Hacia finales de este siglo desaparecerá una porción considerable de un patrimonio de la humanidad: los artículos que componen una enciclopedia oral de prácticas medicinales en la cual se encuentran codificadas las utilidades terapéuticas y curativas de miles de especies vegetales. La pérdida irreparable de este conocimiento ya está en marcha y ocurre, en gran medida, cuando las lenguas indígenas desaparecen, algo que ha acontecido de manera más drástica que la pérdida de la biodiversidad. Esta es la conclusión principal a la que han arribado los biólogos españoles Rodrigo Cámara-Leret y Jordi Bascompte, en un artículo publicado en junio en la revista científica PNAS.
El estudio interdisciplinario combinó los datos del inventario de las plantas medicinales de tres regiones de gran diversidad cultural y biológica (la porción occidental de la Amazonia, parte de ella en Brasil, una amplia muestra de América del Norte, sobre todo de Estados Unidos, y Nueva Guinea), con un mapa de las lenguas y los troncos lingüísticos nativos de estas regiones para evaluar cómo está distribuido entre esos pueblos el conocimiento de la utilidad medicinal de las plantas, y hasta qué punto las distintas lenguas son depositarias de un conocimiento singular, propio de cada una de ellas, sobre las plantas medicinales. El artículo revela, por ejemplo, que la lengua ticuna, hablada por aproximadamente 50.000 habitantes de la Amazonia brasileña, guarda el conocimiento, exclusivo de ese pueblo, de más de 150 usos medicinales de plantas. La lengua ticuna está considerada como vulnerable por el Proyecto Idiomas en Riesgo, una iniciativa internacional supervisada por Google y centrada en el estudio y preservación de las lenguas en riesgo de desaparición.
Cámara-Leret, quien forma parte del grupo de investigadores que coordina Bascompte en el Departamento de Biología Evolutiva y Estudios Ambientales de la Universidad de Zúrich, en Suiza, reconoce que lo tomó por sorpresa “descubrir que más de un 75 % del conocimiento indígena en esas regiones está vinculado a lenguas individuales”. Es decir, al menos tres de cada cuatro utilidades medicinales de las plantas presentes en los conocimientos tradicionales nativos solamente se conservan en una lengua en particular y en ninguna otra, sin superposiciones ni redundancias. “Hay algo aún más sorprendente, hemos descubierto que el conocimiento singular está incluso más asociado a las lenguas que a las plantas en peligro de extinción”, informó el biólogo a Pesquisa FAPESP. Esto es especialmente significativo en un contexto en el cual todos los esfuerzos de preservación ambiental están centrados en la conservación de la biodiversidad, pero aún se habla poco de la importancia de resguardar la diversidad biocultural.
Para arribar a la conclusión de que una determinada propiedad medicinal de una planta es exclusiva de una lengua, los biólogos emplearon 20 categorías medicinales amplias, tales como el sistema digestivo, el sistema cardiovascular o la salud dental. Si dos lenguas citan a una misma planta como remedio para afecciones muy diferentes dentro de una misma categoría medicinal, se lo considera un conocimiento compartido entre ambas lenguas. Es por eso que los biólogos consideran conservador a ese porcentaje de conocimiento etnobotánico lingüísticamente único.
En el mundo se hablan más de 7.000 lenguas. Alrededor del 30 % de ellas habrá desaparecido hacia el final del siglo XXI. La expansión urbana, la colonización permanente, la deforestación y la asimilación cultural son los factores principales de este proceso de extinción lingüística masiva. Esta tendencia es deletérea, ya que los conocimientos tradicionales existen articulados a las culturas, a las lenguas y al propio territorio de los pueblos que los gestaron. “Cada idioma utiliza una terminología singular para nombrar los elementos que forman parte de su entorno y cuando esta terminología comienza a erosionarse, es como que si de pronto desapareciera un índice de la biblioteca de la selva. Esto, particularmente, es lo que sucede cuando las lenguas aborígenes son sustituidas por otras más dominantes que no poseen una terminología para denominar a las plantas de una zona determinada de la selva”, explica Cámara-Leret.
