Léo RamosDurante la última semana de febrero, el profesor Walter Colli se enteró por una llamada telefónica que había ganado el premio Almirante Álvaro Alberto para Ciencia y Tecnología de 2014. Al transmitirle la auspiciosa novedad, se hallaban, del otro lado de la línea, el entonces ministro de Ciencia y Tecnología, Marco Antonio Raupp, y el presidente del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq), Glaucius Oliva. “Me asustaron”, dijo él en una entrevista concedida al programa Pesquisa Brasil, de Rádio USP, el 4 de abril pasado. Al fin y al cabo, era algo comprensible, tal como él mismo comentó, “ese tal vez sea el premio más importante que se otorga a la ciencia brasileña”.
El galardón es concedido por el CNPq, conjuntamente con la Fundación Conrado Wessel y la Marina de Brasil, con base en una evaluación rigurosa de los nombres sugeridos por la propia comunidad científica, representada por sus asociaciones y sociedades, y por las instituciones que integran el sistema nacional de ciencia y tecnología. Se toma en cuenta el aporte brindado por el investigador a lo largo de su carrera para el progreso de su área de desempeño, y este año, la gran área escogida fue la de las ciencias de la vida.
No hay duda de que para la elección que hizo el CNPq fueron determinantes las muchas contribuciones de Colli al avance del conocimiento al respecto de la interacción del protozoario causante de la enfermedad de Chagas, el Trypanosoma cruzi, con su célula huésped en el organismo humano. Pero él supone, con razón, que también pesaron la influencia que ejerció sobre los rumbos en su campo, su dedicación a la política stricto sensu de ciencia y tecnología, su paso por la Comisión Técnica Nacional de Bioseguridad (CTNBio) y por una serie de consejos. Colli es desde 2003, por ejemplo, coordinador adjunto de ciencias de la vida en la FAPESP. “Siempre estuve presente. Fui una figurita repetida y tal vez les haya caído en gracia”, dijo bromeando en la misma entrevista en Pesquisa Brasil.
En octubre recibirá el diploma, la medalla y los 200 mil reales que el premio estipula, en una ceremonia en Brasilia, en el marco de la Semana Nacional de Ciencia y Tecnología. Mientras tanto, la obtención del Álvaro Alberto constituye un excelente pretexto para que Pesquisa FAPESP les acerque a los lectores algo de la trayectoria personal y científica de Walter Colli, narrada por él mismo. Esto significa que la misma llega envuelta en la prosa de alguien que sabe contar historias con un sabor especial, articulando personajes centrales, sus peripecias y el contexto en el que ocurren, bajo un enfoque siempre crítico y combativo, a veces divertido y eventualmente conmovido.
Edad: |
75 años |
Especialidad: |
Bioquímica |
Estudios: |
Universidad de São Paulo (USP): título de grado (1962), doctorado (1966) y Libre docencia (1971); The Public Health Research Institute of the City of New York: Posdoctorado (1969) |
Institución: |
Instituto de Química (USP) |
Poducción Científica: |
Más de 100 trabajos publicados en la literatura especializada y 22 capítulos de libros. Supervisó el trabajo de 24 pasantes, entre maestrandos, doctorandos y posdoctores |
Es así la entrevista que viene a continuación y en cuyo recorrido quedan a la vista, entre otras cosas, la trayectoria exitosa de Walter Colli, semblanzas de una antigua São Paulo y los rasgos determinantes de su modo de ser científico: por un lado, la irreverencia graciosa, la verdadera intimidad con la que se refiere a su gran objetivo de investigación, el T. cruzi. Por el otro, la serenidad con que aborda temas delicados o polémicos, tales como la influencia que tendría la pobreza del ambiente científico del país sobre la trayectoria individual de los científicos o, dicho en otros términos, acerca de la imposibilidad de los investigadores brasileños de sostener y desarrollar, hasta lograr reconocimiento internacional, determinados descubrimientos que hicieron en forma pionera. O también las duras batallas que libró en la CTNBio contra aquéllos que se oponen al cultivo y consumo de organismos genéticamente modificados. Queda él con la palabra:
¿Dónde nació usted?
Soy paulistano del barrio de Brás. Nací en la calle Joli, que queda cerca de la calle Bresser.
Zona de inmigrantes italianos. ¿Cómo era su familia?
Muy pobre. Mi padre era escribiente. Trabajaba en la fábrica del hermano ‒exitoso‒, que producía fitilhos, hilo cintas. Hoy nadie sabe lo que es eso, pero es una especie de cordel achatado, que se usa para atar paquetes finos. Ganaba un sueldo mínimo. Con mi padre, mi madre y mi hermana, vivíamos en una casa en una vecindad, el nombre que se le daba a un callejón. La casa disponía de un dormitorio, una sala de estar y la cocina, con una cocina a leña, y nos bañábamos con una palangana, en la cocina, porque no teníamos ducha. Para ir al escusado, se bajaba por una escalera.
¿Cuándo llegaron sus padres?
