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Ecología

Una riqueza en peligro

La escasez de animales de gran tamaño puede provocar una disminución de la diversidad de especies en los bosques en regeneración

Los pastos y áreas agrícolas abandonadas, siempre y cuando se encuentren cerca del Bosque Atlántico, pueden volver ser refugio de los bosques serranos situados en la Sierra del Mar. Pero la diversidad de especies de árboles dependerá de la acción de los grandes vertebrados, como los mamíferos y las aves, que aseguran la supervivencia de las plantas, al esparcir los frutos y las semillas en nuevos territorios. El problema radica en que, tanto las aves como los mamíferos esenciales para el mantenimiento de los bosques sufren la presión de la caza, y sus hábitats se están volviendo cada vez menores. Indirectamente, la selva también sale perdiendo.

“Con la reducción de la población de los grandes frugívoros, los fragmentos de bosques que cubren las regiones montañosas tienden a desaparecer, o de mínima a perder su diversidad”, afirma el ecólogo Marcelo Tabarelli, de la Universidad Federal de Pernambuco (UFPE). Al romperse esa relación de dependencia de los bosques con los animales, la pérdida de la diversidad de arboles en las selvas regeneradas puede llegar al 50%, de acuerdo con un trabajo que Tebarelli realizó con el primatólogo Carlos Peres, de la Universidad de East Anglia, Inglaterra. El bosque serrano posee alrededor de 150 especies de árboles por hectárea (10 mil metros cuadrados) -una diversidad aparentemente grande, pero inferior, por ejemplo, a la que puede hallarse al sur de Bahía, con 300 especies por hectárea.

El estudio de Tabarelli y Peres, publicado en abril en Biological Conservation , reconstituye el proceso de regeneración de las selvas con base en la acción de las aves y los mamíferos -denominados dispersores, debido a su papel de diseminadores de semillas. Los investigadores subrayan que el tamaño de las semillas es decisivo para a supervivencia de los árboles. Las de mayor tamaño son esparcidas por animales de gran porte, más fáciles de ser cazados y, por lo tanto, más raros. Pero son los murciélagos y las pequeñas aves frugívoras, por ejemplo, que todavía son comunes en los bosques, los que esparcen las semillas de un tipo de inbauba (Cecropia glaziovi ), una de las primeras especies que aparecen en los bosques en regeneración, de tronco fino y hojas con forma de mano abierta. En tanto, el jatobá (Hymenaea ssp ), típico de selvas maduras, es una especie que puede verse perjudicada, porque el animal que disemina sus semillas, la cotía (Dasyprocta ssp ), es cada vez más raro.

Esta conclusiones se sostienen en observaciones realizadas en seis áreas de Bosque Atlántico en regeneración -las llamadas capoeiras- ubicadas en tres estados del sudeste brasileño: Río de Janeiro (Macaé de Cima), São Paulo (Cubatão, Intervales e Iporanga) y Paraná (Morretes y Santa Virgína). Son remanentes de bosques de hasta 1.100 metros de altura, cercados por estancias de ganado o agricultura, y con edades variables: entre 5 y 120 años. Los más recientes se encuentran en Intervales e Iporanga, mientras que los más antiguos están en Cubatão, Macaé, Morretes y Santa Virgínia. La relación es clara: cuanto mayor es la edad del bosque, mayor es la dependencia de los animales para la dispersión de semillas. En un bosque con tan solo cinco años de regeneración, el 52,9% de las especies de árboles depende de aves y mamíferos para que sus semillas y frutos se esparzan. Pero en un bosque maduro, ese porcentaje se eleva al 98,7%.

Hace dos años, en un artículo publicado en Nature , Tabarelli había analizado la relación entre el tamaño de los frutos o sus semillas y los animales que los devoran. Según el estudioso, en el Bosque Atlántico situado arriba del río São Francisco, el 31,6% de las especies de árboles que necesitan a los frugívoros para la dispersión de sus semillas depende de aves con una abertura del pico superior a los 15 milímetros. En su actual trabajo, realizado conjuntamente con Peres, se asocia el tamaño de las semillas y de los frutos dispersos por los animales con la edad del bosque.