La pérdida de terminología adaptada al ambiente es tan solo uno de los aspectos del proceso de pérdida del conocimiento etnobotánico vinculado a la extinción lingüística. La desaparición de una lengua y la desarticulación de una cultura implican la pérdida de todo un proceso cognitivo. “Los aprendices incorporan oralmente el saber de sus mayores y este conocimiento compartido abarca mitos, relatos y nombres de lugares que es importante denominar en la propia lengua para entender su lugar en el ecosistema y su conexión con la tierra”, describe el biólogo. “Por ejemplo, los rituales para convertirse en un curandero tradicional en el noroeste de la Amazonia implican años de aislamiento diario en la selva y los aspirantes tienen que sentarse por la noche junto a los ancianos en la maloca [choza] para aprender los nombres de las plantas, sus usos, mitos y su relación con otros seres y con las enfermedades. La mayoría de esos rituales se pierden cuando sus lenguas dejan de hablarse”.
Aunque la muerte de una lengua está asociada a la disgregación de una cultura y de un conjunto de conocimientos tradicionales, el vínculo entre estas dimensiones de la desaparición de experiencias humanas no es lineal ni evidente. El lingüista Wilmar D’Angelis, de la Universidad de Campinas (Unicamp), quien coordina actividades para la preservación de las lenguas indígenas en el estado de São Paulo y en todo el sur de Brasil, sostiene que “muchos de los conocimientos ancestrales de determinados pueblos nativos han perdurado porque sus prácticas culturales tuvieron continuidad incluso en ausencia de la lengua ancestral, que en algún momento fue abandonada”.
Aunque la asociación no es automática, el lingüista estima que una amplia gama de conocimientos depende más de su estrecha relación con la lengua, pues la propia expresión lingüística induce la percepción de características particulares y propiedades comunes de una determinada planta o animal. D’Angelis comenta, por ejemplo, que los nombres tupíes de las plantas o animales siempre evocan características singulares de su objeto de referencia, ya sean morfológicas o funcionales. “Esto contribuye tanto para una identificación rápida del elemento en sí mismo, como para la percepción de las características afines entre varios elementos distintos”. El lingüista cita como ejemplo a las plantas de la familia de las aráceas, que proporcionan tubérculos comestibles y, en lengua tupí reciben el nombre de mangará. En el caso del jengibre, este se denomina mangarataia, que significa “mangará que arde”. Entre las plantas medicinales, D’Angelis menciona a la acariçoba [Hydrocotyle umbellata], común en la Amazonia y conocida por los pueblos indígenas por sus propiedades medicinales. El nombre de la planta deriva del uacari, una especie de monos de cara roja con la cual se asocia a la planta.
El antropólogo y médico estadounidense Glenn Shepard Jr., investigador del Museo Paraense Emílio Goeldi, en Belém (PA), sostiene que “una cultura puede sobrevivir sin su lengua ancestral, o con ella en estado latente, pero es obvio que si se mantiene la lengua original pueden preservarse mucho mejor los conocimientos de dicha cultura. Hay varios ejemplos de culturas que se creyeron extintas y luego han resurgido”. Él explica que la lengua y la cultura suelen considerarse como un conjunto, pero no son lo mismo. Así como las prácticas pueden sobrevivir a la muerte de la lengua, las lenguas pueden empobrecerse en cuanto a su contenido cultural, lo que incluye la pérdida del conocimiento del ambiente en el cual prosperaron. “Si un pueblo indígena habla su lengua materna, sabemos que esta cultura se ha preservado en su conjunto. Si no se habla la lengua, el pueblo puede conservar su cultura de otras maneras, pero resulta más difícil mantenerla”, dice.