Ellos eran brasileños, mis abuelos eran italianos. Mi padre poseía algunas habilidades, tocaba el violín y era un buen pintor de paredes. En aquella época, estaba de moda pintar frisos con flores en la parte superior de las paredes y él lo hacía muy bien, tenía ese segundo oficio, pero apenas le alcanzaba para sostener el hogar. Cuando cumplí nueve años y mi hermana cuatro, le diagnosticaron linfoma de Hodgkin, un mal fatal por entonces, y falleció a los 45 años. Quedamos en una situación casi sin salida. Mi madre tenía dos hermanos que vivían con mi abuela en una casa grande. Uno era el típico solterón, nunca se casó, y el otro tenía un almacén mayorista en una de las transversales de la calle Santa Rosa, cerca del Mercado Municipal. Ese tío se fue de la casa y fuimos a vivir con mi abuela y el tío soltero. El que se mudó dijo que iba a pagarme un curso de dactilografía (ahora sería digitación), por eso me recibí como dactilógrafo y tengo el diploma guardado. Luego me propuso que hiciera las facturas en el almacén y el servicio de bancos. Como contrapartida, me seguiría ayudando para que estudie.
¿Dónde cursó la escuela primaria?
En una escuela privada, creo que muy barata, Externato São João, en Brás. Las dueñas eran dos hermanas, doña Emygdia y doña Aquilina de Souza. Eran de aquellas maestras antiguas, rigurosas, pero no demasiado, buenísimas, y enseñaban bien portugués. Nunca olvido un día en que Emygdia llegó al aula ‒estaba finalizando la dictadura de Getúlio Vargas y la guerra‒ y dijo: “Ahora puedo mostrarles una cosa”. Abrió una caja y sacó de adentro la bandera paulista.
Hasta entonces la bandera estaba prohibida.
Absolutamente prohibida desde 1932. Después, hice el examen de ingreso al Gymnasium en una escuela que me posibilitaría el acceso al Colegio Estadual Antônio Firmino de Proença, en el barrio de Mooca. Ingresé, y a partir de ahí sólo estudié en instituciones públicas. Después entré en el colegio Roosevelt, luego de rendir otro examen.
¿Cuáles eran sus materias favoritas?
A mí siempre me gustó mucho portugués y también me agradaba latín, que tuve durante cuatro años, desde el 1º año del Gymnasium. Fui el mejor alumno de francés, y luego la vida me condujo a Estados Unidos, ¡para hablar inglés a la fuerza! Después colaboré con una profesora argentina durante 30 años y hablo español, no portuñol. Y también hablo algo de italiano, porque la oía a mi abuela hablarlo.
A propósito, en la época en que ustedes vivieron con esa abuela, ¿su madre tuvo que trabajar para mantener a la familia?
No, ella ayudaba a mi abuela en los quehaceres domésticos, todos los días iba al mercado para comprar productos frescos, caminaba cuatro cuadras y venía con un canasto repleto.
Eso era en el tiempo en que los barrios tenían olor a hortalizas.
Bueno, aquel barrio tenía algo más que eso, porque había un almacén detrás de otro, con arroz y frijoles en la calle, de vez en cuando llovía y había mal olor. La calle donde vivía, Benjamin de Oliveira, y también Assunção, Santa Rosa, se inundaban por completo. En general, las casas estaban elevadas y en la parte inferior había un almacén. El que alquilaba mi tío había sido un taller suyo y de su padre: ambos habían sido artesanos, y estudiaron en la Escuela de Bellas Artes, que estaba donde ahora se encuentra la Pinacoteca.
Al ingresar a la enseñanza media, ¿cómo fue su encuentro con la física, química y biología?
Lo mejor del Roosevelt eran las ciencias humanas. Pero tuve un profesor de matemática excepcional, Antônio Alves Cruz, que actualmente da su nombre a una escuela en el municipio de Sumaré. Cuando llegaba decía: “¡Fulano, al pizarrón! En la clase pasada demostramos que X es igual a tal cosa, por lo tanto…” El alumno tenía que saber cuál era la conclusión. Los más preparados estudiaban con los apuntes de un compañero del año anterior, sabían que él siempre hablaba de lo mismo. El primer año, tuve que rendirla [recuperatorio]. Eso me asustó y, para el segundo año fui el mejor alumno de matemática. Para lograrlo, yo, que estaba en 2ºB [las divisiones estaban separadas por orden alfabético], asistía a la clase de la división A, resolvía todo y luego asistía también a la clase que me correspondía. Cuando el profesor Cruz me llamaba, yo ya sabía las conclusiones. Física era mala. Química fue buena al comienzo. Biología, más o menos. La profesora era muy vieja, también estaba la hermana de [Crodowaldo] Pavan, Aída Pavan, pero sólo era asistente, no impartía clases teóricas. Recién en 3º año, los que escogían medicina, biología, veterinaria, farmacia, etc., tenían clases con ella enseñando con el microscopio. En algunas clases de 3º año, bajábamos a la calle São Joaquim e íbamos a un bar en la esquina con la calle de Glória, a jugar al snooker. Hasta que un día, el director, un tipo joven con Glostora en los cabellos, se dio cuenta y fue allá. Se subió arriba de una mesa de snooker y dijo que cuando alcanzáramos la cumbre de la gloria nos acordaríamos de él y concluyó: “¡Regresen al aula ahora mismo!”. Aprendí más física y biología para ingresar en la universidad en el cursillo de ingreso. Cursaba el 3º científico por la mañana, a la tarde iba al almacén de mi tío, hacía los bancos y facturaba, por la noche acudía al cursillo en la [calle] Brigadeiro [Luis Antônio] y, cuando regresaba a casa, no cejaba. Yo estudiaba.
