSIBLE INTERRUPCIÓN DE LA TRANSMISIÓN
Lepra
Enfermedad infecciosa causada por el bacilo Mycobacterium leprae que acomete a los nervios periféricos, la piel y el tracto respiratorio. Si no se la trata, genera deformidades. El 80 % de los nuevos casos se localizan en la India, Brasil e Indonesia
Oncocercosis
Enfermedad parasitaria causada por el parásito Onchocerca volvulus y transmitida por una mosca. Es la segunda causa de ceguera infecciosa en todo el mundo. Afecta a 20 millones de personas, fundamentalmente en África, pero también en algunas regiones tropicales de América
Tripanosomiasis africana humana
Popularmente conocida como enfermedad del sueño, es causada por dos tipos distintos de tripanosomas y transmitida por la mosca tsé-tsé. Compromete al sistema nervioso y puede llegar a ser letal. Presente en el sudeste y centro de África, en 2019 se registraron alrededor de mil casos
POSIBILIDAD DE ELIMINARLAS COMO PROBLEMA DE SALUD PÚBLICA
Leishmaniasis
Enfermedad causada por protozoos y transmitida por insectos que provoca lesiones en los órganos internos (visceral) o en la piel (cutánea). Los perros contaminados constituyen reservorios de los protozoarios. La mayoría de los casos se dan en la India, Brasil y África
Enfermedad de chagas
Se transmite por las heces de las vinchucas contaminadas con el Trypanosoma cruzi. Sin tratamiento, puede derivar en insuficiencia cardíaca. Tiene su mayor incidencia en los países de América Latina. En 2017 mató a 10.000 personas
Filariasis linfática
Es transmitida por mosquitos. Sus larvas migran hacia los vasos linfáticos. Causa hinchazón en las piernas y también puede afectar la salud mental. Hay 50 millones de infectados, principalmente en África central y en el sur de Asia
Esquistosomiasis
Infección generada por helmintos de la familia Schistosoma que se transmite por el contacto con agua dulce contaminada, provocando síntomas tales como fiebre y diarrea. La mayoría de los casos ocurren en África. Aún subsiste en Brasil
Rabia humana
Zoonosis que ocasiona encefalitis viral. Se transmite por contacto con la saliva de los murciélagos y las mordeduras de perros infectados. Está presente en 89 países, mayormente en África y Asia. En 2015 murieron 59.000 personas a causa de esta enfermedad
Tracoma
Conjuntivitis causada por la bacteria Chlamydia trachomatis que constituye la mayor causa de ceguera evitable en todo el mundo. Está presente en África, América del Sur y en la India. En 2019 hubo 2,5 millones de personas víctimas de esta enfermedad que debieron someterse a una cirugía
Helmintiasis
Enfermedades causadas por parásitos intestinales presentes en el suelo, tales como la ascaridiasis, la anquilostomiasis y la estrongiloidiasis. La mayor incidencia se registra en la India, el centro de África y América Latina. En 2016 causaron la muerte de 6.300 personas
DE CONTROL POSIBLE
Úlcera de buruli
Es causada por la bacteria Mycobacterium ulcerans y provoca lesiones ulcerativas en la piel, pudiendo afectar a los huesos y generar discapacidad. En 2019 se reportaron 2.200 casos, concentrados en África central, América Latina y el oeste de Asia
Dengue
Enfermedad causada por cuatro tipos de flavivirus y transmitida por mosquitos. produce fiebre alta y dolores. Puede desencadenar fiebre hemorrágica. En 2017 hubo 100 millones de casos y 40.000 muertes en América Latina, África y el sur de Asia
Equinococosis
Infección generada por larvas que produce malestar abdominal y quistes en el hígado y en los pulmones. Se concentra en el norte de África, en el sur de Europa y en toda América del Sur. En 2016 hubo un millón de casos y 19.000 fallecimientos por esta enfermedad
Trematodiasis
Enfermedades generadas por parásitos trematodos que se propagan a través de alimentos contaminados. Con aproximadamente 200.000 casos por año y 7.000 muertes, son endémicas en 92 países de todos los continentes
Micetoma y cromoblastomicosis
Infecciones en la piel, el tejido muscular y los huesos a causa de hongos o bacterias. Si no se las trata, pueden generar deformidades y discapacidad física. Los casos se concentran en las regiones tropicales de América Latina y África
Sarna
La escabiosis y la parasitosis del género son causadas por ácaros que penetran en la piel, generando picazón y erupciones. Anualmente se contagian 200 millones de personas, en mayor número en Australia, Brasil y África central
Envenenamiento por picaduras de serpientes
Reacción a las toxinas introducidas en el organismo tras sufrir la picadura de serpientes venenosas. Su mayor incidencia se da en áreas rurales de América del Sur, África, China y la India. Cada año son picadas 2,7 millones de personas y 8.000 de ellas mueren
Teniasis y cisticercosis
Enfermedades causadas por la ingesta de carne contaminada con los huevos del parásito conocido como tenia. La teniasis es una infección intestinal y la cisticercosis puede afectar al sistema nervioso. En 2015 se contabilizaron 28 mil fallecimientos por su causa, principalmente en África, América Latina y Asia