Sin embargo, Shepard destaca que “la pérdida de la lengua es el primer paso hacia la pérdida del conocimiento, que también está asociado a una pérdida ecológica”, y señala que los esfuerzos para preservar las lenguas, los conocimientos indígenas tradicionales y los biomas están íntimamente relacionados. “El mapa de la diversidad lingüística de Brasil y el de la biodiversidad se superponen. Las tierras indígenas preservan la lengua, la cultura y la selva en pie. La selva no puede mantenerse sin sus pueblos nativos viviendo en ella, hablando su propia lengua, conservando su cultura y su forma de alimentarse”, explica. Cámara-Leret añade: “Nuestros resultados apuntan la necesidad de incorporar la dimensión cultural y el conocimiento indígena en las iniciativas actuales para la conservación de la biodiversidad, porque la mayoría de las regiones mejor conservadas del mundo están en tierras indígenas, donde la vitalidad de sus lenguas es fundamental para la conservación”.
La pérdida de un potencial desconocido
Las lenguas son ventanas singulares al mundo, perspectivas únicas que condensan la experiencia humana local de una cultura. El estudio de cada uno de los idiomas permite entender mejor las cuestiones vinculadas a la capacidad lingüística y a la propia cognición de la especie humana. Por eso, cada lengua y cada cultura poseen un valor intrínseco que justifica los esfuerzos dedicados a su conservación.
Pero el estudio de Cámara-Leret y Bascompte sugiere una dimensión más: la extinción de lenguas en masa y la consiguiente pérdida del conocimiento tradicional dificultarán la obtención de tratamientos cuyo potencial aún se encuentra fuera del alcance de la ciencia. Tan solo una parte muy pequeña (el 6 %) de las especies vegetales ha sido analizada para determinar su efectividad medicinal.
Cuando se pierde el índice de la colección de plantas con potencial medicinal que contiene una lengua, la perspectiva de un redescubrimiento de ese conocimiento etnobotánico no es muy alentadora. Mientras que los pueblos nativos vienen experimentando desde hace siglos con las plantas de una selva que contiene miles de especies, “la posibilidad de redescubrir el conocimiento medicinal antes que esas mismas plantas y otras lenguas de la región también se pierdan podría ser exigua”, advierte Cámara-Leret. El biólogo también destaca que la posibilidad de redescubrirlas se torna aún más difusa si se tienen en cuenta aspectos más sofisticados, tales como el conocimiento al respecto de la preparación de las plantas, las dosis o incluso sus combinaciones para la obtención de efectos sinérgicos.
La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), definió al período comprendido entre 2022 y 2032 como la Década Internacional de las Lenguas Indígenas. Cuando piensa en los esfuerzos de preservación de las lenguas, Cámara-Leret recomienda “apoyar a las comunidades locales y generar condiciones propicias para la transmisión del lenguaje de padres a hijos a través de programas gubernamentales que promuevan la educación bilingüe, las radios comunitarias y la valoración de las culturas aborígenes de cada país”. Shepard apunta a la necesidad de prestarle atención a las cosmovisiones indígenas para una comprensión más profunda de las características sutiles y generalmente ignoradas de las plantas. En un artículo publicado en 2019 en la revista Anthropology Today, redactado en colaboración con el antropólogo británico Lewis Daly, escribió que “las plantas y las personas están entrelazadas en una profunda asociación histórica”. Cada una de las lenguas indígenas en vías de desaparecer, alumbra en forma irrepetible, las implicaciones de esta colaboración.
Artículos científicos
CÁMARA-LERET, R. y BASCOMPTE, J. Language extinction triggers the loss of unique medicinal knowledge. PNAS. v. 118, n. 24, e2103683118. 15 jun. 2021.
SHEPARD JR., G. y DALY, L. Magic darts and messenger molecules: Toward a phytoethnography of indigenous Amazonia. Anthropology Today. v. 35, n. 2, p. 13-7. 1º abr. 2019.