Usted era un buen alumno.
Era excelente. Cuando llegó la hora del examen, sabía mucho, no estaba alterado ni ansioso. Tenía inclinación por las ciencias biológicas y realmente me gustaba la genética. No sabía cómo hacer para dedicarme a la genética. Me decían que debía estudiar biología. Pero contemplaba la pobreza y analizaba, ¿qué voy a ser, biólogo? En ese entonces podía aspirar a ser profesor secundario, era algo muy limitado. Entonces pensé: voy a ser médico, porque abre más perspectivas económicas. Rendí el ingreso a medicina y entré con el puesto 29º. Rendí en biología a la noche e ingresé con el 2º puesto. Enseguida me di cuenta que no iba a poder realizar ambas carreras. Medicina requería dedicación completa.
¿Su ingreso en la Facultad de Medicina colmó de orgullo a su familia?
Creo que sí, pero mi familia nunca fue de expresar demasiado los sentimientos. Pero en el barrio yo era el dottore. Ahí sólo había italianos del sur, del Adriático, de Bari, inmigrantes que hablaban un dialecto difícil de entender. Recuerdo que ni bien me gradué hubo una gran tormenta, se inundó todo, el agua ingresó en los almacenes y produjo un daño terrible. Teníamos unas tablas que todo el mundo ponía como caminos donde pisar y bolsas de arena para evitar que el agua entre, pero penetró. Yo debía atravesar la inundación y no lo dudé: me saqué los pantalones, entré al agua sólo en calzoncillos, mientras las mujeres desde los balcones gritaban, ¡dottore, dottore…!
Durante sus años en la Facultad de Medicina, ¿cómo se fue perfilando su trayectoria profesional?
Desde el primer año tuve clases de bioquímica con el profesor Isaias Raw. Él no podía creer que no existiera genética en el currículo de Medicina y dijo que el que quisiera aprender se inscribiera en su clase, que enseñaría genética clásica. Al principio, fueron todos. A la segunda clase, sólo quedaron siete alumnos, quienes se convirtieron en mis amigos para siempre. A tres de nosotros, nos convocó para trabajar con él. Le pregunté qué hacía, y él me dijo que era bioquímica y así fue que comencé. En realidad, lo que yo quería era ser un científico.
¿Usted ya tenía conciencia a esa altura, sobre cómo se desempeña un científico?
En absoluto. Pero Raw posee ese don fantástico que consiste en confiar a fondo en las personas cuando decide que ellas merecen confianza. Entonces proponía, “probemos tal cosa”. Me daba una levadura, y me pedía que la guarde en la heladera; yo no sabía nada, entonces llegaba al otro día y la levadura había crecido y salía por la puerta de la heladera… ¡Mire qué locura! Con él fui aprendiendo que la investigación es pregunta y respuesta, siempre pregunta y respuesta, sin presiones. En el fondo, las dos o tres ideas que él me dio, y yo no probé, eran ideas antes de tiempo. Cinco o seis años más tarde alguien las probó.
¿Por ejemplo?
Él creía que la insulina estaba hecha como proinsulina, es decir, como una molécula única que luego se partía por la mitad. Y así es, en efecto, tal como se descubrió. Sólo que él quería que yo lo demostrara cuando nadie lo sabía. Disponía de una enzima del ciclo de Krebs que utilizaba dos coenzimas y sostenía que no se podía. Pero no logré probar nada, ¡si ni siquiera lograba que creciera una levadura! Luego de dos semanas me decía, “olvídalo, esa idea no es buena, vamos con otra”.
Lo situaba en un campo de experimentación libre.
Absolutamente libre. Fue entonces cuando nos propuso cristalizar el citocromo b5, que él y otros investigadores americanos describieron y demostraron en 1955 y 1956. En aquella época, la cristalización de una proteína era un logro. Purificamos la proteína, la pusimos en un tubo y cristalizó. Él tomó fotografías, las envió a la revista Nature y las aceptaron. Mi primer trabajo, todavía como estudiante, se publicó en la Nature. Porque fue la décima proteína cristalizada en el mundo, tuve suerte.
Cuando egresó de la facultad, ¿cómo fue que se especializó en bioquímica?
En 6º año nos obligaban a hacer guardias, pero la facultad entendía que algunos estudiantes se dedicarían a lo que denominaban asignaturas básicas, y entonces permitían que, en lugar de cuidar a los pacientes internados, vayamos al laboratorio. Ricardo Brentani y yo hicimos eso. Pero también rendí examen para ingresar al SAMDU, el Servicio de Asistencia Médica Domiciliaria y de Urgencia que existía en todo Brasil. Y ahí tenía una guardia semanal en Santos, donde se atendían 250 pacientes, en promedio, por día. Cuando arribé, dije que yo era académico, no médico, y que me encontraba allí para una especie de pasantía. Los dos médicos que estaban ahí respondieron: “¡Ni lo sueñes! Nos repartiremos los pacientes, 80 para cada uno”. Hice algo de medicina, a la fuerza. En 1963, Raw dijo que el gobernador Carvalho Pinto había instituido el régimen de dedicación exclusiva, con lo cual Brentani y yo no nos haríamos ricos, pero tampoco nos moriríamos de hambre. “¿Quieren ser mis asistentes?”, nos preguntó. Aceptamos inmediatamente. Me dediqué a la bioquímica. La genética quedó algo desplazada y reapareció en otras circunstancias más adelante.