Los pequeños, con menos de 0,6 centímetro de longitud -como los del manacá (Miconia ssp )-, prevalecen en todas las áreas estudiadas. Los mayores, con más de 1,6 centímetros -producidos por las palmeras, por ejemplo-, representan menos del 25% del total encontrado. “En los bosques maduros, las pequeñas semillas disminuyen, mientras que a lo largo del proceso de regeneración aumentan los promedios, de 0,6 a 1,5 centímetros”, afirma Tabarelli. Esto significa que las plantas pioneras son sustituidas por especies propias de los bosques maduros, cuyos dispersores son animales frugívoros de mediano y gran porte.

Monos y aves
“Cuanto mayor es la diversidad de aves y animales frugívoros, probablemente mayor será la riqueza de árboles en el bosque regenerado”, dice Tabarelli. Entre los principales mamíferos frugívoros – llamados así cuando más de la mitad de la dieta de su especie es a base de frutos- existen tres especies de monos: la del mono aullador rojizo (Alouatta fusca ) y dos de mono araña o capuchino, el araña lanudo Brachyteles arachnoides , encontrada en São Paulo, Paraná y Río de Janeiro, y el Brachyteles hypoxanthus , en Minas Gerais y Espírito Santo. Entre as mejores aves diseminadoras de los frutos y semillas del Bosque Atlántico se encuentran distintos tipos de tucanes (Ramphastos vitellinus, R. dicolorus, Pteroglossus y Baillonius ), el jacú guazú o pava de monte común (Penelope obscura ) y la jacutinga (Pipile jacutinga ).

Los monos araña, los más grandes primates de América, que pesan hasta 15 kilos cuando adultos, se destacan como uno de los dispersores más versátiles: se alimentan de frutos de nada menos que de 14 especies de las dos principales familias de árboles -las mirtáceas y las laureáceas- halladas en las selvas de la Sierra del Mar. Las mirtáceas constituyen un grupo de árboles que incluye a las pitangueras (Eugenia florida ), araçaranas (Myrcia glabra ), guabirobas (Campomanesia guabiroba ) y arrayanes (Blepharocalyx salicifolius ), mientras que las lauráceas abarcan las canelas (Cryptocarya mandioccana ), laureles (Nectandra grandiflora ) e imbuias (Ocotea pretiosa ).

Con base en esas informaciones, Tabarelli y Peres establecieron la manera en que el bosque se regenera. En la primera fase, los árboles dependen de la luz solar directa para la germinación y el crecimiento -no toleran la sombra. El pionero más común es un tipo de imbauba o ambay, pero también integran la selva en los estadios iniciales de recuperación la Policourea marcgravi , una rubiacea, y la carapora (Rapanea umbellata ), una mirsinácea, además de representantes de las familias melastomatáceas y las flacourtiáceas, todas del Bosque Atlántico secundario, ya regenerado.

Los pioneras son árboles condenados a muerte en el proceso de regeneración del Bosque Atlántico. Son especies de ciclo de vida corto, de entre 25 y 50 años, y tienen entre 15 y 25 metros. Debido a que crecen rápidamente, protegen a sus sucesores, los definitivos, que aceptan la sombra. “Difícilmente un tronco de un pionero excede los 30 centímetros de diámetro”, dice Tabarelli. Entretanto, las especies del bosque maduro son de ciclo de vida más largo, superior a 50 años. Tienen un crecimiento más lento y son más altos, llegando a entre 20 y 35 metros, con un tronco que puede llegar a más de 1 metro de diámetro. Al comienzo de la regeneración, existen entre tres y cuatro especies de árboles de selva madura por hectárea. Al final de ésta, cuando el bosque ya es considerado maduro, dicho número se eleva a 150 ó 200 especies por hectárea.

Para permitir el flujo de dispersores de semillas, la distancia entre áreas en regeneración de un remanente de Bosque Atlántico no debe superar los 50 metros. “Si la distancia fuese mayor, muchos mamíferos no cruzarán el área abierta”, dice Tabarelli. Pero no solamente en el Bosque Atlántico, sino también en todo el país, se registra una fragmentación del paisaje natural, con riesgos evidentes: “Pequeños fragmentos comprenden pequeñas poblaciones de animales y son más accesibles para los cazadores”, comenta el ecólogo. Sin medidas urgentes de conservación, la fragmentación tiende a incrementarse, y si prevalece la actual correlación de fuerzas, el Bosque Atlántico tiende a convertirse en un conjunto de archipiélagos con millares de pequeñas islas de bosque, en las cuales la mayoría de los árboles de bosque maduro será sustituida por arbustos y por un puñado de árboles pioneros.

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