¿Cuando viajó a Estados Unidos?
A mediados de 1963, Raw trajo a Brasil a Maynard Pullman, que había realizado un gran descubrimiento en Estados Unidos y obtuvo el derecho a pasar un año fuera. Vino con su esposa y sus tres hijas y se quedó hasta mediados de 1964. Entonces trabajé con él, haciendo mi doctorado con los nuevos planteos que él trajo y que, después de su retorno, desarrollé junto a Isaias Raw. Defendí mi tesis doctoral en agosto de 1966. Pullman me había invitado para que vaya a hacer el posdoctorado con él en Nueva York, cuando concluyera mi doctorado, y entonces fui.
¿Qué temas planteó en su doctorado y posdoctorado?
Se planteaba si la mitocondria de la célula realizaba síntesis proteica, y yo demostré que así era. Pero Maynard era muy cauteloso y decía que Brasil es un país tropical, y quizá por eso yo estuviera midiendo síntesis de proteínas en bacterias contaminantes. Yo me esforzaba por demostrar que no había ninguna contaminación, pero él nunca lo creyó. Defendí mi doctorado, nunca publiqué el trabajo y, finalmente, perdimos la prioridad, porque otros probaron lo que yo había demostrado. Ese trabajo de 1967 sólo fue citado en un párrafo de una revisión. De todos modos fui a trabajar con Maynard, una gran persona, pero extremadamente cauteloso. Sólo publicaba en revistas de excelencia. Incluso llegué a tener problemas con él, pero no me amilané y publicamos dos trabajos excelentes. Mientras estaba allá, también me hice amigo de un japonés, Michio Oishi. Todos los días almorzábamos juntos y ahí planificábamos todos los experimentos conjuntos. Al cabo de dos años, solicité otro período de licencia en la USP y fui a trabajar con él, que investigaba con una genética moderna, estudiaba la química del ADN. Publicamos cuatro trabajos.
¿Cuáles fueron los trabajos que publicó con Pullman?
Publicamos en el Journal of Biological Chemistry, lo mejor de la época, un trabajo al respecto de la síntesis de ácidos grasos en la mitocondria y otro que era una demostración de que el ATP [trifosfato de adenosina] era el primer producto sintetizado por la mitocondria. ¿Era original? No. Pero había una corriente en ese entonces que sostenía que no era ADP [difosfato de adenosina] lo que generaba ATP, sino AMP [monofosfato de adenosina], entonces lo investigamos a fondo y demostramos que estaban equivocados. Probamos algo que ya estaba probado, pero que en esa época fue importante.
¿Y con Oishi?
Aislamos un gen, el primero que se aisló, pero no de la forma en que se hace ahora. Estábamos en 1968 y las enzimas de restricción que se utilizaban para clonar recién aparecieron en el circuito en 1974. Por ese entonces, rompíamos el ADN a los ponchazos. Se le aplicaba ultrasonido, se rompía en fragmentos, se lo separaba por columnas y, como el gen ribosómico presenta una constitución diferente ‒posee más bases GC que AT‒, la columna resguardaba mejor esos genes, entonces los purificábamos. Dependiendo del tamaño y como son genes repetitivos, se dispone de un gen ribosómico 23S, uno 16S y uno 5S, luego hay un spacer, un espaciador cuyo tamaño determinamos. Demostramos las relaciones topológicas entre los genes de rARN. Fue algo muy positivo. El trabajo fue publicado en 1969, se lo citó mucho en la época y apareció en libros. Y así acabé entrando en la genética por la ventana. Después hicimos un trabajo en 1970 y dos más en 1971. Entre esos dos está el más citado, que incluyó a otro autor, y trata sobre la conexión física de los genes ribosómicos del Bacillus subtilis, publicado en el Journal of Molecular Biology. Demostramos la conexión entre los genes.
Durante los años que pasó en Estados Unidos, la situación estaba difícil en Brasil. Fue cuando Isaias Raw salió del país.
Claro. Yo era un tipo politizado, aunque no estaba afiliado a ningún partido. Tenía muchos amigos que luego me enteré que pertenecían al Partido Comunista. Eran serios, sabían lo que tenía que ser la universidad, nunca la utilizaron como un reducto político. Eran muy buenos, aunque no puedo decir lo mismo de toda la izquierda. Regresé a Natal en 1969. Sabía que acá había problemas, porque Raw me telefoneó en abril de 1969, y me dijo que lo habían cesanteado. Yo no había leído nada. Mi grado de conciencia al respecto de la dimensión de los problemas en Brasil era casi nulo. Al descender del avión, en el aeropuerto, vi soldados con fusiles, entonces me di cuenta de que la situación era grave. Realmente, yo estaba muy ajeno a eso.
Pero cuando Isaias Raw arribó a Estados Unidos, después de ser cesanteado, ¿ustedes no conversaron?
Charlamos, sí. Él fue a mi casa, cenamos, me contó todo, pero a su manera, que no es muy analítica. Los análisis del caso recién los tuve cuando Luiz Hildebrando pasó por allá, pero entonces, mi mayor interés era saber lo que había ocurrido en París, en 1968. Raw me contó que habían tomado el poder en la facultad y que lo habían cesanteado. No fue la facultad la que lo hizo, hubo denuncias, fulano y mengano los habían acusado y a ellos los habían echado. No tuve una dimensión panorámica de lo que estaba sucediendo en el país. No porque él no la tuviese, sino porque no me contó, su estilo era mirar hacia adelante.
Al regresar, usted se reintegró a la Facultad de Medicina.
No. Se estaba construyendo el Instituto de Química, la idea era evolucionar hacia un college, y era algo muy fuerte en las universidades, a pesar de que atravesábamos un período de dictadura. Eso posibilitó que en 1965, Newton Sucupira esgrimiese su famosa proclama por el posgrado. Había gente de altísimo nivel que bregaba por la reforma, como por ejemplo Anísio Teixeira, y esa era la misma reforma que apoyaban Fernando Henrique Cardoso, Arthur Giannotti, Isaias Raw, Alberto Carvalho da Silva, etc. La misma prosperó. En 1968 se implementó la Ley de Directrices y Bases, y aquí ya estábamos construyendo los institutos básicos para implementar el college. Raw era tan fanático de la reforma universitaria que en Medicina lo veían como un traidor de la facultad y del sistema de las cátedras. Una noche, en agosto de 1965, él mandó cargar un camión en la facultad y trasladamos todo el departamento para acá. A la mañana siguiente, el 4º piso estaba vacío.
¿Se refiere al Departamento de Fisiología?
De Química Fisiológica. Él trajo, por ejemplo, un espectrofotómetro Cary 14, que constituía una gran novedad, era muy bueno. Eran objetos pesados y los cargamos en el camión, una locura, pero si no lo hacíamos así, él sabía que no iban a dejar nada. Él fue el primero en llegar y se instaló en el pabellón 10. En 1966, comenzaron a venir otros grupos: todos los químicos de la Facultad de Filosofía, los bioquímicos de Odontología, de Veterinaria, etc. Cuando regresé, aún pertenecía a Medicina, pero el 1º de enero de 1970 pasé a ser profesor del Instituto de Química, en el Departamento de Bioquímica. Desde entonces, llevo 44 años viniendo todos los días, y nunca dejé de tener ganas.
Entre 1970 y 1995, su laboratorio tuvo un recorrido marcado por logros científicos importantes. Me gustaría que me hable de eso.
Cuando llegué, algunos jóvenes que formaban parte del equipo de Isaias Raw me esperaban. Entre ellos, estaban Maria Julia Manso Alves, Bianca Zingales, Marinei Ferreira Gonçalves, Clara Carniol y Anita Marzzoco, que es autora de libros de bioquímica. Había tres o cuatro personas experimentadas en el laboratorio y decidí trabajar en tres líneas de investigación. Primero, continuaría con la línea que había desarrollado en Estados Unidos. Demostré que había una conexión física entre 10 genes separados por espacios, y la pregunta era: ¿esos genes son co-transcritos o transcritos en forma individual? Hasta que pude probarlo, mi trabajo dio margen para que una serie de grupos estadounidenses intentaran verificar si eso ocurría del mismo modo en la Escherichia coli. Y la ciencia tiene sus favoritos. Si uno trabaja con E. coli, células hepáticas o ratones, uno está en el negocio. Si se trabaja con bacilos, por ejemplo, no sirve, no es algo universal. Es una cuestión psicológica. Publicamos en 1977 ‒¡mire cuánto demoramos!‒ la tesis de Zingales que probaba que los genes ribosómicos en Bacillus subtilis poseían un mecanismo de co-transcripción, se copiaban todos juntos mediante una sola enzima. Pero eso ya no era una novedad: se había demostrado lo mismo para la E. coli en 1975 ó 1976. Entonces aprendí que de nada sirve traer cosas valiosísimas desde Estados Unidos, porque, si realmente son importantes, ellos te ganan de mano.
¿Y en lo referente a las otras dos líneas de investigación?
La segunda línea consistía en un estudio del ADN de Acanthamoeba castellanii, algo que hice con Marzzoco. Se trata de una enorme ameba, ¡hermosa! Uno la mira en el microscopio, y es espectacular, cómo se extiende, algo maravilloso. Vive en forma libre, pero si ingresa por la nariz de un individuo se aloja en el cerebro, y ahí surgen serios problemas. Pero es un patógeno eventual. Hallamos tres o cuatro tipos de ADN en esa ameba y no lo entendíamos, estaba todo bien en cuanto a lo nuclear y a lo mitocondrial, pero los otros dos, ¿de dónde venían? Ahora sabemos que esas amebas poseen virus enormes dentro de ellas y se las utiliza para colonizar virus marinos. Probablemente estábamos viendo un virus y no lo sabíamos.
¿Y la tercera línea?
Alves había aprendido a trabajar con Trypanosoma cruzi en el laboratorio del profesor José Ferreira Fernandes, y yo me pregunté: ¿por qué no con el Trypanosoma? Es un bicho nacional que tiene lo mismo que cualquiera, sólo que no tiene encanto. Tiene núcleo, mitocondria, flagelo. Y fue mi tercera línea.
Comencemos entonces por su descubrimiento fundamental en cuanto a la superficie de la membrana del Trypanosoma.
Cuando comencé a trabajar con el Trypanosoma, razoné que si puede entrar en una célula, es porque la reconoce, y la célula también lo reconoce. Por eso, lo que hay que estudiar es la membrana, la estructura de contacto con el exterior. Claro que comencé por el Trypanosoma no infeccioso, en la fase en que se encuentra en el insecto. En primer lugar, porque resulta fácil cultivarlo en laboratorio y, segundo, porque tenía mucho miedo de tener problemas con la forma infecciosa. Me preguntaba qué tendría en su superficie: ¿azúcar, glucoproteínas? Para entonces ya se había demostrado que algunas lectinas de plantas eran capaces de reconocer azúcares. La lectina más común es la concanavalina, que se extrae del frijol. En 1971, viajé a Estados Unidos para hacer un curso de genética de levaduras y pasé por Nueva York, donde me encontré con un amigo a quien le comenté acerca de la dificultad para comprar concanavalina. Él tenía, y me dio un frasco. Le propuse a Alves elaborar una solución y aplicarla sobre el Trypanosoma. Era de esperarse, todos se aglutinaron instantáneamente, prueba de que en su superficie había una gran cantidad de azúcares.
¿Pusieron la solución en una placa?
No, en un tubo donde el Trypanosoma se encontraba en un medio de cultivo, porque sin él no puede vivir. Las bacterias sobreviven, pero el Trypanosoma es un protozoario y sólo vive en medios complejos, indefinidos. Es decir, uno pone sal, azúcar, se pone de todo y se agrega un 10% de suero, que es indefinido. Necesita eso para sobrevivir, uno ni sabe todo lo que hay allí. Se estudia, se analiza, pero no se llega a algo bueno definido para el T. cruzi. Necesita el suero, ¿qué le vamos a hacer?
¿Y después?
Luego publiqué el trabajo afirmando que el T. cruzi tenía proteínas en su superficie, probablemente glucoproteínas, y me dedique a intentar aislarlas. Utilicé los métodos tradicionales y puse al Trypanosoma en aislamiento. Aplicaba electroforesis, lo pintaba con colorantes para azúcares y había cuatro grupos nítidos de moléculas que contenían azúcar. Tomé una de ellas, la que se reconocía más rápido y que era la menor, y en los trabajos preliminares parecía estar formada por lípido, azúcar y proteína. Sin embargo pensaba, esta molécula tiene todo, ¡nadie me lo va a creer! Entonces fue que vino a São Paulo y, por suerte, a mi laboratorio, una argentina, Rosa Lederkremer, y fue algo espectacular, porque ella es química, y muy buena. Hicimos planes, yo mismo haría el experimento, hice cromatografía de gases, espectrometría de masa, una serie de cosas que nunca había hecho. Y determinamos que lo que había ahí era una molécula, a la cual denominamos LPPG, lipopeptidofosfoglicana.
¿Ustedes lo publicaron enseguida?
El primer trabajo, con Alves, lo publicamos en el Febs Letters, un artículo muy breve. Después, junto con Lederkremer y Alves, en muchas otras revistas. Comenzamos a estudiar la estructura y tal vez por eso nos perdimos la primacía. A medida que íbamos conociendo la estructura, notaba que en ella existían componentes de moléculas que existen en nuestro cerebro o en nuestro sistema nervioso. Se trata de los denominados gangliósidos y cerebrósidos. La estructura era parecida, pero había una molécula llamada inositol que no se encuentra en ninguna de esas estructuras conocidas. En realidad, estábamos tratando con una nueva familia de moléculas y no lo notábamos, porque creíamos que formaban parte de los gangliósidos. Publicamos varias cosas, parte de la estructura lipídica, luego, el inositol, pero la estructura de los azúcares nos dio trabajo. Y aparecieron otros grupos brasileños que lo investigaban. En Río de Janeiro, estaban Lúcia y José Osvaldo Previato, porque ellos se traían entre manos algo similar, pero no nos dimos cuenta que era lo mismo. Mucho tiempo después, Lúcia viajó a Francia para estudiar la estructura de la molécula, utilizando dispositivos de espectrometría atómica, y arribó a la conclusión de que se trataba de una nueva molécula. Poco después, Lederkremer, ya en Argentina, fue a trabajar con Michael Ferguson, en Escocia, y él también estableció la estructura de la molécula. Los que trabajaban en el área saben que nuestro descubrimiento fue una molécula original. Y Michael Ferguson más aún. Él fue posdoctor en Nueva York, trabajó con George Cross. Se encontró con Alves y le dijo que no creería en lo que proponíamos hasta repetir todo y comprobar que estábamos acertados. Regresó a Escocia para estudiar algo nuevo, anclas de proteínas, que habían sido descubiertas por un inglés y una brasileña, Maria Lúcia Cardoso de Almeida, de la Escuela Paulista de Medicina (Unifesp), en el Trypanosoma brucei, una cepa africana. Y estudiando esas anclas en el T. brucei, Ferguson comprobó que eran similares a lo que nosotros habíamos descrito, Prácticamente iguales.
¿Se les llama ancla porque realmente permiten que las proteínas se prendan a la superficie de las células?
Exacto, existen dos formas para que una proteína se acople. Pueden ser superficiales y nadar en la membrana o pueden ser transmembranales. Una membrana está formada por lípidos y ellos detestan el agua, son hidrofóbicos. Poseen una cabeza polar expuesta al ambiente, donde hay agua, y en el otro extremo, otra cabeza polar en su interior, que igualmente tiene agua, Pero entre una y otra extremidad, el cuerpo apolar repele el agua y todo lo que sea hidrosoluble. Entonces, para mantener una proteína en la membrana, en el caso de las transmembranales, una parte de la proteína está formada por aminoácidos hidrofóbicos, y esa es la parte que se encuentra en la membrana, o bien, está conectada a un ancla de lípidos, que fue lo que nosotros vimos. En realidad, no visualizamos el ancla, sino una estructura que se encuentra en todos los anclas. Ferguson les dio a esas estructuras el nombre de GIPLs, que significa glucoinositolfosfolípidos. El inositol está ahí, se trata de algo a lo que yo no presté atención y que resultó ser importante.
¿Eso le produce cierto enojo?
A veces, un poco. Algunos colegas argentinos dicen que el ancla estaba en nuestras manos y lo desperdiciamos. Pero no, lo que teníamos era una molécula que después terminó siendo parecida al ancla. Podríamos haber dicho que era una nueva molécula en la literatura, pero no lo dijimos. Eso me hace pensar lo siguiente: si yo viviese en Estados Unidos, habría tenido otro futuro.
¿Por qué?
En los países avanzados hay mucha más masa crítica. Cuando se descubrió la hélice del ADN, mientras Watson y Crick proponían modelos, uno con su intuición biológica y el otro calculando si era posible, ellos llegaron a la estructura de doble hélice y dijeron que no era posible porque no había espacio, porque había oxígeno donde debería haber un OH. Debía tener un átomo de hidrógeno junto a un puente de hidrógeno, sin lo cual, la estructura se derrumba. Entonces llegó un químico, Jerry Donahue, y dijo que en el pH, el oxígeno no es oxígeno, sino OH. Ese tipo de pistas surgen.
Entonces su queja se refiere a la pobreza del ambiente científico, ¿incluso en São Paulo?
¡Pero si São Paulo es subdesarrollado! Mire, he trabajado tanto tiempo con eso que me vi obligado a aprender química de azúcares y de lípidos. Pero no soy un experto, porque para tener un conocimiento de la química de los azúcares como tienen Lederkremer y otros argentinos, que tienen un historial en cuanto a ese conocimiento, me resulta imposible. Ahora bien, en el Instituto de Química de la USP me invitaron para impartir una clase de cuatro horas sobre el tema porque nadie logra explicarlo correctamente. Estábamos solos y aún lo estamos.
A partir de lo que se descubrió sobre el ancla, ¿cómo prosiguieron sus trabajos?
En 1980, un revisor de papers nos devolvió un trabajo porque consideraba que ya era tiempo de que pasemos a las cepas del T. cruzi que provocan la enfermedad. Yo también lo creía. Tales cepas, o provienen de los pacientes, y la cantidad es escasa, o del ratón, al que tenemos que infectar, algo muy complicado, o bien, del cultivo de tejido. Yo no sabía hacer cultivo de tejido, pero entonces, en una nueva coincidencia, una alumna de posgrado del profesor Hugo Armelin, Norma Andrews, actualmente en la Universidad de Maryland, dijo que quería trabajar conmigo y ella sabía cómo cultivar tejidos. Analizamos las mejores maneras de lograr un rendimiento óptimo, y ese trabajo, “Andrews e Colli, 1982 – Adhesión e interiorización de Trypanosoma cruzi en células de mamíferos”, ha sido frecuentemente citado. Obtuvimos tripomastigotos, la forma que infecta, y tuvimos que adecuar el laboratorio al patrón de seguridad NB2. Ahí comencé a plantearme qué habría en la membrana de ese Trypanosoma infeccioso, por qué ése es invasivo y no el otro. Y observamos que éste tenía 10 veces menos GIPLs que la forma no infecciosa. Él hace down regulation, es decir, cuando se vuelve infeccioso, disminuye bastante la producción de GIPLs.
¿Por qué?
No lo sé, quizás no los necesite. Junto a colegas de Río, investigamos la función de los GIPLs en la forma no infecciosa. Notamos que el T. cruzi los utiliza para adherirse a las paredes del intestino de la vinchuca. Necesita adherirse para volverse infeccioso. Ése es un misterio del Trypanosoma. Transcurrió mucho tiempo hasta que publicamos algo al respecto. Recién en 2007 apareció “Trypanosoma cruzi: involvement of glycoinositolphospholipids in the attachment to the luminal midgut surface of Rhodnius prolixus”. Y no es relevante, porque ya se había publicado algo similar sobre Leishmania.
Volvamos al desarrollo de los trabajos en su laboratorio…
En 1980 ó 1981, recibí a un posdoctor argentino que había realizado un doctorado en parasitología y le propuse que utilicemos una lectina que reconoce ácido siálico y glucosamina. Pasamos un extracto de trypanosoma por una columna que ligaba a ambos azúcares y así, todas las glucoproteínas que los contenían se unieron a la columna. Entonces sólo hubo que eluir el material adherido mediante N-acetilglucosamina y aislamos un compuesto que con la electroforesis resultaba en una franja hermosa y maravillosa. La denominamos TC85 y dijimos que era específica del Trypanosoma cruzi infeccioso, por lo tanto era importante en la infección. A continuación vinieron otros trabajos junto a Andrews y Zingales. Luego llegó Alves, que estaba en el exterior, e hizo un anticuerpo monoclonal contra esa proteína. Llevamos a cabo un estudio y demostramos que ella formaba parte de una familia, porque eran proteínas reconocidas por el mismo anticuerpo. En la electroforesis, migraban hacia lugares diferentes, pero todas estaban emparentadas. A esa familia la denominé TC85. A partir del ingreso de otros investigadores, principalmente estadounidenses y argentinos, hubo un cambio de nomenclatura. Esas moléculas pasaron a llamarse GP85, porque ellos determinaron que se trataba de una familia mucho más compleja y extensa, observaron cuántos genes tenía, y no sabían si la mía era igual a la de ellos. Eso es lo que ocurre en la ciencia, las cosas cambian de nombre. No es que me queje. Ahora, cuando publicamos, ponemos “TC85, un elemento de la familia GP85”. Al mismo tiempo se produjo otro descubrimiento: José Osvaldo y Lúcia Previato sospecharon que el ácido siálico se trasladaba directamente desde una molécula grande hasta la superficie del Trypanosoma, y, en experimentos sólo con las formas no infecciosas determinaron eso indirectamente. Publicaron el trabajo en 1985 y me sugirieron que investigue eso en la forma infecciosa. Así es que, junto a Zingales, demostramos directamente la existencia de esa enzima. Le pusimos un nombre, ácido siálico glucosiltransferasa, y lo publicamos en 1987, demostrando que el ácido siálico saltaba directamente desde una proteína al Trypanosoma. Un estudiante que asistía a nuestras clases le comentó eso a Victor Nussenzweig y se pusieron a investigar. Describieron el gen en un artículo publicado en 1994, pero le cambiaron el nombre a la enzima, que hoy es transialidasa. Y cuando eso cambia, quien la descubrió deja de existir. Ésa es mi historia. Descubrí cosas que luego cambiaron, quizá por no haber investigado a fondo, o acaso porque no poseía capacidad para eso. No tiene importancia. Los grupos argentinos y estadounidenses, e incluso George Cross, se dedicaron a investigar el tema y, disponiendo de herramientas genéticas importantes, que yo no domino, revelaron que la GP85, incluso la TC85, y la transialidasa, forman parte de la misma familia: eran todas similares. Es decir, puede verse que yo figuro en la historia, ¿no es cierto?
¿Cómo es el tema con las vesículas del T. cruzi que ustedes estudiaron?
En 1991, demostramos que el Trypanosoma libera vesículas en el medio de cultivo. Luego de mucho tiempo, analizamos esas vesículas y observamos que, en un cultivo de células de mamífero, entre tres y veinticuatro horas después ellas comienzan a ingresar en el citoplasma de la célula huésped, y en 24 horas todas las vesículas se agrupan en torno al núcleo de la célula. Se trata de fragmentos de Trypanosoma, pero al llegar a la célula ingresan, poseen la misma capacidad de los Trypanosomas. Entonces, nuestra hipótesis en la literatura plantea que las vesículas son un mensajero enviado por el Trypanosoma para avisar que está llegando. Y ocurre algo que les abre las puertas de las células.
¿Y con respecto a la TC85?
A partir de la definición de la familia a cargo de otros grupos, mi trabajo se volvió más concreto. Desde entonces, junto a Alves y otros alumnos, estamos tratando de demostrar que hay fragmentos de esa glucoproteína ‒no de azúcar, sino de proteína‒ que reconocen a la célula huésped. Publicamos varios trabajos. Pero otros grupos también muestran que otras moléculas son igualmente importantes para que el Trypanosoma pueda ingresar. Por lo tanto, actualmente se cree que el T. cruzi ingresa de varias maneras. Y tal vez sea así. Cuando elaboramos anticuerpos para la TC85, inhibimos la entrada del Trypanosoma en un 70%, pero otros lo inhiben con anticuerpos para otras moléculas en el mismo porcentaje. Todo inhibe un 70%, pero entre un 30% y un 40% ingresan. Entonces no sabemos cómo lo hace, y punto.
O sea que el Trypanosoma cruzi sigue siendo un caso lleno de misterios.
Aunque es algo muy primitivo, evolucionó para entrar en cualquier lugar, en cualquier célula. Ése es otro misterio extraordinario. Si uno utiliza cualquier tipo de célula en laboratorio, él ingresa. Si uno induce una superinfección en un animal, él ingresa en el bazo, en el hígado, no llega al cerebro, porque existe una barrera. Al cabo, se aloja en el corazón y en los músculos del tracto gastrointestinal, en el resto, desaparece. Eso es un misterio. Se esconde.